No tengo más remedio que desanimar a aquellos que esperaban que la genética iba a ofrecer un cuadro de llaves completo en el que cada una abriría la puerta que explicaría cada uno de nuestros rasgos. Sí, la genética es un cuadro de llaves, pero resulta que una misma llave abre varias puertas a la vez. La epigenética prefiere ver los genes como interruptores de la luz que se encienden o se apagan en función de que el entorno los estimule o no lo haga. Según esta interpretación, llegamos al mundo con una colección determinada de interruptores y luego la vida se encarga de activar algunos y dejar en el olvido otros. Esto significa que la experiencia puede condicionar nuestro mensaje genético hasta convertirnos en seres exclusivos e inimitables. Somos criaturas situadas en el extremo opuesto a la fabricación en serie. Como suelen afirmar los genetistas, y a mí me gusta recordar siempre que puedo, «en realidad estamos programados para ser únicos».

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 6




A medida que se desentrañan los mecanismos del código que heredamos, la ciencia va confirmando que ciertas aptitudes sólo van a poder desarrollarse si son estimuladas en un determinado momento de la vida. Esto explica que el lenguaje lo aprendamos en una edad concreta, y no a otra, y que el estallido sexual tenga lugar en un momento particular, y no en cualquiera.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 6



Hoy ya sabemos que los niveles de estrés a los que se ve sometida la madre durante el embarazo pueden influir en el devenir del futuro bebé y en la forma como éste se está constituyendo. Hasta ahora no habíamos tenido en cuenta este factor, pero en el momento en que incorporemos tal prevención en el catálogo de atenciones que requiere la gestación, los cambios en la evolución de la especie humana van a ser brutales. Lo que nos sucede antes de nacer tiene tanta o más importancia en nuestro destino que lo que nos ocurre después. Por eso, todos los cuidados para la futura madre siempre son pocos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 7




Los estudios con gemelos sugieren que los trastornos del estado de ánimo son familiares y parecen reflejar una pequeña vulnerabilidad genética subyacente. Pero es necesario que se den ciertos factores psicológicos, como el estrés, la sensación de falta de control y estilos de pensamiento negativos, para propiciar su aparición. Es decir: no por tener una determinada carga genética vas a desarrollar el trastorno necesariamente, sino que depende de la combinación de más factores. La explicación más aceptada afirma que la depresión se desarrolla en aquellas personas que tienen la combinación de varios genes unido a determinados factores ambientales. Los familiares de individuos afectados tendrían una susceptibilidad mayor para padecer la enfermedad, pero esto no es determinante.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 10


El cerebro humano es el órgano más plástico y moldeable que portamos. Ninguna otra parte de nuestro cuerpo puede verse alterada tanto como él a causa de los inputs que le llegan del exterior. No podemos influir en el diseño del menú de aptitudes con el que nacemos, pero sí podemos hacer que unas se desarrollen y otras no. Por eso es tan decisiva la atención que debemos dedicar a la educación y el cuidado de los niños en estos primeros años de vida. Es ahora cuando se está tendiendo el cableado neuronal que intercomunicará todo su cerebro.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 12


Asombrosamente, hoy sabemos que con sólo un año de vida ya hay niños capaces de reprimir sus emociones. ¿Se decide ahora también la bondad o la perversidad de las personas? Gopnik ha llevado a cabo estudios con niños de entre uno y tres años que demuestran lo temprano que se anclan en el ser humano los valores morales. Con sólo dieciocho meses, un bebé es capaz de sentirse impelido a reconfortar a otro que se encuentra con problemas, y con dos años y medio sabe distinguir la diferente relevancia ética que tiene una travesura en comparación con un acto de violencia. En contra de la clásica idea del «pequeño salvaje» que primaba en décadas pasadas, hoy sabemos que esto no es así. Parece, pues, que llegamos al mundo con una especie de moral innata incorporada a nosotros. Pero es en estos primeros meses y años de vida cuando esos rudimentos de comportamiento han de fortalecerse. Es ahora cuando han de echar raíces el altruismo, la solidaridad, la compasión y el afecto hacia los demás, que podrá desarrollar cuando sea mayor. Animo a los padres a no perderse ni un instante de este sorprendente proceso, que no se va a repetir jamás, y a estar atentos para facilitar su sano desarrollo. No es difícil, sólo consiste en darles amor para que lo busquen en los demás.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 14


