LA
DEPRESION SATURNIANA
THOMAS
MOORE
(El
Cuidado del Alma)
En
la actualidad parece que preferimos hablar de “depresión” más bien que de
“tristeza” o de “melancolía”. Tal vez la forma latina suene más clínica y más
seria, pero hubo una época, hace quinientos o seiscientos años, en que se
identificaba la melancolía con el dios romano Saturno. Estar deprimido era
estar “en Saturno”, y a quien estaba crónicamente predispuesto a la melancolía
se lo llamaba “hijo de Saturno”. Como se identificaba la depresión con este
dios y con el planeta que lleva su nombre, se lo asociaba también con las otras
características de Saturno. Por ejemplo, a éste se lo conocía como el
“anciano”, que presidía la edad de oro. Cada vez que hablamos de los “años
dorados” o de los “buenos tiempos de antaño”, estamos invocando a Saturno, que
es el dios del pasado. La persona deprimida cree a veces que los buenos tiempos
pertenecen al pasado, que ya no-queda nada para el presente o el futuro. Estos
pensamientos melancólicos están profundamente arraigados en la preferencia de
Saturno por los días pasados, por el recuerdo y por la sensación de la
fugacidad del tiempo. Tristes como son, estos pensamientos y sentimientos
favorecen el deseo del alma de estar a la vez en el tiempo y en la eternidad, y
así, de una manera extraña, pueden ser placenteros.
A veces asociamos la depresión con el
hecho de envejecer, pero más exactamente se refiere a la maduración del alma.
Saturno no sólo nos trae un afecto por los “buenos tiempos de antaño”, sino que
también sugiere la idea, más sustancial, de que la vida sigue adelante: nos
hacemos más viejos, tenemos más experiencia, quizá somos incluso más sabios
(...)
Este es el don de Saturno, el de la
edad y la experiencia. Tras haberse sentido identificada con la juventud, el
alma asume ahora las importantes cualidades de la edad, que son positivas y
provechosas. Si se niega la edad, el alma se pierde en un inadecuado
aferramiento a la juventud.
La depresión concede el don de la
experiencia no como un hecho literal, sino como una actitud hacia uno mismo. Se
tiene la sensación de haber sobrevivido a algo, de ser mayor y más sabio. Se
sabe que la vida es sufrimiento, y este conocimiento es importante. Ya no se
puede seguir disfrutando de la bulliciosa y despreocupada inocencia de la
juventud, y darse cuenta de ello trae consigo tristeza por la pérdida, pero
también el placer de un nuevo sentimiento de autoaceptación y de conocimiento
de uno mismo. Esta percepción consciente de la edad está rodeada de un halo de melancolía,
pero también le es conferido un cierto grado de nobleza.
Naturalmente, esta incursión de Saturno
que llamamos depresión genera resistencia. Es difícil desprenderse de la
juventud, porque es una liberación que exige el reconocimiento de la muerte.
Sospecho que quienes opten por la eterna juventud se estarán buscando sus
buenos ataques de depresión. Cuando tratamos de retrasar el homenaje que
debemos a Saturno, lo invitamos a que nos haga una visita personal. Entonces la
depresión saturnina imprime su color, su profundidad y sus sustancia al alma
que, por una razón u otra, se ha entretenido largo tiempo con la juventud.
Saturno madura y envejece naturalmente a una persona, del mismo modo que la
temperatura, los vientos y el tiempo desgastan los graneros. En Saturno, la
reflexión se profundiza, los pensamientos abarcan un tiempo más largo, y los
acontecimientos de una larga vida se van destilando hasta condensarse en un
sentimiento de la propia naturaleza esencial.
En los textos tradicionales se caracteriza
a Saturno como frío y distante, pero tiene también otros atributos. Los libros
de medicina lo llamaban el dios de la sabiduría y de la reflexión filosófica
(...) Los estado de ánimo que propicia Saturno pueden ser peligrosos porque son
oscuros, pero su contribución a la economía del alma es indispensable. Si usted
deja que su depresión lo visite, sentirá el cambio en el cuerpo, en los
músculos y en el rostro como un alivio de la carga del entusiasmo juvenil y de
la “insoportable levedad del ser”.
Tal vez pudiéramos apreciar más el
papel que tiene la depresión en la economía del alma si fuéramos capaces de
prescindir de las connotaciones negativas de esta palabra. ¿Y si la depresión
fuera simplemente un estado del ser, ni bueno ni malo, algo que el alma hace
cuando le parece bien y por sus propias y buenas razones? ¿Y si fuera
simplemente uno de los planetas que giran alrededor del sol? Una ventaja de
usar la imagen tradicional de Saturno en vez del término clínico “depresión” es
que podemos ver la melancolía más bien como una manera válida de ser que como
un problema que es necesario arrancar de raíz.
