Neptuno

 NEPTUNO POR LIZ GREENE





MITOLOGIA






Enuma Elish de los antiguos babilonios nos dice que en el comienzo sólo existía el agua: Apsu, el océano de agua dulce y Tiamat, el océano de agua amarga y salada. De la unión de estas dos deidades, macho y hembra, pero contenidas ambas en el seno de la imagen única y urobórica (la serpiente que se muerde la cola, símbolo de la totalidad cósmica) del mar, nacieron los otros dioses. A medida que la progenie de Tiamat y Apsu crecía, nos cuenta el Enuma Elish, el ruido y el griterío se volvieron insoportables para sus padres. Por eso, Tiamat y Apsu idearon un plan para aniquilar a su bulliciosa progenie. Pero los jóvenes dioses lo descubrieron y en defensa propia, destruyeron a Apsu, su padre. Entonces Tiamat se trabó en una lucha mortal con sus hijos, de los cuales el más fuerte y el más audaz era Marduk, el dios del fuego, que retó a su madre a un combate singular; le echó su red para inmovilizarla, y cuando ella abrió la boca para tragárselo, le partió el corazón con una flecha. con su cuerpo desmembrado creó la bóveda superior del Cielo y la bóveda inferior de la Tierra y consumó así la creación del mundo manifiesto. 



        Quizás el carácter de Neptuno no sea cristiano en un sentido doctrinal, pero ciertamente tiene que ver con el sacrificio, y el hecho de trascender la separación mediante el sufrimiento voluntario es un sentimiento expresado comúnmente por quienes se identifican con la visión del mundo de este planeta... A veces la crucifixión autoimpuesta de Neptuno se expresa mediante una renuncia a toda felicidad personal la actitud de que "está bien" sentirse desdichado y desvalido y de que, de alguna forma, la frustración y el tormento que experimenta el nativo en su interior al renunciar a la satisfacción personal darán como resultado la redención en este mundo o en el próximo.



El acto de hacer un sacrificio consiste en primer lugar en dar algo que me pertenece (...) Lo que doy es esencialmente un símbolo, algo de múltiples significados, pero que debido a mi inconsciencia de su carácter simbólico, se adhiere a mi yo, porque forma parte de mi personalidad. De ahí que, explícita o implícitamente, haya una demanda personal vinculada con cada cosa que doy (...) Por consiguiente, lo que doy siempre lleva consigo una intención personal, porque el mero hecho de darlo no es un sacrificio. sólo se convierte en sacrificio si renuncio a la intención implícita de recibir algo a cambio



Los comentarios de Jung sobre la naturaleza del sacrificio son sumamente interesantes en el contexto de la dinámica de Neptuno. Jung consideraba la crucifixión como un "verdadero" sacrificio. Sin embargo, si el sacrificio es un martirio voluntario realizado con la esperanza de la redención, se convierte en lo contrario. Hay una demanda personal ligada con esa entrega, que entonces no es en modo alguno un sacrificio. Es un trato, un intento de negociar con Dios o con la vida. Distinguir la diferencia puede ser uno de los factores más importantes cuando se trata de trabajar de forma constructiva con un Neptuno natal difícil.
        La necesidad neptuniana de fusión exige que se renuncie a una identidad independiente. El cuerpo es la primera gran expresión de una existencia independiente, porque el nacimiento, irrevocablemente, pone término al Edén. La piel nos delimita y crea una barrera que nos separa de la madre, y la experiencia de habitar un cuerpo es lo que, en ultima instancia, nos aísla de ella. Muchas personas con contactos Venus-Neptuno y Luna-Neptuno en su carta natal expresan este sentimiento, quejándose de que cuando hacen el amor, el cuerpo "les estorba", impidiendo un estado de fusión total con la otra persona. Para mucha gente, el sexo es lo más cerca que pueden llegar del estado de fusión original. Pero a pesar de la penetración, la realidad física del cuerpo aun sigue desempeñando su función separadora. El único lugar donde podemos tener la vivencia de dos corazones latiendo al unísono es el útero. Los deseos del cuerpo también nos separan, porque definen sujeto y objeto, el que quiere y el que es querido. Cuando han sido insuficientemente satisfechos, o no lo han sido en absoluto, los deseos traen consigo las intolerables vivencias del rechazo, la desilusión, la frustración y la soledad. La redención neptuniana reside en el retorno a la unidad; la unidad exige el sacrificio de un yo separado, y el cuerpo aparece corno el gran culpable arquetípico que no quiere dejar de agarrarse firmemente a la existencia autónoma. Los deseos personales, de la clase que sean, también generan culpables, porque nuestra ganancia conlleva la pérdida, la envidia o el enojo de otra persona. Por lo tanto, fingimos que ya no deseamos nada. Sin embargo, todo esto es un trueque, porque siempre se tiene la idea de una "ganancia", se piensa en un objetivo: el Edén que nos espera al final del camino de espinas. Jung llega a sugerir que lo que damos normalmente, por lo cual no recibimos nada a cambio, lo sentimos más bien como una pérdida que como una vía hacia la redención. El sacrificio también debe de sentirse como una pérdida, porque entonces las demandas del yo ya no sirven... Si nos sacrificamos con la esperanza puesta en el Cielo, entonces más valdría que no nos molestáramos en hacerlo, porque uno renuncia a su demanda del Paraíso perdido. Paradójicamente, a lo que hay que renunciar es a la esperanza misma de la redención.
        Así pues, el "verdadero" sacrificio implica ofrendarnos sin esperanza de redención, ni por parte del acto ni por parte de quien lo recibe. Creo que este es el significado más profundo de Neptuno: no hemos de renunciar a nuestra felicidad ni a las cosas que nos brindan alegría, sino a la negociación que llevamos a cabo secretamente, con la esperanza de que otra persona nos redima. Por eso es tan frecuente que los tránsitos de Neptuno indiquen una época en que sentimos que podemos dar como nunca antes, pero en que se nos niega cualquier recompensa por lo que damos. Por lo general, la negociación ha sido profundamente inconsciente, y es el tránsito de Neptuno lo que al final hace que se tome conciencia de la dinámica del proceso. Lo que queda después del diluvio neptuniano es uno mismo: un yo desnudo, vulnerable y desenmascarado, y sin embargo, paradójicamente más sabio y más fuerte gracias a que le ha sido revelada su propia tendencia a manipular. La vida suele exigirnos que hagamos esta forma sutil de sacrificio cuando Neptuno está activado en la carta. Si no reconocemos nuestra propia dinámica interna, puede que sea necesario un sacrificio de verdad que funcione como el desencadenante que nos haga llegar a comprenderla. Pero ir ansiosamente en pos de tales sacrificios externos es algo muy sospechoso. Tal como ha reconocido siempre el hinduismo, el deseo del desapego es en sí mismo un deseo, y el éxtasis de la autoinmolación no es otra cosa que una forma más de adicción. Al estudiar el tránsito de Neptuno en aspecto con diversos planetas natales se observa este proceso de sacrificar una fantasía de redención que a uno le es muy querida, por mediación de la pérdida de una persona, cosa o situación sobre la cual se ha proyectado la imagen del redentor. Al parecer siempre hay una oportunidad de descubrir dónde hemos estado haciendo un trueque y, por lo tanto, de entender mejor la naturaleza del amor, que contiene respeto, en contraste con la del anhelo de la fusión original, que puede pisotear otras fronteras. El tránsito, sin embargo, no garantiza que aprovechemos tal oportunidad. Es más frecuente que achaquemos la pérdida generada por los tránsitos difíciles de Neptuno a la falta de corazón de otra persona, y vayamos, como era de prever, en busca de un nuevo redentor.


Liz Greene, pág. l25-l26-l27
Neptuno 




PERSONALIDAD  HISTERICA
(o personalidad sin formar y sin límites)




