Los hombres son, cada vez más, autómatas que fabrican máquinas que actúan como hombres y producen hombres que funcionan como máquinas; su razón se deteriora a la vez que crece su inteligencia, dando así lugar a la peligrosa situación de proporcionar al hombre la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla. A pesar de la producción y el confort crecientes, el hombre pierde cada vez más el sentido de ser él mismo; tiene la sensación de que su vida carece de sentido, aun cuando tal sensación sea en gran parte inconsciente. En el siglo pasado el problema era que Dios está muerto, en nuestro siglo el problema es que el hombre está muerto. En el siglo XIX, inhumanidad significaba crueldad; en el siglo XX significa enajenación esquizoide. En otros tiempos el peligro era que los hombres se convirtieran en esclavos. El peligro del futuro es que los hombres lleguen a convertirse en robots. Verdad es que los robots no se rebelan. Pero dada la naturaleza del hombre, los robots no pueden vivir y mantenerse cuerdos: se convierten en golems; entonces buscarán destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida falta de sentido y carente por completo de objetivos.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 7


Mediante la aplicación del principio del cambio simultáneo en todas las esferas de la vida, debemos pensar en los cambios económicos y políticos necesarios para vencer el hecho psicológico de la enajenación. No desperdiciaremos los progresos tecnológicos de la producción mecánica en gran escala y de la automación. Pero es menester que descentralicemos el trabajo y el Estado a fin de darles proporciones humanas y que permitamos la centralización sólo hasta el punto requerido por las necesidades de la industria. En la esfera económica se requiere una democracia industrial, un socialismo democrático caracterizado por la dirección conjunta de todos los que trabajan en una empresa, a fin de dar lugar a su participación activa y responsable. Es posible encontrar formas nuevas para tal participación. En la esfera política, la democracia efectiva puede ser establecida creando millares de pequeños grupos que se traten cara a cara, que estén bien informados, que mantengan discusiones serias y cuyas decisiones se integren en una nueva «cámara de representantes o diputados». Para un renacimiento cultural deben combinarse la educación del trabajo para los jóvenes, educación para los adultos y un nuevo sistema de arte popular y ritual secular a través de toda la nación. Así como el hombre primitivo era impotente ante las fuerzas naturales, así el hombre moderno está desamparado ante las fuerzas económicas y sociales que él mismo ha creado. Adora la obra de sus propias manos, reverencia los nuevos ídolos, y sin embargo jura por el Dios que le ordenó destruir todos los ídolos. El hombre sólo podrá protegerse de las consecuencias de su propia locura creando una sociedad sana y cuerda, ajustada a las necesidades del hombre (necesidades que se nutren en las condiciones mismas de su existencia); una sociedad en la cual los hombres estén unidos por vínculos de amor, en la cual se hallen arraigados por lazos fraternales y solidarios más que por ataduras de sangre y suelo; una sociedad que le ofrezca la posibilidad de trascender la naturaleza mediante la creación antes que por la destrucción, en la cual cada uno tenga la sensación de ser él mismo al vivirse como el sujeto de sus poderes antes que por conformismo, donde exista un sistema de orientación y devoción que no exija la deformación de la realidad y la adoración de ídolos.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 8


… es destino del hombre que su existencia se halle acosada por contradicciones que está obligado a enfrentar, sin poder resolverlas jamás.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 10


