Nuestra civilización, como toda civilización, es un complot. Numerosas divinidades minúsculas, cuyo poder sólo proviene de nuestro consentimiento en no discutirlas, desvían nuestra mirada del rostro fantástico de la realidad. El complot tiende a ocultarnos que hay otro mundo en el mundo en que vivimos, y otro hombre es el hombre que somos. Habría que romper el pacto, hacerse bárbaro. Y, ante todo, ser realista. Es decir, partir del principio de que la realidad es desconocida.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, en el prólogo, página 2
Las inteligencias son como los paracaídas: sólo funcionan cuando están abiertos.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, en el prólogo, página 3
En la historia de nuestro planeta, el hombre pudo aparecer varias veces durante los millones de años que quedaron atrás.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 26
A propósito de la Atlántida, permítasenos un inciso. Por nuestra parte, compartimos de buen grado la tesis rusa, según la cual la Atlántida no fue un continente, sino la isla Thera, colonia cretense del Mediterráneo, destruida por la explosión del volcán Santorín, unos 3000 años antes de Jesucristo.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 40
¿Es Stonehenge el monumento de una cultura superior, primordial y, por ello, independiente de todo vehículo visible, carente de signos gráficos de comunicación?
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 90
Si hubo una lengua primordial, ¿en qué forma se conservó y transmitió? En seguida pensamos en las tablillas de arcilla y en las inscripciones sobre piedra o madera. Pero estos medios toscos, esta escritura visible —que dan, no obstante, testimonio de sociedades sorprendentemente refinadas en los antiguos milenios—, fueron, tal vez, únicamente utilizados por sociedades posteriores a una civilización más elevada. Si a la idea del alto conocimiento revelado se une siempre la idea del secreto, de la comunicación exclusivamente iniciática, tenemos derecho a imaginarnos alguna escritura oculta a los ojos del público. En la actualidad, poseemos medios invisibles de registro del conocimiento, desde el disco hasta la cinta magnética, desde el microfilme hasta los cristales. Tal vez un día descubriremos la escritura camuflada, depositada en objetos, en piedras del suelo o — ¿quién sabe?— en nosotros mismos, en las sutiles profundidades de nuestras células… Y, en fin, aunque se trate de una escritura evidente, debemos recordar que todos los libros del mundo antiguo, reunidos en las inmensas bibliotecas de Rodas, de Cartago, de Alejandría y de otras partes, fueron destruidos; que poseemos menos del 1 por ciento de las literaturas griega y romana, y que quedaron enterradas las cenizas del genio del pasado. Para terminar: si progresa el descifrado de las lenguas ignoradas, sobre todo mediante el empleo de los ordenadores, la existencia de una escritura que hubiera transmitido conocimientos de abstracciones matemáticas plantearía problemas insolubles. Todas nuestras investigaciones arqueológicas o lingüísticas se han referido siempre a civilizaciones menos avanzadas que la nuestra. Si la realidad fuese a la inversa, tropezaríamos con términos que no podríamos interpretar; nos hallaríamos en situación parecida a la de un confuso estudiante del siglo XIX que hubiese debido traducir, en su ejercicio de latín, las palabras transistor o laser.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 100
Hace treinta años, visité la sima de Padirac. El barquero que nos conducía sobre las negras aguas, pronunció esta maravillosa frase: «Éste río es tan desconocido que ni siquiera se sabe su nombre…». Con esto expresaba, ingenuamente, dos certidumbres profundas que se agitan en nuestras almas: a saber, que las cosas sólo existen para nosotros cuando han sido nombradas, y que existe, desde la eternidad, un nombre que corresponde a cada cosa, la contiene y la expresa por entero.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 105
El desengaño no es un producto de la cultura, sino, por el contrario, de la ignorancia. El que está deseoso de saber descubre que cada uno de sus pasos se apoya en la superficie de minas profundas, donde duermen los poderes y los conocimientos de mundos enterrados. En todas partes se guardan herméticos secretos, desde la Irlanda del Numinor céltico hasta la Australia extrañamente muda desde Lascaux hasta la isla de Pascua, desde el desierto de Gobi hasta el Amazonas.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 195
Numinor, la Atlántida del Norte, la Atlántida celta, es mucho menos célebre que la Atlántida propiamente dicha. Su nombre despierta cierto eco literario en los países anglosajones, pues sirvió de base a dos grandes trilogías imaginativas: la de C. S. Lewis y la de J. R. Tolkien. Sin embargo, incluso para las que han leído estas magníficas trilogías, Numinor sigue siendo vago símbolo de un polo alrededor del cual se habrían concentrado las influencias nórdicas.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 205
Lo importante, para el embellecimiento de la vida, es viajar.
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 223
El prestigio de la ciencia astronómica de los babilonios se mantiene después de tres milenios. En efecto, no cabe duda de que, en cierto sentido, esta ciencia fue muy lejos, más lejos que la de los griegos, e incluso, en ciertos terrenos, que la moderna astronomía hasta el siglo pasado. Hace más de dos docenas de siglos que Kidinnú calculó el valor del movimiento anual del Sol y de la Luna con una precisión que sólo fue superada en 1857, cuando Hensen obtuvo cifras con un error menor a tres segundos de arco. El error de los resultados de Kidinnú no superaba los nueve segundos. Más extraordinaria aún es la precisión del cálculo de los eclipses lunares por el propio Kidinnú. Los actuales métodos de cálculo, perfeccionados en 1887 por Oppolzer, suponían un error de siete décimas de segundo de arco por año en la determinación del movimiento del Sol. El cálculo de Kidinnú se aproximaba más a la realidad… ¡en dos décimas de segundo! Toulmin y Goodfiels, en un curso que dieron en 1957 en la Universidad de Leeds, no ocultaron su admiración por el viejo astrónomo de Mesopotamia. «Que una tal exactitud —escribieron— pudiese alcanzarse sin telescopio, sin reloj, sin los impresionantes aparatos de nuestros modernos observatorios y sin matemáticas superiores, parecería increíble si no recordásemos que Kidinnú disponía de archivos astronómicos que abarcaban un período mucho más largo que el de sus sucesores de nuestro tiempo».
Louis Pauwels y Jacques Bergier
La rebelión de los brujos, página 230
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