La histeria es la enfermedad neptuniana par excellence. Sin embargo, ni siquiera llamarla "enfermedad" es realmente apropiado. Aunque se la suele considerar como una enfermedad o un "trastorno de la personalidad", la histeria es una propiedad de la psique humana en general, y existe en mayor o menor grado en todos al igual que Neptuno... Los estados de perturbación emocional vinculados con el rostro más problemático de Neptuno expresan, con mayor o menor gravedad, un carácter cuya mejor descripción es la de "extático". "Extasis" es una palabra proveniente de una raíz griega que significa "estar uno junto a uno mismo" o "estar fuera de uno mismo".
        El éxtasis neptuniano puede expresarse como una extrema emotividad o a través de diversos síntomas físicos característicos, de los cuales, en la actualidad la medicina ortodoxa sólo reconoce la condición de psicosomáticos en unos pocos. O bien el estado de éxtasis puede ser un Edén oculto en donde la persona se refugia, dejando que los demás esperen fuera del jardín amurallado, desconcertados ante su expresión relajada y serena de bebé satisfecho. Estos efectos también pueden sugerir espontáneamente desde dentro, o ser inducidos por el alcohol u otras drogas, pero su tono emocional es siempre inconfundible. La persona ya no está contenida en los límites de una identidad diferenciada, sino que se ha vuelto borrosa se ha disuelto y ha desaparecido. Incluso cuando se observa la expresión de emociones dramáticas, y al parecer auténticas la sensación que uno tiene no es la de un individuo que siente estas cosas, sino la de una inundación de algo muy primario y sin conexión con ninguna identidad coherente. El éxtasis neptuniano es a la vez el de la madre oceánica y el del niño divino. Es una regresión al estado de felicidad prenatal, una vivencia oceánica de la unión con la divinidad, y al mismo tiempo, una erupción de furia primitiva ante cualquier amenaza de separación. La pérdida neptuniana de todo límite o frontera es tanto una invasión como una evasión. La disolución de los contornos de la identidad del yo no sólo da como resultado una gran vulnerabilidad ante el mundo saturnino y la consiguiente resistencia a verse arrastrado a la solitaria y abrasadora luz del día, sino que genera también una enorme ansiedad, de modo que la persona que se siente presa de ese abrumador anhelo intenta a sin darse cuenta, desbaratar las fronteras de los demás, incluso de los extraños, para así alcanzar la fusión que busca. Entonces los demás responden de un modo extrañamente ambiguo ante ese Neptuno enloquecido, porque tratan de hallar una entidad coherente y definida, y fracasan: en lugar de ello se encuentran con una cosa informe y frágil. Sin embargo, la potencia y la influencia de ese algo informe es, en ocasiones, asombrosa, porque una persona así puede ejercer gran poder sobre los demás valiéndose de los medios emocionales más sutiles. Junto con el desvalimiento del bebé, llega el poder arquetípico de tejer hechizos de esa diosa creadora que es Maya, la hechicera.
        El poder proteico de identificarse con la psique de otra persona, y de "convertirse" sin esfuerzo alguno en aquello que el otro secretamente anhela, es uno de los mayores dones artísticos y terapéuticos del temperamento neptuniano. Pero si falta un núcleo esencial de integridad y de sinceridad con uno mismo -y en algún nivel fundamental, esto faltará siempre si quedan heridas inconscientes de la infancia que no han sido examinadas-, entonces el don se convierte en un gran riesgo. La identificación con un arquetipo siempre da poder, pero es un poder prestado, y por consiguiente una trampa, y finalmente, en el nivel humano, puede ser muy destructiva si se ve contaminada por la necesidad de compensar las carencias sufridas en las primeras etapas de la vida. La identificación con Neptuno invoca la fascinación seductora y la magia acuática de ambos personajes míticos: la madre oceánica creadora y el redentor divino, que es su hijo. Pero en manos de una personalidad profundamente herida y aún sin formar, este poder de encantamiento se pone al servicio de los anhelos del bebé, a expensas de todos los demás, por más grande que sea el don. Por esta razón, a la personalidad histérica, tal como se la conoce en psiquiatría, se la equipara con las formas más escandalosas de engaño, manipulación y chantaje emocional.
        La furia soterrada bajo las manipulaciones emocionales de la histeria es castradora y vengativa.
        La locura de Neptuno reside en la incapacidad de llegar a un compromiso entre lo racional y lo irracional o dicho de otra manera, entre el dominio de la madre oceánica y el pequeño trozo de tierra al que llamamos el yo individual, que depende de las funciones de Saturno para sobrevivir. En la histeria, la creatividad poética -es decir, el poder de infundir en la experiencia humana individual el proteico mundo subacuático de imágenes y sentimientos universales y unificadores- se desliza hacia peligrosas deformaciones de la realidad.
        El histérico es, por consiguiente, una persona cuya voluntad se halla dividida en dos: por un lado, quiere llevar una vida plenamente funcional, y por el otro, desea seguir siendo un inválido. Para la visión nada sentimental de Charcot (uno de los grandes innovadores de la investigación psiquiátrica del siglo XIX), parecía haber una profunda terquedad que se oponía a cualquier su gestión de liberarse de esas “ideas” inconscientes que causaban el problema, algo así como si el hecho de estar enfermo y la condición de víctima fueran en ultima instancia, menos doloroso para el paciente que el reconocimiento de la verdad sobre sus propios sentimientos y el reto que significaba llevar una vida independiente. Aquí podemos reconocer enseguida el anhelo de fusión que es tan característico de Neptuno. El carácter evasivo del histérico, tan escurridizo como un pez -algo que puede convertir a una persona por lo demás directa y sincera en un Hypocratés habitual tan pronto como se escarba demasiado en el "complejo de las ideas reprimido”-, es un fenómeno con el que todos los psicoterapeutas han tropezado. Y este puede ser el caso incluso en aquellas personas a quienes de ninguna manera se puede llamar "histéricas" según la fórmula diagnóstica originaria. De hecho, se puede aplicar a todos nosotros siempre que se pida a Neptuno que explique su comportamiento. Aunque en las décadas siguientes se ampliaron las definiciones de la histeria dadas por Janet, Breuer y Freud hasta el punto de incluir en ellas no sólo las manifestaciones psicosomáticas sino también las puramente psicológicas, el deseo inconsciente de seguir estando enfermo se mantuvo como un rasgo característico de la histeria. Es una manifestación sumamente común y humana del anhelo neptuniano de regresar a la felicidad de la fusión con la fuente el deseo de que un ser donador de vida, fuerte y capaz, nos cuide, nos consienta con benevolencia, nos ame incondicionalmente y nos proteja de los terrores del mundo "exterior".
        Actualmente tenemos múltiples etiquetas diagnósticas para describir los diversos estados de perturbación psíquica en que pueden caer los seres humanos. En el lenguaje psiquiátrico, la histeria se ha vuelto una etiqueta cada vez más sospechosa, que se emplea cada vez menos, sobre todo desde que los casos de "histeria de conversión", tan frecuentes en París y en Viena en el siglo XIX, prácticamente han desaparecido de los pabellones psiquiátricos. Lo más frecuente es que el trastorno de la personalidad histérica del siglo XX no produzca síntomas físicos, aunque pueda incluir la hipocondría extrema. Los tiempos han cambiado, los papeles morales y sexuales se han modificado, y ahora tenemos nuevas enfermedades para satisfacer un canon cultural diferente y las distintas expectativas de nuestros médicos. Pero tal vez el componente histérico de la personalidad humana, incrustado en alguna parte dentro de cada uno de nosotros, siga mostrando su notable elasticidad neptuniana y se limite simplemente a producir nuevas variedades de  éxtasis, a las que ahora llamamos "psicosis maníaco-depresiva", "esquizofrenia", "autismo funcional", "personalidad epiléptica" o "trastorno alimentario". Hasta es posible que la histeria goce de perfecta salud en aquellas enfermedades que estamos convencidos de que son orgánicas porque tienen concominantes fisiológicos y porque algunas de ellas pueden matar, como las enfermedades cardíacas, el cáncer, la mononucleosis infecciosa, la esclerosis múltiple y esa dolencia de reciente aparición llamada encefalomielitis miálgica.
          En la época de Charcot, a la mayoría de los estados de locura (salvo los que estaban directamente vinculados con causas orgánicas como las lesiones cerebrales o la sífilis terciaria) se los incluía bajo la amplia etiqueta de histeria. Y pese a los recientes esfuerzos por aislar un gen de la esquizofrenia, es posible que estuvieran en lo cierto. El gran misterio que descubrieron Mesmer y sus seguidores fue el carácter extraordinariamente fluido y creativo de la psique, capaz de disociarse a voluntad de lo que encuentra insoportable en sí misma, y de reproducir su sufrimiento en un cuerpo que parece estar totalmente a sus órdenes. Charcot no se limitaba a hipnotizar a personas histéricas sino que también trabajaba con pacientes de esclerosis múltiple (un nombre que él mismo acuñó). Aunque era en primer lugar médico clínico, y no ignoraba las implicaciones fisiológicas de los síntomas que iban acompañados por cambios corporales discernibles, también creía que incluso dolencias aparentemente orgánicas como la esclerosis múltiple tenían un componente histérico. En la actualidad, esto ofendería a muchas personas que padecen tales enfermedades y las consideran totalmente somáticas, pero es posible que Charcot tuviera razón. 





EL  TRANCE  HIPNOTICO




La personalidad histérica es sumamente sugestionable. Una intensa susceptibilidad a las órdenes hipnóticas se añade al familiar abanico de los síntomas histéricos, y esta exagerada sugestibilidad, que refleja una intensa "compenetración" con el hipnotizador, revela una dimensión importante de la personalidad sin límite El vínculo entre una sugestibilidad extrema y la histeria era especialmente interesante para Charcot, quien llegó a la conclusión de que una pronunciada susceptibilidad a la hipnosis -indicada por la capacidad de deslizarse en un profundo trance hipnótico- era idéntica a la sugestibilidad implícita en el síntoma de "conversión" del histérico. Dicho de otra manera, la persona histérica se autohipnotiza inconscientemente y se sume en un estado somático determinado para evitar un conflicto interno. La configuración especial del entorno del individuo y de sus necesidades personales es lo que "sugiere" la naturaleza específica de la situación somática. O, dicho en términos más simples, los síntomas histéricos siempre parecen curiosamente hechos a medida para las necesidades inconscientes del enfermo. Por consiguiente, según Charcot, se podría considerar el trance hipnótico como un estado patológico o enfermizo.
        En la escuela de Nancy, una investigación paralela de la sugestión hipnótica condujo a Bernheim a conclusiones diferentes. El creía que la sugestión hipnótica no era algo limitado a la personalidad histérica, sino un fenómeno psicológico universal que en mayor o menor medida, inducido y regulado por la sugestión, se podría producir en cualquiera. Así polarizados, Charcot y Bernheim se enzarzaron durante un tiempo en una batalla bastante violenta por definir el dominio de la hipnosis y su significado. Charcot admitió que a él no le interesaba especialmente le petit hypnotism, es decir, los fenómenos hipnóticos menores que podían producirse en quienes no tenían una fuerte predisposición histérica. Lo que a él le interesaba era le grand hypnotism, que era un aspecto muy obvio de la particular patología de sus pacientes. Sin embargo, si comparamos las investigaciones de estas dos importantes figuras del principio de la historia de la psicología, podemos ver que probablemente los dos tengan razón. La histeria, como reflejo de una dimensión todavía informe, plástica e infantil de la naturaleza humana, existe en mayor o menor medida en todo el mundo, y es probable que sea una propiedad de la psique inconsciente. Por lo tanto, todos somos en alguna medida sugestionables a través de la puerta de entrada simbolizada en la carta por Neptuno. Pero cuando la histeria domina la personalidad, ocultando profundas heridas emocionales y sirviendo indirectamente a necesidades instintivas reprimidas que no pueden encontrar una canalización hacia el exterior más saludable, entonces podemos empezar a entenderla como una patología, con la extremada sugestibilidad hipnótica que la acompaña.
        Todas las diversas tácticas de la histeria están orientadas hacia la consecución de alguna forma de "beneficio secundario", ya se trate de conseguir amor, atención, cuidado, afecto físico, comprensión o apoyo material, sin ninguna contribución por parte del "enfermo." Pero igualmente se las puede considerar como esfuerzos para obtener lo que todo ser humano quiere. El problema es que estos esfuerzos se expresan de manera encubierta, sin arriesgarse a la ruptura de la unidad psíquica mediante una comunicación directa y sincera. Pedir lo que uno quiere es una función de Marte en el horóscopo, y Marte, al igual que Saturno es por naturaleza el polo opuesto de Neptuno, porque representa la afirmación de los deseos individuales, y esto significa el fin de la fusión. La tendencia neptuniana a querer lo que la otra persona quiere es un recurso característico para mantenerse fundido con la personalidad del otro. Si hay diferencias, podría haber conflicto, rechazo y soledad. O aunque sólo haya diferencias, esto resulta para Neptuno bastante malo. El neptuniano puede ponerse histérico no porque sus necesidades sean más patológicas de lo normal; son necesidades arquetípicas y muy humanas. Verlas como algo meramente infantil es tener una imagen errónea de un anhelo humano fundamental. Pero es una cuestión de grado. Es frecuente que la persona con un Neptuno fuerte sienta que no puede soportar ni siquiera un grado mínimo de separación o de alejamiento. La angustia que le produce la soledad es casi incontrolable, porque evoca la árida tierra baldía que hay fuera de las puertas del Edén, donde imperan el sufrimiento y la muerte. En casos extremos, esto puede justificar que uno satisfaga sus necesidades por cualquier medio que sea necesario, incluso una enfermedad que lo debilite, destruyendo no sólo su propia libertad, sino también la de los demás.
        Si podemos ampliar nuestra imagen de la hipnosis más allá del caricaturesco sujeto soñoliento desparramado en una silla y llegar al crepuscular Abaissement du niveau mental, el "descenso del nivel de la conciencia" que acompaña a toda clase de ritos religiosos y desfiles políticos de todos los tiempos, podemos empezar a tener un atisbo de lo que es Neptuno en el nivel de la masa. Todos somos susceptibles a la sugestión del mundo de los símbolos arquetípicos, porque ellos nos abren fisuras en la conciencia; si se invoca este sustrato inconsciente de la psique, de buena gana renunciamos a la autonomía individual que nos caracteriza. Y ya dentro de este ámbito neptuniano, agitados y reavivados todos nuestros rudimentarios apetitos y anhelo de redención, fácilmente podemos pasar del edificante drama del ritual religioso a la terrorífica histeria masificada de la manifestación social o política que se desmanda, y no importa si esto significa prender fuego a un gueto negro en el sur de Estados Unidos, destrozar los escaparates de las tiendas judías en Munich, atacar físicamente al compañero de trabajo que se niega a unirse a la huelga o destrozar estadios de fútbol y apalear a los espectadores que apoyan al club contrario.
        Es una imagen aterradora de lo que es la hipnosis a gran escala, usada con el más destructivo de los propósitos. y sin embargo, cuando nos sometemos a la liturgia profundamente conmovedora de un ritual religioso, nos estamos ofrendando del mismo modo con la fe de un niño. Por desgracia, no siempre somos lo bastante hábiles para distinguir lo que es sagrado de lo que es impío y a veces atroz. El mundo de la publicidad comercial se vale de técnicas hipnóticas para bombardear al espectador con un torrente de imágenes evocadoras sumamente simbólicas que pulsan en cada uno de nosotros el botón del paraíso, para sí persuadirnos de que tal o cual producto o un determinado candidato político nos proporcionará salud, belleza amor y una felicidad sin límites. Por supuesto, el intento de rechazar la invasión de este mundo de evocadores símbolos termina por demostrarse inútil, y aunque no lo fuera, parece como si necesitáramos contar, en algún ámbito de nuestra vida, con un lugar donde se nos permita la expresión del anhelo dionisíaco. Es en verdad necesario tomarse muy en serio el relato griego de Penteo y las ménades, porque si excluimos de la vida la necesidad de fusión, esa exclusión genera enfermedad y locura, y nos arroja violentamente a una insufrible tierra baldía. ntender que la hipnosis y la histeria son aspectos de la vida, que todos somos sugestionables y que con la racionalidad sola no se puede garantizar la eficacia de las fronteras personales, podría ayudarnos a encontrar un lugar donde podamos dar expresión creativa a Neptuno, sin por eso dejar de mantener esa individualidad tan duramente ganada que es lo único que de verdad puede protegernos de la infección del demagogo. El propio Hitler es quien nos dice dónde somos más vulnerables:


En un mitin de masas (...) queda eliminado el pensamiento y como este es el estado mental que necesito, porque me asegura la mejor caja de resonancia para mis discursos, ordeno a todos que vayan a los mítines,  donde se vuelven parte de la masa, les guste no, tanto los "intelectuales" y burgueses como los trabajadores. Yo me mezclo con el pueblo, y sólo hablo con ellos como una masa.