Por desgracia, caminamos por la vida con una mochila tan llena de erróneos tics emocionales que con frecuencia confundimos lo habitual con lo correcto. Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire (Reino Unido) me retó a reconocer en mí mismo una equivocación en la que seguramente hemos caído alguna vez todos los padres: «¿Cuál debería ser nuestra reacción cuando nuestro hijo pequeño aparece con un sobresaliente?», me preguntó. Pensaremos que lo normal es felicitarle. Sin embargo, Wiseman advierte del perjuicio que entraña esa reacción, pues con ella le transmitimos el mensaje de que nuestra alabanza va a depender de su resultado académico, y esto va a generar en él ansiedad por sacar otro sobresaliente. En lugar de esa respuesta, el psicólogo recomienda que nuestras palabras vayan dirigidas a elogiar su esfuerzo, reconociendo lo duro que ha trabajado y haciéndole ver que somos conscientes de que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para hacer un buen examen. Esta otra perspectiva cambia el foco de la caricia emocional que le estamos dando, ya que él sí puede controlar sus ganas de trabajar, pero no el resultado que éstas obtienen.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 22




Lamentablemente, nuestras infancias están infinitamente más llenas de lecciones fonéticas y gramaticales que emocionales. Nos enseñaron que la «pe» con la «a» se pronuncia «pa», pero nadie nos ayudó a controlar una ventisca de ira interior, ni a adivinar cómo se siente el compañero de pupitre descifrando las señales empáticas que nos transmite con el lenguaje no verbal. Nadie nos mostró en el colegio el impacto que puede tener el desprecio, ni los instrumentos para medrar en el mercadeo emocional que supone compartir el espacio con los otros. Incomprensiblemente, nos enseñaron a resolver problemas de álgebra, pero no a disolver conflictos. Resulta apremiante enseñar a los niños a tener conciencia de sí mismos, que aprendan a controlar las emociones y sepan relacionarse armónicamente con los demás.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 22




Hoy sabemos que la estructura del hogar donde crecemos los primeros años afecta enormemente al diseño de nuestra arquitectura emocional: que no es lo mismo ser hijo único que tener hermanos, ni es igual ser el mayor o el último en nacer entre ellos, ni da lo mismo quién está en casa cuando llegan del cole. Contar con mamá y papá al alcance de la vista nos condiciona para el resto de nuestras vidas. Todo esto influye en lo que nos pasa por dentro.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 32


No es difícil deducir las consecuencias desastrosas que los malos tratos y los abusos puede tener para una persona. Toda la autoestima que el cariño podía hacer crecer en él se convierte en miedo y desconfianza hacia los otros cuando los golpes, los gritos y el desprecio han estado presentes en los días en los que se estaban poniendo los pilares del andamiaje emocional. Son señales que quedan para siempre. Nos lo dice la intuición, y ahora también nos lo demuestra la ciencia. Tras estudiar los perfiles psicológicos y biográficos de los principales psicópatas y condenados por extrema violencia, Jonathan Pincus, neurólogo de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos), observó que había tres factores que solían estar presentes en todos ellos: o habían nacido con problemas mentales, o habían sufrido a lo largo de sus vidas algún tipo de lesión cerebral, o alguien había ejercido abusos sobre ellos cuando eran niños. Esto no significa que todos los que padecen maltrato en la infancia vayan a convertirse en psicópatas cuando lleguen a adultos, pero si esta condición se da junto a alguna de las otras dos, las probabilidades de que esta persona sea violenta en la mayoría de edad son muy elevadas. Obviamente, es difícil actuar sobre las lesiones cerebrales fortuitas o las deficiencias neuronales de nacimiento, pero sí podemos hacerlo sobre el maltrato. ¿Cuántos psicópatas podría haberse evitado nuestra memoria colectiva si la infancia hubiera sido respetada por todos como la frágil etapa que es?

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 37


No hay otra, estamos hechos así: cada uno de los impulsos afectivos que sentimos de adultos guarda un molde emocional primigenio en el delicado cofre de la infancia. Hoy la neurociencia ha demostrado que los circuitos cerebrales que se activan cuando una persona mayor sufre desamparo a causa del desamor son los mismos que se ponen en marcha en un niño cuando padece ansiedad debido a la separación de la madre. Con la violencia podríamos establecer el mismo paralelismo. De aquellos mimbres emocionales estamos construidos; somos el resultado de lo que fuimos durante nuestra infancia y del trato que entonces recibimos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 37


La Organización Mundial de la Salud (OMS) prevea que la depresión será en 2020 la segunda mayor causa de dolencia sanitaria en nuestros hospitales.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 38




Como confirma Jonathan Pincus, la rehabilitación en casos de traumas infantiles es enormemente difícil y evitar los efectos de esta violencia ejercida sobre los menores es una tarea titánica. Es como querer borrar una marca grabada a fuego en la piel.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 38




«La letra, con sangre entra.» Cuánto daño habrá causado a tantas generaciones de niños, entre ellas la mía, el modelo didáctico que se deriva de esta forma de pensar. Hoy los estudios de neuropsiquiatría demuestran que estos patrones educativos sólo fomentan las conductas violentas y generan desadaptación al alcanzar la adolescencia y la juventud. Se sabe que los hijos de padres estrictos tienen más probabilidades de presentar actitudes conflictivas y de involucrarse en conductas de riesgo que los que no recibieron ese trato rígido de chicos. El autoritarismo sólo genera pérdida de autoestima en los menores. ¿A qué esperamos, entonces, para cambiar la forma de mirar, cuidar y educar a nuestros pequeños? El día que esta demanda esté realmente presente en nuestras vidas, desde los programas educativos a la intimidad de todos los hogares, la revolución que se va a producir en el ser humano va a ser asombrosa, una de las más maravillosas a las que podemos acceder.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 39


