Encuentros con humanoides



Hay casos en que el «humanoide» es claramente una teleproyección inmaterial o un «holograma» (caso de Tala vera la Real, por ejemplo). En estos casos, nos enfrentamos a un aspecto particular de lo que yo llamo «tecnología cósmica, o galáctica». Mediante esta técnica, hay intrusiones de humanoides en casas habitadas por seres humanos. (O técnicas de materialización-desmaterialización que se nos escapan.)

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 9


… sospecho vivamente que la verdadera historia de nuestra época no es la que publican a diario los periódicos ni la que creen recoger los historiadores en sus libros. La verdadera historia de nuestra época es casi invisible; es subterránea; transcurre en la sombra y el silencio. Yo y otros como -yo, somos los que la estamos escribiendo. Los políticos vocingleros, con su cháchara vacía, apenas si rascan la superficie de la realidad. Lo cierto es que no se enteran de casi nada. Viven en la Babia permanente de su desmesurado protagonismo, sus utopías, sus demagogias y sus estrechos intereses de partido. Nosotros, no. Nosotros seguimos la corriente profunda de la verdadera historia. Porque no hay alternativa: o se admite la realidad de estos hechos «condenados», o no se admite. En este último caso, se considera que todo son simples lucubraciones sin ninguna base real, hijas de espíritus fantásticos y —¿por qué no? — desquiciados. Pero si se admite que todo esto es real, la consecuencia inmediata de tal admisión es la de que estamos siendo visitados, de manera discreta pero asidua, por seres altamente inteligentes y evolucionados que proceden de otros mundos, de otras dimensiones, o de ambas cosas a la vez. ¿No dejaría tal suceso, de ser cierto —como yo creo-, pequeños e insignificantes los hechos mayores de nuestra historia, desde el descubrimiento de América hasta la declaración de los Derechos del hombre? Porque —repito— no existe término medio: o se admite, o no se admite. Aquí no vale el «si, pero...».

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 9



… hay autores capaces de todo, antes que reconocer que nos hallamos en presencia de una tecnología superior y de una civilización más avanzada, que no es terrestre, sin hablar de unos seres con mayor capacidad cerebral e inteligencia que nosotros (mejor dicho, que ellos).

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 14


En el año 1909 tenemos una nueva oleada de «naves misteriosas», que afectó principalmente a Inglaterra y al País de Gales. El apogeo de dicha oleada fue en mayo del año mencionado. Y en setiembre del mismo tenemos nueva oposición (perihélica) con el planeta Marte, que lo situó a tan sólo 55000000 de km de nosotros. Las oposiciones marcianas, en efecto, varían entre las afélicas, a 100000000 de km, y las perihélicas, a 55000000. En ambos casos, distancias ridículas, astronómicamente hablando, y traspuestas por la luz en unos pocos minutos. Como me he cansado de decir, escribir y repetir, esta coincidencia de oposiciones de Marte y destacados eventos ufológicos «no es casual», ni la puede admitir el cálculo de probabilidades

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 17


Oigamos cómo define este nombre —acuñado por Félix Ares de Blas— el Colectivo LAU, al principio de un artículo publicado en el número 46 de Stendek diciembre de 1981) y titulado, precisamente, «Encuentro con un agnópteno en las proximidades de Jaca»: «Es posible que a muchos lectores les sorprenda la palabra “agnópteno” Simplemente es la traducción al griego clásico (¡nada menos!) de las siglas OVNI (de agnostos: desconocido, y ptenos: cosa que vuela).»

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 24



Yo no soy un ufólogo que escribe manuales, sino un escritor fascinado por lo insólito y que procura contagiar su fascinación al lector.

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 60


¿BUENOS» O «MALOS»?