La sugestionabilidad, un atributo neptuniano es una parte inevitable y necesaria de la condición humana, porque no sólo refleja nuestras escisiones y divisiones psíquicas, sino también el grado de nuestra apertura a los demás y de nuestra necesidad de pertenencia a una unidad vital más amplia. Pero de igual modo, podemos entender que es un componente capaz de resultar literalmente letal para nosotros, como individuos y como grupo. Los complementos de la sugestibilidad, es decir, los rasgos de carácter que pueden equilibrarla de manera constructiva y no represiva, son la conciencia, los valores y la autosuficiencia individuales. La sugestibilidad del adulto puede ser creativa e inspiradora; la del niño es necesaria e inevitable. Pero la sugestibilidad del niño que pretende ser adulto no augura nada bueno, porque más o menos cualquier cosa puede parecerle un redentor.
        Astrológicamente, los atributos de la identidad individual en que se apoya la vida vienen indicados sobre todo por las funciones del Sol, Marte y Saturno, que son los planetas "egoístas", los que reclaman la autorrealización la autoafirmación y la autopreservación. Neptuno es congénitamente incapaz de decir "yo", con lo cual toca la nota que a Hitler tanto le gustaba encontrar en sus mítines. Una de las ramas más importantes contra la autonomía consiste en esgrimir con ánimo de manipular la palabra "egoísta" sin que importe que sea una madre quien se la diga a un hijo que expresa sus ideas y sentimientos de independencia el enamorado a una pareja que tiene otras preocupaciones en la vida, o un líder político a los opositores que se han atrevido a estimular la confianza de la gente en sí misma. Las acusaciones de egoísmo provocan miedo y culpa en el corazón del niño que las recibe, y estas emociones pueden perdurar en la edad adulta y generar un sentimiento de pecado con respecto a cualquier impulso que refuerce la solidez y el valor de la propia individualidad. Y, tal como nos dice el Gran Dictador, ese es el estado mental que él exige.





EL  NEPTUNO  PSICOANALITICO





A finales del siglo XIX, el creciente cuerpo de investigación médica y psiquiátrica había establecido importantes vínculos entre los estados de sugestibilidad extrema y la propensión la histeria. De ello había surgido la imagen de una estructura de la personalidad según la cual en la psique existen "reductos" subdesarrollados independientes de la conciencia. Tales "reductos" contienen sentimientos y recuerdos inaceptables para el yo consciente, pero que, por mediación de diversos síntomas físicos y emocionales que expresan el conflicto de forma simbólica, ejercen una verdadera tiranía sobre la vida del individuo. En este conflicto se puede percibir el choque entre compulsiones "pecaminosas" y la necesidad de expiación tan característica de Neptuno, aunque en el trabajo psicoanalítico se ponga más bien el acento en los factores personales y patológicos que en la naturaleza arquetípica y teológica de las dificultades emocionales. Estas teorías sobre la histeria formaron la piedra angular de lo que más adelante llegaría a ser la teoría psicoanalítica clásica. El núcleo de las imágenes míticas nos ofrece el paisaje interior del complejo como un atisbo de su significado más general.
        En la raíz de esta forma peculiarmente neptuniana de sufrimiento se encuentran sentimientos y fantasías que se han mantenido en un estado infantil. Mientras que el cuerpo crece y el intelecto se desarrolla, persiste un estado emocional de una fusión beatífica, tanto erótica como mística, con una deidad parental que es toda amor y protección. En el mundo del bebé, la dimensión sensual es tan dominante como la vivencia psíquica de la unidad, porque en esta etapa de la existencia el cuerpo y los sentimientos son indistinguibles. Tanto por razones ambientales como constitucionales, el niño que se va convirtiendo en adulto no puede -o no quiere- afrontar las necesarias experiencias de separación psicológica que constituyen un puente entre el mundo arquetípico del Edén y el mundo humano de las relaciones y la encarnación en el cuerpo. El yo, es decir, el centro de la personalidad individual, no llega a cuajar del todo, y, de forma periódica o permanente, el dominio arquetípico de las deidades del mar invade la vida ordinaria, a veces de manera muy destructiva. Entonces, las puertas del Edén no se abren a una vida fertilizada por un sentimiento de unidad y de significado, sino que simplemente no se abren, y el núcleo de la individualidad queda aprisionado tras las murallas del Jardín del Paraíso.
        Y mientras el resto de la personalidad madura a su alrededor, este secreto Edén interior, con su árbol de la inmortalidad y sus aguas que lo nutren eternamente, sigue siendo una influencia que tiene un peso enorme sobre muchas de las opciones y acciones del individuo, por más que vistas desde fuera parezcan libres. Sin embargo, como se trata de una unión incestuosa, conlleva siempre un hondo sentimiento de pecado. Cuando el individuo se siente amenazado por los desafíos del mundo exterior, el terror y la rabia se manifiestan mediante síntomas que tratan de manipular al entorno y conseguir que retire la amenaza sin dejar de castigar el pecado. Esta es la dinámica de lo que los primeros psicoanalistas llamaban histeria, y es también la dinámica de Neptuno descontrolado. Desde el punto de vista astrológico, un Neptuno poderoso, en conjunción con un ángulo o bien formando aspectos mayores con otros puntos importantes de la carta natal, como el Sol o la Luna, describe una propensión innata a permanecer muchísimo tiempo en el Edén. Que esto sea "bueno" o "malo" depende de si uno es capaz de expresar también el resto del horóscopo. Las aguas del Paraíso pueden fertilizar dones extraordinariamente creativos y generar una elevada sensibilidad ante el sufrimiento humano. No todos aquellos que tienen un Neptuno fuerte son histéricos, a menos que ampliemos la definición de histeria para incluir todas las tácticas de manipulación psicológica orientadas hacia la fusión. Son rasgos que se dan en todos los seres humanos, y que forman la base tanto del arte de la religión como de la sistomatologia histérica.
        No podemos comprender a Neptuno sin entender algo del mundo imaginativo del niño que se esfuerza por descubrir su propia realidad. Los dilemas neptunianos siempre indican algo que todavía no se ha formado. Por consiguiente, es necesario que estudiemos más de cerca las etapas de desarrollo de la niñez, concentrándonos en lo que podría “ir mal" -tanto en el entorno como en el interior del propio niño- y dañar el delicado equilibrio entre el anhelo neptuniano y los demás factores de la personalidad.
        Independientemente de dónde esté emplazado Neptuno y de los difíciles que puedan ser sus aspectos, la diferencia entre una personalidad neptuniana capaz de arreglárselas con sus idiosincrasias y una personalidad infantil, desvalida y sin formar reside en buena parte en el vínculo entre madre e hijo. Con frecuencia parece como si los contactos problemáticos de Neptuno reflejaran el entorno, especialmente si están implicados los indicadores maternos, es decir la Luna y la décima casa. Sin embargo, lo que en última instancia nos dice la carta natal es la forma en que percibimos el mundo y cómo reaccionamos ante él. Nuestras percepciones pueden ser verdaderas pero selectivas, y nuestras reacciones son sumamente individuales. E incluso con un Neptuno difícil, el desarrollo del yo es un proceso por el que pasan todos los recién nacidos y que cada uno de ellos padece de una manera u otra. Los emplazamientos planetarios no pueden decirnos si la personalidad sobrevivirá o no fuera del Edén. Se limitan a describirnos líneas generales del proceso, con qué conflictos interiores se encontrará y con qué recursos cuenta para resolverlos. Es probable que la madre que "no es suficientemente buena”, (expresión de Winnicott) no sea otra cosa que la desdichada portadora, muy a su pesar, de muchas generaciones de conflictos familiares, y quizá nos veamos enfrentados no sólo con dificultades psicológicas, sino también con problemas somáticos heredados que se viven como un "destino", porque han formado parte de la trama de la familia desde hace tanto tiempo que se han convertido en algo prácticamente inevitable. Pero cuando la persona está muy dañada, y se encuentra además bajo la compulsión negativa de Neptuno, el tipo de apoyo que por lo general necesita recibir, por lo menos al principio, del asesor psicológico, es el ofrecimiento de un contenedor "suficientemente bueno" para ayudar a una personalidad infantil y todavía sin formar a descubrir cómo apoyarse en la vida, es decir, un arca de salvación. Por más problemático que pueda parecer Neptuno en la carta natal, la persona nunca está en una situación de desvalimiento irrevocable ni condenada sin esperanza a una supuesta pauta "kármica" de sufrimiento. Uno no puede encargar un Neptuno nuevo, bien aspectado o menos destacado, ni tampoco hay que desearlo. Pero si puede trabajar con el problema de una madre que no fue "suficientemente buena".
        Esta expresión de Winnicott, "una madre suficientemente buena", ha resultado muy positiva en los círculos terapéuticos para aligerar un nivel de perfección imposible que se les exigía de un modo implícito a las madres. La "madre suficientemente buena", sean cuales fueren sus fallos (y pueden ser considerables), es capaz de proporcionar a su hijo el apoyo emocional necesario para que llegue a desarrollar una personalidad razonablemente integrada, que puede o no ser neptuniana. En un niño que no haya nacido bajo la influencia de un Neptuno poderoso, los problemas familiares pueden reflejarse en otra clase de dificultades emocionales, simbolizadas por otros planetas. Si el niño posee la ilimitada intensidad imaginativa y erótica, además de peculiarmente receptiva tan propia de Neptuno, el hecho de que la madre no llegue a proporcionarle un apoyo "suficientemente bueno", por lo común tendrá como resultado uno u otro de los problemas que caracterizan a Neptuno.
        Astrológicamente, la madre "interesada por sí misma de un modo compulsivo" otra expresión de Winnicott, podría estar representada en la carta natal de su hijo por aspectos difíciles (incluyendo la conjunción) de la Luna con Saturno, Urano o tal vez Marte, o bien por el emplazamiento de uno u otro de estos planetas independientes en el Medio Cielo o en la casa diez. Entonces, el niño neptuniano puede tener la vivencia de la madre como una persona distante, encerrada en sí misma, ambiciosa, explosiva, irritable, impaciente o siempre enfadada. A veces, esto es el reflejo de una situación real, y la madre posee fuerza, ambición, determinación y un espíritu independiente, pero no ha encontrado el valor o la capacidad necesarias para expresar esta aparte de sí misma a la vez que asume el papel de madre. En estos casos, puede que, debido a sus propias inseguridades, "sacrifique" sus impulsos y ambiciones independientes. Entonces, su necesidad de libertad y autoridad permanece inconsciente, y el niño interpreta su frustración como un rechazo. En ocasiones, el niño tiene la vivencia de su madre como alguien aterradoramente incoherente, que un día le demuestra amor y afecto, y al siguiente, rabia y hostilidad. Con menos frecuencia puede suceder que la madre exprese su naturaleza independiente a expensas de la familia, y que el niño se sienta completamente olvidado y desatendido. Nunca podemos estar seguros de la medida en que una madre es culpable, pero sí podemos identificar una incompatibilidad fundamental entre las necesidades y la naturaleza de la madre y las de su hijo neptuniano. Aunque cualquier consejero psicológico ha de ser capaz de sentir empatía por el sufrimiento de un cliente, y también es necesario que éste sienta compasión por sí mismo, el principal objetivo no es vapulear a la madre, sino ayudar a la persona a aceptar su propia individualidad en toda su complejidad. El rostro patológico de Neptuno no suele convertirse en un problema vital importante a menos que los sentimientos de carencia emocional que expresa el niño se basen en algo real.
        Pero la yuxtaposición de estos dos factores -el rechazo encubierto o manifiesto de la madre, y la sensibilidad y dependencia del niño- es lo que provoca la intensa reacción de negarse a abandonar las aguas del Paraíso.
        La madre demasiado "preocupada" es decir, la que es incapaz de renunciar a su fusión con el niño, puede estar representada en la carta natal de éste por configuraciones difíciles de la Luna con Neptuno o con Plutón, o por el emplazamiento de la Luna, Neptuno o Plutón en el Medio Cielo, o en la casa diez. A veces, esto puede indicar una madre cuya personalidad no está formada, y que encuentra su propio significado fundiéndose con sus hijos y viviendo a través de ellos. La vivencia que el niño tiene de una madre como esta es la de una mártir o víctima, siempre deprimida. También puede sentir que sus propios limites están constantemente amenazados, aunque de un modo sutil, porque la madre le infunde un sentimiento de culpabilidad y de obligación emocional hacia ella. Cualquier esfuerzo por establecer una identidad separada provoca en ella rechazo y represalias. Hay que insistir en que nunca podemos estar seguros de que la madre sea realmente tan manipuladora y dependiente como la percibe su hijo. En todo caso, éste experimenta las necesidades emocionales de su madre como una exigencia de posesión absoluta. El niño neptuniano, enfrentado con semejante dilema, no puede soportar la soledad de la rebelión, y es probable que crezca intentando aplacar a todo el mundo por el terror de las consecuencias de decir "no". A veces, ambas imágenes de la madre -la de una persona acuosa y sin forma y la de alguien que rechaza y se mantiene a distancia- se presentan juntas, reflejadas por configuraciones como una cuadratura en T de la Luna con Neptuno y Urano, o bien con Neptuno y Saturno. Esto indica una madre que a veces es demasiado invasora, mientras que otras pierde bruscamente todo interés por su hijo. Es probable que el niño neptuniano necesite un tiempo de destete más suave y prolongado. Además, un niño con estos aspectos conflictivos en su carta natal puede ver a su madre como una persona emocionalmente incoherente porque él mismo lo es. Pero tal como decía Winnicott, la "madre suficientemente buena" sabe cómo se puede sentir el bebé y es capaz de responder con sensibilidad a las necesidades fluctuantes de su hijo.
        Un examen más minucioso del papel de la madre en los problemas neptunianos no la señala como culpable de todos los males de Neptuno. Para muchas personas puede ser necesario que miren más allá de su idealización protectora de los antecedentes parentales y examinen con realismo los problemas, tanto por comisión como por omisión, que han ido pasando de padres a hijos. Pero el propio individuo, hombre o mujer, con una disposición innata que ha reaccionado de determinadas maneras ante un historial inevitablemente imperfecto, es en ultima instancia el responsable de la curación y del cambio. Todos tenemos que enfrentarnos con la herencia psíquica y somática que nuestros padres tuvieron que encarar antes que nosotros, y que se ha convertido en una de las fuentes de nuestro propio sufrimiento y de nuestros bloqueos; y no sólo es compasivo, sino también realista a partir de la base de que hay poquísimos padres malos de verdad que destruyan deliberadamente a sus hijos. Más bien son muchísimos los que, aun siendo tan afectuosos y buenos como pueden, simplemente no llegan a tener conciencia de los conflictos de los que sus hijos son víctimas involuntarias.
        Problemas neptunianos como las enfermedades histéricas, la adicción y la tendencia al desvalimiento y a sentirse una víctima, es probable que se resistan tercamente a curarse mientras la persona no tenga en cuenta los conflictos que pertenecen a la primera infancia y trabaje con ellos. Esto no significa necesariamente un psicoanálisis hecho y derecho Los enfoques terapéuticos son muchos, y aunque los practicantes de diferentes escuelas discrepen fuertemente entre sí en lo teórico y en el enfoque global, hay una amplia variedad de perspectivas psicológicas que pueden ofrecer ayuda a largo plazo si el terapeuta posee la sensibilidad, la integridad y el compromiso necesarios para reconocer con empatía la realidad interior de su cliente. Quizás el espíritu solo no pueda proporcionar la curación, aunque eso sería lo que preferiría Neptuno; Mefistófeles siempre sale por la misma puerta por donde entró. En el caso de Neptuno, esta puerta es el vinculo parental originario. Por lo general, se necesita alguna clase de alianza terapéutica (se la llame como se la llame) para que la persona pueda enfrentarse a los terrores de la soledad, el vacío y la aniquilación, comparados con los cuales las aguas del olvido pueden parecer muy tentadoras. Por más "culpables" que sean los padres, al final los problemas esenciales de la fusión y la separación deben encararse como una responsabilidad del propio individuo. El misterioso factor de la predisposición inherente, sobre la cual la carta astral puede proporcionar tanto datos útiles quizá determine desde el comienzo si uno acabará por convertirse en víctima de la dimensión patológica de Neptuno. Y el no menos misterioso factor de la opción individual puede determinar si seguirá siéndolo.