Es difícil comprender por qué alguien que te ha de amar y cuidar se comporta como si no lo hiciera: sin respetar tus emociones, tus deseos y tus necesidades. Se trata, en general, de un déficit de nutrición emocional. No hay un elemento concreto o específico que lo explique. Es lo que el maltratador ha aprendido, no sabe hacerlo de otra forma y es una manera de mantener el control emocional.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 39


Nika Vázquez Las experiencias que a lo largo de la vida vamos acumulando nos afectan y, en algún sentido, moldean y modifican nuestra personalidad. Estudios recientes afirman que las experiencias que tenemos durante nuestro desarrollo infantil, y especialmente entre los tres y los seis años, forjan nuestra personalidad de un modo significativo. Sin embargo, somos seres multicausales, y el desarrollo de nuestra personalidad no está marcado exclusivamente por los eventos que nos sucedan durante esa etapa. No podemos olvidar la carga genética que heredamos de nuestros padres, la importancia que tiene el desarrollo del feto dentro del útero de la madre, así como la capacidad de resiliencia que cada uno desarrolla a lo largo de su vida. Resulta imposible eliminar o cambiar el pasado, pero la posibilidad de cambio siempre está ahí, la plasticidad del cerebro lo permite. Ahora sabemos que somos capaces de cambiar de modo de pensar, de sentir y de interpretar las vivencias para adaptarnos mejor a ellas y superarlas de un modo adaptativo. Para ello es esencial darnos cuenta de esa posibilidad y esforzarnos cada día en ser felices.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 45


Si hay un momento en el que es urgente preguntarnos acerca de lo que nos pasa por dentro, ése es el período que va de los doce a los veinte años. Nunca vamos a experimentar tantos cambios, ni éstos serán tan brutales, como los que afrontaremos en este tiempo febril de transformaciones fisiológicas, inusitadas descargas hormonales y emergencias vitales. Lo que fuimos nunca va a estar más alejado de lo que seremos como tras este revolucionario proceso que supone la pubertad.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 45




En la segunda década de la vida, los cambios se convierten en el plato único y exclusivo del menú diario. Y esas alteraciones son, por lo general, fuentes generadoras de sufrimiento. Es tiempo de confusiones y carencias de entendimiento, de tormentas emocionales y sensaciones de pérdida.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 45




El adolescente cree saberlo todo, aunque sea un recién llegado a la experiencia de la vida, y por este motivo tiende a padecer conflictos con el entorno y suele sentirse incomprendido. Es normal, es lo que le dicta su cerebro. También expresa una tolerancia muy baja a situaciones que requieren de su paciencia, y esto también tiene un claro reflejo cerebral. Los estudios de neuroimagen revelan que en esta edad se encuentra especialmente excitado un grupo de neuronas que forman el llamado núcleo accumbens, área relacionada con el sentido de la recompensa y el placer. Esta sobreestimulación de las funciones placenteras del cerebro explicaría que los adolescentes vivan con una ventana de tiempo tan corta y manifiesten esa imperiosa necesidad por logar sus objetivos rápido, sin esperar. También da sentido al «aburrimiento» del que con frecuencia se quejan: no lo dicen por desinterés, es que su cambiante estructura neuronal de estos años les reclama estar expuestos a situaciones de alta carga emocional. La mejor manera de acompañarles en este trance es ser conscientes de lo que les está pasando por dentro.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 48


Por lo general, las influencias sociales tienen mayor impacto en los adolescentes psicológicamente vulnerables, aquellos que presentan déficits en habilidades sociales o académicas, así como problemas de baja autoestima, ansiedad o estrés.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 51





Estamos ante un tiempo de cambios, físicos y psicológicos, que inevitablemente obligan a afrontar crisis. Es una condición necesaria del crecimiento. No existe una terapia que solvente las marejadas que asolan al púber ante la revolución sexual que experimenta en estos años, ni una farmacopea que alivie los impulsos rebeldes que suelen presentarse en esta edad. Pero sí que hay una serie de indicaciones para acompañar mejor al adolescente en este difícil tránsito. La primera y principal consiste en tener presente que nos encontramos en un terreno especialmente movedizo y complejo, donde no habrá más remedio que convivir con el conflicto. No hay que sorprenderse, pues, de que nos topemos con todo tipo de emboscadas emocionales y trastornos relacionados con la afectividad y la propia autoaceptación.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 53




