PSICOANALISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORANEA




La especie "hombre" puede definirse no sólo anatómica y fisiológicamente: los individuos a ella pertenecientes tienen en común unas cualidades Psíquicas básicas, unas leyes que gobiernan su funcionamiento mental y emocional1 y las aspiraciones o designios de encontrar una solución satisfactoria al problema de la existencia humana.

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Exactamente como el hombre transforma el mundo que lo rodea, se transforma a sí mismo en el proceso de la historia. El hombre es su propia creación, por decirlo así. Pero así como sólo puede transformar y modificar los materiales naturales que le rodean de acuerdo con la naturaleza de los mismos, sólo puede transformarse a sí mismo de acuerdo con su propia naturaleza. Lo que el hombre hace en el transcurso de la historia es desenvolver este potencial y transformarlo de acuerdo con sus propias posibilidades. El punto de vista que adoptamos aquí no es ni "biológico" ni "sociológico", si eso quiere decir que esos dos aspectos son independientes entre sí. Es más bien un punto de vista que trasciende de esa dicotomía por el supuesto de que las principales pasiones y tendencias del hombre son resultado de la existencia total del hombre, que son algo definido y averiguable, y que algunas de ellas conducen a la salud y la felicidad y otras a la enfermedad y la infelicidad. Ningún orden social determinado crea esas tendencias fundamentales, pero sí determina cuáles han de manifestarse o predominar entre el número limitado de pasiones potenciales. El hombre, tal como aparece en cualquiera cultura dada, es siempre una manifestación de la naturaleza humana, pero una manifestación que en su forma específica está determinada por la organización social en que vive. Así como el niño nace con todas las potencialidades humanas que se desarrollarán en condiciones sociales y culturales favorables, así la especie humana, en el transcurso de la historia, se desarrolla dentro de lo que potencialmente es.

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Hoy nos encontramos con personas que obran y sienten como si fueran autómatas; que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera risa; cuya charla insignificante ha Sustituido al lenguaje comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del dolor auténtico. De esas personas pueden afirmarse dos cosas. Una es que padecen un defecto de espontaneidad e individualidad que puede considerarse incurable. Al mismo tiempo, puede decirse que no difieren en esencia de millones de otras personas que están en la misma situación. La cultura les proporciona a la mayor parte de ellas normas que les permiten vivir con un defecto son enfermarse. Es como si cada cultura proporcionase el remedio contra la exteriorización de síntomas neuróticos manifiestos que son resultantes del defecto que ella misma produce.

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... Si el hombre vive en condiciones contrarias a su naturaleza y a las exigencias básicas de la salud y el desenvolvimiento humanos, no puede impedir una reacción: degenera y perece o crea condiciones más de acuerdo con sus necesidades.

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Una sociedad sana es la que corresponde a las necesidades del hombre, no precisamente a lo que él cree que son sus necesidades, porque hasta los objetivos más patológicos pueden ser sentidos subjetivamente 
como lo que más necesita el individuo; sino a lo que objetivamente son sus necesidades tal como pueden descubrirse mediante el estudio del hombre.

