EL ARTE DE ESCUCHAR
EL psicoanálisis no sirve sólo para la curación de enfermedades, sino también para la liberación íntima del hombre.
No es sólo una terapéutica para eliminar síntomas, sino también un medio para promover el desarrollo y la fortaleza del hombre.
... Si nos preguntamos qué es la curación psicoanalítica, creo que lo que une, o es común, a todos los analistas es la idea fundamental de Freud de que el psicoanálisis puede definirse como el método que trata de descubrir la realidad inconsciente de una persona, suponiéndose que, en este descubrimiento, el paciente tiene una oportunidad de mejorar.
Pág. 23
... El trauma debe ser muy profundo para perturbar. Por ejemplo, si se considera traumático el haber tenido un padre débil y una madre fuerte, debe preguntarse cuántas personas se conocen con padre débil y madre fuerte y que, sin embargo, son bastante normales. En otras palabras, si quiero explicar la neurosis por un hecho traumático, éste debe ser tan extraordinario que no me permita citar unos cuantos casos de perfecta salud a pesar de haberlo vivido también. Por eso, creo que cuando sólo puede alegarse el haber tenido un padre débil y una madre fuerte, debemos pensar en la probabilidad de factores constitucionales que predispongan a la neurosis y conviertan en traumático un suceso que, en condiciones ideales, no haría enfermar. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que la grave enfermedad de una persona se explique por lo que a tantísimas otras no ha hecho enfermar gravemente (...) Hay otro ejemplo que quiero citar, un fenómeno muy moderno y una cuestión muy difícil de resolver: lo enfermo que está realmente el hombre organizado moderno, enajenado, narcisista, sin relación, sin interés verdadero por la vida, interesado sólo por los aparatos, más entusiasmado por un coche deportivo que por una mujer. ¿Está muy enfermo?
En cierto sentido, se puede decir que está muy enfermo, de lo cual se seguirían ciertos síntomas: es temeroso, inseguro y necesita confirmar constantemente su narcisismo. Pero también se podría decir que toda una sociedad no está enferma, en el sentido de que la gente funciona. En mi opinión, estas personas tienen el problema de cómo conseguir adaptarse a la enfermedad general, a lo que podríamos llamar la patología de la normalidad. Hay otros problemas, pero ya se ve que el terapéutico es muy difícil en estos casos. Este hombre padece efectivamente un conflicto esencial, es decir, una grave perturbación del núcleo de su personalidad, a saber, una forma extrema de narcisismo y una falta de amor a la vida. Para curarlo, en primer lugar, habría que reformar su personalidad entera, teniendo además a toda la sociedad en contra, porque toda la sociedad está a favor de su neurosis. Y aquí está la paradoja de encontrarnos teóricamente con una persona en cierto modo enferma, pero en otro sentido no está enferma. Es muy difícil determinar qué podría hacer en este caso el psicoanálisis, y realmente me parece un arduo problema.
Pág. 29-30-31
Creo que, entre los factores constitucionales, no sólo se cuentan los que suelen llamarse temperamento, de acuerdo con la teoría de Sheldon, sino también factores como la vitalidad, el amor a la vida, la valentía, y otros muchos. Con otras palabras, creo que un hombre es ya desde la concepción un ser preciso, por la lotería de los cromosomas. El problema de la vida de una persona está, en realidad, en qué hace la vida con esa persona particular, que ha nacido ya de cierta manera. La verdad es que creo que para un psicoanalista s muy buen ejercicio pensar qué sería esta persona si las condiciones vitales hubiesen sido favorables a su modo de ser en la concepción y cuáles son las perturbaciones y los perjuicios que le han causado la vida y las circunstancias.
Pág. 36
No creo que nadie se cure hablando, y ni siquiera por revelar su inconsciente, como tampoco nadie consigue nada importante sin hacer un gran esfuerzo y sacrificios, sin arriesgar nada, sin atravesar los muchos túneles por los que hemos de pasar a lo largo de la vida (empleando el lenguaje simbólico que aparece a menudo en los sueños). Y esto significa que hay épocas en que uno se encuentra a oscuras, cuando uno está asustado, pero se tiene confianza en que hay otra salida del túnel, que se volverá a la luz. Creo que, en esto, es muy importante la personalidad del psicoanalista, particularmente, si es buen compañero y si es capaz de hacer lo que un buen guía de montaña, que no carga con él a hombros cuesta arriba, sino que a veces le indica un camino mejor, e incluso lo empuja un poco, pero eso es todo lo que puede hacer.
