En el nombre de Allah

Podrán siempre herir mis ojos
torturar mis uñas, arrancarme el corazón.
Tendré igualmente la sonrisa de un niño
capaz de aniquilarlos...
Podrán siempre quebrar mi voz,
lastimar mis extremidades,
obstruir mis pensamientos.
No impedirán nunca
que mi sangre bombee hasta mis manos.
¿Vuestros odios?
Los convierto en hojas de afeitar
para rasurarme por las mañanas.
¿Vuestras palabras?
Las transformo en globos
para regalar a los niños del barrio.
¿Vuestras miradas?
Las dejo como tibios soles
para extenderlos sobre las nieves siberianas...
Eso es todo.

Rachid Boudjedra



“Escribo para no tener frío.”

Rachid Boudjedra


"La noche, no hay desierto. Todo es muy negro. El espacio rápidamente atrapado. Prontamente restituido. La arena se filtra por todos lados. Los pliegues de la ropa. Los orificios nasales. La garganta. El pecho. Ahora: era casi la nada. Como una inconstancia. Una atmósfera deletérea y árida a la vez. Como vertical. Hecha de huellas, de rayones o de tachaduras. Y luego este color con tonos difíciles de definir con precisión: negro azulado, violáceo, más bien color berenjena. Vientos contrarios. Cual pájaros voraces y gritones planeando de una manera acrobática, como funámbulos enceguecidos por su destreza y prorrumpiendo a través de los olores demasiado blandos y demasiado edulcorados de los jardines saharianos. Chorros granulosos y granados que se pegan a la piel. La agrietan en ráfagas furibundas. Aquí la arena en la boca tiene un resabio amargo. Que genera fácilmente una suerte de metafísica lagrimosa. O eficaz. En este segundo caso, el ser subyugado se hunde en un éxtasis casi transparente. Helado. Puro. Extremo. Tibetano. Etc. Pero ese desierto no es una elipse, tampoco. Es un conjunto de jeroglíficos indescriptibles. Ilegibles. Cambiantes hasta la desazón del vértigo, como un palimpsesto que se borra y se reescribe. Se tachona y se satura. Sui generis. Como un código maravilloso y lacerante a la vez. Despliegue, entonces, de una circularidad imponderable que ningún compás, que ningún portulano puede trazar o redefinir."

Rachid Boudjedra
Cinco fragmentos del desierto



"Siesta. Los hombres duermen. Ma en el límite de la revuelta. Los hijos cuchichean. El aire está húmedo. Sudor... A las mujeres les gotean los pechos. Afuera la ropa secándose siempre. El repudio es ineluctable: así lo decidió mi padre. En la cabeza de Ma germina la idea de la muerte; pero la agonía de las moscas en el jugo de melón le recuerda la atrocidad de la cosa. Revuelta. Un gato pasa. Vibra la cola. Quiere copular."

Rachid Boudjedra
El repudio