Los estudios confirman que la ansiedad ante la separación es más habitual en familias sobreprotectoras. Son situaciones que pueden acabar limitando la propia actividad cotidiana del joven, causándole falta de concentración, tristeza, apatía o pánico.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 54


Cuanto mayores son los hijos, más necesario es hablar y negociar con ellos, ya que buscan relaciones más simétricas, y menos útil es darles órdenes.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 55


Tras el período del intenso aprendizaje infantil, la adolescencia es el momento de buscar la identidad.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 55



Los estudios efectuados sobre poblaciones adolescentes resaltan que en esta edad se siente la tristeza con mayor intensidad. Las rupturas con los lazos familiares coinciden con la búsqueda a toda costa de la propia personalidad, en medio de una fuerte reactivación de la vida afectiva, e incluso romántica. Mientras las chicas manifiestan sentirse más tristes que los chicos, éstos suelen mostrar su incomodidad de forma más agresiva y violenta.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 55



Un día le pregunté a Ken Robinson, experto en desarrollo de la creatividad, qué consejo podía dar a los padres que se sienten inquietos cuando sus hijos les preguntan qué camino coger, si ciencia o arte, si cine o danza, y su respuesta fue: «Que no miren al mundo que rodea a sus hijos, sino directamente a ellos, para ver qué les inspira, qué capta su atención, qué materias les entusiasman, cuáles provocan su rechazo. Hay que descubrir lo que mueve su pasión».

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 56


Hoy sabemos algo trascendental sobre el órgano más importante que portamos en nuestro interior, y que antes ignorábamos: la experiencia influye en la estructura del cerebro. No es que lo que nos ocurre afecte a nuestra forma de pensar; es que, directamente, cambia la manera como se entrelazan las neuronas entre sí. Es decir: el software modula el ensamblaje del hardware de nuestro cerebro. Siendo esto cierto, y teniendo en cuenta cómo han cambiado las fuentes que enriquecen nuestra percepción en los últimos cincuenta años, podemos calcular lo diferentes que son actualmente los adolescentes de lo que pudimos serlo medio siglo atrás.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 62


Si echamos la vista atrás, comprobaremos que todo ha cambiado a nuestro alrededor en el último medio siglo: las costumbres, los sistemas de trabajo, las formas de ocio, el modo de comunicarnos... Nada es igual a como era hace cincuenta o treinta años. Sin embargo, las escuelas, los programas educativos, los calendarios escolares y los propios libros de texto son los mismos que en el pasado, o están inspirados en parecidos paradigmas pedagógicos. La escuela, desde la guardería a la universidad, continúa orientada hacia la formación de individuos productivos y útiles para la economía, dotados de cultura y bien armados personalmente, o eso se pretende. Pero resulta que ni la economía, ni la cultura ni la propia experiencia personal del ser humano es hoy la misma que en la generación anterior. ¿Cómo es posible que sigamos consintiendo por más tiempo que las fábricas de habitantes del futuro continúen funcionando con la vista puesta en patrones anquilosados que sólo miran al pasado?

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 100


No hay creatividad que valga cuando no estamos entusiasmados con lo que hacemos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 108


Echemos previamente un vistazo al funcionamiento de esa maravillosa facultad humana que es el aprendizaje. Cuando se pone en marcha un proceso mental, ya sea el simple registro de una percepción del exterior o la elaboración de un pensamiento abstracto, las experiencias adquiridas anteriormente constituyen el único referente del que puede ayudarse el cerebro para tomar nota del nuevo acontecimiento, interpretarlo, memorizarlo y aprender de él. Curioso, pero cierto: incluso cuando hablamos de innovación y de proyecciones hacia el futuro, en un primer momento sólo contamos con el pasado como único punto de apoyo. Es así como funciona la mente: le gusta trabajar sobre seguro y necesita ir realizando continuamente comparaciones entre lo conocido y lo nuevo antes de dar luz verde al estímulo recién llegado. De forma instantánea, cada vez que una señal exterior llama nuestra atención, se pone en marcha un proceso desenfrenado de búsqueda de archivos en nuestra memoria. Sólo de esta manera podremos darle su rango correspondiente a ese mensaje, lo situaremos en su contexto adecuado y le encontraremos un sentido. En ese instante, que a veces se extiende por unas milésimas de segundo, la mente elige entre dos opciones posibles: descarta ese nuevo estímulo y lo ignora, o su curiosidad e interés se ven despertados. Pero para que esto último ocurra tiene que desatarse previamente una emoción. Es ese chispazo, más que el recuerdo del pasado que sirve de referencia, el que pone en marcha el mecanismo del aprendizaje.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 113




Si hubiera que dar un par de recomendaciones a los profesores encargados de ejercitar y poner a prueba la facultad que poseen los menores para aprender, la primera sería, sin duda, que dotaran de empaque emocional a sus lecciones académicas. Es la manera más segura que hay para que esos conocimientos aniden en la memoria de los estudiantes y sean interiorizados por ellos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 113


