Lo he escrito porque creo que es necesario. Creo que su efecto general será curativo. Pero también lo he escrito con inquietud. Tiene potencia] para hacer daño. A algunos lectores les provocará dolor, y con otros lectores sucederá algo peor: usarán el libro para hacer daño. Les he preguntado a algunos lectores preliminares cuyo juicio e integridad respeto particularmente: ¿Piensan ustedes que este libro sobre la maldad humana es malo en sí mismo?”

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El mal y la mentira, página 3



No podemos esperar que curaremos la maldad humana si no la miramos de frente. No es agradable de ver.

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El mal y la mentira, página 4


La batalla para curar la maldad humana siempre comienza en casa. Y la autopurificación siempre será nuestra arma más importante.

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El mal y la mentira, página 5


Definir a un “verdadero cristiano” es un asunto difícil. Pero si tuviera que hacerlo, mi definición sería que un verdadero cristiano es cualquier persona que es “una agradable morada para Jesús”.

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El mal y la mentira, página 7


Sé que Satanás ansía penetrarnos, pero nunca he experimentado ese deseo como sexual o creativo, sino sólo como odioso y destructivo.

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El mal y la mentira, página 8



La terapia sólo puede andar bien si el paciente siente que su terapeuta lo acepta. Sólo en una atmósfera de aceptación el paciente puede esperar confiar sus secretos para desarrollar un sentido de su propio valor. Yo tenía suficiente experiencia como para saber que en algún punto del tratamiento a menudo es necesario, o más bien esencial, que el terapeuta se oponga al paciente en algún tema en particular y haga de él un juicio crítico. Pero también sabía que lo ideal es que esto suceda en una etapa avanzada del tratamiento.

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El mal y la mentira, página 25


La psicoterapia no es la salida fácil. Es una forma de enfrentar las cosas, aunque sea dolorosa, incluso muy dolorosa. Es la forma de no escapar. Es la forma correcta, no la fácil.

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El mal y la mentira, página 28



La terapia solo puede andar bien si el paciente siente que su terapeuta lo acepta. Sólo en una atmósfera de aceptación el paciente puede esperar confiar sus secretos para desarrollar un sentido de su propio valor.

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El mal y la mentira, página 30



Si, en un momento particular, estamos en posición de elegir un modelo específico, probablemente tendremos que elegir el más dramático, es decir, el que confiere al acontecimiento que estamos estudiando la mayor significación posible. Generalmente, sin embargo, no es necesario ni conveniente adoptar un modelo único. Nosotros los norteamericanos vemos un hombre en la Luna; algunos centroamericanos, según me dicen, perciben un conejo. ¿Quién tiene razón? Los dos, por supuesto, ya que ambos tienen un punto de vista distinto, tanto cultural como geográfico. Lo que llamamos modelos, son simplemente puntos de vista alternativos. Y si queremos conocer la luna —o cualquier otro fenómeno— lo mejor que podamos, tendremos que estudiarla desde todos los puntos de observación posibles.

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El mal y la mentira, página 33


La maldad humana es demasiado importante como para entenderla en forma unilateral. Y es una realidad demasiado vasta como para entenderla en un marco de referencia único. En verdad, es un problema tan básico como para ser inherente e inevitablemente misterioso. La comprensión de la realidad básica es algo que jamás se puede lograr; solamente podemos aproximarnos a ella. Y, en realidad, cuanto más nos acercamos, más nos damos cuenta de que no entendemos... más pasmados nos quedamos ante su misterio.

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El mal y la mentira, página 34


En todos los relatos de exorcismos las voces demoníacas proponen un nihilismo de uno u otro tipo.

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El mal y la mentira, página 34





Usted siempre busca la salida fácil, George. No la salida correcta. La salida fácil. Si tiene que elegir entre la salida correcta y la salida fácil, siempre elegirá la fácil. La que no es dolorosa.

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El mal y la mentira, página 35



Aún no existe un cuerpo de conocimiento científico que merezca llamarse psicología. Hace milenios que el concepto del mal está en el centro del pensamiento religioso. Pero está virtualmente ausente de nuestra ciencia de la psicología, a pesar de que podría pensarse que la psicología está vitalmente vinculada con este asunto. La principal razón de esta extraña situación es que hasta ahora se ha considerado que la religión y la psicología no pueden mezclarse; son como el agua y el aceite, incompatibles y antagónicas.

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El mal y la mentira, página 35



Cuando digo que el mal tiene que ver con el asesinato no me refiero únicamente al asesinato físico. El mal es también aquello que mata al espíritu. Hay varios atributos esenciales de la vida —en particular de la vida humana— como, por ejemplo, la sensibilidad, la movilidad, la conciencia, el crecimiento, la autonomía, la voluntad. Es posible matar o intentar matar a cualquiera de estos atributos sin destruir el cuerpo. Así podemos “domar” a un caballo e incluso a un niño sin tocarle un pelo. Erich Fromm demostró ser muy sensible a esto cuando incluyó en el concepto de “necrofilia” el deseo que tienen a1gunas personas de controlar a otras; de tornarlas controlables, estimular su dependencia, desalentar su capacidad de pensar por sí solas, disminuir su impredicibilidad y su originalidad, y mantenerlos a raya. Las diferenció de la persona “biofísica”, que aprecia y estimula las diversas formas de la vida y la unicidad del individuo. Demostró que existe un tipo de carácter “necrofílico”, cuya meta es evitar la inconveniencia de la vida convirtiendo a los demás en autómatas obedientes, robándoles su humanidad.

