Tengo plena conciencia de que cuando intentamos examinar el amor comenzamos a juguetear con el misterio.
M. Scott Peck
La nueva psicologia del amor
No es el egoísmo ni el altruismo lo que distingue el amor del no-amor; es su meta. En el caso del genuino amor la meta es siempre el crecimiento espiritual. En el caso del no-amor, la meta es siempre otra cosa.
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Todo el mundo desea ser amado. Pero primero tenemos que hacernos dignos de amor. Debemos prepararnos para ser amados. Lo hacemos convirtiéndonos en seres humanos de amor y de disciplina. Si buscamos ser amados -y si esperamos ser amados-, esto es algo que no se cumplirá; seremos sólo dependientes y pegadizos, pero no genuinamente amantes. En cambio' cuando promovemos nuestro crecimiento y el de otros sin el interés primario de hallar una recompensa, nos haremos dignos de amor y nos vendrá la recompensa de ser amados, la recompensa que no hemos buscado. Así ocurre con el amor humano y así ocurre con el amor de Dios.
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El amor es la voluntad de extenderse uno con miras al crecimiento espiritual.
La mente humana, que a veces pretende creer que no existe algo que pueda llamarse milagro, es ella misma un milagro.
Las formas más elevadas de amor son inevitablemente elecciones enteramente libres y no actos de conformidad.
El verdadero amor no es un sentimiento que nos sobrecoja. Es una decisión reflexiva, de dedicación.
El amor no es sencillamente dar, es dar atinadamente, juiciosamente y también negar juiciosamente. Amar significa alabar juiciosamente y criticar juiciosamente; significa discutir, luchar, exhortar, apretar y aflojar juiciosamente además de reconfortar. Amar es guiar. La palabra "juiciosamente" indica que se requiere juicio, y el juicio es algo más que el instinto pues requiere tomar decisiones reflexivas y a menudo penosas.
Pág. 113-114
La dependencia no es más que una de las formas de conducta a las que incorrectamente aplicamos la palabra "amor" cuando está ausente la preocupación por el crecimiento espiritual.
La dependencia puede parecer amor porque es una fuerza que hace que alguien se apegue violentamente a otro. Pero en realidad no es amor, es una forma de antiamor. Tiene su origen en una falla parental que se perpetúa. El dependiente pasivo trata de recibir en lugar de dar. La dependencia fomenta el infantilismo, no el crecimiento espiritual. Atrapa y oprime en lugar de liberar. En definitiva, destruye las relaciones en lugar de construirlas, así como destruye a las personas.
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Los síntomas depresivos son una señal para el paciente de que no todo marcha bien en él y de que es necesario llevar a cabo un ajuste importante.
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Todos poseemos un yo enfermo y un yo sano. Por neuróticos o por psicóticos que seamos, siempre hay aún una parte de nosotros que desea que crezcamos que quiere el cambio y el desarrollo, que se siente atraída hacia lo nuevo y lo desconocido y que está dispuesta a realizar el trabajo que supone la evolución espiritual y a correr riesgos que esta entraña. Y por más aparentemente sanos y espiritualmente evolucionados que seamos, siempre hay una parte de nosotros que no desea que nos esforcemos, que se aferra a lo viejo y familiar, que teme todo cambio o esfuerzo, que desea la comodidad a toda costa y la ausencia de dolor a cualquier precio, aun cuando el resultado sea la ineficacia, el estancamiento o la regresión. En algunos de nosotros el yo sano parece patéticamente pequeño, enteramente dominado por la pereza y temeroso de nuestro monumental yo enfermo. Otros podrán tener un rápido proceso de crecimiento en el que el yo sano predominante tienda ansiosamente hacia arriba en su pugna por evolucionar hacia lo divino; el yo sano, sin embargo debe vigilar siempre la pereza del yo enfermo que siempre acecha en nuestro interior. En esto todos los seres humanos somos iguales. Cada uno de nosotros posee un yo enfermo y un yo sano, la pulsión de vida y la pulsión de muerte, si se quiere. Cada uno de nosotros representa todo el género humano; en cada uno de nosotros está el instinto que tiende a la divinidad y en cada uno de nosotros está el pecado original de la pereza, esa fuerza siempre presente en la entropía que nos impulsa regresivamente a la niñez, al útero materno, partiendo del cual hemos evolucionado.