Tenemos un radar que detecta la belleza y nos hace dirigirnos hacia ella. Sin embargo, hemos dado por cierta la idea de que la estética es un territorio situado en el campo de lo subjetivo. Ya saben, aquello de «para gustos, colores». Sin embargo, hoy ya podemos afirmar que esto no es cierto: hay una serie de pautas que hacen que veamos más bella una cara que otra. En la Universidad de Tel Aviv (Israel) llegaron a computerizar ese mecanismo: tras introducirle a un ordenador las opiniones que un grupo de personas habían dado respecto al atractivo de una serie de rostros, la propia máquina era capaz de ordenar en más y menos guapos los nuevos rostros que se le mostraban, y sus resultados coincidían con las opiniones de los humanos. Es decir: hay una serie de rasgos que estimulan nuestro instinto de atracción. En realidad, el poseedor de estas señales físicas anuncia que cuenta con unos genes estupendos para la reproducción. Los hombres altos y fuertes, con mentón y cejas muy marcados, delatan mucha testosterona en su interior, una hormona que va a ser muy útil para la fertilidad. De igual modo, se ha descubierto que las mujeres levantan más interés entre los varones cuando las medidas de sus caderas y sus cinturas guardan una relación de 0,7, un número que recuerda a la proporción áurea que se da en la naturaleza. Tampoco es casual: como recuerda Helen Cronin, filósofa de la ciencia y experta en darwinismo de la London School of Economics, esta combinación de cintura estrecha y caderas anchas es la más idónea para facilitar el parto.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 122




La falta de simetría en los organismos vivos, desde las plantas a los humanos, está directamente implicada en la supervivencia, de modo que un mayor grado de asimetría, provocado siempre por mutaciones genéticas, es la promesa de una menor tolerancia a las enfermedades, las infecciones y los defectos fisiológicos. Desde un paramecio hasta un ser humano, contar con una morfología simétrica es garantía de una mayor supervivencia.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 122


La antropóloga Helen Fisher lo resume de manera gráfica y taxativa: el hombre se enamora y se excita con los ojos, y la mujer a través del oído y la memoria.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 128



¿De qué nos extrañamos cuando padecemos malentendidos en el terreno amoroso? ¿Cómo no va a haber conflictos entre una mujer y un hombre cuando éste, de media, tiene el área preóptica medial —una zona del hipotálamo donde reside el impulso sexual— 2,5 veces más grande que ella? ¿Cómo no van a suscitarse situaciones de confusión entre los varones, cuyos cerebros suelen tener más activas ciertas áreas vinculadas a la defensa territorial, como la zona premamilar del hipocampo, y las hembras, quienes por norma general cuentan con un sistema de neuronas espejo, encargadas de procesar toda la información empática, mucho más eficiente y desarrollado y con una amígdala —región crítica para la expresión emocional y el comportamiento social— con entre un 30 y un 50 por ciento más de células gliales que los machos? Yo creo que lo milagroso es que nos entendamos, siendo tan distintos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 130




Todos los hombres y mujeres necesitamos amar y ser amados, comunicarnos afectivamente, ser reconocidos, valorados y sentirnos vinculados a alguien. Pero no debemos perder nuestra identidad. De lo contrario nos sentiremos tristes y vacíos al cabo del tiempo.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 134


Judith Lipton, psiquiatra del Swedish Medical Center de Washington, y David Barash, psicólogo y biólogo evolucionista de la Universidad de Washington, son dos de los mayores expertos en el estudio de los modelos de organización de los seres vivos en base a vínculos afectivos y sexuales. Tras analizar cómo se lo monta el reino animal en general, observaron que, de cuatro mil especies estudiadas, sólo una veintena de ellas, entre las cuales estamos los humanos, opta por la pareja estable y fiel para estructurarse. Esta rareza les lleva a considerar la monogamia como «una opción no natural». No sugieren que sea artificial o perjudicial para la salud, sino que responde a principios culturales aprendidos. Digamos que la monogamia es tan poco natural como lo es la escritura, las disciplinas artísticas o los hábitos alimenticios que normalmente seguimos.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 136




Algunos estudios corroboran que la cercanía cultural, ideológica e incluso de procedencia geográfica entre los miembros de las parejas supone un factor de garantía para el éxito de las relaciones. Enfrentados a la necesidad de ponernos en la piel del otro, siempre va a ser más fácil hacerlo con alguien con quien compartimos valores, gustos o formas de ser.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 145




La aventura amorosa no acaba en la borrachera hormonal del enamoramiento, sino que va más allá, y retos como la formación de una unión estable, y luego de una unidad familiar, suponen envites para los que no todas las parejas están preparadas. Si ya nos quejábamos de que nunca nadie nos enseñó a gestionar nuestras propias emociones en el colegio, ni a entender o predecir las de nuestros compañeros de pupitre, nuestro analfabetismo emocional se convierte en alarmante cuando nos adentramos en las estaciones más maduras de la relación amorosa y afrontamos los desafíos de la creación de un nido. En este nuevo tiempo, el trasiego de energías