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El hombre es el único animal para quien su propia existencia constituye un problema que tiene que resolver y del cual no puede escapar. No puede regresar al estado prehumano de armonía con la naturaleza; tiene que seguir desarrollando su razón hasta hacerse dueño de la naturaleza y de sí mismo (...) La necesidad de encontrar soluciones siempre nuevas para las contradicciones de su existencia, de encontrar formas cada vez más elevadas de unidad con la naturaleza, con sus prójimos y consigo mismo, es la fuente de todas la fuerzas psíquicas que mueven al hombre, de todas sus pasiones, afectos y ansiedades... Así pues, el problema que la especie humana, lo mismo que cada individuo, tienen que resolver es el de su nacimiento... El nacimiento, en el sentido convencional de la palabra, no es más que el comienzo del nacimiento en sentido amplio. La vida toda del individuo no es otra cosa que el proceso de darse nacimiento a sí mismo; realmente, hemos nacido plenamente cuando morimos, aunque es destino trágico de la mayor parte de los individuos morir antes de haber nacido... El hecho de que el nacimiento del hombre sea primordialmente un acontecimiento negativo, el de verse arrancado a la originaria identidad con la naturaleza, y que no puede regresar al punto de donde viene, implica que el proceso de nacimiento no es de ningún modo un proceso fácil. Cada paso en su nueva existencia humana es temeroso: significa siempre la renuncia a un estado seguro, que era relativamente conocido, por un estado nuevo y que uno todavía no domina. Indudablemente, si el niño pensara, en el momento de cortar el cordón umbilical sentiría miedo de morir. Un hado benigno nos protege contra este primer pánico. Pero en todo paso nuevo, en toda fase nueva de nuestro nacimiento, volvemos a sentirnos asustados. No nos vemos nunca libres de dos tendencias antagónicas: una a salir del útero, de la forma animal de existencia, para entrar en una forma de existencia más humana, a pasar de la esclavitud a la libertad; otra, a volver al útero, a la naturaleza, a la certidumbre y la seguridad. En la historia del individuo y de la especie, la tendencia progresiva se ha relevado como la más fuerte, pero los fenómenos de desequilibrio mental y la regresión de la especie humana a posiciones aparentemente abandonadas hace ya generaciones muestran la intensa lucha que acompaña a cada nuevo acto de nacimiento.

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Todos los hombres son idealistas, y no pueden dejar de serlo, si entendemos por idealismo el impulso a satisfacer necesidades que son específicamente humanas y que trascienden las necesidades fisiológicas del organismo. La diferencia es únicamente que un idealismo es una solución buena y adecuada, y el otro una solución mala y destructora. El decidir cuál es la buena y cuál la mala tiene que hacerse en base de nuestro conocimiento de la naturaleza del hombre y de las leyes que rigen su desarrollo.

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La salud mental se caracteriza por la capacidad de amar y de crear, por la liberación de los vínculos incestuosos con el clan y el suelo, por un sentimiento de identidad basado en el sentimiento de sí mismo como sujeto y agente de las propias capacidades, por la captación de la realidad interior y exterior a nosotros, es decir por el desarrollo de la objetividad y la razón.

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La salud mental no puede definirse como "adaptación" del individuo a su sociedad, sino que, por el contrario, se la debe definir como adaptación de la sociedad a las necesidades del hombre, y por el papel de ella en impulsar o impedir el desarrollo de la salud mental. Si el individuo está o no está sano, no es primordialmente un asunto individual, sino que depende de la estructura de su sociedad. Una sociedad sana desarrolla la capacidad del hombre para amar a sus prójimos, para trabajar creadoramente, para desarrollar su razón y su objetividad, para tener un sentimiento de sí mismo basado en el de sus propias capacidades productivas. Una sociedad insana es aquella que crea hostilidad mutua y recelos, que convierte al hombre en un Instrumento de uso y explotación para otros, que lo priva de un sentimiento de sí mismo, salvo en la medida en que se somete a otros o se convierte en un autómata. La sociedad puede desempeñar aabas funciones; puede impulsar el desarrollo saludable del hombre, y puede impedirlo; en realidad, la mayor parte de las sociedades hacen una y otra cosa, y el problema está sólo en qué grado y en qué dirección ejercen su influencia positiva y su influencia negativa.

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Entendemos por enajenación un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse que ha sido enajenado de sí mismo. No se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás hasta adora. La persona enajenada no tiene contacto consigo misma, lo mismo que no lo tiene con ninguna otra persona. El, como todos los demás, se siente como se sienten las cosas, con los sentidos y con el sentido común, pero al mismo tiempo sin relacionarse productivamente consigo mismo y con el mundo exterior.
El antiguo sentido en que se usó la palabra "enajenación" significaba tanto como locura: aliéne', en francés, y alienado, en español, son viejas palabras que designan al psicótico, a la persona total y absolutamente desequilibrada.