La madurez destaca los aromas y sabores
de una personalidad. El individuo emerge con el tiempo, tal como crece y madura
la fruta. En la visión del Renacimiento, la depresión, la maduración y la
individualidad van juntas: la tristeza de envejecer forma parte del proceso de
convertirse en individuo. Los pensamientos melancólicos van tallando un espacio
interior donde la sabiduría puede instalar su residencia.
A Saturno también se lo identificaba
tradicionalmente con el plomo, proporciona peso y densidad al alma, permitiendo
que los elementos ligeros, llenos de aire, tomen cuerpo. En este sentido, la
depresión es un proceso que favorece una valiosa coagulación de pensamientos y
emociones. A medida que envejecemos, nuestras ideas, antes ligeras,
desordenadas y sin relación entre sí, se van reuniendo más densamente para
formar unos valores y una filosofía que dan sustancia y firmeza a nuestra vida.
Debido a su doloroso vacío, suele ser
tentador buscar una forma de salir de la depresión. Pero penetrar en el estado
de ánimo y los pensamientos que la caracterizan puede ser profundamente
satisfactorio. A veces se describe la depresión como un estado en el que no hay
ideas... nada a lo cual aferrarse. Pero tal vez tengamos que ampliar nuestra
visión y advertir que el sentimiento de vacío, la pérdida de los puntos de
referencia familiares y de las estructuras vitales y la desaparición del
entusiasmo son elementos que, aunque parezcan negativos, pueden ser apropiados,
y que es posible usarlos para aportar una nueva imaginación a la vida.
Cuando, como profesionales o como
amigos, observamos la depresión y nos enfrentamos al reto de encontrar una
manera de ayudar a otras personas a afrontarla, podríamos abandonar la idea
monoteísta de que la vida siempre tiene que ser alegre, y dejarnos instruir por
la melancolía. Podríamos aprender de sus cualidades y seguir su liderazgo,
volviéndonos más pacientes en presencia de ella, disminuyendo expectativas
exageradas, adoptando una actitud de vigilancia a medida que esta alma afronta
con una total seriedad y con gravedad su destino. En nuestra amistad, podríamos
ofrecerle un receptáculo, un lugar de aceptación. Es cierto que a veces la
depresión, como cualquier otra emoción, puede trascender los límites habituales
y convertirse en una verdadera enfermedad. Pero también en los casos extremos,
incluso en medio de intensos tratamientos, podemos seguir buscando a Saturno en
el centro de la depresión, y encontrar maneras de favorecerlo.
La depresión va acompañada de una gran
angustia: el temor de que jamás terminará, de que la vida nunca volverá a ser
alegre y activa. Este es uno de los sentimientos que forman parte de la pauta:
la sensación de estar atrapado, inmovilizado para siempre en los remotos
lugares que frecuenta Saturno (...) Tradicionalmente, hay un tema inevitable en
los estados de ánimo saturninos, una ansiedad que parece disminuir cuando
dejamos de luchar con los elementos saturninos de la depresión e intentamos en
cambio aprender de ella y tomar algunas de sus sombrías cualidades como
aspectos de la personalidad.
LAS INSINUACIONES DE MUERTE
Saturno es
también el segador, el dios de la cosecha, del tiempo que se acaba y de su
festival, las saturnales; de acuerdo con ello, los períodos de depresión pueden
estar impregnados de imágenes de muerte. A veces, personas de todas las edades
dicen, llevadas por su depresión, que su vida está acabada, que sus esperanzas
para el futuro han demostrado no tener base alguna. Están desilusionadas porque
los valores y criterios por los que se han regido durante años de pronto ya no
tienen sentido. Las verdades más queridas se hunden en la tierra negra de
Saturno como el rastrojo en la época de la cosecha.
El cuidado del alma exige que se acepte
toda esta muerte. La tentación es defender hasta el último momento nuestras
ideas comunes sobre la vida, pero puede ser necesario que finalmente
renunciemos a ellas para introducirnos en el movimiento de la muerte. Si el
síntoma se percibe como la sensación de que la vida ha terminado y de nada
sirve continuar, entonces una manera afirmativa de abordar este sentimiento
podría ser ceder consciente y hábilmente a las emociones y pensamientos de conclusión
que la depresión ha movilizado (...)