El bebé inicia un proceso de desarrollo personal y real si tiene una madre suficientemente buena. Si los cuidados maternales no son suficientemente buenos, el niño se convierte en una colección de reacciones a la intrusión y no llego a formarse en él un verdadero yo...


Ese yo aun sin formar, porque no ha sido emocionalmente "destetado", entra en la edad adulta añorando la madre que no estuvo presente en un principio: un lugar de contención seguro en donde el germen primordial del yo pudiera desarrollarse. Una persona así, sean cuales fueren las aptitudes que haya cultivado de acuerdo con las otras configuraciones de la carta natal, jamás renuncia al anhelo neptuniano de volver al Edén. La preexistencia y la postexistencia son lo mismo en la imaginación humana. El anhelo de fusión con el objeto originario", la madre buena y omnipotente, puede experimentarse como un ansia de la muerte. El deseo de morir de Neptuno no es violento. Es el lento y sensual deslizamiento en la disolución que proporciona la psicosis, las drogas y el alcohol.
        El estado de “falta de vida” que tan intensamente busca la personalidad neptuniana no es sólo una vivencia de fusión con un sustituto de la madre, ni una trascendencia extática de uno mismo; es un estado precorporal libre de los conflictos y los apetitos de los instintos. La persecución compulsiva de la espiritualidad a expensas de la vida del cuerpo pertenece al mismo contexto que el evidente deseo de muerte del drogadicto o el alcohólico, o que la emotividad regresiva del histérico. Todas estas expresiones rechazan la soledad y la autonomía del hecho de ser uno mismo, que impide el retorno al Jardín del Paraíso.
        Una curiosa característica de la persona sometida a la compulsión de Neptuno es que jamás parece tener una "verdadera" depresión que es una aceptación de nuestra oscuridad, nuestra suciedad, nuestra ambivalencia y nuestra condición de seres separados. La personalidad neptuniana tiene muy poca capacidad para contener la angustia, y ante un conflicto puede ser presa del pánico y expresar ciegamente sus emociones, y suele confiar en que los demás la salven. También es Neptuno el que habla a través de la voz de la persona que siempre dice: "¡Pero es que no puedo evitarlo!" Cuando se le plantea el desafío de contener sus intensas necesidades emocionales. Casi cualquier experiencia emocional es lícita, menos el proceso, obstinado y lamentable, de refugiarse dentro de uno mismo en momentos de gran confusión. Uno puede ascender al ámbito de lo cósmico o hundirse en la desintegración corporal y física; arrojarse en los brazos del padre o la madre, de un hijo, un amante, la pareja, un guru o una ideología, pero siempre se esfuerza por escapar de ese duro terreno saturnino que exige que se tome la realidad, incluso la propia, tal como es. Neptuno puede imitar una auténtica depresión, con abrumadores sentimientos de culpabilidad y de odio por sí mismo, y una especie de trágica melancolía que interpreta la vida como un valle de lágrimas; en ocasiones puede incluso mostrar la propensión a autoinflingirse dolores terribles. Pero raras veces aceptará la sustancia saturnina que forma el núcleo de su "yo" como una posible arca que pueda servirle para surcar las aguas. De este modo, la persona no aprende a confiar en sí misma ni tampoco a respetarse, porque eso depende del descubrimiento de su capacidad de ser independiente. Por eso, con frecuencia a los demás les resulta difícil simpatizar con el sufrimiento de Neptuno. Aunque sin duda es real, también tiene algo de la líquida interpretación del actor, y con frecuencia carece de la resistencia y la autenticidad del dolor de Saturno.




LA  PERSECUCION  DEL  SUFRIMIENTO





El sufrimiento neptuniano puede ser a la vez autoinflingido y manipulador. Tanto si se entiende que la base de esto es una vergüenza profunda de la fantasía del incesto como si se ve en ello el anhelo de llegar a ser digno de la unión con la divinidad mediante la humildad nacida del dolor, es frecuente que la persona neptuniana dé la clara impresión de estar enamorada de su propia desdicha.
        La personalidad histérica puede valerse inconscientemente del dolor con sus propósitos de manipulación, en la esperanza de atraer la simpatía y la protección de los demás, al mismo tiempo que cumple con la obligación interior de autocastigarse. La palabra que con más frecuencia usamos para describir este comportamiento es masoquismo. El comportamiento masoquista, tanto si se expresa exclusivamente en el ámbito sexual como si constituye una pauta psicológica vital más general, pertenece al mundo de Neptuno. Su núcleo reside en un centro arquetípico familiar integrado por sentimientos de vergüenza, una necesidad de expiación mediante el sufrimiento, una expresión indirecta de agresividad y un poderoso anhelo de redención. Al masoquismo se lo puede considerar corno una patología, pero también como la expresión personal de una necesidad más profunda, e inconsciente, de experimentar el sufrimiento de la condición humana. Ambas maneras de verlo son igualmente valiosas para entender a Neptuno.
        La palabra "masoquismo" proviene de Leopold von Sacher-Masoch, que a fines del siglo XIX publicó varias novelas cortas autobiográficas que lo hicieron famoso en Alemania y Austria debido al estilo florido con que describía temas como la sumisión voluntaria a la esclavitud, la humillación sexual, la crueldad y el abuso físico y psicológico. Aunque Krafft-Ebbing acuño el término para denotar formas muy específicas de conducta sexual, el uso que hacen de él las escuelas psicoanalíticas es mucho más amplio, e incluye el comportamiento llamado "masoquismo moral" que se describe a continuación.