Hay autores que creen que los ovnis tienen malas intenciones respecto al género humano, y que están aquí –como preludio a la «invasión» que, tarde o temprano, va a producirse. Entre los que consideran «malos» a los ovninautas se cuentan Salvador Freixedo, Brad Steiger, Colman von Keviczky y otros. En cambio, las huestes de los «mesiánicos», encabezadas por Adamski, Siragusa, el IPRI peruano, etc., creen que los extraterrestres son poco menos que los serafines y los querubines de la Biblia, y que están aquí para salvarnos. ¿Dónde está la verdad —si es que existe— entre estas dos visiones tan encontradas del problema ovni? Es cierto, como señala por ejemplo Brad Steiger en su obra —escrita con Joan Whritenour —, Flying Saucers Are Host Ile (Los platillos volantes son hostiles), que a la cuenta de los ovnis cabe cargar ciertas acciones reprobables, que van desde el ataque a aviones y automóviles hasta la agresión a instalaciones militares (caso del fuerte Itaipú, en el Brasil, por ejemplo), o incluso achacarles muertes misteriosas, como la de los dos técnicos electrónicos de Morro do Vintem, hallados muertos con sendas máscaras de plomo sobre el rostro, en agosto de 1966, cerca de Niterói (Brasil) y, junto a ellos, unas raras instrucciones para ingerir unas cápsulas a intervalos determinados, como «preludio» a un contacto (¿con los extraterrestres?) Pero también es cierto que conocemos muchos casos de agresiones por parte de terrestres contra «platillos volantes» y sus ocupantes. Aquí veremos algunos. -Nuestra especie no se distingue ciertamente por su pacifismo ni por su carácter angelical. Es más que posible que cualquier supuesto visitante del espacio se sienta muy escamado ante nuestras guerras, nuestras atrocidades, nuestros, actos de terrorismo, los fríos asesinatos que se cometen en nombre de ideologías «redentoras», etc. No podemos ponernos como modelo dé civilización, ni mucho menos. Sin embargo, repasando la casuística mundial, no puedo por menos de preguntarme sí no habrá más de una fuerza en juego. Una «hostil» (y aquí llevarían razón Brad Steiger, Freixedo y todos los que creen en los ovnis «malignos»), y otra «benéfica»; a cargo de la cual correrían los casos de «curación» (también enumeraré algunos) e incluso de «ayuda». De reducir el problema solamente a estas dos fuerzas, irremediablemente caeríamos en una visión «maniquea» del problema ovni: éste se resolvería en una película de "buenos» y «malos», en un auténtico western, o, si el lector lo prefiere, en una versión «real» de La guerra de las galaxias. E incluso, yendo aún más atrás, en la actualización del eterno conflicto entre el Bien y el Mal, entre Ormuz y Ahrimán entre la Luz y las Tinieblas, entre Yahvé y Satán. ¿Y por qué no, tampoco? En la Biblia, en el Mahabharata, en la mitología griega (episodio de la guerra entre los dioses y los titanes), se podrían recoger ecos deformados de una lucha «real» entre entidades y potencias «extraterrestres lucha que aún continúa. Si admitimos —ciñéndonos al problema ovni, que es lo que aquí nos ocupa y nos preocupa— la existencia de dos orígenes para el mismo, de acuerdo con las características enumeradas más arriba, todo se resuelve armónica mente. Pero quizás aún se resolvería mejor admitiendo una tercera opción, en la que ninguno de los autores antes citados parece haber caído. Y sería ésta la de que los