… aquel que desea pescar un Rosacruz, es menester que ponga muchísimo cuidado en no enturbiar el agua.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 7
— ¡Apolonio, el impostor de Tiana! ¿Existen escritos suyos? — ¡Impostor! —Exclamó mi amigo—. ¡Apolonio impostor! —Perdone usted; no sabía yo que fuera el amigo suyo; y si usted me da una garantía de su persona, creeré de buena gana que fue un sujeto muy respetable, que no decía sino la pura verdad cuando se jactaba de la facultad que tenía de poder estar en dos parajes distintos a la vez. —Y qué, ¿tan difícil le parece a usted eso? —Replicó el anciano—; según veo, no habrá usted soñado nunca.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 9
— ¿Es una novela lo que usted ha compuesto? —Es novela y no lo es. Para aquellos que están en disposición de comprender esta obra, es una realidad; mientras que resulta un cien pies para los que no se hallan en este caso.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 12
Antes de que volvamos a vernos, quizá habréis sufrido, quizá habréis sentido ya los primeros sinsabores de la vida. Acordaos de que la fama tiene poco que dar, y que nunca puede restituir lo que el corazón puede perder. Sed fuerte… y no cedáis ni aun a lo que pueda parecer compasión por la tristeza. Observad aquel árbol de vuestro jardín; mirad cuán encorvado y torcido crece. Alguna ráfaga de viento debió llevar la semilla de la cual brotó a la hendidura de aquella roca. Cercado de paredes y de casas, oprimido por la naturaleza y por el hombre, su vida ha sido una continua lucha por la existencia. Esta lucha es su necesidad y el principio de su vida. Mirad cómo se ha agarrado y enroscado, y cómo, allí donde ha encontrado una barrera, tallo y ramas han trabajado para superarla y elevarse hacia la luz. ¿Qué es lo que le ha preservado de tantos azares y de las desventajas de su nacimiento? ¿Por qué son sus hojas tan verdes y hermosas como las de la parra que tenéis detrás, a pesar de que toda ella disfruta del aire y del sol? Porque el instinto que le impelía a luchar y el afán que tenía por vivir, le han hecho vivir al fin. Aprended del árbol, y con el corazón sereno, atravesad los accidentes adversos y los días de tristeza, hasta que hayáis vencido todos los obstáculos y os hayáis hecho digna del cielo. Esta lucha es la que enseña a los fuertes y la que hace felices a los débiles. Antes de que volvamos a vernos, habréis mirado más de una vez, con ojos tristes, aquellas ramas, y cuando oigáis como las avecillas trinan posadas en ellas, y cuando veáis cómo los rayos oblicuos del sol juguetean sobre sus hojas, no olvidéis la lección; acordaos que la naturaleza os enseña, y que la luz se abre paso luchando para atravesar las tinieblas.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 38
¿Quién es capaz de discutir con el más obstinado de todos los fanatismos, el fanatismo de la incredulidad?
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 60
—Hay hombres en este mundo que sin quererlo, están destinados, con mucha frecuencia, a ser peligrosos para los demás. Si tuviese que predeciros vuestro porvenir por los vanos cálculos del astrólogo, os diría, en su despreciable jeringonza, que mi planeta amenaza absorber el vuestro. No os crucéis en mi camino si podéis evitarlo. Esta es la primera y última vez que os doy este consejo.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 87
—Fuera de este mundo —exclamó al fin con impaciencia—, ¿no podrá romper el tiempo sus fatales lazos? La atracción que liga el alma a la tierra, ¿es igual a la atracción que encadena la tierra al espacio? ¡Deja el oscuro planeta, alma mía! ¡Rompeos, cadenas! ¡Agitaos, alas!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 103
Los recursos del gran Regulador del universo, no son tan escasos ni tan duros que niegue a los hombres el privilegio divino del libre albedrío; todos nosotros podemos trazarnos nuestro camino, y Dios puede hacer que nuestras mismas contradicciones se armonicen con sus solemnes fines.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 105
Su semblante dice bastante lo que puede ser su corazón. ¿Qué necesidad tengo de deciros los crímenes que ha cometido? ¡Todo en él habla de crimen!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 119
¡Cuántos menos sabios cuente una generación, tanto más ilustrada será la multitud de la venidera!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 120
Entre Dios y el genio existe una especie de lazo indispensable… un lenguaje misterioso… Una elevada inteligencia es el eco de la divinidad.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 121
Dos son los caminos que conducen al cielo y que se apartan del infierno: el arte y la ciencia; pero el arte es más divino que la ciencia, porque la ciencia descubre y el arte crea.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 122
El genio del hombre es un ave que no puede volar continuamente.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 155
Solamente cuando la imaginación del hombre se encuentra en cierto estado es capaz de percibir la verdad; este estado es una completa serenidad.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 157
Mientras contemplaba el firmamento, una estrella, separándose de las demás, ¡fue a perderse en el inmenso espacio!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 199
El que ama verdaderamente, busca, para poseer el tesoro que anhela, todos los lazos que pueden hacerlo seguro y duradero.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 205
¡La tierra contiene muy pocos a quien la naturaleza haya dotado de cualidades que puedan resistir la ordalía!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 215
El imperio y el poder del hombre que aspira a ser más que sus semejantes, no reside en el conocimiento de las cosas exteriores, sino en el perfeccionamiento de su interior, de su alma.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 215
Los conocimientos humanos empiezan por medio del sueño; ¡en sueños se suspende sobre el inmenso espacio el primer frágil puente entre espíritu y espíritu, sobre este mundo y los mundos lejanos!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 266