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El mal y la mentira, página 35



El mal es una fuerza que reside dentro o fuera de los seres humanos, y que busca matar la vida o la vitalidad. Y el bien es lo opuesto. El bien es lo que estimula la vida y la vitalidad.

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El mal y la mentira, página 39



Tengo la intención de estimularnos a reconocer el mal por lo que es, en toda su espantosa realidad. No hay nada morboso en mi propósito. Al contrario, es en favor de la vida “más abundante”. La única razón válida para reconocer la maldad humana es curarla dondequiera que se pueda, y cuando no podamos (como muy frecuentemente ocurre), estudiarla más para poder descubrir cómo curarla en casos específicos y eventualmente borrar su fealdad de la faz de la tierra. Creo que queda claro, entonces, que al estimularnos a desarrollar una psicología del mal, no estoy hablando de un estudio del mal en abstracto ni de una psicología abstracta divorciada de los valores de la vida y la vitalidad. No se puede estudiar una enfermedad sin la intención de curarla, a menos que uno sea una especie de nazi. Una psicología del mal debe su una psicología curativa. La curación es un resultado del amor. Es una función del amor. Donde hay amor hay curación. Y donde no hay amor hay muy poca —o ninguna- curación. Paradójicamente, una psicología del mal debe ser una psicología llena de amor. Debe rebosar de amor a la vida. Cada paso de su metodología debe estar guiado no solamente por el amor a la verdad, sino también por el amor a la vida, al calor, la luz y la risa; a la espontaneidad y la alegría; amor al servicio y el cuidado del hombre. Tal vez así estoy ya contaminando a la ciencia. Permítanme que la “contamine” un poco más. La psicología científica que sugiero, para no resultar estéril y muerta y mala en sí misma, sino por el contrario rica y fértil y humanamente productiva, tendrá que lograr la integración de muchas cosas que generalmente no se consideran “científicas”. Por ejemplo, tendrá que prestar gran atención a la literatura, en particular a la mitología. En su batalla contra el mal a través de los siglos, los seres humanos, consciente o inconscientemente, han incorporado las lecciones que aprendieron de las historias míticas. El cuerpo de esta mitología es un enorme depósito de estas lecciones, a las que siempre seguimos agregando otras. El personaje del Gollum, por ejemplo, perteneciente al libro El Hobbít, que cobró gran popularidad, y a la trilogía El señor de los anillos es tal vez la mejor descripción del mal que jamás se haya escrito. Su autor, J. R. R. Tolkien, profesor de literatura, sin duda sabía sobre la maldad humana al menos tanto como cualquier psiquiatra o psicólogo. En el otro extremo del espectro, los métodos de la ciencia “difícil” también deben ser aplicados al estudio del mal: no sólo los Rorschach sino los más avanzados procedimientos bioquímicos y sofisticados análisis estadísticos de los patrones hereditarios. Un editor que revisó una primitiva versión manuscrita de esta obra exclamó: “Pero, Scotty, no estarás sugiriendo que la maldad puede ser genética o química o física de alguna manera!”. Sin embargo, este mismo editor sabía muy bien que estamos descubriendo que casi todas las enfermedades tienen raíces físicas y emocionales a la vez. La buena ciencia, la buena psicología, no pueden ser de criterio estrecho. Hay que explorar todos los caminos, examinar todas las señales. Finalmente, por supuesto, una psicología del mal debe ser una psicología religiosa. Con esto no quiero decir que deba abrazar una teología determinada. Lo que sí quiero decir es que no sólo debe abrazar ideas válidas de todas las tradiciones religiosas, sino también reconocer la realidad de lo “sobrenatural”. Y, como he dicho, debe ser una ciencia sometida al amor y al carácter sagrado de la vida. No puede ser una psicología puramente secular.

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El mal y la mentira, página 40


Hay tres grandes modelos teológicos del mal diferentes, que podríamos llamar modelos ‘vivos’. Uno es el no-dualismo del hinduismo y el budismo, en que el mal se ve simplemente como la otra cara de la moneda. Para que haya vida debe haber muerte; para que haya crecimiento, decadencia; para que haya creación, destrucción. En consecuencia, el no-dualismo considera que la distinción entre el bien y el mal es una ilusión. Esta actitud ha penetrado en sectas supuestamente cristianas tales como Christian Science y el Course of Miracles recientemente difundido, pero es considerada una herejía por los teólogos cristianos. Un segundo modelo sostendría que el mal es distinto del bien pero que, de todos modos, es una creación de Dios. Para dotarnos de una voluntad libre (esencial para crearnos a Su imagen y semejanza) Dios debe permitirnos la opción de elegir equivocadamente y -de esa manera, al menos- ‘permitir’ el mal. Este modelo, que denomino ‘dualismo integrado’, fue apoyado por Martin Buber, quien se refirió al mal como ‘la levadura de la masa, el fermento puesto por Dios en el alma, sin el cual la masa humana no leva’. (Good and Evil, Charles Scribner’s Sons, New York, 1953, p. 94). Al gran modelo final, el del cristianismo tradicional, lo llamo ‘dualismo diabólico’. Aquí el mal se considera no como la creación de Dios sino como un espantoso cáncer que escapa a su control. Si bien este modelo tiene sus propias trampas, es el único de los tres que trata adecuadamente el problema del asesinato y el asesino.