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El idólatra se inclina ante la obra de sus propias manos... En la idolatría, el hombre se inclina ante la proyección de una cualidad parcial suya y se somete a ella. No se siente a sí mismo como el centro de donde irradian actos vivos de amor y de razón. Se convierte en una cosa, y su vecino también se convierte en una cosa, así como sus dioses también son cosas... Las mismas religiones monoteístas han retrocedido, en gran medida, a la idolatría. El hombre proyecta sus capacidades de amor y de razón en Dios; ya no las siente como capacidades propias suyas, y después pide a Dios que le devuelva algo de lo que él, el hombre, ha proyectado en Dios. En el protestantismo y el calvinismo antiguos la actitud religiosa exigida era que el hombre se sintiera vacío y empobrecido y que confiara en la gracia de Dios, es decir, en la esperanza de que Dios quizás le devuelva parte de sus propias cualidades, que él había proyectado en Dios.
Cada acto de adoración sumisa es un acto de enajenación e idolatría en este sentido. Lo que muchas veces se llama "amor" no es otra cosa, con frecuencia, sino este fenómeno idolátrico de enajenación; sólo que no es Dios o un ídolo lo adorado de ese modo, sino otra persona. La persona "amante", en este tipo de relación de sometimiento, proyecta todo su amor, su fuerza y su pensamiento en la otra persona, y siente a la persona amada como un ser superior, hallando satisfacción en la adoración y la sumisión completas. Esto no sólo significa que deja de sentir a la persona amada como un ser humano en su realidad, sino que no se siente a sí misma en su plena realidad, como portadora de potencias humanas productivas. Igual que en el caso de la idolatría religiosa, ha proyectado toda su riqueza en la otra persona, y siente esa riqueza no como algo que es suyo, sino como algo ajeno a él, depositado en algún otro y con lo cual únicamente puede entrar en relación por la sumisión a esa otra persona o por la sumersión en ella.

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Podemos hablar de idolatría y enajenación no sólo en relación con otra persona, sino también en relación consigo mismo, cuando la persona está sujeta a pasiones irracionales. La persona que es movida principalmente por su ansia de poder ya no se siente a sí misma con la riqueza y las limitaciones de un ser humano, sino que se convierte en esclava de un impulso parcial que; actúa en ella, que se proyecta en objetivos externos y por el cual está "poseída". La persona que se entrega de un modo exclusivo a la satisfacción de su pasión por el dinero está poseída de su impulso hacia éste: el dinero es el ídolo que adora como proyección de una potencia aislada de ella misma, de su anhelo por él. En este sentido, la persona neurótica es una persona enajenada. Sus acciones no son suyas; aunque se hace la ilusión de hacer lo que quiere, es arrastrada por fuerzas independientes de ella, que actúan a espaldas de ella; es una extraña para sí misma, lo mismo que le extraño su semejante. Siente al otro y a sí misma no como lo que en realidad son, sino deformado por las fuerzas inconscientes que actúan en ellos. La persona psicótica es la persona absolutamente enajenada se han perdido por completo a sí misma como centro de su propia experiencia, ha perdido el sentido de sí misma.

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La enajenación, tal como la encontramos en una sociedad moderna, es casi total: impregna las relaciones del hombre con su trabajo, con las cosas que consume, con el estado, con sus semejantes y consigo misma. El hombre ha creado un mundo de cosas hechas por él como no había existido nunca antes, y ha construido un mecanismo social complicado para administrar el mecanismo técnico que ha hecho. Pero toda esa creación suya está por encima de él. No se siente así mismo como creador y centro, sino como servidor de un golem (voz hebrea que significa autómata, cosa sin alma. Según ciertas leyendas judías, el golem es un hombre artificial que actúa como un monstruo) que sus manos han construido. Cuanto más poderosas y gigantescas son las fuerzas a las que libera, más importantes se siente en cuanto ser humano. Se enfrenta con sus propias fuerzas, encarnadas en cosas que él ha creado y enajenado de sí mismo. Es poseído por sus propias creaciones y ha perdido el dominio de sí mismo. Ha hecho un becerro de oro y dice: "Esos son vuestros dioses, que os han traído fuera de Egipto".

