"Al salir a la calle, caminas como si acabaras de contraer una enfermedad grave.
¡Dan ganas de colgarse de tanta rabia que produce!
¡Cuánta mugre! ¡Cuántas capotas militares ajadas hasta el límite!
¿Qué sentido tiene vivir así? ¿Para qué hacer algo? No tengo nada que hacer en este mundo, en su mundo, en un mundo dominado por la desvergüenza y el salvajismo."

Iván Bunin
Tomada del libro Mi ovni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 143




Amaba yo en la infancia la penumbra del templo
cuando, al atardecer,
se llenaba de luz resplandeciente
ante la muchedumbre que rezaba.

Iván Bunin



"Cada vez que experimenté una catástrofe de amor, y hubo muchas de estas catástrofes de amor en mi vida, o más bien diría que casi cada amor que tuve fue una catástrofe, estuve cerca del suicidio."

Iván Bunin
le confesó en una ocasión a la poetisa Irina Odóevtseva
Tomada del libro Mi ni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 167



Cedro

Un cedro oscuro en la mitad de un valle
que adoro por sus plácidas montañas.
Contempla el cedro las lejanas cumbres
y se refleja en el cristal del lago.
Un cedro oscuro, triste, entre montañas
—yo adoro esta tristeza en primavera—.
En torno a él, el júbilo del bosque,
y el ciclamen, que crece en sus raíces.
Amo este mundo. En un eterno cambio
vive y despliega su belleza…
¿Cómo creer que existe el mal, la insidia?
La hora oscura pasa, pasará.
Un cedro oscuro en la mitad del valle,
¡crece y crece, a despecho del destino!
Los días son fugaces, mas ninguno
transcurrirá sin que de ti me acuerde.

Iván Bunin

El anciano

Veo la silueta oscura
Del anciano en la ventana.
Hiela afuera. Arde el cigarro
En espiras azuladas.
Largo rato hace que el té
Se ha enfriado ya en la taza.


Los rayos del sol poniente,
A través de la ventana
Y del humo del cigarro
Tiñendo de oro la estancia,
Hasta el rostro del anciano
Con oro líquido esmaltan.


El viejo reloj las horas
Cuenta con sonora pausa.
El anciano oye del péndulo
El tic-tac, y su mirada
Se fija en el sol poniente
Con vaguedad obstinada,
Mientras el cigarro arde
En espiras azuladas.

Iván Alexéievich Bunin



En las costas de Asia Menor
Se alzó aquí el reino de las Amazonas.
Eran violentos, bárbaros, sus ocios.
Pudieron aquí oírse sus gritos jubilosos,
relinchos de caballos bañándose en el mar.
Mas la vida es fugaz y… ¿quién podría hoy
señalar en la arena sus pisadas?
¿El viento que atraviesa el mar desierto?
¿Las desnudas riberas?
El viento se llevó, hace mucho tiempo,
sus voces, de esta costa…
Y también hace tiempo que borró el mar perlado,
de las arenas grises, las huellas de sus cascos…

Iván Bunin


"Entramos con frecuencia en la iglesia y cada vez que lo hacemos se nos saltan las lágrimas al entonar los cánticos, postrarnos para la plegaria o, simplemente, al observar los incensarios."

Iván Bunin
Tomada del libro Mi ni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 171



Entré en su cuarto a medianoche,
y ella dormía. En su ventana
la luz lunar iluminaba
la colcha de satén, caída.
Estaba echada boca arriba,
desnudo el pecho, separados
los senos, plácida en el sueño,
igual que el agua en una copa.

Iván Bunin



"Es todo tan terrible y mezquino a tu alrededor, que dan ganas de ir a la iglesia, ese último reducto todavía indemne ante el aluvión de lodo y brutalidad."

Iván Bunin
Tomada del libro Mi ni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 171



"Escondí algunas notas de los años diecisiete y dieciocho […] ¡Cuántos escondites aparecerán en el futuro! Entonces se hablará de nuestra época como si se tratara de un cuento de hadas, de una leyenda."

Iván Bunin
 Días malditos


Íbamos juntos, pero tú
ya habías dejado de mirarme.
Nuestro coloquio, intrascendente,
se lo llevaba un viento frío.
Nubes muy blancas, entrevistas
entre la fronda. Chispeaba.
Y tu mejilla estaba pálida,
tus ojos, zarcos, como flores.
Yo procuraba no mirar
tus labios finos, entreabiertos,
pero, por dicha, estaba ya
vacío el mundo prodigioso
por el que aún íbamos juntos.