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El mal y la mentira, página 44



Si lo pensamos seriamente, tal vez tiene más sentido suponer que éste es un mundo naturalmente malo que misteriosamente se ha “contaminado” de bondad, más bien que al contrario. El misterio del bien es aún mayor que el misterio del mal. 6 Y estos misterios son inextricables.

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El mal y la mentira, página 46




Tengo la intención de estimularnos a reconocer el mal por lo que es, en toda su espantosa realidad. No hay nada morboso en mi propósito. Al contrario, es en favor de la vida “más abundante”. La única razón válida para reconocer la maldad humana es curarla dondequiera que se pueda, y cuando no podamos (como muy frecuentemente ocurre), estudiarla más para poder descubrir cómo curarla en casos específicos y eventualmente borrar su fealdad de la faz de la tierra. Creo que queda claro, entonces, que al estimularnos a desarrollar una psicología del mal, no estoy hablando de un estudio del mal en abstracto ni de una psicología abstracta divorciada de los valores de la vida y la vitalidad. No se puede estudiar una enfermedad sin la intención de curarla, a menos que uno sea una especie de nazi. Una psicología del mal debe su una psicología curativa. La curación es un resultado del amor. Es una función del amor. Donde hay amor hay curación. Y donde no hay amor hay muy poca —o ninguna- curación. Paradójicamente, una psicología del mal debe ser una psicología llena de amor. Debe rebosar de amor a la vida. Cada paso de su metodología debe estar guiado no solamente por el amor a la verdad, sino también por el amor a la vida, al calor, la luz y la risa; a la espontaneidad y la alegría; amor al servicio y el cuidado del hombre. Tal vez así estoy ya contaminando a la ciencia. Permítanme que la “contamine” un poco más. La psicología científica que sugiero, para no resultar estéril y muerta y mala en sí misma, sino por el contrario rica y fértil y humanamente productiva, tendrá que lograr la integración de muchas cosas que generalmente no se consideran “científicas”. Por ejemplo, tendrá que prestar gran atención a la literatura, en particular a la mitología. En su batalla contra el mal a través de los siglos, los seres humanos, consciente o inconscientemente, han incorporado las lecciones que aprendieron de las historias míticas. El cuerpo de esta mitología es un enorme depósito de estas lecciones, a las que siempre seguimos agregando otras.

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El mal y la mentira, página 50


La buena ciencia, la buena psicología, no pueden ser de criterio estrecho. Hay que explorar todos los caminos, examinar todas las señales.

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El mal y la mentira, página 52



Siempre que hay un déficit importante en el amor parental, el chico, muy probablemente, responderá a ese déficit suponiendo que es la causa de ese déficit, y desarrollará

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El mal y la mentira, página 59



Cuando un niño se enfrenta en forma tajante con la maldad de sus padres, probablemente interpretará mal la situación y creerá que la maldad reside en él mismo.

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El mal y la mentira, página 61



Para recibir un tratamiento hay que quererlo, aunque sea en cierto grado, y para quererlo uno tiene que considerar que lo necesita. Uno debe, por lo menos en cierto nivel, reconocer su imperfección.

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El mal y la mentira, página 62


En este mundo existe un enorme número de personas con problemas psiquiátricos graves e identificables que, a los ojos de un psiquiatra, necesitan desesperadamente tratamiento y no reconocen esa necesidad. De manera que no reciben tratamiento, aunque se les ofrezca en bandeja de plata. No todas estas personas son malas. En realidad, la mayoría no lo es. Pero en esta categoría de personas con mayor intensidad de resistencia al tratamiento psiquiátrico entran los verdaderamente malos.

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El mal y la mentira, página 62


Es triste, pero el hecho es que las personas más sanas —las más honestas, cuyas estructuras de pensamiento están menos distorsionadas— son las más fáciles de tratar con psicoterapia y las que más se beneficiarán con ella. Y a la inversa, cuanto más enfermos están los pacientes — cuanto más deshonesta es su conducta y más distorsionada su manera de pensar— menos capaces serán de alcanzar algún tipo de éxito. Cuando ellos están muy distorsionados y son muy deshonestos, parece imposible. Entre terapeutas es frecuente calificar la psicopatología de un paciente como “abrumadora”. Lo decimos en sentido literal. Literalmente nos sentimos abrumados por la masa laberíntica de mentiras y motivos retorcidos y comunicación distorsionada en la que caeremos si intentamos trabajar con estas personas en la íntima relación psicoterapéutica. Sentirnos, y a veces con mucha razón que no sólo fracasaremos en nuestros intentos de sacarlos del pantano de su enfermedad, sino que muy probablemente nos harán caer en él. Somos demasiado débiles para ayudar a estos pacientes; demasiado ciegos como para ver el final de los retorcidos corredores por donde nos llevarán; demasiado pequeños como para mantener nuestro amor ante todo su odio.