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En su mayor parte, las enfermedades mentales están causadas por una falta o defecto de amor que un determinado niño necesitaba de sus padres para lograr una maduración apropiada y crecimiento espiritual. Es evidente, pues, que para que la psicoterapia lo cure, el paciente debe recibir del psicoterapeuta por lo menos una dosis del genuino amor de que ese paciente se vio privado. Si el psicoterapeuta no puede amar genuinamente al paciente no se producirá una verdadera cura. Por más títulos y experiencia que tengan los psicoterapeutas, si no son capaces de extenderse por obra del amor hasta sus pacientes, los resultados de su práctica psicoterapéutica serán por lo común insatisfactorios. Inversamente, un terapeuta lego con mínimo adiestramiento y sin titulo alguno pero que tenga una gran capacidad de amar logrará resultados psicoterapéuticos iguales a los de los mejores psiquiatras.
La mayor parte de las personas que van a ver a un psiquiatra sufren de lo que se llama una neurosis o un desorden de carácter. Para decirlo en términos sencillos, estas dos afecciones son desórdenes de responsabilidad y como tales son dos modos opuestos de estar en relación con el mundo y con sus problemas. El neurótico asume demasiada responsabilidad; la persona que presenta trastornos de carácter no la asume lo suficiente. Cuando los neuróticos se encuentran en un conflicto con el mundo automáticamente sienten que ellos mismos tienen la culpa de la situación; cuando los que sufren desórdenes de carácter están en conflicto con el mundo automáticamente sienten que el mundo tiene la culpa (...)
Hasta los modos de expresión de los neuróticos y de los que presentan trastornos de carácter son diferentes. El discurso del neurótico se distingue por expresiones tales como "yo debería" "tendría que" y "no debería", lo cual indica que la imagen de sí mismo que se forjó el Individuo lo presenta como un hombre o una mujer inferior que siempre se queda corto, que siempre toma decisiones equivocadas. El discurso de una persona con desórdenes de carácter se distingue en cambio por expresiones como estas "no puedo", "no podría", "tengo que", y "tuve que", las cuales muestran la imagen de una persona que no tiene ningún poder de decidir, cuya conducta está completamente dirigida por fuerzas exteriores que se hallan por entero fuera de su control. Como cabría imaginar, los neuróticos, comparados con personas que exhiben desórdenes de carácter, son fáciles de tratar con psicoterapia porque asumen la responsabilidad de sus dificultades y por lo tanto, comprenden que tienen problemas. Los que presentan trastornos de carácter son mucho más difíciles de tratar, si no ya imposible, porque no se ven a sí mismos como la fuente de sus problemas; antes bien, consideran que el mundo; y no ellos, es lo que debe cambiar, de manera que no llegan a reconocer la necesidad del autoexamen.
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El problema de distinguir aquello de que somos responsables y aquello de que no somos responsables en esta vida es uno de los máximos problemas de la existencia humana.
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Sólo por obra de una vasta experiencia y un largo y feliz proceso de maduración cobramos la capacidad de ver el mundo y el lugar que ocupamos en él de manera realista y sólo así estamos en condiciones de estimar nuestra responsabilidad frente a nosotros mismos y al mundo.
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Se dice que "los neuróticos se hacen infelices y que los que padecen trastornos de carácter hacen infelices a todos los demás". Y entre las personas a quienes hacen infelices los padres con desórdenes de carácter están en primer lugar sus hijos.
