"En las tramas que configuran la sociedad urbana, el protagonismo no corresponde casi nunca a elementos estructurados de forma clara. Ni siquiera se trata de seres con nombre y apellidos. Son personajes que clandestinizan todas y cada una de las estructuras en que se integran -siempre a ratos- para devenir nadas ambulantes, perfiles nihilizados, seres hipertransitivos, sin estado, es decir que no pueden ser contemplados estáticamente, sino sólo en excitación, trajinando de un lado para otro. He ahí un universo peripatético y extravagante que trae de cabeza a cualquier orden político, siempre preocupado porque no se descubra lo que todo el mundo sabe de sobras: su fragilidad, su impostura, su déficit de legitimidad. Es contra un personaje múltiple y mutante contra quien se instalan los sistemas de escucha y vigilancia. Es contra él contra quien se proclaman los estados de sitio y los toques de queda, que consisten en dejar el espacio urbano libre de sus naturales, los peatones, en acuartelar a quienes podrían verse asaltados por la tentación de ir de aquí para allá. No se sabe apenas nada de él, salvo que ya ha salido pero todavía no ha llegado, que antes o después de su tránsito era o será padre de familia, ama de casa, oficinista, obrero sindicado, funcionario, amante o panadero…, pero que ahora, en tránsito, es pura potencia, un enigma que desasosiega. Es cierto que se le ha contemplado desfilar en orden, simular todo tipo de sumisiones, adular en masa a los poderosos, pero se conoce su tendencia a insubordinarse, sea por la vía de la abstención, del desacato, de la deserción o del levantamiento."
Manuel Delgado
El animal público
“Frente a una violencia homogénea, sólo concebible
asociada al aparato político y a la lucha por la defensa y la conquista del
Estado, una violencia heterogénea, dispersa, caótica, errática, asociada a
todas las formas concebibles y hasta inconcebibles de alteridad: violencia
terrorista, criminal, demente, enferma, étnica, instintiva, animal; violencia
informal, poco o nada organizada: bomba casera, cóctel molotov, arma de
contrabando, puñal, piedra, hacha, palo, veneno, puñetazos, mordiscos, patadas
(...) De hecho, esa es la violencia que parece interesar de manera exclusiva a
los sistemas mediáticos, ávidos por proveer al gran público de imágenes
estremecedoras de las consecuencias de la desviación, la anormalidad y la
locura. Violencia artesanal, pre-moderna, «hecha a mano», paradójicamente
«violencia con rostro humano», y por ello escandalosa e inaceptable. Los
violentos son siempre los otros, quizá porque uno de los rasgos que permiten
identificar a esos «otros» es la manera como éstos contrarían el principio político
irrenunciable del monopolio en la generación y distribución del dolor y la
destrucción. Una magnífica estrategia, por cierto, en orden a generar ansiedad
pública y a fomentar una demanda popular de más protección policial y jurídica.”
Manuel Delgado Ruiz
“La monopolización de la fuerza por parte de los
Estados modernos y el rechazo casi en forma de reflejo condicionado respeto de
las expresiones consideradas ilegítimas de agresividad en la vida ordinaria han
condicionado que la violencia sea así lanzada de una zona oscura, a la que se
le niega ya no su naturaleza de instrumento social y de medio de comunicación
culturalmente pautado, sino incluso a su propia condición de propiamente
humana. La violencia es objeto de discursos que la perfilan como una irrupción
del otro absoluto, que la asocian al inframundo de los instintos, que prueban
nuestro parentesco inmediato con los animales o que advierten del acecho
cercano de potencias maléficas. La violencia ejercida por personas ordinarias
no legitimadas es entendida como abominable, monstruosa, en cualquier caso
siempre extrasocial.”
Manuel Delgado Ruiz
“La representación mediática, sobrecargada de
tintes melodramáticos, de esa violencia no sólo antisocial, sino asocial, no
hace sino incidir constantemente en la degradación que indica el uso no
legítimo de la fuerza bruta, que convierte a sus ejecutores en menos que
humanos, representantes de instancias subsociales. La imaginación mediática y
los discursos políticos y policiales que hablan constantemente de esa violencia
exógena a lo social humano, procuran hacer de ella un auténtico espectáculo
aleccionador para las masas. En los medios de comunicación y en los discursos
oficiales que «condenan la violencia» no se habla nunca, por supuesto, de la
violencia tecnológica y orgánica, aquella que se subvenciona con los impuestos
de pacíficos ciudadanos que proclaman odiar la violencia. No mencionan la
muerte aséptica, perfecta y en masa de los misiles inteligentes o de los
bloqueos contra la población civil. No hacen alusión a las víctimas
incalculables de la guerra y la represión política. Vuelven una vez y otra a
remarcar lo que Jacques Derrida había llamado la «nueva violencia arcaica»,
elemental, bruta, la violencia primitiva del asesino real o imaginario, del
sádico violador de niñas, del terrorista, del exterminador étnico, del
hooligan, del delincuente juvenil, del joven radical vasco, del skin. He aquí
una violencia representada como inorgánica, animal, primaria, en la línea de
aquella distinción propuesta lúcidamente por Walter Benjamin entre la violencia
episódica, ocasional, contingente, y la violencia constante, las coordinadas y
estructuras fundamentadas en el uso de la fuerza que posibilitan la existencia
misma de los órdenes políticos centralizados. Frente a una violencia
uniformada, lo que se opone intolerablemente es una violencia «vestida de
calle», «de civil», al mismo tiempo cotidiana –puesto que está siempre ahí,
semioculta en los subsuelos de la vida ordinaria– y excepcional, puesto que ya
se ha repetido que su naturaleza es mostrada como ni tan solo propiamente
humana.”
Manuel Delgado Ruiz
“(...) Los discursos oficiales sobre la violencia
serían siempre contribuciones a la voluntad del orden político de disuadir o
persuadir a la mayoría social de una cosa de la que nunca aparece del todo
convencida. A saber, que el uso de la fuerza no es lo que es, es decir un
recurso cultural y un lenguaje disponibles para fines asociados a una «última
instancia», la administración y control de la cual depende de la propia
sociedad, sino una substancia demoniaca altamente peligrosa, de la que la
manipulacion ha de correr siempre a cargo de especialistas que han sido entrenados
por la Administración. Sólo ellos reciben permiso para entrar en contacto con
una materia tan dañina, tanto en el terreno de las prácticas como en el de las
representaciones, y preservarnos de una energia cuyo peligro reside en su
extraordinaria capacidad de expresar sentimientos e ideas, de resolver
problemas por la vía rápida y, por último, de poner en comunicación a los seres
humanos usando para ello el más poderoso de los vínculos conocidos: el odio.”
Manuel Delgado Ruiz
“Se entiende la preocupación de todo discurso
político por mostrar la violencia como algo que debe ser mantenido a buen
recaudo, un monstruo que debe permanecer lejos o enjaulado. El mínimo descuido
podría hacer manifiesto que el Estado se funda, en efecto, en esa violencia, y
que ahí está la evidencia misma de su impotencia, de su debilidad, de una
deslegitimidad siempre intuida y, por ello, obsesivamente ocultada.”
Manuel Delgado Ruiz