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El mal y la mentira, página 63



Para ayudar a los individuos en psicoterapia es necesario tener al menos un atisbo de sentimiento positivo hacia ellos, un toque de simpatía por sus problemas, una leve empatía por sus sufrimientos, una cierta consideración por su condición de personas y esperanza en sus potenciales como seres humanos.

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El mal y la mentira, página 64


Las personas tienen sentimientos unas por las otras. Cuando los terapeutas tienen sentimientos por sus pacientes los llaman “contratransferencia”. La contratransferencia abarca toda la gama de las emociones humanas, desde el amor más intenso al odio más intenso. Sobre el tema de la contratransferencia se ha escrito muchísimo; puede resultar muy útil o muy dañina en la relación terapéutica. Si los sentimientos de los terapeutas son inapropiados, la contratransferencia distorsionará, confundirá y desviará, el proceso deja curación. Si la contratransferencia es adecuada, será la herramienta más útil para comprender los problemas de un paciente. Una tarea crucial de un psicoterapeuta es reconocer si la contratransferencia es apropiada o no. Para cumplir esta tarea los psicoterapeutas deben analizarse continuamente a sí mismos a la vez que analizan a sus pacientes. Si la contratransferencia es inapropiada, es responsabilidad del terapeuta curarse al respecto, o derivar el paciente a otro terapeuta capaz de ser más objetivo en ese caso particular.

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El mal y la mentira, página 64




La sensación que experimenta una persona sana en relación con una persona mala es de repugnancia. La sensación de repugnancia puede ser casi instantánea si la maldad que se encuentra es evidente. Si la maldad es más sutil, la repugnancia sólo se desarrollará gradualmente a medida que se profundice la relación con la persona mala. El sentimiento de repugnancia puede ser muy útil para el terapeuta. Puede ser una herramienta de diagnóstico por excelencia. Puede significar, en forma más verdadera y rápida que cualquier otra, que el terapeuta está en presencia de un ser humano malo. Pero, como un filoso escalpelo, es una herramienta que hay que utilizar con mucho cuidado. Si la repugnancia surge no por algo del paciente sino por alguna enfermedad del terapeuta, causará todo tipo de daños, a menos que el o la terapeuta sepan reconocer con humildad que se trata de un problema de ellos. Pero, ¿qué haría que la repulsión fuera una respuesta sana? ¿Porqué podría ser una contratransferencia apropiada para un terapeuta emocionalmente sano? La repugnancia es una poderosa emoción que inmediatamente nos hace evitar, escapar de la presencia que causa repugnancia. Y eso es lo más apropiado que puede hacer una persona sana en circunstancias comunes, cuando se encuentra con una presencia indigna: escapar de ella. El mal es repugnante porque es peligroso. Contamina, o bien destruye a la persona que se queda demasiado tiempo en su presencia. A menos que uno sepa muy bien lo que está haciendo, lo mejor que se puede hacer al enfrentarse con el mal es salir corriendo en dirección contraria. La contratransferencia de rechazo es un sistema de radar instintivo, o, si ustedes quieren, puesto por Dios para hacer advertencias tempranas y salvadoras.

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El mal y la mentira, página 65




A pesar de la abundancia de literatura profesional sobre el tema de la contratransferencia, nunca he leído nada específico sobre el rechazo. Hay varias razones para esta omisión. La contrarransferencia de rechazo se relaciona tan específicamente con el mal, que es casi imposible escribir sobre una sin escribir sobre el otro; y como el mal, en general, ha estado muy por fuera de los límites de la psicoterapia hasta el momento, lo mismo ha sucedido con esta contratransferencia específica. 17 Además, los psicoterapeutas suelen ser personas bondadosas, y una reacción tan dramáticamente negativa de su parte sería una amenaza para la imagen que tienen de sí mismos. Luego, por lo intensamente negativo de la reacción, hay una profunda tendencia en los psicoterapeuras a evitar continuar la relación con pacientes malos. Finalmente, como ya he dicho, muy pocas personas malas están dispuestas a ser clientes de psicoterapia. Excepto en circunstancias extraordinarias, harán todo lo posible para huir del proceso esclarecedor de la terapia. De manera que a los psicoterapeutas les resulta difícil estar con personas malas el tiempo suficiente como para estudiarlas o como para estudiar sus propias reacciones.

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El mal y la mentira, página 66




Hay otra reacción que los individuos malos frecuentemente engendran so nosotros: LA CONFUSION.

También aquí la reacción es muy apropiada. Las mentiras confunden. La gente mala es “la gente de la mentira”: ellos engañan a los otros al mismo tiempo que van acumulando capa sobre capa de autoengaño. Si se siente confundido ante un paciente, el terapeuta debe preguntarse si su confusión no es el resultado de su ignorancia. Pero también le corresponde al terapeuta preguntarse: “¿El paciente no estará haciendo algo para confundirme?”.

