EL CORAZÓN DEL HOMBRE
El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para la humanidad, y no el malvado o el sádico.
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Sólo el conocimiento de la dinámica inconsciente de la conducta nos permite conocer la conducta misma, sus raíces, su desarrollo y la energía de que está cargada.
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El hombre tiene un potencial de violencia destructora y sádica porque es humano, porque no es una cosa, y porque tiene que tratar de destruir la vida si no puede crearla.
Pág. 30
Resumiendo, el amor a la vida se desarrollará más en una sociedad en que haya: seguridad en el sentido de que no están amenazadas las condiciones materiales básicas para una vida digna; justicia en el sentido de que nadie puede ser un fin para los propósitos de otro; y libertad en el sentido de que todo individuo tiene la posibilidad de ser un miembro activo y responsable de la sociedad. Este último punto es de particular importancia. Hasta una sociedad en que existen seguridad y justicia puede no ser conducente al amor a la vida si no se estimula la actividad creadora del individuo. No basta que los hombres no sean esclavos; si las condiciones sociales fomentan la existencia de autómatas, el resultado no será amor a la vida, sino amor a la muerte.
Pág. 55-56
El punto esencial del que depende toda teoría o terapia que pueda llamarse psicoanálisis, es el concepto dinámico de la conducta humana; es decir, el supuesto de que motivan la conducta fuerzas altamente cargadas, y que la conducta sólo puede comprenderse y preverse conociendo estas fuerzas. Este concepto dinámico de la conducta humana es el centro del sistema de Freud.
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El individuo narcisista no puede percibir la realidad en otra persona como diferente de la suya.
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Sólo el hombre puede suprimir la ilusión de su ego indestructible, sólo si puede renunciar a ella juntamente con todos los demás objetos de su anhelo, sólo entonces puede abrirse al mundo y relacionarse plenamente con él.
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Si se combinan formas extremas de necrofilia, narcisismo y simbiosis incestuosa, podemos hablar de un síndrome que yo propongo que se denomine “síndrome de decadencia”.
Pág. 126
Pasiones irracionales son las que dominan al hombre y lo obligan a actuar contrariamente a sus verdaderos intereses, que debilitan y destruyen sus facultades y le hacen sufrir. El problema de la libertad de elección no es el de elegir entre dos posibilidades igualmente buenas; no es la elección entre jugar al tenis o ir de excursión, o entre visitar a un amigo o quedarse en casa leyendo. La libertad de elección en que actúan el determinismo o el indeterminismo es siempre la libertad de elegir lo mejor contra lo peor –y mejor o peor se entienden siempre por referencia al problema moral básico de la vida-, entre el progreso y la regresión, entre el amor y el odio, entre la independencia y la dependencia. La libertad no es otra cosa que la capacidad para seguir la voz de la razón, de la salud, del bienestar, de la conciencia, contra las voces de pasiones irracionales.
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La libertad de elección no es una capacidad abstracta formal que “se tiene” o “no se tiene”; es, más bien, una función de la estructura de carácter de una persona. Algunos individuos no tienen libertad para elegir el bien porque su estructura de carácter perdió la capacidad de actuar de acuerdo con el bien. Otros individuos perdieron la capacidad de elegir el mal, precisamente porque su estructura de carácter perdió el deseo del mal. En estos dos casos extremos podemos decir que ambos están determinados para obrar como lo hacen porque el equilibrio de fuerzas de su carácter no les deja elegir. Pero en la mayoría de los individuos tratamos con inclinaciones contradictorias tan equilibradas, que puede hacerse una elección. El acto es resultado de la fuerza respectiva de inclinaciones antagónicas en el carácter del individuo.
Pág. 155-156
Una de las razones por las cuales la mayor parte de la gente fracasa en la vida es precisamente que no conoce el momento en que todavía es libre para actuar de acuerdo con la razón y que no tiene conciencia de la elección sino cuando ya es demasiado tarde para tomar una decisión.
Pág. 160
La libertad no es atributo constante que “tenemos” o “no tenemos”. En realidad, no existe tal cosa como la “libertad” salvo como palabra y como concepto abstracto. No hay más que una realidad: el acto de liberarnos a nosotros mismos en el proceso de elegir. En ese proceso varía el grado de nuestra capacidad para elegir con cada acto, con nuestra práctica de la vida. Cada acto en la vida que aumente la confianza que tengo en mí mismo, en mi integridad, en mi valor, en mi convicción, aumenta también mi capacidad para elegir la alternativa deseable, hasta que al fin se me hace más difícil elegir la acción indeseable que la deseable. Por otra parte, cada acto de rendición y cobardía me debilita, prepara el camino para nuevos actos de rendición, y finalmente se pierde la libertad. Entre el extremo en que ya no puedo hacer un acto equivocado y el otro extremo en que perdí la libertad para actuar bien, hay innumerable grados de libertad de elección. En la práctica de la vida el grado de libertad para elegir es diferente en cada momento. Si el grado de libertad para elegir el bien es grande, se necesita menos esfuerzo para elegir el bien. Si es pequeño, se necesita un gran esfuerzo, la ayuda de los demás y circunstancias favorables.
Pág. 161-162
... La mayor parte de la gente fracasa en el arte de vivir no porque sea intrínsecamente mala o tan carente de voluntad que no pueda vivir una vida mejor; fracasa porque no despierta ni ve cuándo está en una bifurcación del camino y tiene que decidir. No se da cuenta de cuándo la vida le plantea una cuestión y cuándo tiene aún diferentes soluciones. Después, con cada paso por el camino equivocado se le hace más difícil admitir que está efectivamente en el camino equivocado, con frecuencia sólo porque tiene que admitir que debe volver a la primera decisión equivocada y aceptar que malgastó energía y tiempo.
Pág. 164
Las acciones del hombre siempre son causadas por inclinaciones arraigadas en fuerzas (habitualmente inconscientes) que operan en su personalidad. Si esas fuerzas alcanzaron cierta intensidad, pueden ser tan potentes, que no sólo inclinen al hombre, sino que lo determinen, por donde no tendrá libertad de elección.
Pág. 169.170
Fondo de Cultura Económica, S.A.,1966
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