Decir «carácter revolucionario» es referirse a un concepto político-psicológico. En este sentido se asemeja al concepto de carácter autoritario, que fue introducido en la psicología hace unos treinta años. En este último, una categoría política, la de la estructura autoritaria en el Estado y la familia, se combinaba con una categoría psicológica, la estructura de carácter, que constituye la base para tal estructura política y social. El concepto del carácter autoritario tuvo origen en ciertos intereses políticos. Alrededor del año 1930 en Alemania deseábamos determinar qué posibilidades había de que Hitler fuera derrotado por la mayoría de la población. En el año 1930, la mayoría de la población germana, en especial los obreros y empleados, estaba en contra del nazismo. Estaban del lado de la democracia, tal como lo habían demostrado las elecciones políticas y gremiales. La cuestión era si serían capaces de luchar por sus ideas en caso de llegarse a una lucha. La premisa era que tener una opinión es una cosa, y otra tener una convicción. O para expresarlo de otro modo, cualquiera puede adquirir una opinión, así como puede aprender un idioma extranjero o una costumbre de otro país, pero las opiniones enraizadas en la estructura caracterológica de una persona, respaldadas por la energía contenida en su carácter, son las únicas opiniones que se convierten en convicciones. Las ideas, no obstante ser fáciles de aceptar si la mayoría las proclama, tienen un efecto que en gran parte depende de la estructura de carácter de una persona en una situación crítica. El carácter, tal como dijo Heráclito y demostró Freud, es el destino del hombre. La estructura del carácter decide qué clase de ideas elegirá un hombre y determina también la fuerza de la idea elegida. Ésta es por cierto la enorme importancia del concepto freudiano del carácter, ya que trasciende el concepto tradicional de conducta y se refiere a aquella conducta que está cargada dinámicamente; de modo que un hombre no sólo piensa de cierta manera sino que su mismo pensamiento tiene por raíz sus inclinaciones y emociones.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 40


Casi se podría decir que la vida política del presente siglo es un cementerio que contiene las tumbas morales de gentes que empezaron como supuestos revolucionarios y resultaron ser nada más que rebeldes oportunistas.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 43


Creo que es posible definir clínicamente al fanático como una persona excesivamente narcisista; en realidad, alguien muy próximo a la psicosis (depresión, mezclada muchas veces con inclinaciones paranoides), una persona que, como cualquier psicótico, está totalmente desconectada del mundo exterior. Pero el fanático ha dado con una solución que lo pone a salvo de la psicosis manifiesta. Ha elegido una causa, no importa cuál sea ésta: política, religiosa, o cualquier otra, y vive para endiosarla. Ha convertido esta causa en un ídolo. De este modo, al someterse plenamente a su ídolo, le haya un sentido vehemente a la vida, una razón para vivir, pues en su sumisión se identifica con el ídolo, al que ha inflado y convertido en un absoluto. Si buscáramos un símbolo para el fanático, no habría otro mejor que el hielo ardiente. Es una persona apasionada y al mismo tiempo extremadamente fría. Está plenamente desconectada del mundo, y poseída sin embargo por una pasión ardiente, la pasión de participar en lo Absoluto y de someterse a éste. Para reconocer el carácter de un fanático, antes que escuchar lo que dice se deberá estar atento a ese particular centelleo de sus ojos, esa pasión fría, que es la paradoja del fanático: a saber, una total ausencia de conexión, mezclada con una adoración apasionada por su ídolo. El fanático está cerca de lo que el profeta llama un «adorador de ídolos». No hace falta anotar que el fanático ha desempeñado siempre un gran papel en la historia, y con mucha frecuencia ha adoptado la pose de revolucionario, pues a menudo lo que dice es exactamente —o suena exactamente como tal— lo que podría decir un revolucionario.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 43



A manera de resumen, cuando digo «carácter revolucionario» no me refiero a un concepto conductal sino a un concepto dinámico. Uno no es un «revolucionario» en este sentido caracterológico porque profiera frases revolucionarias o porque participe en una revolución. En este sentido es revolucionario el hombre que se haya emancipado de los lazos de sangre y suelo, de su madre y su padre, de fidelidades especiales al Estado, clase, raza, partido o religión. El carácter revolucionario es un humanista en el sentido en que siente en sí mismo a toda la humanidad, y en que nada humano le es ajeno. Ama y respeta la vida. Es un escéptico y un hombre de fe. Es escéptico, pues sospecha que las ideologías encubren realidades indeseables. Es un hombre de fe, pues cree en aquello que existe potencialmente, aunque todavía no haya nacido. Puede decir «no» y ser desobediente precisamente porque puede decir «sí» y obedecer a aquellos principios que le son genuinamente propios. No está semidormido sino plenamente despierto ante las realidades personales y sociales que lo rodean. Es independiente; lo que es lo debe a su propio esfuerzo; es libre y no es sirviente de nadie.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 55