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El mal y la mentira, página 66



He dicho que la contratransferencia de rechazo es una respuesta apropiada —hasta salvadora — ante las personas malas. Hay una excepción. Si se puede penetrar en la confusión —si puede hacerse el diagnóstico de la maldad, y si el terapeuta, sabiendo lo que tiene entre manos, decide intentar relacionarse con la persona mala para curarla, entonces, y sólo entonces, puede y debe dejarse de lado la contratransferencia de rechazo. Esto significa correr un gran riesgo. El intento de curación del mal no debe tomarse a la ligera. Hay que hacerlo desde una posición de notable fuerza psicológica y espiritual. La única razón por la que puede hacerse es que un terapeuta capaz de esa fuerza sabrá que, si bien hay que temer a las personas malas, también hay que tenerles lástima. Ellos siempre están huyendo de la luz que los pondría de manifiesto y de la voz de su propia conciencia; son los seres humanos más atemorizados que existen. Viven sus vidas sumidos en el terror. No hay que enviarlos a ningún infierno; el infierno es la vida que llevan.

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El mal y la mentira, página 67



Como sabemos tan poco sobre la naturaleza del mal, generalmente nos falta la habilidad para curarlo. Pero no es extraño que tengamos esta ineptitud terapéutica si ni siquiera hemos discernido el mal como enfermedad específica. La tesis de este libro es que el mal puede definirse como una forma específica de enfermedad mental y que debe someterse a la misma intensidad de investigación científica que dedicaríamos a otra importante enfermedad psiquiátrica.

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El mal y la mentira, página 67



En veinte años no he aprendido nada que sugiera que es possible influir sobre las personas malas por ningún otro medio que no sea el del poder puro y simple. Ellos no responden, al menos en corto plazo, a trato bondadoso ni a ninguna forma de persuasión espiritual que yo conozca.

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El mal y la mentira, página 67



Dar a las cosas el nombre que les corresponde nos otorga un cierto poder sobre ellas.

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El mal y la mentira, página 68




Como distingo entre personas malas y criminales comunes, obviamente hago también la distinción entre la maldad como característica de la personalidad y las malas acciones. En otras palabras: las malas acciones no producen malas personas. De otro modo, todos seríamos malos, porque todos cometemos malas acciones.

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El mal y la mentira, página 71



La definición más extendida del pecado es “no dar en el blanco”. Esto significa que pecamos cada vez que no damos en el centro. El pecado es nada más y nada menos que la imposibilidad de ser siempre perfectos. Como nos es imposible ser siempre perfectos, somos todos pecadores. Habitualmente no hacemos lo mejor que podemos, y con cada fracaso come
temos un crimen de alguna clase: contra Dios, nuestro prójimo o nosotros mismos, cuando no francamente contra la ley. Por supuesto, hay crímenes de mayor y menor magnitud. Sin embargo, es un error pensar en el malo el pecado como una cuestión de grado. Puede parecer menos odioso estafar a los ricos que a los pobres, pero de todas maneras es una estafa. Hay diferencias ante la ley entre una defraudación en un negocio, la evasión de impuestos, copiarse en un examen, decirle a la esposa que uno tiene que trabajar hasta tarde cuando en realidad le está siendo infiel, o decirle al marido (o a una misma) que no tuvo tiempo de ir a buscar su ropa al lavadero cuando en realidad pasó una hora hablando por teléfono con una amiga. Sin duda, unas acciones son más excusables que otras —y tal vez lo sean mucho más según las circunstancias—, pero eso no quita que todas sean mentiras y engaños. Si ustedes son lo suficientemente escrupulosos como para no haber hecho ninguna de estas cosas recientemente, entonces pregúntense si hay alguna otra forma en que puedan haberse mentido o engañado a sí mismos. O si han sido menos de lo que podían, lo cual es en sí un autoengaño. Sean perfectamente honestos con ustedes mismos, y se darán cuenta de su pecado. Si no se dan cuenta de eso, no son perfectamente honestos consigo mismos, lo cual es en sí un pecado. No hay salida: todos somos pecadores.

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El mal y la mentira, página 72



Para los chicos —incluso pata los adolescentes— los padres son como dioses. La forma en que los padres hacen las cosas parece la forma en que deben hacerse las cosas. Los chicos rara vez son capaces de comparar objetivamente a sus padres con otros padres. No son capaces de hacer evaluaciones realistas de la conducta de sus padres. Si sus padres lo tratan mal, un chico supone generalmente que él es malo. Si lo tratan como a un feo, estúpido ciudadano de segunda, crecerá con la imagen de que es feo, estúpido y de segunda clase. Los niños criados sin amor llegan a creer que no pueden ser amados. Podemos expresar esto como una ley general del desarrollo de los niños: Siempre que hay un déficit importante en el amor parental, el chico, muy probablemente, responderá a ese déficit suponiendo que es la causa de ese déficit, y desarrollará de este modo una imagen negativa de sí mismo que nada tiene que ver con la realidad.