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La doctora Hilde Bruch, en el prefacio a su libro Learning Psychotherapy, declara que fundamentalmente todos los pacientes acuden a los psiquiatras con "un problema común": la sensación de impotencia, el temor y la convicción íntima de ser incapaces de afrontar y modificar las cosas. En la mayoría de los pacientes, una de las raíces de esta "sensación de impotencia" es el deseo de eludir parcial o totalmente el desasosiego de la libertad y por eso también la negativa, parcial o total, a aceptar la responsabilidad de sus problemas y de sus vidas. Se sienten impotentes porque en realidad renunciaron a su poder. Tarde o temprano si han de curarse, deben aprender que la integridad de la vida de un adulto es una serie de elecciones, de decisiones personales. Si lo aceptan por entero se convierten en personas libres. En la medida en que no lo acepten Se sentirán siempre víctimas.
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En la medida en que la naturaleza del desafío es legítima (y generalmente lo es), mentir es un intento de eludir el legítimo sufrimiento y esto determina enfermedad mental.
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Es la muerte lo que confiere a la vida toda su significación.
Dos personas se aman únicamente cuando son capaces de vivir la una sin la otra, pero deciden vivir juntas.
La dependencia puede parecer amor porque es una fuerza que hace que alguien se apegue violentamente a otro. Pero en realidad no es amor, es una forma de antiamor. Tiene su origen en una falla parental que se perpetúa. El dependiente pasivo trata de recibir en lugar de dar. La dependencia fomenta el infantilismo, no el crecimiento espiritual. Atrapa y oprime en lugar de liberar. En definitiva, destruye las relaciones en lugar de construirlas, así como destruye a las personas.
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El único fin verdadero del amor es el crecimiento o evolución espiritual del hombre.
El amor no es sencillamente dar, es dar atinadamente, juiciosamente y también negar juiciosamente. Amar significa alabar juiciosamente y criticar juiciosamente; significa discutir, luchar, exhortar, apretar y aflojar juiciosamente además de reconfortar. Amar es guiar. La palabra "juiciosamente" indica que se requiere juicio, y el juicio es algo más que el instinto pues requiere tomar decisiones reflexivas y a menudo penosas.
Pág. 113-114
Un aspecto característico de la dependencia es el hecho de que ella nada tiene que ver con el crecimiento espiritual. Las personas dependientes están interesadas en su propio bienestar y nada más; desean llenar su vacío interior, desean ser felices; pero no desean desarrollarse ni crecer, ni están dispuestas a tolerar el sufrimiento y la soledad que supone el crecimiento. Las personas dependientes tampoco se preocupan por el crecimiento espiritual del otro, del objeto de su dependencia; sólo les importa que el otro esté presente para satisfacerlas. La dependencia no es más que una de las formas de conducta a las que incorrectamente aplicamos la palabra "amor" cuando está ausente la preocupación por el crecimiento espiritual.
Pág.108
Los masoquistas consideran su sometimiento a los malos tratos como prueba de amor cuando en realidad es la necesidad que sienten de vengarse permanentemente, necesidad motivada sobre todo por el odio.
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El genuino amor es una actividad que se colma a sí misma, En realidad, es algo más pues amplía en lugar de reducir la persona; colma la persona, en lugar de vaciarla. En un sentido real, el amor es tan egoísta como el no amor. Aquí tenemos una paradoja en el hecho de que el amor es tanto egoísta como altruista al propio tiempo. No es el egoísmo ni el altruismo lo que distingue el amor del no amor; es su meta. En el caso del genuino amor la meta es siempre el crecimiento espiritual. En el caso del no amor, la meta es siempre otra cosa.
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El sentimiento amoroso es la emoción que acompaña la experiencia de catectizar. Catectizar es el proceso por el cual un objeto llega a ser importante Para nosotros. Una vez catectizado el objeto (comúnmente llamado "objeto de amor") es cargado con nuestra energía como si fuera parte de nosotros mismos y esa relación entre nosotros y el objeto catectizado se llama catexia.