Pág. 41
Nosotros somos los guías, los dueños de este “yo” que se las arregla para vivir en el mundo, para tomar decisiones, ordenar prioridades y tener estimaciones. Si este yo, este sujeto principal que decide y actúa no nos es bien conocido, debe seguirse que todos nuestros actos, todas nuestras decisiones las tomamos medio a ciegas, o en estado semidespierto.
Pág. 47
El psicoanálisis no es sólo una terapéutica, sino también un medio para comprenderse a uno mismo, es decir, un medio para la propia liberación, un medio para el arte de vivir, lo que en mi opinión es la función más importante que pueda tener el psicoanálisis.
El valor principal es realmente procurar una transformación espiritual de la personalidad, no el curar síntomas. Y no está mal que cure síntomas mientras no haya métodos mejores y más breves, pero la verdadera importancia histórica del psicoanálisis se halla en la corriente de pensamiento que puede verse también en el budismo, y que aspira al conocimiento de uno mismo, a la “atención”, que representa un papel esencial en la práctica budista, con el fin de alcanzar un estado de ser más elevado, o mejor, que el hombre medio de hoy, y de encontrar más sentido a la vida que el hombre medio.
Pág. 48-49
Primeramente, diremos una palabra sobre los objetivos del psicoanálisis clásico, freudiano, su finalidad terapéutica. Su finalidad terapéutica era realmente, como dijo una vez Freud, hacer a una persona capaz de trabajar y de reaccionar bien sexualmente, gozar de la sexualidad y poder funcionar sexualmente. O sea, diciéndolo llanamente, el objetivo es trabajar y procrear. Y éstas son, en efecto, las dos grandes demandas de la sociedad, lo que la sociedad pide a cada uno. Ello significa sugestionar, adoctrinar a la gente para que trabaje y tenga hijos. De todos modos, y por muchos motivos, eso es lo que hacemos. El Estado no tiene demasiada dificultad en inducirnos a hacerlo, pero si el estado necesitase más niños de los que nacen en el momento, haría todo lo posible para conseguirlos,
Así pues, la definición freudiana de salud mental es, esencialmente, una definición social, la cual viene a hablar del ser normal en sentido social.
Pág. 49-50
En el desarrollo del hombre, ocurre que ciertos elementos de su niñez han puesto ya una base, pero sucesos posteriores pueden ensancharla y reforzarla, o debilitarla. No puede decirse que los sucesos posteriores no influyan. Pero si los primeros sucesos no determinan a una persona, al menos, la inclinan. Nada de lo pasado nos determina forzosamente, pero nos inclina y, cuanto más tiempo vayamos en este sentido, tanto mayor será la inclinación, hasta poder decirse que sólo un milagro nos haría cambiar.
Pág. 60
El conocer por qué sucedió algo, en sí mismo no sirve para cambiar nada.
Pág. 61
Lo esencial es que, para Freud, los factores constitucionales, es decir, lo que hay dentro de una persona, representan cierto papel. Pero, actualmente, gran parte del psicoanálisis ha degenerado en una terapéutica de puro condicionamiento. No en teoría, pero sin afirmar la responsabilidad de uno mismo. En lógica, se pregunta uno: “¿Por qué soy como soy?”. Es casi lo más preguntado, la fórmula fundamental de la mayoría de las psicoterapias, la de “por qué soy como soy”. Pero yo quiero comprender “quién soy yo”; no “por qué soy como soy”, sino “quién soy yo”. Es lo que llamo hacerse una radiografía. Sabiendo por qué soy como soy no sabré quién soy.
Pág. 65
Hoy, la mayoría de los que van al psicoanalista padecen de lo que antes se llamaba “el malestar del siglo”, una desazón característica de nuestra época. No ofrecen ningún síntoma, ni siquiera de insomnio, pero se sienten descontentos y retraídos. La vida no tiene sentido para ellos, no tienen ganas de vivir, se dejan llevar, sienten un malestar vago. Y esperan que el psicoanálisis pueda remediarlo. Ahora bien, esto es lo que se llama análisis del carácter. Análisis de todo el carácter, en vez de los síntomas, pues efectivamente se padece este malestar, que no puede definirse bien de palabra, pero sí puede sentirse con precisión examinándose uno a sí mismo y a los demás.