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El mal y la mentira, página 72





Como ya he escrito en otra parte: “…Bienaventurados sean los pobres de espíritu’’, comenzó diciendo Jesús cuando tuvo que hablar a las multitudes. ¿Qué quiso decir con esta introducción? ¿Qué hay de extraordinario en humillarse, en tener este sentido del pecado personal? Si ustedes se preguntan eso, será bueno que recuerden a los fariseos. Eran los presumidos de la época de Jesús. No se sentían pobres de espíritu. Sentían que eran dueños de todo, que lo sabían todo, que merecían ser líderes de la cultura en Jerusalén y en Palestina. Y fueron los que asesinaron a Jesús. Los pobres de espíritu no hacen el mal. El mal no lo cometen las personas que dudan sobre si ellos tienen razón, que cuestionan sus propios motivos, que se preocupan por si se engañan a sí mismos. El mal en este mundo lo cometen los satisfechos, los fariseos de nuestro tiempo, los que se creen justos y sin pecado porque no quieren sufrir la molestia de un examen significativo de sí mismos. Por más desagradable que sea, el sentimiento de pecado personal es precisamente aquello que impide que nuestro pecado se vuelva incontrolable. Es muy doloroso a veces, pero es una gran bendición porque es nuestra única salvaguarda efectiva contra nuestra propia proclividad al mal. Sainte Thérèse de Lisieux lo dijo muy bien, con su suavidad característica: “Si estás dispuesto a soportar serenamente la prueba de desagradarte a ti mismo, te convertirás en una agradable morada para Jesús…”

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El mal y la mentira, página 73



Las variedades de maldad de la gente son muchísimas.

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El mal y la mentira, página 74



En La nueva psicología del amor definí el mal como “el ejercicio del poder político, es decir, la imposición de la voluntad de uno sobre los demás mediante una coacción abierta o encubierta para evitar el crecimiento espiritual” (pág. 290). En otras palabras, los individuos malos atacan a otros para no enfrentar sus propias fallas. El crecimiento espiritual requiere el reconocimiento de la necesidad que tiene uno de crecer. Si no podemos reconocer eso, no tenemos otra opción que intentar erradicar la evidencia de nuestra imperfección.

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El mal y la mentira, página 76



Es triste, pero el hecho es que las personas más sanas — las más honestas, cuyas estructuras de pensamiento están menos distorsionadas— son las más fáciles de tratar con psicoterapia y las que más se beneficiarán con ella. Y a la inversa, cuanto más enfermos están los pacientes — cuanto más deshonesta es su conducta y más distorsionada su manera de pensar— menos capaces serán de alcanzar algún tipo de éxito. Cuando ellos están muy distorsionados y son muy deshonestos, parece imposible. Entre terapeutas es frecuente calificar la psicopatología de un paciente como “abrumadora”. Lo decimos en sentido literal. Literalmente nos sentimos abrumados por la masa laberíntica de mentiras y motivos retorcidos y comunicación distorsionada en la que caeremos si intentamos trabajar con estas personas en la íntima relación psicoterapéutica. Sentirnos, y a veces con mucha razón que no sólo fracasaremos en nuestros intentos de sacarlos del pantano de su enfermedad, sino que muy probablemente nos harán caer en él. Somos demasiado débiles para ayudar a estos pacientes; demasiado ciegos como para ver el final de los retorcidos corredores por donde nos llevarán; demasiado pequeños como para mantener nuestro amor ante todo su odio.

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El mal y la mentira, página 77


Para ayudar a los individuos en psicoterapia es necesario tener al menos un atisbo de sentimiento positivo hacia ellos, un toque de simpatía por sus problemas, una leve empatía por sus sufrimientos, una cierta consideración por su condición de personas y esperanza en sus potenciales como seres humanos.

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El mal y la mentira, página 78


La sensación que experimenta una persona sana en relación con una persona mala es de repugnancia. La sensación de repugnancia puede ser casi instantánea si la maldad que se encuentra es evidente. Si la maldad es más sutil, la repugnancia sólo se desarrollará gradualmente a medida que se profundice la relación con la persona mala. El sentimiento de repugnancia puede ser muy útil para el terapeuta. Puede ser una herramienta de diagnóstico por excelencia. Puede significar, en forma más verdadera y rápida que cualquier otra, que el terapeuta está en presencia de un ser humano malo. Pero, como un filoso escalpelo, es una herramienta que hay que utilizar con mucho cuidado. Si la repugnancia surge no por algo del paciente sino por alguna enfermedad del terapeuta, causará todo tipo de daños, a menos que el o la terapeuta sepan reconocer con humildad que se trata de un problema de ellos.

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El mal y la mentira, página 79


La gente mala es “la gente de la mentira”: ellos engañan a los otros al mismo tiempo que van acumulando capa sobre capa de autoengaño. Si se siente confundido ante un paciente, el terapeuta debe preguntarse si su confusión no es el resultado de su ignorancia. Pero también le corresponde al terapeuta preguntarse: “¿El paciente no estará haciendo algo para confundirme?”.

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El mal y la mentira, página 81



En realidad, es casi tentador pensar que el problema del mal está en la voluntad misma. Tal vez los malos nacen con una voluntad tan fuerte que les resulta imposible someterla.

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El mal y la mentira, página 82



Dar a las cosas el nombre que les corresponde nos otorga un cierto poder sobre ellas.