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 144




Convivir en pareja es una continua negociación que sólo si se establece desde el respeto más absoluto hacia la otra parte resultará exitosa. Con frecuencia, las aspiraciones de realización personal de cada uno chocan con dificultades intrínsecas de la formación de la familia, la crianza y la rutina diaria. Tener cintura emocional para bregar en esas tempestades cotidianas no resulta fácil, pero es la condición indispensable para la supervivencia del amor y la pareja.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 145




Un equipo de psicólogos de una consultora norteamericana le propuso a un grupo de parejas que pasaban por dificultades un ejercicio basado en asociaciones de palabras. Pretendían descubrir la percepción sincera que cada uno tenía de la otra persona. Llegaron a la conclusión de que el elemento que hace inviable la salvación de una relación es el desprecio. Cuando en alguno de los dos hay rastros de esta emoción tan básica y negativa, no hay nada que hacer: la ruptura es inevitable. No me cansaré de advertir lo mucho que subestimamos esta venenosa emoción, sin darnos cuenta del daño que hace en las relaciones personales, y lo poco que nos prevenimos contra ella. Deberíamos lograr extirparla de nuestro ecosistema emocional, pues la antítesis del amor no es el odio, sino el desprecio.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 146


Jay Belsky, psicólogo del Birkbeck College de la Universidad de Londres ha observado que la ausencia de la figura paterna incrementa las posibilidades de que las hijas de parejas separadas acaben a su vez divorciándose cuando sean adultas. Crecer sin esa referencia hace que desconfíen en mayor medida de los hombres, aparte de hacerlas madurar más rápido y ser más promiscuas.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 146


La ausencia de una figura paterna puede implicar una mayor dificultad para lograr un vínculo sano en las relaciones interpersonales y para adquirir una visión de mundo más integrada. En este sentido, cuando existen ambas figuras, los menores pueden identificar cómo es una relación de adultos, ya que los padres serán el primer modelo. Al faltar uno de los dos, los primeros aprendizajes de las relaciones hombre-mujer no están presentes. Estos modelos pueden ir siendo sustituidos a lo largo del crecimiento del menor, que puede fijarse en otras relaciones. Todos los expertos están de acuerdo en la necesidad de la figura paterna para el crecimiento equilibrado de un menor. Pero muchos adultos han sobrevivido sin dicha figura. Es posible que la mujer que crece sin padre pueda buscar en sus relaciones amorosas a aquel hombre que buscaba en la infancia. O lo contrario: puede acabar teniendo relaciones con hombres basadas en la desconfianza y el engaño. Todo depende de cómo la mujer aprende de dicha situación, siendo consciente de que sus relaciones amorosas pueden estar determinadas por la falta de esa figura.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 147


Se ha comprobado que las personas enamoradas tienen altos niveles de cortisol, que es la sustancia del estrés. Placer y ansiedad son los picos y valles de esa montaña rusa en la que consiste el arranque de un enamoramiento. En el desamor ocurre todo lo contrario: aquí el estrés se asocia a cuadros depresivos. Se ha llegado a describir el «síndrome del corazón roto» como una condición médica muy similar a una cardiomiopatía. Las personas que sufren desamor u otro tipo de estrés emocional como el provocado por un divorcio traumático presentan patrones similares a los de un ataque al corazón, incluyendo dolor de pecho y dificultad para respirar.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 153



Contra el sentimiento de abatimiento que conlleva la soledad, no hay antidepresivo más eficaz y sin efectos secundarios que la pomada que supone la presencia y el ánimo de los otros.


Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 184



Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire, ha estudiado el impacto que tiene una palabra dicha con inquina en la autoestima de su destinatario y ha calculado que son necesarios cinco halagos para compensar el dolor causado por ese golpe bajo que supone un insulto lanzado con la intención de minusvalorar al otro. Echemos la cuenta de la abundancia de insidias que contempla nuestra existencia, y la que conserva nuestra memoria, y podremos calcular el océano de halagos y caricias emocionales que deberíamos darnos los unos a los otros para compensar tantísimas dentelladas.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 191


Wiseman observó que los fallos de entendimiento en las parejas se producen frecuentemente porque lo que uno manifiesta dista diametralmente de lo que la otra persona percibe (…) En este sentido, el psicólogo constató notables distancias entre hombres y mujeres a la hora de expresar lo que queremos y lo que el otro —o la otra— escucha. Entre otras revelaciones, Wiseman echa por tierra algunos de los mitos masculinos contemporáneos de la seducción. Errados, los hombres creemos que las mujeres valoran principalmente las señales de la amabilidad, la generosidad y la ternura. Sin embargo, lo que ellas prefieren ver en nosotros es una clara manifestación de valentía. Por el contrario, un regalo que suponga una demostración de atención e interés es más valorado por las mujeres que el detalle más caro de la tienda más lujosa. Pero ahí estamos los hombres, envueltos en nuestra venda de incomprensión, gastándonos un dineral absurdamente en anillos de diamantes.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 192