El vacío y la disolución del
significado que con frecuencia se hallan presentes en la depresión demuestran
hasta qué punto podemos apegarnos a nuestra manera de entender y de explicarnos
la vida. Nuestra filosofía y nuestros valores personales a menudo dan la
impresión de ser paquetes demasiado bien atados, que dejan poco margen para el
misterio. Entonces viene la depresión y nos rompe el esquema. Los antiguos se
imaginaban a Saturno como el más remoto de los planetas, extraño y maravilloso
en la lejanía del espacio helado y vacío. La depresión agujerea nuestras
teorías y suposiciones, pero incluso este doloroso proceso merece respeto por
ser una fuente, necesaria y valiosa, de sanación (...)
Es probable que tengamos que aprender
que no podemos calcular la órbita de nuestra propia alma. Quizás este género
peculiar de educación –el aprendizaje de nuestros límites- no sea solamente un
esfuerzo consciente; tal vez nos sobrevenga como un fascinante ánimo depresivo,
que por lo menos momentáneamente haga desaparecer nuestra felicidad y nos
remita a evaluaciones fundamentales de nuestros conocimientos, nuestras
suposiciones y los objetivos de nuestra existencia.
En los textos antiguos se solía tachar
a Saturno de “ponzoñoso”. Al encomiar algunos efectos positivos de los estados
de ánimo saturninos, no quiero pasar por alto el terrible dolor que pueden
causar. Por otro lado, las formas menores de la melancolía no son las únicas
que ofrecen sus dones al alma; también los accesos profundos y duraderos de
depresión aguda pueden clarificar y reestructurar los credos en nombre de los
cuales hemos vivido. Entre los “hijos de Saturno” se incluía tradicionalmente a
los carpinteros, a quienes se muestra en algunos dibujos poniendo los cimientos
y construyendo la estructura de las casas nuevas. En nuestra melancolía puede
estar haciéndose una construcción interior que va despejando lo viejo y
fortaleciendo lo nuevo. De hecho, con frecuencia los sueños nos presentan
edificios y estructuras en proceso de construcción, lo que sugiere una vez más
que el alma se hace: es el producto
del trabajo y del esfuerzo inventivo. Freud señaló que durante los accesos de
melancolía la vida exterior puede dar una impresión de vacío, pero que al mismo
tiempo se puede estar produciendo, y a toda velocidad, un trabajo interior
(...)
A Saturno se lo llamaba a veces sol niger, el sol negro. En su oscuridad se
ha de encontrar un brillo precioso, nuestra naturaleza esencial que, destilada
por la depresión, es quizás el mayor de los dones de la melancolía.
Si persistimos en nuestra manera
moderna de tratar la depresión como una enfermedad que se ha de curar por
medios mecánicos y químicos, es probable que nos perdamos los dones del alma
que sólo la depresión puede proporcionar. En particular, la tradición enseñaba
que Saturno fija, oscurece, concreta y consolida todo aquello que estén en
contacto con él. Si nos libramos de los estado anímicos saturninos, es probable
que nos resulte agotador el intento de mantener la vida brillante y cálida a
toda costa. Hasta puede ser que nos veamos entonces más abrumados por la
creciente melancolía invocada por la depresión de Saturno, y que perdamos la
agudeza y la sustancia de la identidad que Saturno otorga al alma. Dicho de otra
manera, los síntomas de una pérdida de Saturno pueden incluir un débil
sentimiento de identidad, la imposibilidad de tomarse en serio la propia vida y
un malestar o aburrimiento general que es un pálido reflejo de los profundos y
sombríos estados anímicos saturninos.
Saturno localiza la identidad en la
profundidad del alma, y no en la superficie de la personalidad. Se siente la
identidad como la propia alma que encuentra su peso y su medida. Sabemos
quiénes somos porque hemos descubierto el material de que estamos hechos, y que
ha sido tamizado por el pensamiento depresivo, “reducido” –en el sentido
químico- a la esencia. Meses o años de estar centrado en la muerte han dejado
un espectral residuo blanco que es el “yo” seco y esencial.
El cuidado del alma requiere un cultivo
de ese mundo más vasto que representa la depresión. Cuando hablamos
clínicamente de depresión, pensamos en un estado emocional o una conducta, pero
cuando nos imaginamos la depresión como una visita de Saturno, entonces se
hacen visibles las múltiples cualidades de su mundo: la necesidad de
aislamiento, la coagulación de la fantasía, la destilación de la memoria y la
acomodación con la muerte, por no nombrar más que algunas.