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El mal y la mentira, página 84


La gente que está en la cárcel puede casi siempre clasificarse dentro de uno u otro diagnóstico psiquiátrico. Los diagnósticos abarcan todo el espectro existente y corresponden, en términos de los legos, a cualidades tales como la locura, la impulsividad, la agresividad o la falta de conciencia (...)  Como distingo entre personas malas y criminales comunes, obviamente hago también la distinción entre la maldad como característica de la personalidad y las malas acciones. En otras palabras: las malas acciones no producen malas personas. De otro modo, todos seríamos malos, porque todos cometemos malas acciones. La definición más extendida del pecado es “no dar en el blanco”. Esto significa que pecamos cada vez que no damos en el centro. El pecado es nada más y nada menos que la imposibilidad de ser siempre perfectos. Como nos es imposible ser siempre perfectos, somos todos pecadores. Habitualmente no hacemos lo mejor que podemos, y con cada fracaso cometemos un crimen de alguna clase: contra Dios, nuestro prójimo o nosotros mismos, cuando no francamente contra la ley. Por supuesto, hay crímenes de mayor y menor magnitud. Sin embargo, es un error pensar en el malo y en el pecado como una cuestión de grado. Puede parecer menos odioso estafar a los ricos que a los pobres, pero de todas maneras es una estafa. Hay diferencias ante la ley entre una defraudación en un negocio, la evasión de impuestos, copiarse en un examen, decirle a la esposa que uno tiene que trabajar hasta tarde cuando en realidad le está siendo infiel, o decirle al marido (o a una misma) que no tuvo tiempo de ir a buscar su ropa al lavadero cuando en realidad pasó una hora hablando por teléfono con una amiga. Sin duda, unas acciones son más excusables que otras —y tal vez lo sean mucho más según las circunstancias—, pero eso no quita que todas sean mentiras y engaños. Si ustedes son lo suficientemente escrupulosos como para no haber hecho ninguna de estas cosas recientemente, entonces pregúntense si hay alguna otra forma en que puedan haberse mentido o engañado a sí mismos. O si han sido menos de lo que podían, lo cual es en sí un autoengaño. Sean perfectamente honestos con ustedes mismos, y se darán cuenta de su pecado. Si no se dan cuenta de eso, no son perfectamente honestos consigo mismos, lo cual es en sí un pecado. No hay salida: todos somos pecadores. Si no es posible definir a las personas malas por la ilegalidad de sus acciones o la magnitud de sus pecados, ¿cómo los definiremos? La respuesta está en la consistencia de sus pecados. Aunque en general son sutiles, su destructividad es notablemente consistente. Esto se debe a que los que han “sobrepasado el límite” se caracterizan por su absoluta negativa a tolerar la percepción de su propia naturaleza pecadora.

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El mal y la mentira, página 84



En mi experiencia el mal está en la familia. La persona descripta en el capítulo cuatro tiene padres malos. Pero la estructura familiar, por más correcta que sea, no hace nada por resolver la vieja controversia: “naturaleza versus aprendizaje”.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 84


Todavía no hemos logrado, por ejemplo, distinguir los diferentes tipos de auto-absorción excesiva. Hay muchos que son claramente — incluso groseramente— narcisistas de una manera u otra, pero no son malos. Todo lo que puedo decir en este punto es que la clase particular de narcisismo que caracteriza a las personas malas parece ser la que afecta particularmente a la voluntad. Por qué una persona ha de ser víctima de este tipo de narcisismo, y no de algún otro o de ninguno, es algo que apenas puedo suponer vagamente. En mi experiencia el mal está en la familia. La persona descripta en el capítulo cuatro tiene padres malos. Pero la estructura familiar, por más correcta que sea, no hace nada por resolver la vieja controversia: “naturaleza versus aprendizaje”. ¿El mal está en las familias porque es genético y heredado? ¿O porque el chico lo aprende imitando a sus padres? ¿O incluso como defensa contra sus padres? ¿Y cómo explicar el hecho de que muchos hijos de padres malos, aunque suelen quedar con marcas, no son malos? No lo sabemos, ni lo sabremos hasta que se haya realizado un laborioso trabajo científico. De todos modos, una teoría dominante de la génesis del narcisismo patológico dice que es un fenómeno defensivo. Como casi todos los niños pequeños demuestran un formidable acervo de características narcisistas, suponemos que el narcisismo es algo que generalmente “se supera” en el curso de un desarrollo normal, a través de una infancia estable al cuidado de padres cariñosos y comprensivos. Pero si los padres son crueles y nada afectuosos, o si por otros motivos la infancia es traumática, se cree que el narcisismo infantil se conserva como una especie de fortaleza psicológica para proteger al chico contra las vicisitudes de una vida intolerable. Esta teoría bien podría aplicarse a la génesis de la maldad humana. Los cons-tructores de las catedrales medievales colocaban en los contrafuertes las figuras de las gárgolas —que en sí mismas son símbolos del mal— para espantar a los espíritus de un mal mayor. Del mismo modo, los chicos pueden volverse malos para defenderse de los ataques de los padres que son malos. Por lo tanto, es posible pensar en la maldad humana —por lo menos en algunos casos — como una especie de gargolismo psicológico.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 84