Quizás la mejor definición que se pueda dar del masoquismo moral sea la de una pauta, que se mantiene durante toda la vida, de dificultades o fallos inconscientemente preparados, en múltiples áreas de funcionamiento. En nuestra sociedad, se trata del perdedor, la persona que tiene que estar siempre  tropezando innecesariamente o incluso fracasando (...) La gratificación sexual subyacente, que es muy obvia en la perversión no es visible para el observador, ni tampoco el paciente la experimenta como tal.


Se trata del tema característico de la tendencia neptuniana a convertirse en una víctima, vista a través de una lente psicoanalítica. A veces (aunque no siempre), la conexión con la sexualidad se mantiene oculta, pero la necesidad de castigo o expiación es obvia. Implacablemente, el masoquista moral intenta satisfacer sus rudimentarios anhelos incestuosos mediante la persecución del dolor, la subyugación y la humillación, ya sea a manos de la autoridad o del destino. No importa que experimentemos nosotros mismos esta compulsión o la observemos en otra persona; siempre es una mezcla profundamente inquietante de sufrimiento placentero autocompasión, desvalimiento premeditado, impotencia y cólera reprimida, que es muy difícil de soportar, afrontar y desenmarañar.
        Al masoquismo se lo podría definir como el hecho de encontrar placer en el dolor, y Freud llegó a la conclusión de que esa fusión de placer y dolor proviene de la terrible culpa y la gran angustia que provocan los deseos incestuosos. Por consiguiente, cualquier experiencia de satisfacción placentera va acompañada automáticamente de la necesidad de castigarse a uno mismo. Es una especie de expiación instantánea que se produce en el mismo momento que el pecado, con lo cual se anticipe a la venganza de Dios o del padre o la madre, mientras que al mismo tiempo la persona está reclamando el fruto prohibido. Esta necesidad de expiación instantánea no se da solamente en la esfera sexual, donde se ha violado el tabú originario del incesto, sino que puede adherirse a cualquier cosa en la vida que se convierta en objeto de deseo, ya sea una persona, una ambición profesional o una vivencia interior de confianza en uno mismo y de autoestima. La expiación compulsiva del masoquismo generado por la culpa puede conducirnos a destruir nuestras relaciones, perpetrar nuestro propio fracaso material, estropear nuestras entrevistas de trabajo, hacer naufragar nuestros proyectos creativos y adoptar toda clase de comportamientos autodestructivos y denigrantes para nosotros mismos. Puede hacer que nos enamoremos de quienes nos rechazan, insultan y humillan, o de aquellas personas cuyas propias necesidades de manipulación nos convierten la vida en un infierno de frustraciones. Podemos ver con especial claridad sus huellas en la esfera de la vida indicada por la casa donde está emplazado Neptuno en el horóscopo natal.
          Wilhelm Reich se interesó por los elementos agresivos del comportamiento masoquista; creía que las personas masoquistas utilizaban el sufrimiento que ellas mismas se infligen para defenderse de las consecuencias de su rabia. Esta premisa se refleja en el resentimiento (y no en la simpatía que cabría esperar en cambio) que provoca en los demás el comportamiento de alguien que se convierte a sí mismo en una víctima, ya que los demás perciben, aunque no se den cuenta de ello, que la pasividad del masoquista oculta sentimientos mucho más próximos al odio. Reich veía a un futuro masoquista en la persona que en su niñez se ha visto excesivamente frustrada y herida, pero su propia pasividad innata y su miedo a la separación, combinados con unos padres intratables, dan como resultado defensas muy profundas contra la posibilidad de desencadenar su agresividad. De este modo, Reich describía de forma muy sucinta los sentimientos que provoca un conflicto Marte-Neptuno, a menudo indicado por un aspecto difícil entre estos dos planetas, emplazados en signos dominantes. Este conflicto interno se vuelve aun más problemático cuando los padres no son lo "suficientemente buenos". Una vez más nos enfrentamos con una reacción química de un temperamento innato frente al entorno. La agresividad pasiva, tan obvia en el tipo de comportamiento en que el sujeto se convierte a sí mismo en una víctima, es sin embargo muy difícil de encarar, tanto en un cliente terapéutico como en uno astrológico, porque en el momento de tal confrontación, la persona intentará invariablemente suscitar sentimientos de culpa en su "perseguidor", lo cual suele ser de gran eficacia porque pulsa el botón neptuniano del otro.
        Es de esperar que el consejero astrológico sea capaz de persuadir a la persona, prisionera de su tendencia a convertirse en víctima, de que investigue algunas de las motivaciones más profundas de tal comportamiento, de modo que pueda obtener un enfoque más directo y creativo de los demás y de la vida. No es demasiado útil decirle a un cliente así que sus sacrificios son "kármicamente necesarios". Que puedan o no ser necesarios en otros niveles más sutiles es algo que está por verse; pero la verdad no se puede descubrir por otro medio que una confrontación profunda.
        Es posible que los conflictos edípicos constituyan la base de las pautas de comportamiento masoquistas, pero cuando está en juego Neptuno, no es mala idea plantearse la cuestión. En el masoquismo neptuniano hay también otras dimensiones significativas, que por lo común, aunque no siempre, están entretejidas con la historia personal de la familia Sería absurdo suponer que todos los actos espontáneos de generosidad y altruismo no son otra cosa que sublimaciones de un secreto deseo de sufrir enraizado en el sentimiento de culpabilidad edípico. Pero las complicadas pautas infantiles de la personalidad masoquista se entremezclan con las más nobles aspiraciones neptunianas de tal manera que a menudo es muy difícil desenmarañarlas. Un anhelo de sanar el sufrimiento de la humanidad puede coincidir con un deseo de sanar tanto el sufrimiento de la madre como el de la propia infancia.
          La ese sensibilidad neptuniana al sufrimiento de los demás es un hecho psicológico, tan evidente en la niñez como en la edad adulta. En la infancia, no se puede percibir sufrimiento con objetividad; incluso a un adulto maduro y perspicaz le resulta bastante difícil desapegarse de él lo suficiente para entenderlo. Un bebé no puede mirar a su madre deprimida y desilusionada y llegar a esta conclusión: "Ah, bueno, ella también tuvo dificultades con sus padres y tiene la misma necesidad que yo de que la abracen y la protejan, así que es natural que me pida a mí que alivie su dolor y su soledad en vez de responder a los míos". Visto con los ojos del niño, el mundo entero está lleno de sufrimiento, porque al principio de la vida la madre es el mundo. No hay otra curación que la renuncia a las propias necesidades emocionales, a fin de lograr una apariencia de seguridad en el ambiente. Como el pequeño neptuniano capta indicaciones no expresadas de la misma manera que un buen actor intuye las fluctuaciones del interés de su público, este niño emocionalmente dotado es quien más sufrirá en su contacto con una madre demasiado necesitada. El mensaje es bastante claro: No existas independientemente de mí, porque sin ti yo no soy nada ni tengo nada y tú eres lo único que me salva del sufrimiento y la soledad. ¿Qué niño sensible podría resistirse a semejante suplica? Ciertamente, los hijos de Neptuno no. Identificarse con la madre significa identificarse también con su sufrimiento. Una de las dimensiones más profundas del "masoquista moral" es que la persona no se atreve a ser feliz porque serlo significa abandonar una unidad originaria madre-hijo basada en el hecho de compartir la decepción y la condición de víctimas. Cualquier logro que uno alcance en su propia vida es un acto de separación, y es sumamente difícil separarse de algo que jamás se ha tenido.
        Así es como el niño neptuniano puede cargar con la onerosa tarea de redimir a la madre, una actitud que quizá mantenga en la vida adulta, cuando la identificación con el papel de víctima y salvador lleva al individuo a intentar "salvar" a su pareja dañada o enferma. O la persona puede sentirse atraída por profesiones de ayuda a los demás que nada tengan que ver con su temperamento, o que la destruyan anímicamente debido a un exceso de trabajo, frustración o a una burocracia intolerable, sólo porque se siente impulsada a salvar a un padre o una madre que sufra y que secretamente sigue siendo un niño pequeño. Esta es la dimensión más sombría de la necesidad neptuniana de cura, y con frecuencia indica una madre que la puesto sobre los hombros del hijo el manto de redentor. No es sorprendente que sean tantos los neptunianos en las profesiones asistenciales, ni tampoco que con tanta frecuencia estén ellos mismos agotados y enfermos, acosados por problemas físicos y emocionales, incapaces de poner límites y de reclamar para sí mismos el tiempo y el dinero necesarios. La línea que separa al sanador y su paciente desvalido y dependiente es borrosa, como lo es también la que hay entre el hijo dependiente y desvalido y su dependiente y desvalida madre.
          Es necesario que examinemos con más cuidado la etiqueta de "espiritual" que tan frecuentemente se le pone a esta clase de vida sacrificada, porque allí donde encontramos el libro de oraciones encontraremos también el cochecito de bebé. Ya sea que se la formule en el lenguaje religioso convencional o en términos sociológicos, la combinación de altruismo e infantilismo funciona de maneras muy complejas en la persona que se identifica con el arquetipo de la víctima redentora. Se necesita tener cierto coraje para adoptar esta perspectiva más profunda, porque el autosacrificio es, por lo común, algo que el colectivo considera como el más noble de los actos.
        El problema con que aquí nos encontramos es el de distinguir entre una compasión que se identifica con el sufrimiento ajeno y reacciona con el deseo de sanar o consolar, aunque sea a sus propias expensas, y un masoquismo que dicta que esa respuesta tiene que ser absoluta y excluir cualquier satisfacción o alegría personal. Lo difícil es encontrar el equilibrio, que además es algo sumamente individual. Aquí no hay líneas directrices que le limiten la "normalidad". Pero no se puede encontrar ninguna clase de equilibrio si no se investiga la dimensión masoquista del autosacrificio.
        Al éxtasis religioso del sufrimiento se lo suele vincular con la visión milenarista porque (conscientemente o no) el flagelante espera el día del Juicio Final, cuando los malos serán castigados y a los inocentes se les concederá el poder sobre el mundo. Puede que, para muchas personas modernas víctimas neptunianas, el día del Juicio Final no tenga ninguna connotación espiritual manifiesta; puede ser simplemente el día que el abogado especializado en divorcios consigue dejar sin un duro al marido infiel, o que la empresa que te ha dejado en la calle se declara en quiebra. Ese estado de ansiosa expectativa escatológica se puede observar en la actitud de mártires de muchas personas dominadas por Neptuno, a quienes se puede ver frecuentemente reuniendo "puntos espirituales" para el día, remoto y no especificado, en que todos los sacrificios les sean reconocidos y recompensados en efectivo. Este es el espíritu con que la madre destructiva transmite a su hijo el sentimiento de una deuda emocional que ella puede reclamarle en cualquier momento, aunque sea a titulo póstumo. Esta pauta, profundamente inconsciente pero capaz de ejercer un tremendo poder, puede ocultarse tras el impulso característico de los que se han identificado con el papel de redentores: deben salvar al mundo sin pérdida de tiempo, con una prisa espantosa, como si escondida en alguna parte estuviera su madre, esperando que le paguen todos sus sacrificios y empezando ya a impacientarse.
        Sin embargo, como somos mortales y existimos en un cuerpo, nos está vedada la vivencia espiritual de la unidad, a no ser en momentos muy fugaces. Desde este punto de vista, el sentimiento de vergüenza que nos provoca nuestra codicia y nuestro egoísmo es apropiado. El Edén del amor universal no es sólo nuestra compulsión narcisista primaria, sino también nuestro ideal más elevado, y puede arrancarnos de nuestra insignificante vida de absorción en nosotros mismos para transportarnos a un reino de gran exaltación y belleza. El dilema reside en el abismo existente entre nuestros ideales y nuestra condición humana ordinaria, y en la forma en que intentamos salvar esta brecha. El amor y el arte son dos de los canales más creativos que nos ofrece Neptuno para tender este puente. En ambos dominios es imposible beber realmente de las aguas del Jardín del Paraíso si nos ocultamos. Hay, desde luego, algo de sagrado en el hecho de ofrecerse generosamente, sin esconder ninguna etiqueta con el precio. De la misma manera, hay algo de profano y corrupto en el sufrimiento autoinflingido con la idea de reunir puntos para ganar el cielo. Y Neptuno es capaz de ambas cosas. 