Empleada con perversidad, la comunicación oral puede causar un daño superior al que logra la fuerza bruta, pues se dirige a los pilares que nos sustentan anímicamente con las armas que más eficazmente pueden debilitarlos. Si somos lo que somos en la medida en que los otros nos devuelven la imagen que transmitimos, cuando ese reflejo consiste en señales de desprecio y descalificación, el saldo emocional no puede ser otro que la pérdida de la autoestima y la anulación de la persona.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 194


No queda otra. Asistimos a una crisis que no es de crecimiento, sino de transformación de los patrones vitales y productivos que conocíamos hasta ahora. E igual que el escenario ha sufrido una metamorfosis, nos toca a nosotros ahora aplicar la mutación en nuestras vidas. Y los primeros que han de hacerlo son los parados, porque son ellos a quienes antes ha llegado la llamada. Allá cada cual cómo traduce este mensaje, pues no es igual la situación del joven que aspira a acceder por primera vez al mundo laboral que la del profesional con años de experiencia o el veterano que se encuentra en la última fase de su trayectoria. Pero todos habrán de abrazar muy concienzudamente el nuevo lema de nuestro tiempo: cambiar, cambiar, cambiar.

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Lo que nos pasa por dentro, pág. 223


No existen dos catarros iguales, pues el mismo virus no daña de forma simétrica a dos personas diferentes, ni dos cánceres de pulmón son nunca semejantes, pues en cada caso desarrolla un patrón particular. Sin embargo, llevamos décadas —a veces siglos— tratando estas afecciones de manera unívoca y uniforme en todos los pacientes, sin atender a la naturaleza de cada uno y con medicamentos que, aparte de atacar la causa de la enfermedad, dañan la salud del organismo vivo, lo que obliga al paciente a pasar por los múltiples efectos secundarios que acarrea la mayoría de estas sustancias.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 238



Según la Organización Mundial de la Salud, en 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en todo el planeta, sólo por detrás de las enfermedades cardiovasculares. Ese año, cada veinte segundos habrá una muerte por suicidio en el mundo, superando incluso a las víctimas de la carretera, y un gran porcentaje de esos fallecimientos estará directamente relacionado con cuadros depresivos. Sin ir tan lejos en el tiempo, se estima que hoy en España sufre depresión o ansiedad entre el 12 y el 15 por ciento de la población.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 253


Nos falta dar el paso de mentalizarnos, porque la tecnología ya la tenemos disponible. Nuestra capacidad para entender a cada ser a escala anatómica, biológica y genética es un privilegio con el que no contaban nuestros antepasados, y que debemos aprovechar cuanto antes. Hoy es posible predecir las posibilidades que tiene una persona de sufrir trastornos como el alzhéimer, el cáncer o el colesterol escudriñando el plan que esconden sus genes en forma de mutaciones. Sabemos que ese potencial enfermizo va a depender del entorno para que acabe traduciéndose en patologías reales o quede latente indefinidamente, por lo que está al alcance de nuestra mano evitar que muchas enfermedades se manifiesten, adoptando una forma de vida que evite su trágico desencadenamiento. ¿Entonces a qué esperamos para darle la vuelta a la medicina y empezar a mirar a la salud antes que a las afecciones? Se trata de un asunto social, pero también de una decisión política, y quizá aquí radique el problema: las ventajas de las terapias preventivas no se perciben inmediatamente, sino en el medio y largo plazo, por lo que los responsables sanitarios de las administraciones suelen estar poco interesados en invertir en algo que producirá beneficios cuando ellos ya no estén al mando. Sin embargo, esas mismas autoridades manifiestan muy poca urgencia a la hora de traducir los hallazgos científicos en medicinas curativas. Según me confesaba Eric Topol, director del Instituto Scripps de Ciencia Traslacional de California en La Jolla (Estados Unidos), suelen pasar diecisiete años de media entre el momento en el que los laboratorios realizan un hallazgo y el día en que éste llega a las farmacias. ¿Y qué pasa con los enfermos que padecen esa dolencia durante todos esos años? En la institución que dirige Topol, dedicada a concienciar a las instituciones de la necesidad de acortar ese macabro paréntesis, hablan del «valle de la muerte» cuando se refieren a esos pacientes. Las generaciones futuras se llevarán las manos a la cabeza al recordar la ingente cantidad de dinero que en nuestra época dedicamos a curar enfermedades y lo poco que invertimos en prevención o dietética. Básicamente, nuestro sistema sanitario se dedica a atiborrar de fármacos a la población sin reparar en las diferentes reacciones que éstos tienen, dependiendo del paciente, y asumiendo como un mal menor sus efectos secundarios, que en ocasiones causan más molestias que el propio trastorno que se pretendía curar.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 271