Para el alma, la depresión es una
iniciación, un rito de pasaje. Si pensamos que la depresión, tan vacía y opaca,
está despojada de imaginación, es probable que pasemos por alto sus aspectos
iniciáticos. Quizás nos estemos imaginando la imaginación misma desde un punto
de vista ajeno a Saturno; el vacío puede estar lleno de sentimiento, de
imágenes de catarsis y de emociones de pesadumbre y pérdida. En cuanto matiz
del estado anímico, el gris puede ser tan interesante y tan rico como lo es en
la fotografía en blanco y negro.
Si convertimos la depresión en algo patológico
y la tratamos como un síndrome que es preciso curar, entonces a las emociones
saturninas no les queda otro lugar adonde ir que el comportamiento y la acción.
Una alternativa sería, cuando Saturno llama a la puerta, invitarlo a entrar y
darle un lugar apropiado para estar. Algunos jardines renacentistas tenían una
glorieta dedicada a Saturno: un lugar oscuro, sombreado y apartado donde una
persona podía retirarse y ponerse la máscara de la depresión sin miedo de que
la molestaran. Podríamos tomar este tipo de jardines como modelo para nuestra
actitud y nuestra manera de tratar con la depresión. A veces la gente necesita
retraerse y mostrar su frialdad (...)
¿A qué se debe que no lleguemos a
apreciar esta faceta del alma? Una razón es que la mayor parte de lo que
sabemos de Saturno nos llega por vía sintomática. El vacío aparece demasiado
tarde y en forma demasiado literal para tener alma. En nuestras ciudades, las
casas abandonadas y los comercios en crisis señalan la “depresión” social y
económica. En esas áreas “deprimidas” de nuestras ciudades, el deterioro está
aislado de la voluntad y de la participación consciente, y aparece sólo como
una manifestación externa de un problema o de una enfermedad.
También vemos la depresión, económica y
emocionalmente, como un fracaso y una amenaza literales, una sorpresa que se
abate sobre nuestros planes y expectativas más saludables. ¿Y si en cambio
esperásemos que Saturno y sus vacíos espacios oscuros tengan un lugar en la
vida? ¿Y si propiciáramos a Saturno incorporando sus valores a nuestro modo de
vida? (Propiciar significa a la vez reconocer y ofrecer respeto como medio de
protección.)
También podríamos honrar a Saturno
mostrando más sinceridad frente a las enfermedades graves. Quienes trabajan con
enfermos graves saben bien cuánto puede ganar una familia cuando se habla
abiertamente de la deprimente realidad de una enfermedad terminal. También
podríamos tomar nuestras propias enfermedades, nuestras visitas al médico y al
hospital, como recordatorios de nuestra mortalidad. En estas situaciones, no
estamos cuidando del alma cuando nos protegemos de su impacto. No es necesario
ser solamente saturnino, pero en unas pocas palabras sinceras sobre los
sentimientos melancólicos que sin duda se tienen en juego podrían propiciar a
Saturno.
Como la depresión es uno de los rostros
del alma, reconocerla y hacer de ella parte de nuestras relaciones favorece la
intimidad. Si negamos o encubrimos cualquier cosa que se sienta en el alma, no
podemos estar plenamente presentes con los demás. El resultado de ocultar los
lugares oscuros es una pérdida del alma; hablar de ellos y en su nombre abre un
camino hacia una comunidad y una intimidad únicas (...)
Cuidar
del alma no significa solazarse en el síntoma, sino tratar de aprender, a
partir de la depresión, qué cualidades necesita el alma. Más aún, es un intento
de entretejer esas cualidades depresivas en la trama de la vida, de modo que la
estética de Saturno –el frío, el aislamiento, la oscuridad, el vacío- aporte su
contribución a la textura de la vida cotidiana. Al aprender de la depresión,
una persona podría para representar su estado anímico, vestirse con el color
negro de Saturno. Podría irse de viaje sola, como respuesta a un sentimiento
saturnino, o construirse una gruta en el jardín, un lugar de retiro. O, más
internamente, podría simplemente dejar en paz sus pensamientos y sentimientos
depresivos. Todas estas acciones serían una respuesta positiva en presencia de
la emoción depresiva de Saturno. Serían maneras concretas de cuidar del alma en
su belleza más oscura. Al hacerlo, podríamos encontrar un camino hacia el
interior del misterio de este vacío del corazón. También podríamos descubrir
que la depresión tiene su propio ángel, un espíritu guía cuya misión consiste
en transportar al alma a sus lugares remotos, donde encuentra una peculiar
comprensión intuitiva y disfruta de su visión especial.
Thomas Moore, pág. 186-206
El Cuidado del Alma, Ed. Urano, 1993
El Cuidado del Alma, Ed. Urano, 1993