La vida carece de significado. La gente vive, pero siente que no está viva; la vida se escurre como arena. Y una persona que está viva y que, consciente o inconscientemente, sabe que no lo está, siente repercusiones que a menudo, si ha conservado un resto de sensibilidad y vitalidad, terminan en una neurosis. Y es gente como ésa la que actualmente acude a los analistas. En un nivel consciente se quejan de estar insatisfechos con el matrimonio, con el trabajo o con cualquier otra cosa; pero al preguntárseles qué hay detrás de sus quejas, la respuesta es por lo general que la vida no tiene sentido. Son personas que tienen la sensación de vivir en un mundo que debería excitarlas, interesarlas, ponerlas activas, y sin embargo parecen estar muertas y ser inhumanas.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 61


Creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 66


Estoy convencido de que el aburrimiento es una de las torturas más grandes. Para imaginarme el infierno pensaría en un lugar donde uno está continuamente aburrido. La gente hace en realidad esfuerzos frenéticos para evitar el aburrimiento, huyendo hacia esto, aquello o lo de más allá, pues el aburrimiento le resulta insoportable.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 67


Deseo mencionar aquí un punto más relacionado con la diferencia que existe entre conocer cosas y conocer al hombre. Puedo estudiar un cadáver o estudiar un órgano, y es una cosa. Puedo usar mi intelecto y, por supuesto, también mis ojos, como asimismo mis máquinas y aparatos, para proceder al estudio de esta cosa. Pero si deseo conocer a un hombre, no puedo estudiarlo de este modo. Puedo intentarlo, naturalmente, y luego escribiré algo sobre la frecuencia de tal o cual conducta y sobre la proporción de tal o cual característica. Gran parte de la ciencia de la psicología se relaciona con ello, pero de este modo trato al hombre como una cosa. Sin embargo, el problema al que se dedican psiquiatras y psicoanalistas, y aquel que tendría que preocuparnos a todos —comprender a nuestro prójimo y a nosotros mismos— es el de comprender a un ser humano que no es una cosa. Y el proceso de esta comprensión no puede ser efectuado apelando al mismo método con el que se alcanza el conocimiento en las ciencias naturales. El conocimiento del hombre es posible sólo en el proceso de relacionarnos con él. Sólo si me relaciono con el hombre a quien deseo conocer, sólo en el proceso de relacionarnos con otro ser humano, podremos saber verdaderamente algo el uno del otro. El conocimiento esencial acerca de otro ser humano no puede ser expresado con pensamientos o palabras, así como no podemos explicarle a alguien qué gusto tiene el vino del Rin. La explicación podría durar cien años y jamás llegaríamos a explicar qué gusto tiene ese vino. Sólo bebiéndolo se lo podrá conocer. Y tampoco podemos agotar nunca la descripción de una personalidad, de un ser humano en su plena individualidad; pero sí la podemos conocer en un acto de empatía, en un acto de experiencia total, en un acto de amor. Creo que éstas son las limitaciones de la psicología científica, en la medida en que tiende a la plena comprensión de los fenómenos humanos en términos de ideas o palabras. Es vital para el psiquiatra y para el psicoanalista saber que sólo con esta actitud de relación podrá comprender a alguien, y creo que es algo importante para el médico general también.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 69