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"El dinero... transforma lo real humano y las fuerzas naturales en ideas puramente abstractas, y por lo tanto en imperfecciones y, por otra parte, transforma las imperfecciones reales y las fantasías, las fuerzas que sólo existen en la imaginación del individuo, en fuerzas reales... Transforma la lealtad en un vicio, los vicios en virtudes, el esclavo en amo, el amo en esclavo, la ignorancia en razón y la razón en ignorancia... El que puede comprar valor es valiente, aunque sea un cobarde... Considera al hombre como hombre, y su relación con el mundo como una relación humana, y sólo podrás cambiar el amor por amor la confianza por confianza, etc. Si quieres gozar del arte, debes ser persona artísticamente preparada; si quieres influir en otras personas, tienes que ser una persona que ejerza sobre ella una influencia realmente estimulante y propulsora cada una de tus relaciones con el hombre y con la naturaleza tiene que ser una expresión definida de tu vida real, individual, correspondiente al objeto de tu voluntad, si ama sin despertar el amor, esto es, si tu amor como tal no produce amor, si mediante una expresión de vida como persona amante que no hace de ti mismo una persona amada, entonces tu amor es impotente, es una desgracia."

Carlos Marx, tomado del libro de Erich Fromm, Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, pág. 114


"Todo el mundo procura el modo de crear una nueva necesidad en los demás, a fin de someterlos a una nueva dependencia, a una nueva forma de placer, y, en consecuencia, a su ruina económica... Con una multitud de mercancías crece el campo de las cosas ajenas que esclavizan al hombre."

Carlos Marx, pág. 116


...El acto del consumo debiera ser un acto humano, concreto, en el que deben intervenir nuestros sentidos, nuestras necesidades orgánicas, nuestro gusto estético, es decir, en el que debemos intervenir nosotros como seres humanos concretos, sensibles, sentimentales e inteligentes; el acto del consumo debiera ser una experiencia significativa, humana, productora. En nuestra cultura, tiene poco de eso. Consumir es esencialmente satisfacer fantasías artificialmente estimuladas, una creación de la fantasía ajena a nuestro ser real y concreto.

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Es característico de toda cultura la construcción de un mundo artificial, hecho por el hombre, que se sobrepone al mundo natural en que el hombre vive. Pero el hombre sólo puede realizarse a sí mismo si está en contacto con los hechos fundamentales de su existencia, si puede experimentar la exaltación del amor y de la solidaridad lo mismo que el hecho trágico de su soledad y del carácter fragmentario de su existencia. Si está completamente envuelto por la rutina y por los artilugios de la vida, si no puede ver más que la apariencia del mundo, hecha por el hombre y acomodada al sentido común, pierde su contacto con el mundo y la percepción real de éste y de sí mismo.

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El estado de depresión es tan insoportable, porque uno es incapaz de sentir nada, ni alegría ni tristeza.

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La felicidad resulta de la experiencia de una vida productiva y del uso de las potencias de amor y de razón que nos unen con el mundo. La felicidad consiste en nuestro contacto con lo más hondo de la realidad, en el descubrimiento de nuestro yo y de nuestra identidad con los demás, así como de nuestras diferencias con ellos. La felicidad es un estado de intensa actividad interior y la sensación del aumento de energía vital que tiene lugar en la relación productiva con el mundo y con nosotros mismos... La felicidad es un sentimiento de plenitud, no de un vacío que hay que colmar.

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La salud mental, en el sentido humanista se caracteriza por la capacidad para amar y para crear, por la liberación de los vínculos incestuosos con la familia y la naturaleza, por un sentido de identidad basado en el sentimiento del yo que uno tiene como sujeto y agente de sus potencias, por la captación de la realidad interior y exterior a nosotros, es decir, por el desarrollo de la objetividad y la razón. La finalidad de la vida es vivirla intensamente, nacer plenamente, estar plenamente despierto. Libertarse de las ideas de grandiosidad infantil, para adquirir el convencimiento de nuestras verdaderas aunque limitadas fuerzas; ser capaz de admitir la paradoja de que cada uno de nosotros es la cosa más importante del universo, y al mismo tiempo no más importante que una mosca o una hoja de hierba. Ser capaz de amar la vida y, sin embargo, aceptar la muerte sin terror; tolerar la incertidumbre acerca de las cuestiones más importantes con que nos enfrenta la vida, y no obstante tener fe en nuestras ideas y nuestros sentimientos, en cuanto son verdaderamente nuestros. Ser capaz de estar solo, y al mismo tiempo sentirse identificado con una persona amada, con todos los hermanos de este mundo, con todo lo que vive; seguir la voz de la conciencia, esa voz que nos llama, pero no caer en el odio de sí mismo cuando la voz de la conciencia no sea suficientemente fuerte para oírla y seguirla. La persona mentalmente sana es la que vive por el amor, la razón y la fe, y que respeta la vida, la suya propia y la de su semejante.