Se ha llamado análisis del carácter por dar una expresión un poco más científica a este tratamiento para..., digamos, los que padecen de de sí mismos. Quizá sea ésta la mejor manera de expresarlo. No tienen nada estropeado, tienen de todo, pero padecen de sí mismos. No saben qué hacer de sí mismos, y lo sufren, les carga, es un problema que no saben resolver. Resuelven crucigramas y acertijos, pero no saben resolver el problema que la vida les plantea a cada uno.
Este tipo de análisis es muy distinto. En mi opinión, no basta con el psicoanálisis clásico para esta clase de malestar, porque se trata de reformar la personalidad entera. El psicoanálisis no puede tener éxito con nadie que sufra este malestar sin que cambie y se transforme radicalmente su carácter. Los cambios menores no sirven para nada. Las mejoras pequeñas no sirven para nada. Hay una manera de aclararlo, con la moderna teoría de sistemas. Me refiero a la idea de que una personalidad, o una organización, es un sistema, o sea, que no es la simple suma de sus muchas partes, sino que es una estructura, y el cambio de una parte de la estructura afecta a las demás. Pero el sistema en sí tiene una coherencia que le hace conservar su estructura, por lo que tiende a repeler los cambios; de modo que, si introducimos cambios menores en esta estructura, no conseguimos demasiado.
Pongamos un ejemplo sencillo: tratándose de los suburbios, se piensa a menudo; he aquí estas chabolas, pues vamos a cambiarlas por viviendas mejores. ¿Y qué pasa? Tres años, o cinco años después, esas preciosas viviendas nuevas han vuelto a degenerar en chabolas. ¿Por qué? Porque no se ha cambiado la educación, no se han cambiado los salarios, no se han cambiado la sanidad ni las pautas culturales. O sea, que el sistema entero ha superado este pequeño cambio, este pequeño respiro y, pasado poco tiempo, lo ha asimilado. No se puede reformar el suburbio sin reformar el sistema entero, es decir, sin cambiar completamente al mismo tiempo la educación, los salarios, la sanidad y la vida de la gente. Entonces, se podrán cambiar también las viviendas. Pero el cambio de una sola parte no basta, porque no podrá resistir el efecto del sistema, que se interesa, digámoslo así, por su supervivencia. La estructura tiende a su conservación.
Y el individuo es una estructura, en este mismo sentido. Si tratamos de reformarnos un poco, descubriremos que pasado un tiempo no hemos cambiado nada, porque sólo una transformación fundamental de nuestro sistema de la personalidad puede producir un cambio. Es decir, hay que cambiar en todos los aspectos, no sólo en uno: en la forma de pensar y de actuar, de sentir y de andar..., en todo. E incluso un solo paso íntegro, total, es más eficaz que diez pasos parciales, en la misma dirección. Y lo mismo ocurre con el cambio social: una reforma aislada no producirá un efecto duradero.
Pág. 71-72-73
Pensemos en un árbol de nuestro jardín, que esté en un rincón, entre dos muros, y reciba poco sol: se habrá desarrollado inclinado, buscándolo. Así, también podemos decir de un hombre que está torcido, que no es como debiera ser, de acuerdo con sus posibilidades. Y se ha torcido porque era su única manera de obtener luz. Esto es lo que quiero decir. Todos queremos sol y mejor vida. Pero si las circunstancias no le permiten a uno conseguirlo de manera positiva, lo conseguirá de manera torcida, quiero decir simbólicamente, de manera enfermiza, desviada. No obstante, seguirá siendo un hombre que trata de hacer lo que pueda para encontrar una solución a la vida. Esto no debemos olvidarlo. Cuando veamos una persona con este malestar, no debemos olvidar que se ha desarrollado así buscando una solución a la vida. Y ansía encontrarla. Pero hay muchas circunstancias que se lo ponen dificilísimo, y que incluso pueden obligarla a resistirse, porque le asustará demasiado cualquier intento de ayudarle a cambiar de postura.
Es una tarea muy difícil la de reformarse a sí mismo, dificilísimo conseguir, digamos, una transformación verdadera del carácter.
Pág. 73-74
... Es racional todo aquello, todo acto y toda conducta, que fomente el crecimiento y el desarrollo de una estructura. Son irracionales todos los comportamientos que retarden o arruinen el crecimiento y la estructura de un ser, planta u hombre.