El propósito de comprender al hombre por medio del pensamiento se llama «psicología», o sea, el «conocimiento del alma». La psicología, dentro de este significado, procura comprender las fuerzas que sustentan la conducta del hombre, la evolución del carácter del hombre y las circunstancias que determinan esta evolución. En resumen, la psicología intenta ofrecer un informe racional del núcleo más íntimo de un alma individual. Pero el conocimiento racional y completo sólo es posible cuando se trata de cosas: las cosas se pueden disecar sin destruirlas, manipular sin dañar su naturaleza misma y pueden ser reproducidas. El hombre no es una cosa, no se lo puede disecar sin destruirlo, no se lo puede manipular sin dañarlo, y no se lo puede reproducir artificialmente. Conocemos a nuestro semejante y a nosotros mismos, y sin embargo, no lo conocemos ni nos conocemos, pues no somos una cosa y tampoco lo es nuestro semejante. Cuanto más ahondemos en la profundidad de nuestro propio ser o en la de algún otro, tanto más se alejará de nosotros la meta del conocimiento total. Sin embargo, no podemos evitar el deseo de penetrar en el secreto del alma del hombre, en el núcleo que es «él». ¿Qué es, entonces, conocernos a nosotros mismos o a otra persona? En pocas palabras, conocernos a nosotros mismos significa superar las ilusiones que tenemos acerca de nosotros; conocer a nuestro prójimo significa superar «las deformaciones paratáxicas» (transferencia) que tenemos acerca de él. Todos, en uno u otro grado, sufrimos ilusiones acerca de nosotros. Estamos enredados en fantasías de ser omniscientes y omnipotentes, que hemos vivido como muy verdaderas cuando éramos niños; racionalizamos nuestras motivaciones malas como nacidas de la benevolencia, el deber o la necesidad; racionalizamos nuestra debilidad y temor como estando al servicio de buenas causas; nuestra falta de contacto como resultado de la ausencia de respuesta de los otros. A nuestro semejante lo deformamos y racionalizamos de igual modo, salvo que por lo general le damos un signo negativo. Nuestro desamor lo hace aparecer como hostil, cuando no es más que tímido; nuestra sumisión lo transforma en un ogro dominante, cuando sólo desea hacer valer sus derechos; nuestro miedo a la espontaneidad lo hace pueril, cuando en realidad muestra la espontaneidad de un niño. Conocer más acerca de nosotros mismos significa despojarnos de los muchos velos que nos ocultan y que nos impiden ver claramente a nuestro prójimo. Los velos se levantan uno tras otro y una tras otra se disipan las distorsiones. La psicología puede mostrarnos lo que el hombre no es. No puede decirnos qué es el hombre, qué es cada uno de nosotros. El alma del hombre, el núcleo singular de cada individuo, jamás se podrá entender y describir adecuadamente. Puede ser «conocido» sólo en la medida en que no se lo conciba erróneamente. La meta legítima de la psicología es por lo tanto lo negativo, la eliminación de distorsiones e ilusiones, no lo positivo, el conocimiento cabal y completo de un ser humano. Hay empero otra senda para conocer el secreto del hombre; esta senda no es la del pensamiento sino la del amor. Amor es penetración activa de la otra persona, en la que el deseo de conocer se apacigua por la unión. (Esto es amor en el significado bíblico de daath, en contraposición a ahaba). En el acto de fusión conozco al otro, me conozco a mí mismo, conozco a todos, y no «sé» nada. Conozco en la única forma que el conocimiento de lo que está vivo es posible para el hombre: por la experiencia de la unión, y no por ningún conocimiento que nos pueda dar nuestro pensamiento. La única manera de alcanzar el conocimiento pleno reside en el acto de amor; este acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es osado sumergirse en la esencia de otro, o de mí mismo.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 75


La psicología puede mostrarnos lo que el hombre no es. No puede decirnos qué es el hombre, qué es cada uno de nosotros. El alma del hombre, el núcleo singular de cada individuo, jamás se podrá entender y describir adecuadamente. Puede ser «conocido» sólo en la medida en que no se lo conciba erróneamente. La meta legítima de la psicología es por lo tanto lo negativo, la eliminación de distorsiones e ilusiones, no lo positivo, el conocimiento cabal y completo de un ser humano.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 77


El hombre moderno es solitario, tiene miedo y es poco capaz de amar. Desea estar cerca de su prójimo, y sin embargo, está demasiado desconectado y distante como para estar cerca. Los lazos marginales que tiene con su prójimo son múltiples y se mantienen fácilmente, pero difícilmente existe una «relación central», establecida de núcleo a núcleo. Al buscar el acercamiento siente que le falta conocimiento, y al ir en procura de conocimiento encuentra la psicología. La psicología se convierte en un substituto del amor, de la intimidad, de la unión con otros y con uno mismo; se convierte en el refugio del hombre solitario y alienado, en lugar de ser un paso que lleve al acto de unión.

Erich Fromm
La condición humana actual, página 79



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