En un estudio realizado en el Hospital Clínic de Barcelona se analizó el riesgo que tienen los hijos de padres alcohólicos de sufrir adicciones. Se demostró que está relacionado con tres factores de la historia familiar: las consecuencias del etanol en las células y el feto, la transmisión genética de la vulnerabilidad para desarrollar la adicción y la influencia de crecer en un ambiente de padres con alcoholismo. Por otra parte, hay evidencias de relación entre los trastornos de conducta alimentaria y los problemas derivados del consumo de alcohol, ya que son trastornos que tienen que ver con la falta de control de los impulsos. Existen también estudios que demuestran la predisposición a padecer un trastorno de conducta alimentaria cuando hay antecedentes familiares de depresión y alcoholismo. A pesar de todo, cada uno de nosotros tenemos la opción y el poder de decidir cómo enfrentarnos a la vida y a las dificultades que puedan aparecer. Tener información sobre estos hechos es la mejor forma de prevenir un posible problema.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 276




Es lo nuevo, y no lo ya experimentado infinidad de veces hasta el aburrimiento, lo que estimula a las neuronas y las lleva a establecer nuevas conexiones entre ellas.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 288



Las personas de mayor edad son mejores solucionando conflictos, controlan mejor sus emociones y son menos propensas a la ira. Hay varias explicaciones plausibles. Laura Carstensen, directora del Centro de la Longevidad y profesora de psicología de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), cree que los humanos tenemos una habilidad única para reconocer nuestra propia mortalidad y monitorizar nuestros tiempos. Esta investigadora sostiene que en la vejez, al sentirnos más cercanos a la muerte, vivimos más el presente y prestamos más atención a aspectos que nos importan en el momento, como los sentimientos, y menos a objetivos a largo plazo. Otros creen que se debe a la aceptación personal y la satisfacción con lo alcanzado a lo largo del recorrido.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 294


Hay una reflexión que la sociedad no ha empezado aún a plantearse, pero que más pronto que tarde va a tener que afrontar: ya no es tiempo de preocuparnos de vivir más años, porque eso lo estamos consiguiendo, sino de llenar de calidad esos años.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 295



Resulta que lo que más nos llena por dentro no es rebuscar en nuestro interior, sino atender a quienes están fuera y andan necesitados de ayuda; y que lo que más colabora a que nos sintamos bien con nosotros mismos es, precisamente, hacer que se sientan bien los demás.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 340


Lo que dicen las personas que puntúan más alto en los indicadores del bienestar personal es que ayudar a los otros nos ayuda a nosotros a ser felices. Desde luego, en mis múltiples encuentros personales jamás me pareció que los más satisfechos fueran los que más bienes materiales atesoraban. Y, aun así, hemos organizado la vida en torno al consumo, la riqueza económica y la acumulación de posesiones y experiencias, pese a saber, y estar ya desgastado, por reiterativo, el recordatorio de que lo material no da la felicidad. Las noticias que cada dos por tres asaltan los noticiarios dando cuenta de acaudaladas figuras públicas y conocidas estirpes familiares que han acabado asoladas por la desgracia debido a la escasa calidad humana de las relaciones personales que mantenían, corroboran esa impresión. Como recuerda Barry Schwartz, psicólogo del Swarthmore College (Estados Unidos), vivir pendientes de todo aquello que podemos adquirir, comprar y experimentar sólo nos conduce a ahogarnos en un océano de posibilidades. Lamentablemente, son muchos los que se entregan a una interminable carrera por tener el mejor coche, la mejor ropa, la mejor pareja, las mejores vacaciones... Una carrera en la que nunca, jamás, logran sentirse satisfechos, porque siempre hay algo más que desear. La explosión de la sociedad de consumo ha puesto delante de nuestras narices tantas opciones y tentaciones que, en lugar de aliviar a los ciudadanos ante la certidumbre de que siempre van a tener dónde escoger y nunca les va a faltar lo necesario, ha sembrado en las personas una permanente ansiedad por elegir. Es el camino de la frustración.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 340






Curiosa paradoja la de la vida: somos caducos por definición, pero todos provenimos de células que son inmortales y estamos compuestos por átomos que son eternos.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 349





Richard Gerver: «Nos hemos olvidado de que lo bueno de la educación está en la experiencia, en el momento, en la alegría de descubrir algo, en la satisfacción de tener una pregunta y poder buscar una respuesta, no necesariamente en la respuesta».

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 103


«La conciencia básica es algo que está detrás de cada pensamiento, de cada emoción. Es como la luz, que no se ensucia ni se enriquece aunque ilumine la basura o el oro. Todos tenemos un potencial para el bien que siempre está ahí. Depende de nosotros que queramos usarlo o no», nos recuerda Matthieu Ricard.

Eduardo Punset
Lo que nos pasa por dentro, pág. 342


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