Pág. 75
En terapéutica, lo importante es que el paciente pueda movilizar su sentido de la responsabilidad y su actividad. Creo que lo que suele entenderse por ahí como psicoanálisis se basa, en gran parte, en un supuesto que comparten muchos pacientes: que es un método para hacerse feliz charlando, sin correr riesgos, sin padecer, sin actuar ni decidir. Pues bien, esto no sucede en la realidad, ni sucede en el psicoanálisis. Nadie se hace feliz charlando, ni siquiera para escuchar interpretaciones. Para cambiar, el paciente necesita un fuerte impulso y una firme voluntad de cambiar.
Todo el mundo echa la culpa a los demás y elude su responsabilidad. Al hablar de responsabilidad, no tomo el punto de vista de un juez. No acuso a nadie. No creo que tengamos derecho de acusar a nadie como si fuésemos jueces. Pero lo cierto es que nadie puede mejorar sin un creciente sentido de responsabilidad, de participación, e incluso el sentido de orgullo por conseguir mejorar.
Pág. 78
No merece la pena aprender nada que no tenga un efecto verdadero para la vida de uno.
Pág. 80
La emancipación, el comienzo del desarrollo, es consecuencia del liberarse, y la liberación comienza por uno mismo y por los padres. No hay duda: si uno no se emancipa de sus padres, si no siente cada vez con más firmeza que tiene derecho de decidir por sí mismo, y que ni teme ni contraría particularmente los deseos de sus padres, sino que obra por sí mismo, siempre tendrá cerradas las puertas del camino a la independencia.
Y me parece que, entre lo mejor que uno puede hacer, está el preguntarse en qué punto se encuentra del camino personal a la independencia en relación con sus padres. No digo que no debamos amar a los padres, porque también se puede amar a personas que nos han perjudicado sin querer. Hay padres a los que, en realidad, no se puede amar. Y hay otros bastante amables, aunque hayan cometido muchas equivocaciones. De modo que no me refiero a antagonismos de ninguna clase, a esas disputas de diversa índole con los padres, y que habitualmente no hacen sino encubrir la continuación de la dependencia, con la necesidad de demostrar que los padres están equivocados. Porque si quiero demostrar a mis padres que están equivocados, tengo que demostrárselo a ellos. Ser libre es no tener la necesidad de demostrar que están equivocados, ni que tienen razón. De modo que éste soy yo, y tú eres tú, y si os queréis mutuamente, tanto mejor. Me parece que eso sería empezar el camino a la propia libertad, aunque, naturalmente, sólo podemos verlo si uno lo intenta.
Pág. 80-81
Llamamos enfermizo solamente lo que estorba al funcionamiento social.
Pág. 83
La libertad no es una cosa que tengamos, no existe tal cosa. La libertad es una cualidad de nuestra personalidad: somos más o menos libres de resistir coacción, más o menos libres de hacer lo que queremos y de ser nosotros mismos. Y, siempre, la libertad aumenta o disminuye.
Pág. 92
Yo no creo que la homosexualidad sea una enfermedad y, sin embargo, creo que es una limitación al desarrollo de una persona.
Pág. 118
Parece que el hombre tiene dos tendencias muy fuertes. Una es la de avanzar, que empieza al principio del nacimiento de un niño, con su impulso a salir del útero. A la vez, está el gran temor a todo lo nuevo, a todo lo diferente, incluso el miedo a la libertad, el miedo al peligro: una tendencia casi igual de fuerte a retroceder, a retraerse, a no avanzar. Este miedo a lo nuevo, a aquello a lo que uno no está acostumbrado, este miedo a lo incierto por no haberse experimentado nunca: todo este miedo se manifiesta en resistencias, en maniobras diversas para evitar que se avance, que se haga algo atrevido.
Pág. 119
En términos generales humanos, la resistencia y la transferencia se cuentan entre las fuerzas emotivas más poderosas,
Nunca somos más listos que cuando justificamos nuestras resistencias.
Pág. 119
La transferencia se debe a un defecto de libertad y, en consecuencia, a la necesidad de encontrar un ídolo que adorar, en el cual creer para vencer el miedo y la inseguridad ante el mundo. En cierto sentido, el hombre adulto no está menos desamparado que el niño. Podría estar menos desamparado llegando a ser un hombre plenamente independiente y desarrollado, pero, en caso contrario, está tan desamparado, en efecto, como un niño, pues se ve rodeado por un mundo sobre el cual no tiene ninguna influencia, que lo deja en la inseguridad y el miedo y, por eso, mientras que el niño, digamos, por motivos biológicos, busca un adulto, busca al padre y a la madre, la persona mayor busca un ídolo por motivos históricos y sociales. (...) Yo definiría la transferencia en psicoanálisis como la relación irracional con otra persona que puede analizarse en el procedimiento analítico, mientras que la transferencia en otras situaciones es la misma, según la racionalidad de la persona, pero no es susceptible de análisis, no está en la mesa de operaciones.