EL  LIEBESTOD[1]


  

Enamorarse puede ser algo fascinante que, nos enriquece y trasforma, y por lo general bien vale la desilusión que inevitablemente sobreviene cuando uno se enfrenta con la difícil tarea de aprender a relacionarse con otra persona. Sin embargo, hay quienes se enamoran pero no para establecer una relación de pareja que haga que se sientan realizados durante toda la vida, o se enamoran dos o tres veces pero no van adquiriendo experiencia y claridad de visión con cada uno de esos encuentros, antes de hallar lo que buscan. En cambio, se quedan atrapados en el torturante anzuelo de una obsesión constante por alguien a quien no pueden llegar a poseer, o bien se sienten repetidas veces heridos y se quedan aturdidos por haber tomado una serie de decisiones desastrosas. O si no, lo que los atormenta, dentro ya de una relación de pareja estable, es una sucesión de breves fascinaciones compulsivas que al parecer les invaden como si fueran obra de un destino implacable y que cada vez les hunden más en la desdicha. Otra posibilidad es que estas personas estén enamoradas de alguien que siempre abusa de ellas, que las traiciona reiteradamente, o que, con la implacabilidad de un bebé, les exige ni más ni menos que una entrega total en cuerpo y alma. Las víctimas de tales amores no pueden liberarse, porque la red de fascinación de Neptuno las ha inmovilizado en la actitud perenne de la víctima redentora. Esto es lo que les suele pasar a las personas que tienen un alto grado de imaginación y de sensibilidad, y que podrían (y lo anhelan desesperadamente) llevar una vida más feliz. Para ellas, en el amor romántico no queda ningún esplendor después de la luna de miel. Es una adicción infernal que, como si se tratara de heroína o alcohol, termina por destruir toda esperanza y todo respeto por uno mismo. Interpretar tales situaciones como 'kármicas" o buenas para la "evolución del alma" es algo peor que inútil, es destructivo. Tampoco hay que enorgullecerse de aceptar semejante desdichas "por los niños", ya que generalmente son ellos los que reciben en herencia el modelo de sufrimiento, al ir aprendiendo que las relaciones humanas son una especie de Infierno.
        Este tipo de situación extrema que acabo de describir puede estar indicado en la carta natal por emplazamientos como Venus en oposición o en cuadratura con Neptuno, Neptuno en la casa séptima o en la octava con aspectos problemáticos, o el Sol o la Luna en aspectos difíciles con Neptuno y conectados con la casa séptima o la octava, por regencia o por estar emplazados allí. También Marte puede estar vinculado con Neptuno, lo que sugiere un elemento adicional de adicción sexual o de masoquismo. Como es obvio, estos aspectos solos no son "causa" de un sufrimiento crónico en el terreno amoroso. Para tejer un diseño así se necesitan muchos hilos, incluyendo las hebras de un determinado tipo de niñez.
        El hecho de no poder conseguir a alguien ejerce con frecuencia una atracción compulsiva sobre Neptuno, tal como la luz atrae a las polillas. A menudo podemos ver, tanto en la persona que sufre como en su horóscopo, algo que es totalmente obvio pera todo el mundo salvo para la víctima: el deliberado, aunque inconsciente, sabotaje de cualquier posibilidad de establecer una relación que pueda funcionar en la vida cotidiana. Y este puede ser el caso incluso cuando la persona proclama a voz en grito que lo que más desea es comprometerse en una relación de pareja estable.
        Una parte de la persona muy influida por Neptuno puede interesarse por la frustración y el sacrificio, lo cual lleva a elegir inconscientemente un amor que en el fondo es inalcanzable. La barrera podría ser tanto un compromiso previo contraído por alguna de las partes como la distancia geográfica, un código ético -religioso o espiritual- que prohibe la unión, o algún problema físico o emocional insoluble que convierte la relación en algo permanentemente insatisfactorio. El amante escurridizo puede estar físicamente presente, e incluso ser el cónyuge legitimo, pero la inalcanzabilidad se puede presentar de muchas maneras. El desinterés sexual, la enfermedad, una incapacitación permanente, la infidelidad crónica, el alcoholismo, alguna drogadicción o una carrera que exige estar viajando continuamente no son más que unas pocas de la gran cantidad de opciones que se le ofrecen a quien se consagra al sufrimiento. También puede ser que la inalcanzabilidad, al igual que la belleza, exista sólo en los ojos de quien la mira, si yo quiero de ti más amor del que tú eres humanamente capaz de ofrecerme, entonces, por más que me ames, para mí eres inalcanzable.
        Aquí podemos reconocer sin duda las pautas comunes del masoquismo, cuya causa es la profunda necesidad de expiar algún pecado. Pero si todo esto Parece de una cruel falta de romanticismo, también podemos adoptar el punto de vista teológico, que es igualmente válido y aplicable a Neptuno. Por otra parte, las dos perspectivas no se excluyen la una a la otra. Al deseo de lo inalcanzable se lo puede entender, por más perverso que parezca, como un mecanismo psíquico inteligente, porque abre las puertas al ámbito de la fantasía creativa además de producir una frustración y una desdicha enormes. Lo primero proporciona el significado y el "propósito" más profundos de la experiencia, mientras que lo segundo es el precio emocional y físico que pagamos. Pero para descubrir este rostro más creativo de Neptuno, donde el amor imposible se convierte en la puerta de acceso a las riquezas del mundo interior, uno debe empezar por enfrentarse sinceramente con el hecho de que algún interés tiene en que el ser amado sea inalcanzable, y de que las raíces de gran parte del sufrimiento se hunden en el pasado, en la "novela sentimental familiar" de la primera infancia.
        Mucha gente, al enamorarse inconscientemente empieza a representar el consagrado ritual neptuniano de transformarse en un espejo para la idealizada imagen del alma del ser amado. Esto puede suceder de las maneras más sutiles, y por lo general sin que uno se dé cuenta en absoluto de lo que está haciendo. Pero el proceso exige inevitablemente que la naturaleza y las reacciones del propio individuo se adapten en la medida necesaria para que puedan reflejar los inexpresados sueños y necesidades de redención del otro. El agua siempre toma la forma del objeto con el que entra en contacto. Dos personas entregadas a este tipo de diálogo inconsciente (que en realidad es un reciproco esfuerzo de fusión con la fuente) tienden a generar una atmósfera que les da una sensación de éxtasis mágico, pero que con frecuencia, al ser tan excluyente y parecer un trance, provoca en los demás una sensación de aislamiento e irritación. Sin embargo, nadie puede hacer de espejo si está demasiado sólidamente definido como individuo; cuanto más nítidos son los contornos de la propia personalidad, menos capaz es uno de devolver interminablemente a la otra persona el reflejo de las difusas profundidades de su propia alma.
        Para las personas una vez pasada la luna de miel, durante la cual, al mirar el espejo mágico, sienten que la otra persona es la suma de todos los ideales que alguna vez han soñado o deseado y también, sin la menor duda, el compañero o la compañera del alma a quien han conocido durante múltiples encarnaciones y que ahora finalmente vuelven a encontrar, empiezan una vez más a sentir nostalgia de la tierra firme y a actuar de acuerdo con su verdadera personalidad. Entonces se produce la "primera disputa" y la serpiente levanta la cabeza en medio del Jardín del Paraíso; y se ven arrojadas a una relación auténtica, para sacar de ella lo mejor o lo peor, como quieran. Sin embargo, quienes tienen un fuerte vinculo con Neptuno siguen tercamente con el juego del espejo, porque no pueden soportar la idea de renunciar al Edén por un amor más prosaico y humano. Y como no hay nadie que sea puramente neptuniano, desde luego tendrán que bloquear de forma más o menos permanente la expresión de otros aspectos de su personalidad, más fuertes y definidos D en particular las funciones del Sol, Marte y Saturno. Así es como diez años después, uno sigue diciendo: "Si, mi amor, me parece bien lo que tú quieras", cuando lo que en realidad quiere decir es: "No diablos, ¿es que acaso yo no cuento?". Pero ese "yo" nunca llega a pronunciarse, porque los espejos hablan. El resultado inevitable de este proceso, que puede durar meses o años, es un resentimiento profundo y corrosivo, que a su vez encuentra formas de expresión encubiertas y a veces odiosas, como las reflejadas en el mito por el rostro castrador y devorador de la madre mar primordial. Y así uno debe abandonar el Edén después de todo. Pero entonces, siempre le parece que es la naturaleza insensible de la otra persona lo que ha destruido aquel amor ideal.
        Muchas personas influidas por Neptuno sienten una desesperada necesidad de que se las idealice, en vez de que se las ame tal como son. Tienen miedo de que, si las "ven", eso signifique un rechazo definitivo. Hay veces en que el ideal de la perfección va asociado con la belleza física; en otras ocasiones con cualidades espirituales y a veces se lo busca en un corazón capaz de amar incondicionalmente. De cualquier manera en que el individuo se imagine que su propia condición humana común y corriente es insuficiente, es probable que un empeño compulsivo en ser lo que ningún ser humano podrá ser jamás vaya socavando su posibilidad de ser feliz. Tal como cabría esperar el mundo del teatro, el cine y la música moderna está lleno de personas así. La necesidad de ser idealizado puede que no dé origen a ningún talento en especial, pero no hay duda de que es la fuente de la compulsión a ser famoso... De una manera diferente, las profesiones de ayuda a los demás también pecan de lo mismo. Y tampoco están exentos de ellos los médicos convencionales, ya que a uno se lo puede idealizar también como salvador, y no sólo como a alguien dotado de una belleza que lo haga digno de amor. Y el fenómeno del -o la- paciente que se enamora de su psicoterapeuta le ha devuelto la juventud o el del soldado tullido fascinado por la enfermera que le ayuda a aprender otra vez a andar. Incluso puede ser que, como todos tenemos a Neptuno en la carta natal, también todos necesitemos de alguna manera este papel, por más pequeño que sea, en el contexto de cualquier relación amorosa importante. Y cuando ya no podemos hacerlo, nos sentimos disminuidos.
        A la necesidad de identificarse con una imagen arquetípica para sentirse digno de amor se la llama, en lenguaje psicoanalítico, una herida narcisista. La persona no se siente real ni valiosa en sí misma; sólo tiene la desesperada avidez de adorar y que la adoren, pera poder mirarse a sí misma en el espejo de esos otros ojos enamorados. Sin embargo la sombra de la idealización es larga y oscura. Cuanto más imperfectos, pecadores, corrompidos e indignos nos sentimos, más aumenta nuestra idealización de los demás, y en esa misma medida necesitamos que nos idealicen para sentir que valemos algo. Neptuno está siempre dispuesto a ofrecernos su magia romántica cuando nos despreciamos a nosotros mismos, y las más trágicas aventuras amorosas neptunianas han tenido lugar cuando ninguna de las dos personas tenía el más mínimo sentimiento de autoestima. La belleza del amor romántico no es en sí patológica ni destructiva. Es uno de los grandes dones de la vida. Pero cuando la autoestima de alguien y la imagen que tiene de sí mismo están dañadas, o cuando se trata de una persona aun no formada y que tiene miedo de la vida, el amor romántico de tipo neptuniano puede conducir a conductas compulsivas de una profunda autodegradación. Entonces, a la pérdida de los sueños hechos trizas puede seguir una oleada de furia destructiva que se abate sobre uno mismo y sobre los demás. Un yo relativamente fuerte puede enfrentarse con la inevitable humanización de la persona amada y de sí mismo porque con el tiempo, otras vivencias emocionales igualmente valiosas van ocupando el lugar de la idealización. Y la adaptación del yo a la vida exterior asegura que se reconocerá al ser amado desde el principio como una persona, y no tan sólo como una bella imagen. Así sigue habiendo una medida saludable de idealización, como parte de ese amor que continua, mientras que para la persona dominada por Neptuno el otro ni siquiera es real en absoluto, porque ella tampoco es real pera sí misma.