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Si la edad contemporánea ha sido llamada con razón la época de la ansiedad, se debe primordialmente a esta ansiedad engendrada por la falta de sentimiento del "yo". En la medida en que "yo soy como usted me desea",  "yo" no soy: estoy angustiado, dependo de la aprobación de los demás, procuro constantemente agradar. La persona enajenada se siente inferior siempre que se cree en desacuerdo con los demás. Como su sentido del valor se basa en la aprobación como recompensa de la conformidad, se siente naturalmente amenazado en su apreciación del yo y en su autoestimación, por cualquier sentimiento, idea o acto de que pudiera sospecharse que es una desviación. Pero, por cuanto es humano, y no un autómata, no puede evitar las desviaciones, y, por lo tanto, constantemente se siente temeroso de ser desaprobado. En consecuencia, tiene que esforzarse hasta el extremo para adaptarse, para ser aprobado, para tener éxito. No es la voz de la conciencia la que le comunica fuerza y seguridad, sino la sensación de no haber perdido el íntimo contacto con el rebaño.
Otra consecuencia de la enajenación es la frecuencia del sentimiento de culpabilidad (...) El hombre enajenado es desgraciado. El consumo de diversiones sirve para que no se dé cuenta de su infelicidad. Se esfuerza en ahorrar tiempo y, sin embargo, está ansioso de matar el tiempo que ha ahorrado. Se siente alegre de haber acabado otro día sin ningún fracaso ni ninguna humillación, y no saluda el nuevo día con el entusiasmo que únicamente puede dar el sentimiento del "yo soy yo". Carece del fluir constante de energía que nace de la relación productiva con el mundo.
Sin fe, sordo a la voz de la conciencia, con inteligencia manipuladora, pero con poca razón, se siente aturdido, inquiete e inclinado a la categoría de líder a quienquiera que le ofrezca una solución total.

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La persona mentalmente sana es la persona productiva y no enajenada; la persona que se relaciona amorosamente con el mundo y que emplea su razón para captar la realidad objetivamente; que se siente a sí misma como una entidad individual única, y al mismo tiempo se siente identificada con su prójimo; que no está sometida a una autoridad irracional y acepta de buena voluntad la autoridad racional de la conciencia y la razón; que está en proceso de nacer mientras vive, y considera el regalo de la vida como la oportunidad más preciosa que se le ofrece.
Recordemos asimismo que esas metas de la salud mental no son ideales que haya que imponer a la persona, o que el hombre pueda alcanzar únicamente si vence a su "naturaleza" y sacrifica su "egoísmo innato." Por el contrario, la tendencia hacia la salud mental, hacia la felicidad, la armonía, el amor, la productividad, es inherente a todo ser humano que no sea un idiota mental o moral de nacimiento. Si se les da la oportunidad, esas tendencias se afirman por sí mismas vigorosamente, como puede verse en incontables situaciones. Son precisas muchas constelaciones y circunstancias poderosas para pervertir y sofocar esa tendencia innata a la salud mental; y es cierto que, a lo largo de casi toda la historia conocida, ha causado esa perversión el uso del hombre por el hombre. Creer que dicha perversión es inherente al hombre, es como arrojar semillas en el suelo del desierto y pretender que no estaban destinadas a germinar.
¿Qué sociedad corresponde a esa meta de salud mental, y cuál debe ser la estructura de una sociedad mentalmente sana? Ante todo, una sociedad en que ningún hombre sea un medio para los fines de otro, sino que sea siempre y sin excepción un fin en sí mismo por consiguiente, una sociedad en que nadie es usado, ni se usa a sí mismo, para fines que no sean los del despliegue de sus propias capacidades humanas, en que el hombre es el centro y están subordinadas a su desarrollo todas las actividades económicas y políticas. Una sociedad sana es aquella en que cualidades como la avaricia, el espíritu explotador, el ansia de poseer y el narcisismo no encuentran oportunidad de ser usadas para obtener mayores ganancias materiales o para reforzar el prestigio personal; donde el obrar de acuerdo con la propia conciencia se considera cualidad fundamental y necesaria, y donde el oportunismo y la falta de principios se consideran antisociales; donde el individuo se interesa por las cuestiones sociales en tal grado, que se convierten en cuestiones personales, en que la relación con su prójimo no está superada de su relación en esfera privada. Una sociedad mentalmente sana es, además, aquella que permite al hombre operar dentro de dimensiones manejables y observables y ser participante activo y responsable en la vida de la sociedad, así como dueño de su propia vida. Es aquella que fomenta la solidaridad humana y que no sólo permite, sino estimula, a sus individuos a tratarse con amor; una sociedad sana estimula la actividad productiva de todo el mundo en su trabajo, fomenta el desarrollo de la razón, y permite al hombre dar expresión a sus necesidades internas en el arte y los ritos colectivos.