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He definido al amor como la voluntad de extender nuestra persona con el fin de promover nuestro propio crecimiento espiritual o el de otra persona.
El verdadero amor no es un sentimiento que nos sobrecoja. Es una decisión reflexiva, de dedicación.
El amor es invariablemente un fenómeno en dos direcciones, un fenómeno de reciprocidad en el cual quien recibe también da y quien da también recibe.
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A pesar de sus apariencias exteriores, muchas personas continúan siendo psicológicamente los hijos de sus padres, viviendo según los valores que ellos les inculcaron, motivados primariamente por la aprobación o la desaprobación de los padres (aun cuando esos padres hayan muerto hace mucho tiempo), sin atreverse nunca a tomar su destino en sus propias manos.
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Sólo cuando uno da el salto a lo desconocido de la personalidad total, de la independencia psicológica y de la individualidad única, tiene la libertad de avanzar por sendas aun más elevadas de crecimiento espiritual y la libertad de manifestar amor en sus máximas dimensiones. Cuando uno se casa o abraza una carrera o tiene hijos para satisfacer a sus padres o a cualquier otra persona o a la sociedad en general, la dedicación y el compromiso son por su naturaleza superficiales... Las formas más elevadas de amor son inevitablemente elecciones enteramente libres y no actos de conformidad.
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Sea superficial o no lo sea, el compromiso es el fundamento, la firme roca, de toda relación genuina de amor. Comprometerse profundamente no garantiza el éxito de la relación, pero ayuda más que cualquier otro factor a asegurarla. Compromisos al principio superficiales pueden llegar a ahondarse con el tiempo; si esto no ocurre la relación probablemente se deshaga o se torne inevitablemente enfermiza o sea crónicamente endeble. Frecuentemente no nos damos cuenta de la inmensidad del riesgo que supone asumir un compromiso profundo (...) Asumir compromisos es algo inherente a la genuina relación de amor. Quien está verdaderamente interesado en el crecimiento espiritual de otro, sabe consciente o instintivamente, que puede fomentar ese crecimiento sólo en virtud de una relación constante. Los niños no pueden alcanzar madurez psicológica en una atmósfera insegura, impredecible, amenazada por el espectro del abandono. Las parejas no pueden resolver serenamente las cuestiones universales del matrimonio -dependencia e independencia, dominio y sumisión, libertad y fidelidad, por ejemplo- si no tienen la seguridad de saber que el hecho de debatirse con esas cuestiones no habrá de destruir la relación misma.
Pág. 144-145
Uno de los problemas que la gente suele tener en la edad adulta y en las relaciones si no ha recibido de sus padres la firme seguridad de su compromiso respecto del hijo es el síndrome "Te abandonaré antes de que tú me abandones".
Pág. 149
El riesgo de comprometerse con la terapia no es sólo el riesgo del compromiso mismo, sino también el riesgo del enfrentamiento consigo mismo y con el cambio. Cambiar el mapa de la realidad que uno se ha trazado, su concepción del mundo y sus transferencias supone muchas dificultades. Pero el cambio debe verificarse si aspira uno a una vida de amor con frecuentes extensiones a nuevas dimensiones y territorios. En el proceso de crecimiento espiritual (se desarrolle éste sin ayuda terapéutica o se desarrolle con la guía de un terapeuta) hay muchos momentos en que uno debe emprender acciones nuevas y no familiares de conformidad con su nueva visión del mundo. Emprender esas nuevas líneas de acción -comportarse de manera diferente de aquella en que uno siempre se ha comportado antes- puede representar un extraordinario riesgo personal... Pero el individuo que trata de crecer siempre puede retirarse a los esquemas fáciles y familiares de un pasado más limitado.