Iván Bunin



"La imagen de Pisarev, tanto en vida como en muerte, se diluía cada vez más en mi memoria. ¿Qué quedaba de la abuela, si no era su retrato en la pared del salón? Lo mismo ocurría con Pisarev: pensando en él, ya no me venía a la imaginación más que una gran fotografía colgada en la salita pequeña de Vassilievskoïé: un retrato de cuando acababa de casarse (¡esperando sin duda vivir indefinidamente!).
Ya volvían a mi mente los mismos pensamientos de días anteriores: ¿dónde estaría ahora aquel hombre?, ¿qué habría sido de él?, ¿en qué consistía aquella vida eterna donde, al parecer, tenía él ahora un sitio? Pero las preguntas que no tienen respuesta ya no me producían las alarmas de la incertidumbre; incluso hallaba en ellas como un consuelo: ¿que dónde estaba Pisarev? Eso solamente Dios —a quien no podía comprender, y en el cual debía creer y creía para vivir y ser dichoso— es quien lo sabía.
Y así se iba convirtiendo en recuerdo aquel que tenía una mirada tan juvenil, tan alegre, tan risueña y sobre todo tan persistente, en aquella fotografía colgada de una pared de la casa en la que había sido adolescente, marido, padre de familia y amo del lugar, y donde crecían ahora sus hijos…
Anchen me atormentó durante mucho más tiempo. Incluso en pleno día —y ya podía yo mirar, escuchar, leer o pensar cualquier otra cosa— la veía en todas partes; por doquier me hallase, rememoraba mi ternura hacia ella y los instantes pasados a su lado, sintiendo el punzante dolor de no tener a nadie a quien decir cuánto la amaba; y por la noche (¡ni qué decir tiene!), se apoderaba de mí por completo.
Pero el tiempo transcurría, y he aquí que, poco a poco, también ella se fue transformando en un mito, perdiendo su estructura carnal: ya empezaba a serme difícil creer que había estado cierto tiempo conmigo y que se hallaba en algún lugar determinado; empecé a pensar en ella y a sentirla únicamente como poeta, con angustia amorosa, experimentando la ansiedad de un hermoso rostro de mujer que confundía con las imágenes trazadas en los poemas de Pushkin, de Lermontov y de Byron. "

Iván Bunin
Cuando la vida empieza


Noche

Noche de hielo y mistral
(aún no se ha aplacado).
Miro el fulgor, a lo lejos,
de montes nevados.
Una luz dorada, inmóvil,
llega hasta mi lecho.
Nadie más bajo la luna,
sólo Dios y yo.
Nadie más que Él conoce
mi pena mortal,
esa que escondo de todos…
Fulgor, frío, mistral.

Iván Bunin


"Nosotros no estamos en el exilio, estamos en una misión."

Iván Bunin



"¡Qué semejantes son todas estas revoluciones!"

Iván Bunin




Ruinas

Sobre el Ponto azulado, ruinas grises,
los restos de una vieja torre griega.
Al sur, la móvil extensión marina;
al norte, cerros calvos.
Entre las piedras rotas, olivos retorcidos
y el licio, compañero de las ruinas.
Al pie del muro, rojos promontorios
y el berilo verdoso de las olas.
Inhóspitas zahúrdas subterráneas…
Es agradable perturbar su sueño:
gritarse, haciendo ecos, en los sótanos,
mirar el cielo desde las troneras.
Octubre avanza y no se va el verano,
en los montes, la hierba amarillea,
pero el aire es aún puro, y en el cielo hay tal luz…
y en el mar un azur tan delicado…
Hay tanta calma en estas viejas ruinas…
Me paso el día, entre el fragor del agua,
contemplando una vela brigantina
y en el cielo, a las águilas.
Y el mar se duerme en un rumor de raso,
parece que en el mundo ya no hay vida,
solo fulgor, azur, un aire claro,
silencio, espacio y luz.

Iván Bunin



“Se extienden ya las sombras de la noche
pero esta azul aun el occidente…”

Iván Bunin


También el ser humano se atormenta
recordando otro tiempo, otras regiones

Iván Bunin


"Un arbolito que comienza a verdear en nuestro patio ha palidecido. ¡Hasta la primavera parece estar maldita!"

Iván Bunin
Tomada del libro Mi ovni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 143




"[…] uno se persigna con tal pasión, con tal fuerza, y reza con una concentración tan dolorosa, que cree imposible que Dios, un milagro o las fuerzas celestiales no acudan en su ayuda."

Iván Bunin
Tomada del libro Mi ni de la Perestroika de Daniel Utrilla Vizmanos, página 171