ovnis —y quienes los envían a nuestros cielos— no son «buenos» — ni «malos», sino «diferentes». Evidentemente, pretender que en todo el Cosmos rijan las reglas de conducta humana de la Galaxia a 30000 años luz de su centro, es demasiada soberbia demasiada pretensión Y aún más teniendo en cuenta que estas normas éticas no se cumplen ya —o se. cumplen muy mal— en el propio mundo que las ha dictado. En nuestra limitación espaciotemporal, ¿sabemos lo que es verdaderamente «bueno» y lo que es verdaderamente «malo» para nosotros? «Te hago sufrir porque te amo; te hago daño porque te quiero, dijo Dios al hombre» (o algo parecido: cito de, memoria), escribió Rabindranáth Tagore. Por encima de nuestra ética limitada, puede existir una Ética universal (con mayúscula) que sólo tenga en cuenta, por ejemplo, el bien de la especie —o de una especie— y no el pequeño bien individual de cada uno de sus miembros. Supongamos, pues, que los ocupantes de los ovnis se rigen por unas normas acordes con lo que, para entendernos, podríamos llamar la «moral cósmica». Ante ella, nosotros seríamos pequeños habitantes de un planeta muy primitivo y belicoso, a los que hay que tratar con cuidado y, a veces, hacerles «daño» por su propio bien (de acuerdo con un plan vastísimo, cuyo alcance, en nuestra limitación, no podemos vislumbrar). Pero si ustedes me apuran, aún habría una cuarta opción. Y ésta sería la de que les somos por completo indiferentes; lo que únicamente les interesa, en nuestro planeta, son cosas que éste contiene. Nosotros somos «un accidente del paisaje», y punto. El lúcido pensador Aimé Michel, uno de los cerebros mejor organizados de Occidente, enumera —para terminar— una posibilidad verdaderamente desesperanzadora: la de que el foso que nos separa de estas «inteligencias cósmicas» sea tan grande, que resulta insalvable. Y pone el ejemplo del perro que ve un televisor, o una locomotora. Para él aquello es «real», emite luces y sonidos, pero el pobre can no sabrá jamás lo que verdaderamente es, por escapar a su posibilidad de comprensión. "Comprender» en efecto es "comprehender", solo "comprende" el superior, el inferior, por definición, no puede ¿Será el ovni para nosotros lo mismo, que es el televisor o la locomotora para el perro? Luces, colores, sonidos... «incomprensibles» porque los han creado cerebros superiores al nuestro. Nos faltan, sencilla tiente, unos cuantos millones de neuronas y unos cuantos millones de años de evolución biológica para que la «comprensión» seá posible. Si la posibilidad apuntada por Aimé Michel fuese cierta, entonces el problema no tiene solución y ya podemos irnos todos a casa. Pero yo creo que, si bien el foso existe, no es insalvable. —Y creo también que, si bien biológicamente más evolucionados que nosotros, los ocupantes de los ovnis son parientes nuestros: son hombres. El diálogo entre un Neanderthal y un CroMagnon —que llegaron a ser contemporáneos— era posible..., como posible ha sido, por ejemplo, el diálogo entre el abducido Julio E. y sus captores, pese a tener éstos un cerebro con varios miles de neuronas más que el secuestrado. Pero es que uno de los signos de superioridad es el de saber descender, el de saber ponerse al nivel -del inferior y, sobre todo, no hacer jamás alarde de esa superioridad. Sólo los necios y los ignorantes son jactanciosos. Los sabios son modestos y humildes.