Pág. 152-153
Hay dos maneras de enfrentar y criticar a otro ser humano: con la certeza instintiva y espontánea de que uno tiene razón o con la creencia de que uno probablemente tiene razón después de haberlo dudado escrupulosamente y de haberse examinado con todo rigor. El primero es el modo de la arrogancia; es el modo más común de padres, cónyuges, maestros y de la gente en general en sus tratos cotidianos; por lo común es un modo que no da resultado positivo, pues produce enojo y otros efectos que eran no esperados. El segundo es el modo de la humildad; no es común y su ejercicio exige una genuina extensión de la personalidad; es probable que dé resultados positivos y, según mi experiencia, nunca es destructivo.
Pág. 156
No reprender cuando es necesaria la censura a fin de promover el crecimiento espiritual es una falta de amor, así como lo son la crítica y la condena absolutas y otras formas de no brindar activos cuidados. Si aman a sus hijos, los padres deben (quizá moderada y cuidadosamente, pero activamente) enfrentarlos y criticarlos de cuando en cuando, así corno deben permitir también a sus hijos que a su vez los censuren y critiquen. Análogamente los cónyuges que se aman deben enfrentarse una y otra vez si la relación conyugal pretende tener la función de promover el crecimiento espiritual de los miembros de la pareja. Ningún matrimonio puede juzgarse verdaderamente feliz si marido y mujer no son cada uno los mejores críticos del otro.
Pág. 157-158
Los individuos francamente narcisistas son ciertamente incapaces de percibir a sus hijos, a sus cónyuges o amigos como seres separados de ellos mismos en el plano emocional.
Pág. 165
Puesto que no perciben a los demás como otras personas sino que los ven sólo como extensiones de ellos mismos, a los individuos narcisistas les faltan la capacidad de la empatía, que es la capacidad de sentir lo que otro está sintiendo.
Pág. 168
El genuino amor no sólo respeta la individualidad del otro, sino que tiende a cultivarla, aun corriendo el riesgo de la separación o de la pérdida.
La mayor parte de las personas desea la paz sin la soledad del poder y desea la seguridad del adulto sin haber crecido.
En su mayor parte, las enfermedades mentales están causadas por una falta o defecto de amor que un determinado niño necesitaba de sus padres para lograr una maduración apropiada y crecimiento espiritual.
Pág. 180
La misión de un padre es ser útil al hijo y no usar al hijo para su satisfacción personal. La misión de un terapeuta es ser útil a un paciente y no usarlo para satisfacer sus propias necesidades. La tarea de un padre es alentar al hijo por la senda de la independencia y la tarea de un terapeuta con su paciente es la misma.
Pág. 181
La cultura más importante en la que nos desarrollamos es la cultura de nuestra familia, de suerte que nuestros padres son "portadores de esa cultura". Además, el aspecto más significativo de dicha cultura es, no lo que nuestros padres nos dicen sobre Dios y la naturaleza de las cosas, sino más bien lo que hacen, su modo de comportarse el uno con el otro, con nuestros hermanos y sobre todo con nosotros. En otras palabras, lo que aprendemos sobre la naturaleza del mundo cuando crecemos está determinado por la naturaleza de nuestras experiencias en el microcosmos de la familia. Lo que determina nuestra cosmovisión no es tanto lo que nuestros padres nos dicen como el mundo único que crean pera nosotros en virtud de su conducta.
Pág. 195-196
Uno de nuestros problemas consiste en que pocos somos los que desarrollamos una vida distintivamente personal. Todo cuanto nos atañe parece de segunda mano, hasta nuestras emociones. En muchos casos tenemos que contar con información de oídas para vivir. Acepto la palabra de un médico, de un científico, de un granjero, y confío en ella. No me gusta hacerlo, pero debo confiar porque ellos poseen conocimientos vitales de la vida que yo ignoro. La información por conducto indirecto sobre el estado de mis riñones, sobre los efectos del colesterol y sobre la cría de aves debe bastarme. Pero cuando se trata de cuestiones de significación, finalidad y muerte la información de segunda mano no basta. No puedo vivir con una fe de segunda mano en un Dios de segunda mano. Si pretendo estar vivo tiene que ser una palabra personal, una confrontación única.