—El hombre es arrogante a proporción de su ignorancia, y su, natural tendencia es el egoísmo. En la infancia del saber, piensa que la creación fue formada para él. Por muchos años vio no en los innumerables mundos que brillan en el espacio, como las burbujas en el inmenso Océano, sino bonitas luces, antorchas que la Providencia se complació en encender para hacerle más agradable la noche. La astronomía corrigió esta ilusión de la humana vanidad, y, aunque con repugnancia, confiesa ya ahora el humano que las estrellas son otros tantos mundos más vastos y más hermosos que el suyo, y que la tierra sobre la cual se arrastra, es apenas un punto visible en el vasto mapa de la creación. Pero en lo pequeño, lo mismo que en lo grande, Dios ha arrojado profusamente la vida. El viajero mira el Árbol, y cree que sus ramas fueron formadas para librarle de los rayos del sol en verano, o para combustible durante los fríos del invierno. En cada hoja de esas ramas, sin embargo, el criador ha establecido un mundo poblado de innumerables razas. Cada gota de agua de aquella cascada, es un orbe más lleno de seres que hombres cuenta un reino. En todas partes, en este inmenso Designio, la ciencia descubre nuevas vidas. La vida es un eterno principio, y hasta la cosa que parece morir y pudrirse, engendra nuevas existencias y da nuevas formas a la materia. Razonando, pues, por evidente analogía, si no hay una hoja ni una gota de agua que no sea, como aquella estrella, un mundo habitable, lo mismo el hombre no puede ser en sí más que un mundo para otros seres, de los cuales millones de millones habitan en las corrientes de su sangre, viviendo en su cuerpo como el hombre en la tierra. El sentido común, si vuestros eruditos lo tuviesen, bastaría para enseñarles que el infinito fluido al cual llamáis espacio, el impalpable ilimitado que separa la tierra de la luna y de las estrellas, está también lleno de correspondientes y proporcionados seres. ¿No es un craso absurdo suponer que una hoja está llena de vidas, y que la vida no existe en las inmensidades del espacio? La ley del Gran Sistema no permite que se desperdicie un solo átomo, ni conoce ningún sitio donde haya algo que deje de respirar.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 271
En nuestro cuerpo se encuentra un principio de producción y de animación, ¿no es verdad? Si esto es así, ¿podéis concebir que el espacio, que es el mismo infinito, solamente sea un desierto sin vida, menos útil al designio de una existencia universal que el esqueleto de un perro, que la poblada hoja y que la gota de agua? El microscopio os muestra seres en la hoja, y si no descubrimos los de un género más elevado y perfecto que pueblan el ilimitado espacio, es porque no se ha descubierto todavía un instrumento a propósito. No obstante, entre los últimos y el hombre existe una misteriosa y terrible afinidad, y de aquí los cuentos y leyendas, ni del todo verdaderos ni del todo falsos, de apariciones y espectros. Si estas creencias fueron más comunes entre las primeras tribus, más sencillas que los hombres de vuestro torpe siglo, es porque los sentidos de los primeros eran más finos y más perspicaces. Y lo mismo que el salvaje ve o descubre a muchas millas de distancia las huellas de un enemigo, invisible a los embotados sentidos del hombre civilizado, así es menos denso y oscuro para él el cielo que le oculta los seres que habitan en el mundo aéreo.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 273
La naturaleza no puede dominarse sino por medio de la ciencia.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 274
¡Descubrid cosas que destruyan a la humanidad, y seréis un grande hombre!… ¡Encontrad el medio de prolongar la vida, y os llamarán impostor! ¡Inventad alguna máquina que haga más ricos a los ricos y que aumente la pobreza de los pobres, y la sociedad os levantará un pedestal! ¡Descubrid algún misterio en el arte que haga desaparecer las desigualdades físicas, y moriréis apedreado!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 276
«Beber la vida interna, es ver la vida externa; vivir desafiando el tiempo, es vivir en el todo. El que descubre el elixir, descubre lo que hay en el espacio; pues el espíritu que vivifica el cuerpo fortalece los sentidos. Hay atracción en el principio elemental de la luz. En las lámparas de los rosacruces, el fuego es el puro principio elemental. Enciende las lámparas mientras abres el vaso que contiene el elixir, y la luz atrae a los seres cuya vida es la misma luz. Guárdate del miedo: el miedo es el mortal enemigo de la ciencia».
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 285
La existencia del hombre es como un año en el mundo vegetal: tiene su primavera, su verano, su otoño y su invierno… pero solamente por una vez.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 288
— ¡Disfrutaré de vuestra primavera sin que nunca vengan a marchitarla los rigores del invierno!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 288
¿Quién puede asegurar que el corazón no cambia, cambiando los objetos?
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 315
Acercad vuestro sillón al lado de la chimenea, llenad de leña el hogar y encended las luces. ¡Oh tranquilidad de nuestra morada! ¡Qué excelente y consoladora eres, realidad!
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 326
— ¡El corazón! ¡Ah!, hace cinco mil años que he penetrado los misterios de la creación, pero no he podido descubrir todavía todas las maravillas que se encierran en el corazón del más rústico aldeano.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 376
El verdadero diseñador de la humanidad merece a veces las burlas de los corazones perversos y de las toscas imaginaciones, al hacer ver que los peores metales encierran a veces algunas partículas de oro, y que los mejores que produce la Naturaleza no están enteramente libres de escoria.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 416
Las revoluciones no se hacen con agua de rosas.
Edward Bulwer-Lytton
Zanoni, pág. 470
No hay comentarios:
Publicar un comentario