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 116


«Permitidme que os hable de nuevo de los ovnis “malos” y de los ovnis “buenos” ... ¿Se puede acusar a un cable de alta tensión de la muerte de un muchacho que ha cometido la temeridad de agarrarlo con la mano desnuda? ¿Podemos decir que el cable de alta tensión es “malo” por haber causado la muerte del muchacho? Del mismo modo, ¿podemos acusar al ovni de haber causado las quemaduras sufridas por el ser humano que, por simple casualidad, se hallaba en el lugar donde aquél aterrizó, viéndose expuesto a su campo de fuerzas? ¿Podemos tildar al ovni de “malo” por esta razón? Otras veces, el efecto de la “luz” que de él emana es “curar” las heridas del testigo. Recordemos el caso del doctor X.» …
Recordemos el caso del doctor X
Aquí, a diferencia del caso de Joao Prestes, (muerto al parecer por otro rayo de luz procedente de un ovni) sí que hubo fenómeno ovni. (Sin que ello quiera decir que no lo hubiera en el caso brasileño: pero aquí el ovni —u ovnis— fue —fueron— visibles.) Esta vez, la misteriosa «luz» ultra terrena produjo efectos-benéficos. Vamos a ver cómo. Este caso tuvo lugar la noche del 1 al 2 de noviembre de 1968 (noche de Todos los Santos), en una villa encaramada en la ladera de un monte que domina un amplio valle, en el departamento francés de los Bajos Alpes (hoy Alpes de Alta Provenza). El testigo y a la vez propagonista fue un médico, persona muy conocida y respetada en la comarca, donde había ocupado importantes cargos en la administración local. Tal vez por esto deseó que su nombre permaneciera en el anónimo: dato muy importante y positivo para valorar la verosimilitud o no de una observación ovni, ya que con el anónimo se descartan de entrada una serie de motivos espúreos: afán de notoriedad, intento de comercialización del supuesto caso, megalomanía, posible fabulación (consciente o inconsciente), etc. El doctor X (así lo llamaremos) contó únicamente lo sucedido a su amigo y vecino Aimé Michel, el gran investigador francés, el cual publicó después un estudio magistral del episodio en un número extra de la Flying Saucer Review titulado «UFO Percipients». Pero -pasemos a los hechos. En la madrugada del día 2, el doctor X fue despertado, por la voz de su hijito de dieciocho meses, el cual no lloraba, sino que parecía pedir algo. El doctor X pensó que el niño tal vez tenía sed, y, teniendo cuidado de no despertar a su esposa, se levantó y fue a tientas de su habitación a la del niño, que era contigua a la del matrimonio: Encontró a la criatura de pie en su camita, señalando muy excitada a la ventana. Las persianas estaban cerradas, pero a través de las rendijas el doctor vio un relampagueo intermitente que él tomó por chispas eléctricas. Es preciso señalar aquí que el doctor X sufría una cojera permanente, resultado de una hemiparesis sufrida como consecuencia de heridas que recibió en 1958, durante la guerra de Argelia (una mina de tierra estalló bajo su jeep, hiriéndole grave e irreversiblemente en la medula espinal). Además, el 29 de octubre —o sea, poco antes del incidente— se había causado él mismo una profunda herida en la espinilla, cuando estaba partiendo leña en la trasera de la casa: el hacha se le escapó de la mano y le hirió en la pierna. A consecuencia de ello, tenía el pie correspondiente muy hinchado y doloroso. El médico de cabecera le había prescrito cuatro días de reposo con la pierna en alto. Estos detalles son importantes, como veremos después. El doctor X cogió el biberón vacío del niño y se dirigió renqueando hacia la cocina. Mientras seguía el corredor, siguió viendo el relampagueo intermitente a través de las persianas, oyendo al mismo tiempo la lluvia, que tamborileaba en el tejado del chalet. Al entrar en la cocina, observó que el reloj eléctrico marcaba las 3.55. Decidió entonces abrir una ventana, para