Teólogo Alan Jones, Tomado del Libro del Dr. M. Scott Peck "La Nueva Psicología del Amor", pág. 200-201. Ed. Urano-Emecé
La cuestión de que hechos en alto grado improbables, a los cuales no se puede señalar ninguna causa dentro del marco de las leyes naturales, se den con improbable frecuencia, ha llegado a conocerse como el principio de sincronicidad.
Pág. 265
La mente humana, que a veces pretende creer que no existe algo que pueda llamarse milagro, es ella misma un milagro.
La enfermedad mental se da cuando la voluntad consciente del individuo se aparta sustancialmente de la voluntad de Dios, que es la voluntad inconsciente del individuo.
Pág. 294
El camino del crecimiento espiritual es un camino de aprendizaje que dura toda la vida. Si se echa a andar por ese camino durante bastante tiempo y con bastante seriedad, los fragmentos de conocimiento comienzan a ocupar su lugar. Gradualmente las cosas comienzan a adquirir sentido. Se encontrarán callejones sin salida, habrá decepciones, se llegará a conceptos que luego habrá que descartar. Pero gradualmente nos es posible llegar a una comprensión cada vez más profunda de lo que es nuestra existencia. Y gradualmente podremos llegar al lugar en el cual realmente sabemos lo que estamos haciendo. Podemos llegar al poder.
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Los síntomas depresivos son una señal para el paciente de que no todo marcha bien en él y de que es necesario llevar a cabo un ajuste importante.
Pág. 302
Todo el mundo desea ser amado. Pero primero tenemos que hacernos dignos de amor. Debemos prepararnos para ser amados, Lo hacemos convirtiéndonos en seres humanos de amor y de disciplina. Si buscamos ser amados -y si esperamos ser amados-, esto es algo que no se cumplirá; seremos sólo dependientes y pegadizos, pero no genuinamente amantes. En cambio, cuando promovemos nuestro crecimiento y el de otros sin el interés primario de hallar una recompensa, nos haremos dignos de amor y nos vendrá la recompensa de ser amados, la recompensa que no hemos buscado. Así ocurre con el amor humano y así ocurre con el amor de Dios.
Pág. 321
Todos poseemos un yo enfermo y un yo sano. Por neuróticos o por psicóticos que seamos, siempre hay aún una parte de nosotros que desea que crezcamos, que quiere el cambio y el desarrollo, que se siente atraída hacia lo nuevo y lo desconocido y que esta' dispuesta a correr los riesgos que ésta entraña. Y por mas aparentemente sanos y espiritualmente evolucionados que seamos, siempre hay una parte de nosotros que no desea que nos esforcemos, que se aferra a lo viejo y familiar, que teme todo cambio o esfuerzo, que desea la comodidad a toda costa y la ausencia de dolor a cualquier precio, aun cuando el resultado sea la ineficacia, el estancamiento o la regresión. En algunos de nosotros el yo sano parece patéticamente pequeño, enteramente dominado por la pereza y temeroso de nuestro monumental yo enfermo. Otros podrían tener un rápido proceso de crecimiento en el que el yo sano predominante tienda ansiosamente hacia arriba en su pugna por evolucionar hacia lo divino; el yo sano, sin embargo debe vigilar siempre la pereza del yo enfermo que siempre acecha en nuestro interior En esto todos los seres humanos somos iguales. Cada uno de nosotros posee un yo enfermo y un yo sano, la pulsión de la vida y la pulsión de la muerte, si se quiere. Cada uno de nosotros representa todo el género humano en cada uno de nosotros está el instinto que tiende a la divinidad y en cada uno de nosotros está el pecado original de la pereza, esa fuerza siempre presente en la entropía que nos impulsa regresivamente a la niñez, al útero materno, partiendo del cual hemos evolucionado.
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