LA  DESILUSION  NEPTUNIANA





En el reino del amor neptuniano, una de las mayores fuentes de sufrimiento para ambos miembros de la pareja es la inexplicable y con frecuencia permanente pérdida del deseo sexual frente a la realidad física del ser amado. Por más hermosos que sean, los cuerpos se interponen en el camino de la fusión originaria, ya que convocan la angustia de la fantasía del incesto y sus posibles y terribles consecuencias, así como el miedo a la muerte.
        En ocasiones, las complejidades románticas de Neptuno se expresan en forma de impotencia o carencia de respuesta física, y esto suele ocurrir tan pronto como el ser amado está sexualmente disponible. Es común que esto suceda en las primeras etapas de una aventura amorosa, cuando las expectativas tropiezan con la angustia, y la perspectiva de la intimidad invoca el espectro del rechazo. Pero a veces el problema se vuelve crónico. Puede que uno se sienta muy estimulado por una pareja a quien secretamente desprecia, como podría ser una prostituta o alguien proveniente de un grupo social o racial "inferior", y que, en cambio, la persona con quien está emocionalmente comprometido no le interese ni le excite demasiado.
        En ocasiones, la desilusión neptuniana no es específicamente sexual, sino que va inflintrándose como un miasma que poco a poco va generando la sensación de que 1a relación ha perdido su "magia". El ser amado ya no es un progenitor divino que adora al niño y está permanentemente pendiente de él; cada vez hay más momentos en que tiene otros intereses, está de mal humor o deja ver graves fallos humanos. Lo peor de todo es que este ex-redentor puede terminar necesitando también que lo rediman. Ha dejado de servir de espejo, y la promesa del Paraíso ha resultado ser un engaño. La sensación de separación que esto conlleva suele conducir a una soledad intolerable, que sólo se puede mitigar encontrando otra persona o cosa que proporcione la necesaria dosis de fusión. De otra manera, la situación puede provocar una furia y una amargura terribles.
        La idealización neptuniana -la proyección de la imagen del redentor sobre el ser amado- no es intrínsecamente "neurótica", pero desde luego no es nada realista, ya que ningún ser humano puede proporcionarnos la salvación divina. Otra persona podría ser el catalizador de la inspiración y de una apertura del corazón que nos deje vislumbrar las aguas sanadoras de Neptuno. Esta es la faz más creativa del Neptuno enamorado. Pero el redentor no es la persona en si, sino que está dentro de nosotros. Las idealizaciones que cuando se hacen trizas dejan como secuela una completa desesperación y una oscuridad total son idealizaciones que han arrasado con la realidad porque, para empezar, la persona jamás quiso tener una verdadera pareja. Este es con frecuencia el caso de los que "aman demasiado", aunque es discutible si las emociones que aquí están en juego corresponden al amor o a algo mucho más primario.
        En ocasiones, es posible encontrar en el reino de la imaginación el bálsamo que atempere la inevitable desilusión romántica del neptuniano. El proceso creativo es muy parecido al del enamoramiento, y sin embargo exige una interpretación individual, además de la terrenal disciplina de convertir la visión en realidad. Quizá las idealizaciones neptunianas, al no pertenecer a la otra persona, sino a nuestra propia alma, tengan como "intención" final la de llegar a expresarse en formas creativas. Todos cargamos sobre los hombros, como si fuera un equipaje superfluo, con nuestros anhelos de la infancia, y debemos encontrar una manera de caminar erguidos a pesar de la carga. Sin embargo, a diferencia de Dante, Novalis, Berlioz o Donne, es probable que no encontremos fácilmente el valor necesario para expresar nuestros sueños defraudados por mediación de vehículos como la poesía o la música, porque nos da miedo revelar nuestra falta de "talento" a los ojos de un colectivo crítico. Pero debemos intentarlo, por los demás tanto como por nosotros mismos, aun que nos dediquemos a nuestro trabajo creativo en privado y guardemos bajo llave los resultados. No es poca hazaña y requiere un esfuerzo enorme hacer algo creativo con lo que Neptuno nos presenta como patología emocional. En cada uno de nosotros, Neptuno está siempre dispuesto a quejarse de que nuestras relaciones nos abandonan. En el momento, estas quejas suenan legitimas, pero son muy diferentes, en el tono y en el motivo, del reconocimiento de una incompatibilidad profundamente arraigada. Sin embargo, la triste actitud de mártir tampoco soluciona nada; no es más que la otra cara de la moneda neptuniana. Para el neptuniano, aprender a distinguir entre sí mismo, el ser amado y la fuente divina puede llegar a convertirse en una forma de redención más modesta, pero también mas práctica y factible.

  

EL IDEAL DEL YO





El concepto de ideal del yo, que Freud describió por primera vez y fue posteriormente desarrollado por Janine Chasseguet-Smirgel, puede ayudarnos a describir a Neptuno como una dinámica particular dentro de un ser humano individual, aunque esta dinámica, al ser colectiva, haya actuado también a través de muchos movimientos sociales y religiosos en el transcurso de la historia.


Incapaz de renunciar a una satisfacción que ya una vez ha experimentado, el hombre "no está dispuesto a desprenderse de la perfección narcisista de su niñez” e "intenta recuperar bajo la nueva forma de un ideal del yo" esa perfección de la infancia que ya no puede retener. Lo que proyecta ante su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su niñez, en la cual él era su propio ideal.


El "narcisismo perdido" de la infancia, en que el niño es su propio ideal, es otra manera de describir el estado de fusión entre el bebé y la madre, en el cual el niño tiene la vivencia del poder omnipotente y dador de vida de la madre como parte de su propio ser. Se trata del mar como matriz de Nammu y Tiamat, en el que toda vida es eterna. Es también el Edén, donde Adán y Eva son uno con Dios y por lo tanto participan del poder y la inmortalidad de Dios. Las imágenes míticas de este lugar originario expresan con gran elocuencia la seducción que emana de su perfección perdida. La persona que está frecuentemente influida por Neptuno es aquella que nunca abandona el estado primario de fusión. Freud pensaba que nadie lo abandona jamás del todo, y la astrología confirma su diagnóstico: todos tenemos a Neptuno oculto en algún lugar de la carta natal. Pero mucha gente se las arregla para llegar a un acuerdo con el ideal del yo en la medida suficiente para que la brecha existente entre la realidad personal y la omnipotencia perdida no produzca un tormento excesivo. Entonces, la persona puede expresar su aspiración al ideal de maneras sumamente gratificantes y creativas.


Hacer dinero (o despreciarlo), ser dueño de una lujosa mansión suntuosa (o jactase de un estilo de vida bohemio), vestirse de forma divertida u original, criar hijos guapos y agradables, practicar una religión, aficionase a la bebida, adoptar una determinada ideología, amar y ser amado, escribir un libro inteligente, crear una obra de arte... Todas estas cosas representan las diferentes maneras en que uno intenta reducir la brecha entre el yo ideal. Sin embargo no es menos cierto que, más allá y por encima de la búsqueda de estas satisfacciones en sí mismas, el hombre está inspirado por algo más profundo, más absoluto, algo permanente quetrascienda el contenido variable, de las formas diversas y efímeras que él da a su deseo fundamental de volver a encontrar una perfección perdida. Estos intentos, a pesar de que no son más que etapas de un camino que sólo conduce a la muerte, inspiran al hombre en la vida.


JANINE CHASSEGUET-SMIRGEL, The Ego Ideal


La búsqueda de la unión con el ideal del yo se revela en todas aquellas esferas de la vida en donde anhelamos "algo" inefable e indescriptible que ha de aliviar nuestra soledad y asegurarnos la inmortalidad. Este puede ser un sentimiento delicioso, y parece que somos felices pagando la entrada para ver cualquier película que haga vibrar esa cuerda en nuestro corazón, aunque sólo sea con relativa habilidad. El romanticismo melancólico de Neptuno nos hace amar los nocturnos de Chopin, al ET de Spielberg, a la Narnia de C. S. Lewis, o la desaparecida Inglaterra eduardiana de Merchant e Ivory. Estas imágenes son a la vez profundamente enriquecedoras (aunque quizá ya no sean adecuadas en la sociedad actual) y capaces de establecer uniones profundas entre los seres humanos. El mismo anhelo nos motiva para crear cosas bellas que nos vuelvan a conectar con la perfección que hemos perdido.
        Si la búsqueda del ideal del yo se frustra tanto y está llena de sufrimiento que la persona suprime de la conciencia todos esos anhelos, la vida llega a no representar otra cosa que un prefacio de la muerte. Peor aún, para alguien así todos los que son capaces de manifestar maneras creativas de perseguir el ideal se convierten en objeto de envidia y odio. Esta es la dinámica de cierto enfoque intelectual de la vida, cuya meta es aplastar todo aquello que no sea funcional y reducir a cenizas todo sentimiento estético. Sin embargo, se da la paradoja de que cuando un individuo rechaza con tanta obstinación el ideal, su horóscopo natal muestra inevitablemente el mismo predominio de Neptuno. En lo fundamental, no hay diferencia entre los dos; por lo común, los enemigos son secretamente idénticos en muchos sentidos. Pero, en vez de identificarse con el mundo neptuniano en el nivel consciente, puede ser que en cambio una persona así intente destruirlo, porque su identificación es inconsciente y por lo tanto profundamente amenazadora para el yo.

  