ver qué era lo que causaba aquel relampagueo silencioso. Desde la villa, como hemos dicho, se divisaba una gran extensión de valle, y he aquí lo que vio el doctor X: por su derecha venían hacia él dos enormes objetos en forma de plato. De la parte central inferior, ambos objetos lanzaban intermitentemente, y a la vez, un potente rayo de luz, que era lo que causaba el supuesto relampagueo. -Al llegar frente a la casa, los dos objetos viraron y se dirigieron en derechura hacia el observador. Acto seguido se aproximaron el uno al otro y «se confundieron en un solo objeto». Aquel disco gigantesco se ladeó, entonces, hasta presentar su parte ventral o inferior hacia la casa, y por unos momentos una luz blanca, deslumbradora, bañó el chalet, y el doctor X, que estaba asomado a la ventana, con los batientes y las persianas bien abiertos. El doctor X llevaba únicamente un jersey encima del pijama. En el breve: espacio de tiempo que duró su observación, el doctor X pudo ver que los dos objetos eran unos discos gigantescos, rematados por una especie de antena (que se conservó al confundirse ambos objetos en uno solo) Por los lados se proyectaban también horizontalmente otras supuestas antenas. Mientras el doctor X, mudo de asombro, contemplaba aquel espectáculo increíble; el objeto resultante de la fusión de los dos anteriores desapareció de pronto, dejando tan sólo un poco de humo en el aire... Impresionadísimo por lo que había visto, el doctor X cerró la ventana y miró la hora en el reloj de pared: las 4.05. Habían pasado únicamente diez minutos. Tomó entonces un cuaderno de notas que estaba encima de la nevera y escribió todo lo que había visto, haciendo también un croquis de los objetos. Volvió entonces al dormitorio, despertó a su mujer y se puso a explicarle la observación. Ambos se hallaban excitadísimos, hasta que la mujer gritó de pronto: «Tu pierna!» Entonces el doctor X se dio cuenta de que estaba andando normalmente por la habitación, mientras relataba lo visto a su mujer. La cojera había desaparecido. Estupefacto, el médico se arremanga la pernera del pijama: la tumefacción había desaparecido también, la herida apenas se veía y la pierna tenía un aspecto saludable... Después de seguir hablando todavía un rato, el matrimonio se volvió a acostar. A la mañana siguiente, ella se despertó a las diez, vio que su mandó aún dormía y no lo molestó. Él siguió durmiendo profundamente hasta las dos de la tarde. Cuando se despertó, no recordaba «absolutamente nada» de lo que había sucedido aquella noche, ni siguiera cuando su mujer le enseñó sus propias notas y los croquis hechos por él mismo….
Pasan unos días. Las secuelas de las heridas sufridas en la guerra de Argelia han desaparecido completamente. El doctor camina -de manera normal. Pero aún se encuentra bajo la gran impresión que le ha producido el insólito episodio de la noche de Todos los Santos…
El día 17 de noviembre, al levantarse, el doctor x observó un extraño triángulo rojizo en torno a su ombligo. Al día siguiente, un triángulo idéntico, pero más pequeño, se mostraba también rodeando el ombligo de su hijo. La explicación psicosomática, que había adelantado el médico de la familia, se derrumbó estrepitosamente. Los dos triángulos se mantuvieron aún unos días y estuvieron acompañados por un incremento perceptible en las facultades paranormales de padre e hijo, entre los cuales, a partir de entonces, se estableció un vínculo telepático invisible. ¿Habían sido marcados ambos, de un modo parecido a como nosotros marcamos a las reses que nos pertenecen? Pero fuesen cuales fuesen estos «ganaderos» cósmicos, tenemos aquí un empleo de la «luz» muy distinto —de signo completamente opuesto— al del caso del infortunado Joao Prestes. Los «extraterrestres» ya sabían que a los terrestres no nos convienen determinados subproductos de su avanzadísima tecnología.