Pág. 228-229



"El hombre en todas partes está encadenado, y no se romperán sus cadenas hasta que no sienta que es degradante estar hipotecado ya sea a un individuo o al estado. La enfermedad de la civilización no es tanto la pobreza material de los demás como el debilitamiento del espíritu de libertad y de confianza en sí mismo. La revolución que cambiará al mundo brotará, no de la benevolencia que produce la "reforma", sino de la voluntad de ser libre. Los hombres obraran conjuntamente con la plena conciencia de su dependencia; pero obrarán para sí mismos. No se les concederá la libertad desde arriba, la conquistarán por sí mismos.

G. D. H. Cole y W. Mellor, pág. 236



La democracia quiere decir que el individuo expresa sus convicciones y hace valer su voluntad. Pero los hechos dicen que el individuo moderno enajenado tiene opiniones y prejuicios, pero no convicciones, que tiene preferencias y aversiones, pero no voluntad. Sus opiniones y prejuicios, sus preferencias y aversiones, son manipulados, lo mismo que lo son sus gustos, por poderosas maquinarias de propaganda, las cuales podrían no ser eficaces, si el individuo no estuviera ya condicionado para esas influencias por la publicidad y por todo su modo enajenado de vivir.

Pág. 279-280



La revolución de nuestros corazones no exige una sabiduría nueva, sino una seriedad y una dedicación nuevas.



El destino del hombre es que su existencia se vea acosada por contradicciones que tiene que resolver sin llegar nunca a resolverlas.



¿De qué sirve no tener casi analfabetos, tener la educación superior más amplia que haya existido en cualquier tiempo, si no tenemos una expresión colectiva de la totalidad de nuestras personalidades, ni un arte ni un ritual comunes? Indudablemente, una aldea relativamente primitiva en que todavía hay verdaderas fiestas, expresiones artísticas comunes compartidas, y en que nadie sabe leer, está más adelantada culturalmente y más sana mentalmente que nuestra cultura de enseñanza pública, de lectura de periódicos y de escuchar la radio.

Pág. 287



...Los conceptos teísticos están llamados a desaparecer en el desenvolvimiento futuro de la humanidad. En realidad, para quienes ven en las religiones monoteístas sólo una de las estaciones de la evolución de la especie humana, no es ninguna insensatez creer que aparecerá una nueva religión en un término de pocos siglos, religión que corresponda al desarrollo de la especie humana; la característica más importante a la unificación de la humanidad que se está operando en esta época: comprenderá todas las enseñanzas humanistas comunes a todas las grandes religiones de Oriente y Occidente, sus doctrinas no contradirán las nociones racionales que la humanidad posee hoy, y dará más importancia a la practica de la vida que a las creencias doctrinales.
Esa religión creará nuevos rituales y nuevas formas artísticas de expresión, conducentes al espíritu de reverenda para la vida y a la solidaridad de los hombres. Es evidente que la religión no puede inventarse. Tomará existencia con la aparición de un nuevo gran maestro, lo mismo que aparecieron en siglos pasados, cuando los tiempos ya estaban maduros. Entretanto, quienes creen en Dios expresarían su fe viviéndolo, y quienes no creen, viviendo según preceptos del amor y la justicia y esperando.

Pág. 290-291

 Fondo de Cultura Económica, S. A., Madrid, 1990










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