Si alguien se impresiona por el poder, si alguien quiere ser protegido por una persona poderosa, nos encontramos con la misma adoración y la misma sobreestimación de un psicoanalista, un profesor, un político, un sacerdote, o cualquier otra figura. Se trata siempre del mismo mecanismo. Sólo en el psicoanálisis puede analizarse este tipo particular de ídolo irracional, que corresponde a una necesidad del paciente.
La transferencia no es simplemente una repetición, sino que se debe a la necesidad de (apoyarse en) otra persona (que supla un vacío o defecto). Por ejemplo, si yo me siento débil, inseguro, con miedo al peligro y con miedo a decidir, puedo querer encontrar alguien que sea seguro, resuelto y fuerte y me sirva de refugio. Y, naturalmente, lo estaré buscando toda la vida. Puede ser la clase de jefe que busque, o el profesor si soy estudiante, y eso es lo que veré en el psicoanalista. En cambio, si soy muy narcisista y creo que todo el que me critique es un solemne idiota, creeré que el psicoanalista es un idiota, mi maestro es un idiota, mi jefe es un idiota, y todo el mundo es un idiota. Todos éstos son fenómenos de transferencia, aunque sólo reciban tal nombre en psicoanálisis.
El analista y el analizando se encuentran realmente en dos planos diferenciables: el plano de la transferencia y el de la contratransferencia. En cuanto a ésta, digamos que el analista mantiene también toda clase de posturas irracionales ante el paciente. Tiene miedo al paciente, quiere que éste lo elogie, que le ame. Pues eso está mal, no debería ser así. Mediante su propio análisis, debiera haber alcanzado un estado en que no necesitase únicamente amor, pero en realidad no siempre ocurre así.
Me parece un error creer que todo lo que ocurre entre el analista y el paciente es transferencia. Éste es sólo un aspecto de su relación. Hay otro, el más importante: el hecho de dos personas que conversan. En esta época de teléfono y radio, quizá no se tome muy en serio, pero para mí es una de las cosas más serias: una persona habla a otra. Y no hablan de cosas triviales, sino de algo muy importante, a saber, la vida de esta persona.
Aparte, pues, de transferencia y contratransferencia, hay un trato entre dos personas, y el paciente que no sea psicótico tendrá una idea de cómo es el otro, y el psicoanalista tendrá una idea de quién es el paciente, y no todo es transferencia. En “técnica” psicoanalítica, importa mucho que el analista, por decirlo así, marche constantemente por dos vías: se ofrezca como objeto de transferencia y la analice y se ofrezca también como persona real, respondiendo como persona real.
Pág. 123-124-125
Hace falta cierta experiencia de la vida para llegar a tener lo que me parece un sano cinismo normal. Yo recomendaría a todo el mundo que fuese sanamente cínico. Hace que la vida sea mucho más clara, nos evita muchas equivocaciones e impide que caigamos en todas esas trampas sensibleras, bien intencionadas, con las que nos engañamos a nosotros mismos y a los demás.
Pág. 155
Todo desarrollo verdadero es un acto de rebelión, de rebelión personal. Significa liberarnos de los que quieren gobernarnos la vida. Nos quieran gobernar abiertamente o con disimulo, en todo caso, en el desarrollo de cada uno, siempre llega un momento en que el ser uno mismo es cuestión de liberarse, lo cual exige valor, esfuerzo y, quizá, sufrimiento. Éste es el meollo de todos los problemas: si uno lo afronta o si ha capitulado ya, o si resuelve ocultar su capitulación, que es lo que hace la mayoría de la gente. Por haberse rendido, por haberse desatendido del rompecabezas que los afligía, se dejan mangonear, pero encuentran modos y maneras de ocultarlo.
Pág. 165
A mí me parece que un psicoanálisis ha terminado bien si el que acaba de someterse a él empieza a analizarse a sí mismo todos los días hasta el resto de su vida. Porque, en este sentido, el autoanálisis es el activo y constante conocerse a sí mismo durante toda la vida, enterarse, incrementar la conciencia de sí, de los propios móviles inconscientes, de todo lo que tiene importancia en nuestra mente, de nuestros objetivos, contradicciones e incoherencias.
Pág. 196
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,1993
No hay comentarios:
Publicar un comentario