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 133-138


Los ufólogos "científicos» (¡qué dos esdrújulos tan mal- sonantes!) por lo general se limitan a recopilar casos, a hacer listados y catálogos, sin sacar ninguna consecuencia. No la sacan por dos razones: primera y principal, por miedo; segunda, por una excesiva asepsia intelectual. En una palabra, no quieren mojarse. (Otras veces, empero, no sacan consecuencias por incapacidad absoluta y manifiesta de hacerlo: la ufología es para ellos un juego de fichitas y un ejercicio taxonómico, a lo sumo. Cuando lo que se pretende estudiar son agnóptenos y no posibles naves extraterrestres, es natural que así ocurra.) Pero yo a) no tengo miedo y b) deseo vivamente sacar conclusiones. Que luego me equivoque o no, esto ya es otro cantar. Pero una vocecita interior, ¿llamémosla intuición? — me dice que no me equivoco. (Los asépticos que estudian agnóptenos no escuchan jamás esta vocecita.)

Primera conclusión: lo que para entendernos llamamos ovni es muy probablemente una supermaquina creada por una tecnología superior.

Segunda: estas supermáquinas no sólo han vencido el espacio, sino que probablemente han vencido también al tiempo y a lo que nosotros llamamos barreras interdimensionales. Así, no sólo es posible que vengan de fuera de la Tierra. sino también que lo hagan a través de otra dimensión. Las dos teorías principales (la extraterrestre y la pluridimensional) se conjugarían así armónicamente.

Tercera: no creo que se trate de creaciones de la mente. Con creaciones mentales no se impresionan radares ni se dejan huellas de hasta treinta toneladas en el suelo.

Cuarta: estas supermáquinas están tripuladas por seres vivientes y de aspecto humanoide.

Quinta: la diversidad morfológica observada entre los tripulantes (llamados también «ocupantes») parece postular una diversidad de orígenes, aunque en nuestro propio planeta — esto no hay que olvidarlo coexisten escandinavos blancos y rubios de 2 m de estatura con pigmeos de piel negra que miden 1,20 m, y ambos son Homo sapiens.
Sexta: no se descarta que algunos de los ocupantes vistos sean robots: robots "electrónicos» o robots «biológicos», fruto de una ingeniería genética avanzadísima.

Séptima: sobre sus «intenciones» no sabemos práctica mente nada Sólo podemos especular, de acuerdo con nuestras preferencias.

Octava: las denominaciones de «buenos» y «malos» aplicadas a los tripulantes de los ovnis, constituyen una evidente antropomorfización moral.

Novena: existe la remota posibilidad de que algunas de estas supermáquinas procedan...del futuro. En este caso serían la «máquina del tiempo» que imaginó H. G, Wells, realizada por nuestros lejanos descendientes. De ser así, los viajes que con ellas efectuarían éstos a su pasado (que se ría nuestro presente), acaso fuesen..., viajes turísticos.

Décima: mientras no sepamos más, debemos practicar la política tan británica y tan pragmática del Wait and See (esperar y ver). Pero yo creo que el enigma llegará a desvelarse…