NEPTUNO  ESOTERICO




N
eptuno no es más espiritual que Mercurio, Saturno o Marte, porque no es el Uno, sino sólo uno de los planetas, y refleja por lo tanto sólo una determinada percepción arquetípica de lo divino. Esta percepción es sin ninguna duda mística, en cuanto depende de un estado emocional de fusión y experimente la deidad cómo una fuente incondicional de amor maternal, aunque la conciencia racional le dé un rostro masculino y le atribuye un rostro masculino. El neptuniano no es un seguidor de la ortodoxia, por más que pueda ir en busca de -o convertirse en un guru carismático que fascina a sus seguidores con la promesa de la eterna bienaventuranza, ya sea en este mundo o en el más allá. Sin embargo, incluso cuando Neptuno entra en la iglesia, la mezquita, la sinagoga o el templo, vestido con un atuendo aceptable para el colectivo, lo que lo lleva allí no es el atractivo intelectual ni la fuerza moral de la doctrina tradicional, sino la experiencia extática de que lo saquen de sí mismo.
        Neptuno tiene el notable "don" de suscitar en los demás el enojo e incluso la crueldad, aunque por lo general adopte una religión de amor. Esto se debe en parte a que con frecuencia la visión mística es, tal como afirma Feuertein, algo diametralmente opuesto a la moralidad y la jerarquía social convencionales de la época. También se inclina hacia el elitismo espiritual combinado con el igualitarismo político, por lo menos en lo que se refiere al orden establecido, que cuestiona y desafía, aunque a veces también dentro de sus propias filas. Pero es probable que la propensión de Neptuno a atraer sobre sí las burlas o la persecución en la esfera religiosa (independientemente de que uno sea un adepto de los Hermanos del Libre Espíritu durante el siglo XV o un sannyasin de nuestro siglo) tenga raíces más profundas, como sucede en el nivel psicológico personal. El martirio religioso autoimpuesto del esoterista suele estar estrechamente vinculado con la posición de un misterio del que las personas espiritualmente menos valiosas o evolucionadas se verán por siempre excluidas; y en una actitud como esta ocultan todas las fantasías infantiles de omnipotencia divina en estado puro.
        Dada la predisposición de Neptuno a asentirse una víctima de la vida terrena, la posesión de un privilegio espiritual puede resultar irresistiblemente atractiva, y ofrece una compensación satisfactoria por todo el sufrimiento, la debilidad, la impotencia y la desesperanza que la persona neptuniana tiene que soportar.
          A lo largo de los siglos, Neptuno siempre ha aportado su matiz peculiar los movimientos religiosos. Esto no quiere decir que cualquier culto, secta o denominación en particular sea exclusivamente neptuniano. En el momento en que se organiza una secta, empieza ya a participar de la propensión saturnina la estructuración, y es posible que su doctrina incluya elementos de otras perspectivas arquetípicas, como el espíritu de cruzado de Marte, un impulso uraniano a reformar la sociedad o una compulsión plutoniana a destruir los cimientos de otros edificios religiosos más antiguos y establecidos. Nos bien se trata de que el anhelo místico siempre ha formado parte, aunque en ocasiones secretamente, de toda institución religiosa colectiva, así como es también la esencia de muchos "caminos" individuales.
        La dinámica interna de Neptuno es la de una adicción permanente al Paraíso. En la experiencia cumbre oceánica podemos ver no un sustituto simbólico de la fusión con la fuente, sino un estado alterado de conciencia en el que las fronteras se han desplazado y uno ha vuelto a entrar en el Jardín después del nacimiento y sin haber muerto. El dominio que nos proporciona esta experiencia de curación no es Neptuno en sí. No sabemos qué es, pero la función psíquica que nos permite vislumbrarlo de un modo oceánico está simbolizada por Neptuno en la carta natal, ya sea que la experiencia se dé de forma espontánea, o bien sea inducida por el Extasis o el LSD. También es neptuniana la insistencia en que es ese mundo, y no éste, el único que tiene valor y merece que se contraiga con él un compromiso, y que la personalidad individual es indigna, no tiene ninguna importancia y ya ha pasado su fecha de caducidad. Neptuno abre la puerta a las experiencias extáticas de disolución, pero también nos hace adictos a ellas, polarizándonos en contra de la vida terrena en vez de permitirnos entender ambas dimensiones de la realidad como parte del propósito de ese mismo yo superior que uno acaba de encontrar.
        Dentro del campo de la psicología transpersonal hay muchas técnicas pensadas para ayudar a la gente a tener una vivencia del ámbito transpersonal. Algunas incluyen fármacos, otras recurren a ejercicios de respiración y otras utilizan la imaginación en técnicas de visualización. Todas pueden ser eficaces para ciertas personas en ciertos momentos. Pero sin disciplina, discernimiento y una comprensión intuitiva de los motivos subyacentes en la búsqueda por parte del terapeuta como del cliente, todas pueden ser peligrosas en muchos niveles. Las fronteras entre la psicoterapia transpersonal y la seudo-psicoterapia que practican algunas sectas y comunas espirituales no están vigiladas ni se exige pasaporte para atravesarlas. Dado que Neptuno desempeña un papel tan importante en la psicología no sólo de los clientes atraídos por este tipo de enfoques, sino también de quienes lo practican, el estado de fusión que tan deseable parece puede enriquecer la vida, o no. Es probable que la persona desdichada que lo abandonó todo para irse a pasar muchos años en un ashram de Rajneesh, y que después volvió con una nueva sensación de conexión y un mayor respeto por sí misma, sea más sabia que la persona que cada mes va a ver al psiquiatra para que le recete otro frasco de antidepresivos, y de hecho, mucho más que el psiquiatra que, para empezar, le recetó el medicamento. Y también puede serlo más que el paciente que sigue acudiendo fielmente a la consulta del psiquiatra cinco veces por semana en su undécimo año de psicoanálisis. Asimismo, hay comunas que pueden ser paraísos ambiguos para quienes aún no han nacido psicológicamente, y algunas personas se siguen quedando dentro del mundo uterino de sus paredes mucho después de que las aguas se hayan enfriado, y justifican su inercia con la excusa de profundizar en la iluminación. Como siempre, no sabemos lo suficiente para juzgar. Todo depende de la persona, sea ésta la que cura o la que es curada. Sin embargo, quizá sea apropiado sugerir una vez más que Neptuno tiene el poder de curar las heridas que él mismo produce. La experiencia cumbre oceánica puede, en ultima instancia, proporcionar el sentimiento de amor incondicional que es lo que más ansia el herido buscador de Neptuno. Y vislumbrar el Edén más allá de las fronteras puede que no sea infantil ni signifique que se huye de la vida, sino que sea más bien una visión auténtica de lo que hay detrás de la vida, no sólo antes del nacimiento o después de la muerte, sino en todo momento, eternamente presente.
        La iluminación es, en el contexto de la senda mística de Oriente, un estado en el que uno se desidentifica del yo. Los sentimientos, pensamientos y sensaciones físicas son dimensiones de la conciencia del yo, y por consiguiente nos distraen de la percepción de la realidad que hay más allá. Incluso la sensación de ser "yo" es una distracción. La iluminación, vista por el buscador occidental que adopta las disciplinas de Oriente, surge de la comprensión profunda de la naturaleza ilusoria de la separación impuesta por la existencia material. Esto refleja el concepto hindú de maya. Lo que el yo percibe como realidad -incluso la conciencia que tiene de sí mismo- no es más que el sueño del gran mar cósmico. El estado de bienaventuranza que se experimenta mediante la unión con el mar cósmico corta con todos los apegos de las pasiones y permite a la persona alcanzar una serenidad extraordinaria, vacía de conflicto y de deseo. Las prácticas meditativas y yóguicas del guru tienen el propósito de ayudar al discípulo a liberarse de la presión de la identificación con la realidad externa y, en ultima instancia, de la fantasía de que existe algo que se pueda llamar "yo". Esto es Neptuno elevado, por encima de todos los demás planetas, a la categoría de Verdad Final. El estado del no ser es preferible a cualquier vivencia de la realidad temporal, por más dichosa que sea.
        Es posible que uno de los retos de Neptuno sea la necesidad de aprender que, en ultima instancia, no podemos culpar de nuestras miserias a nuestros gurus, Mesías y líderes políticos, porque somos nosotros quienes, tras haberlos elegido, los seguimos ciegamente sin haber hecho una suficiente evaluación individual de sus enseñanzas y su política. Cuando nuestro guru nos falla, lo hacemos pedazos. Pero entonces nos quedamos con nuestro antiguo anhelo y con nuestra increíble capacidad para fabricarnos un nuevo Mesías capaz de guiarnos de vuelta al Jardín del Paraíso.

EPTUN





NEPTUNO Y ENCANTO




E
l encanto pertenece a Neptuno, y es difícil de definir. Es algo que nos hechiza, que nos fascina; la palabra misma lo dice: "encantar" originariamente quería decir "someter a poderes mágicos".
        El encanto no se limita a la juventud. Además, el encanto es ambivalente. Una dimensión importante de su poder reside en que, al igual que Neptuno, contiene opuestos aparentemente irreconciliables. Bondad y maldad, inocencia y corrupción, espiritualidad y carnalidad, se alternan fluidamente dentro de una misma naturaleza. Las personas que son buenas de verdad no suelen ser fascinantes.
        El encanto tampoco se basa en la belleza física, aunque el carisma sexual sea con frecuencia uno de sus principales aspectos. Pero el encanto erótico de quien es verdaderamente fascinante no es fácil de definir. Mucha gente fascinante es cualquier cosa menos físicamente atractiva en el sentido convencional.
        El "encanto" está íntimamente vinculado con la capacidad de intuir y representar sentimientos e imágenes que son universales, que se repiten cíclicamente y que satisfacen los sueños y anhelos inconscientes de la psique colectiva y en cualquier época.
        Con frecuencia, los neptunianos son sumamente fascinantes para la gente de su propia época. No nos cuentan nada de su verdadera identidad, de sus valores, de su grado de integridad personal, ni de sus motivos, opiniones y creencias. Tienen el don de sintonizar con lo que el mundo necesita que sean, y de reflejarlo de la forma exacta en que un bebé refleja las necesidades y expectativas no expresadas de su madre. Estas necesidades colectivas van cambiando según cuál sea la época, pero siempre habrá personas que tengan la capacidad de personificarlas. Hay ocasiones en que este mágico don neptuniano se combina con algún talento auténtico, incluso impresionante. A veces es como el cuento del traje del emperador. Nosotros, los soñadores, profundamente conmovidos porque nuestro propio Neptuno está vibrando por simpatía no nos preocupamos por saber qué se oculta detrás de la imagen fascinante de nuestros ídolos, ni los juzgamos con la misma perspicacia que a otras personas publicas menos deslumbrantes. Quitémosles el encanto y el público se quedará desilusionado; dejemos que el actor, el político, el guru, el artista o el miembro de la familia real revele sus flaquezas, las necesidades y debilidades humanas, y la respuesta no será la compasión, sino la rabia. Por eso, en parte, nos sentimos impulsados a destrozar violentamente a nuestros fascinantes ídolos neptunianos, tal como los Titanes hicieron con Dionisio, cuando percibimos el olor de la falibilidad. Y esta es también la razón de que, a sabiendas o no, los niños neptunianos perpetúan en sus propios mitos, aunque para hacerlo hayan de recurrir a medios engañosos; porque saben muy bien que no es la comprensión, sino el salvajismo, lo que se desatará si, al igual que Próspero, también ellos queman sus libros de magia.
        La moda, el cine, así como la música moderna, son manifestaciones colectivas visibles del encanto neptuniano. Son algo más que un mero entretenimiento frívolo o una satisfacción narcisista. Son una corriente necesaria en la que nos sumergimos para sentirnos unidos al colectivo de nuestra época. Son los portavoces de nuestros sueños inexpresados.
        Es posible disfrutar del encanto, ya sea del propio o del de otras personas, sin caer en ninguna fascinación peligrosa ni desgarrar violentamente hasta el último jirón de magia de nuestra vida. Lo necesitamos porque nos transporta al interior del mundo mítico, donde los colores son más brillantes, los sentimientos más intensos, y la vida tiene una luminosidad y una belleza que compensa la monotonía y las dificultades de la supervivencia diaria. Sin el encanto, el alma se nos muere de hambre y de sed, y sin personas que nos fascinen no tenemos espejo en el que mirar el confuso contorno de nuestros propios y más profundos anhelos arquetípicos.
        Como sucede con todos los problemas neptunianos, enfrentarse de un modo sensato con el encanto parece ser la cuestión de equilibrio, es decir, de mantener los valores individuales al mismo tiempo que se encuentra placer y alimento en sus fugitivos deleites. De no ser así, nos quedaremos embelesados a expensas de nuestras elecciones morales individuales, o bien nos convertiremos en los empedernidos oponentes de todo aquello que secretamente anhelamos. Se podría incluso llegar a sugerir que cuando otro planeta está en aspecto con Neptuno, el dominio propio de ese planeta queda teñido de encanto, y resulta más difícil apreciar y expresar sus energías de la forma común y cotidiana. Los contactos Venus-Neptuno y Luna-Neptuno tienen una clara relación con una idealización excesiva del cuerpo físico, sea éste propio o ajeno, especialmente si están involucradas las casa apropiadas (la segunda y la sexta). Lo mismo sucede si Neptuno está emplazado en una de estas casas, en particular si el énfasis general de la carta natal está puesto principalmente sobre el fuego o el aire.





[1] La muerte de amor (en alemán)

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