La gente tiende a pensar que los que acuden al psiquiatra son anormales, que hay algo radicalmente distinto en ellos en comparación con el resto de la población común. No es así. Le guste o no, el psiquiatra ve tanta psicopatología en los cócteles, las reuniones de trabajo y las corporaciones como en su consultorio. No diré que no hay ninguna diferencia entre los que acuden a un psiquiatra y los que no lo hacen, pero las diferencias son sutiles y con frecuencia no favorecen a la población “normal”. El proceso de vivir es difícil y complejo, aun en las mejores circunstancias. Todos tenemos problemas. ¿La gente va a un psiquiatra porque sus problemas son mayores que el promedio o porque tienen más coraje y sabiduría para enfrentar más directamente sus problemas? A veces una razón es el motivo, a veces la otra, a veces ambas. Si bien los datos que presento provienen de mi práctica psiquiátrica, la mayor parte del tiempo hablaré no tanto de pacientes psiquiátricos sino de seres humanos que pueden encontrarse en cualquier parte y en todas partes.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 90




... todos los pecados pueden repararse, excepto el pecado de creer que uno no tiene pecado.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 91


Las palabras “imagen”, “apariencia” y “externamente” son cruciales para comprender la moralidad del mal. A pesar de que carecen de toda motivación para ser buenos, desean intensamente parecer buenos. Su “bondad” está totalmente en un nivel de fingimiento. En efecto, es una mentira. Por eso son “la gente de la mentira”. En realidad, la mentira no se dirige tanto a engañar otros como a engañarse a sí mismos. No pueden o no quieren tolerar el dolor del autorreproche. El decoro con el que llevan sus vidas se mantiene como un espejo en el que pueden verse reflejados como seres correctos. Pero el autoengaño sería innecesario si los individuos malos no tuvieran sentido de lo que está bien y lo que está mal. Mentimos solamente cuando deseamos tapar algo que sabemos que es ilícito. Alguna forma rudimentaria de conciencia debe preceder a la acción de mentir. No hay necesidad de ocultar a menos que sintamos que hay algo que ocultar.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 96


He dicho que los individuos malos sienten que son perfectos. Pero al mismo tiempo creo que tienen una sensación no reconocida de su propia naturaleza malvada. En realidad, tratan desesperadamente de escapar a esta sensación. El componente esencial del mal no es la ausencia de una sensación del pecado o de la imperfección, sino la negativa a tolerar esa sensación. Las personas malas perciben su maldad y tratan de evitar esa percepción exactamente al mismo tiempo. No tienen la suerte de carecer de un sentido de la moralidad como los psicópatas, sino que están constantemente tratando de barrer la evidencia de su propia maldad y esconderla bajo la alfombra de su conciencia.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 97


Nos volvemos malos cuando tratamos de escondernos de nosotros mismos. La maldad de los individuos malos no se comete directamente, sino indirectamente a través de este proceso de ocultamiento. El mal no se origina en la ausencia de culpa sino en el esfuerzo de escapar de ella.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 97


En psiquiatría existe la regla de que todos los problemas psicológicos importantes están sobredeterminados. Es decir que tienen más de una y generalmente muchas causas diferentes, así como las plantas a menudo tienen muchas raíces. Estoy seguro de que el problema del mal no es una excepción. Pero es bueno recordar que entre estos factores está la misteriosa libertad de la voluntad humana.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 110


… dondequiera que hay mal, hay mentira —comenté—. El mal siempre tiene que ver con las mentiras.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 184


Otra forma de devastación que la “intrusividad” narcisista puede crear es la relación simbiótica. La “simbiosis” —en el sentido que le damos al término en psiquiatría— no es un estado de interdependencia mutuamente beneficioso. Se refiere, en cambio, a un tipo de pareja mutuamente parasitaria y destructiva. En la relación simbiótica ninguno de los dos participantes se separa del otro, aunque evidentemente sería beneficioso para cada uno que lo hicieran.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 187

—Bien, entonces tengo una fobia —dijo—. ¿Qué es una fobia, de todas maneras? ¿Cómo funciona? Las fobias son el resultado de un desplazamiento, le explicó su terapeuta. Aparecen cuando un miedo o rechazo natural hacia algo es desplazado hacia otra cosa. Las personas usan este desplazamiento defensivo cuando no quieren reconocer el origen del miedo o el rechazo.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 199


El hecho de que su madre se aferrara a ella por soledad no era malo; era solamente humano. —Sí, la soledad es humana —respondió su terapeuta— pero la incapacidad de tolerarla no es necesariamente parte de la condición humana. —Y pasó a explicarle que es tarea de los padres ayudar a los hijos a lograr su propia independencia y una existencia separada. Para conseguir este objetivo era esencial que los padres toleraran su propia soledad y así permitieran y aun estimularan a sus hijos a que finalmente los dejaran. En cambio, desalentar esa separación no sólo representaba un fracaso en la tarea parental, sino también un sacrificio del crecimiento del hijo a los propios deseos inmaduros y centrados en sí mismos de los padres. Era destructivo.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 200


No sé cómo sucede esto. Pero sé que sucede. Sé que las personas buenas pueden dejarse penetrar deliberadamente por la maldad de otras —y de esta manera quebrarse, pero sin embargo quedar enteras—, incluso morir en cierto sentido y sin embargo sobrevivir y no sucumbir. Siempre que esto sucede hay un ligero desplazamiento del equilibrio del poder en el mundo.

Morgan Scott Peck
El mal y la mentira, página 381





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