… me ha salido hasta un Decálogo…

… Pero el mío no debe tomarse como artículo de fe: constituye diez puntos de meditación, a partir de cada uno de los cuales pueden elaborarse otras hipótesis y barajarse otras posibilidades, casi ad infinitum. Insisto en el punto séptimo: ante el ovni todos nos desnudamos. Cada cual ve en él sus esperanzas, sus anhelos, pero también sus frustraciones y sus temores. El meteorólogo trata de explicarlo en términos de meteorología; el físico, en términos de física; la persona de espíritu religioso, viendo en él a Dios o al diablo; el psicólogo lo considera una fabulación de la mente del observador, y así sucesivamente. Cada una de estas personas no describe al ovni: se describe a sí misma, ¡Cuánto wish ful thinking hay aquí!, señalé también a los Lores. Para añadir: pero el ovni no es más que... un ovni: un «objeto volador no identificado» (cosa que se olvida con demasiada frecuencia). A partir de ahí, una vez «identificado», puede ser el planeta Venus, Júpiter, un pájaro, un avión, un globo sonda, un meteorito, un fragmento de satélite artificial en reentrada atmosférica y.… una nave extraterrestre. Y entonces se convierte en tui ovi, un objeto volante identificado. (O un vehículo extraterrestre dirigido [VED], como gusta de decir Rafael Farriols.) Un par de ufólogos australianos. R. de Lillo y R. H. Marx, -han propuesto una ingeniosa (y deliciosa) explicación de las motivaciones que pueden tener los ovninautas en nuestro planeta. Con ella voy a terminar este epílogo. Su artículo apareció en la FSR de marzo-abril de 1979. Pero antes diré que míster De Lillo es un físico y míster Marx es escritor profesional. De su colaboración ha salido lo que vamos a ver acto seguido. Ya al principio mismo de su artículo, estos dos autores se preguntan por los motivos de los ovninautas. ¿Por qué están aquí? ¿Por qué tan a menudo actúan de manera tan trivial, tan falta de sentido? ¿Qué «ser superior» es éste, que se dedica a perseguir automóviles, a asustar a sus conductores, a examinar árboles, a aterrizar en remotos andurriales, a recoger muestras de las plantas más -vulgares, a secuestrar perros y terneras, a llenar bandejas con pedruscos y a realizar otras acciones igualmente absurdas y grotescas? Precisamente esto, unido a la proliferación de avistamientos y de aterrizajes, ha desacreditado la hipótesis extraterrestre entre muchos investigadores de vanguardia, que han buscado «explicaciones» más sofisticadas y sutiles sobre todo en el terreno de la parapsicología o de la física. Ahora bien, se preguntan De Lillo y Marx, ¿por qué ellos han de tener un solo motivo? ¿Por qué no cincuenta? En segundo lugar, los investigadores del fenómeno han caído, sin darse cuenta, en un lugar común divulgado por la literatura de ciencia-ficción: el del extraterrestre desprovisto de emociones, frío, cerebral y superracionalista. Porque su inteligencia, enormemente superior a la nuestra, así lo exige; Ellos llaman a esto el «síndrome del señor Spock». Pero si se trata de hombres (o al menos de humanoides), ¿qué les impide estar también dotados de emociones humanas? ¿Y entre estas emociones estarían la cólera, la alegría, el sentido del humor, «las ganas de jugar» Qué hacían si no jugar los humanoides contra los que disparó Inácio de Souza, o los gigantes del Guaporé, o los que asustaron a los dos indios navajos?). Yo también pienso que este aspecto lúdico del fenómeno es importante. Explicaría muchas bromas pesadas que, a veces, nos han gastado los ufonautas. El artículo de los dos investigadores australianos es muy largo y resulta imposible reproducirlo en su totalidad. Pero el meollo de su argumentación está ya expuesto. Y de ello se deduce —siempre según De Lillo y Marx— que, si suponemos una variedad de orígenes y -de motivaciones, una de ellas puede -ser ¡el turismo! En efecto: a nuestro mundo llegarían grupos de turistas cósmicos que, como hacen todos los turistas, se llevarían recuerdos de su visita, ya fuesen piedras, plantas o incluso animales. Al lado de esto, podría coexistir un programa de investigación. «oficial», organizado por los <gobiernos» de los visitantes. Una teoría tan válida como otra cualquiera... y que tiene la ventaja de explicar más aspectos del fenómeno que otras muchas, que ocultan ciudadosamente aquellas facetas del mismo que no encajan con la teoría preestablecida. No es lícito, en efecto, elaborar una teoría —sea ésta cual sea, aunque no pase de ser una mera hipótesis— para luego tratar de encajar los hechos a ella, escamoteando aquellos que la corroboran. Por el contrario, hay que ir de los hechos a las hipótesis, para explicarlos, y luego a las teorías generales. Pero sin escamotear ninguno. Sea como fuere, ellos están aquí, entre nosotros. A estas alturas, su realidad no puede cuestionarse, ni tampoco su existencia. Creo que es conveniente que vayamos aprendiendo a convivir con ella, pues toda la historia humana está ya marcada por el fenómeno ovni y, sobre todo, por sus manifestaciones más dramáticas, como son los encuentros cercanos y las abducciones. Hay que crear un nuevo estado de conciencia: además de aquella conciencia planetaria, de ciudadanos de un solo planeta, que postulaba Louis Pauwels, una conciencia cósmica, -de ciudadanos de una galaxia, que es nuestra gran ciudad de una patria infinitamente más vasta que es el universo. En esta ciudad hay otros barrios, otros habitantes —más afortunados que nosotros, más viejos, más experimentados—, pero que también son hombres. De esta comprobación, de esta aceptación, puede nacer una nueva Historia.

Antonio Ribera
Encuentros con Humanoides, página 199





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