SOBRE LA DESOBEDIENCIA Y OTROS ENSAYOS




El hombre, en verdad, es una de las fuerzas naturales más maleables; se lo puede utilizar prácticamente para cualquier fin; se lo puede hacer odiar cooperar, someterse o erguirse, disfrutar con el sufrimiento o con la felicidad.

Pág. 28


La gente vive sin goce en medio de la abundancia.


No debemos tener temor de enfrentar los problemas espirituales de nuestra existencia humana.


El homo consumens es el hombre cuyo objetivo fundamental no es principalmente poseer cosas, sino consumir cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad interiores. En una sociedad caracterizada por empresas gigantescas, y por desmesuradas burocracias industriales, gubernamentales y sindicales, el individuo, que no tiene control sobre las circunstancias de su trabajo, se siente impotente, solo, aburrido y angustiado. Al mismo tiempo, la necesidad de lucro de las grandes industrias de consumo recurre a la publicidad y lo transforma en un hombre voraz, un lactante a perpetuidad que desea consumir más y más, y para el que todo se convierte en artículos de consumo: los cigarrillos, las bebidas, el sexo, el cine, la televisión, los viajes, e incluso la educación, los libros y las conferencias. Se crean nuevas necesidades artificiales y se manipulan los gustos del hombre. (El carácter del homo consumens en sus formas más extremas constituye un conocidísimo fenómeno psicopatológico. Se encuentra en muchos casos de personas reprimidas o angustiadas que se refugian en la sobrealimentación, las compras exageradas o el alcoholismo para compensar la depresión y la angustia ocultas.) La avidez de consumo se está convirtiendo en la fuerza psíquica predominante de la sociedad industrial contemporánea. El homo consumens se sumerge en la ilusión de felicidad, en tanto que sufre inconscientemente los efectos de su hastío y su pasividad. Cuanto mayor es su poder sobre las máquinas, mayor es su impotencia como ser humano; cuanto más consume más se esclaviza a las crecientes necesidades que el sistema industrial crea y maneja. Confunde emoción y excitación con alegría y felicidad, y comodidad material con vitalidad; el apetito satisfecho se convierte en el sentido de la vida, la búsqueda de esa satisfacción, en una nueva religión. La libertad para consumir se transforma en la esencia de la libertad humana.

Pág. 31-32


Este siglo es la era de las burocracias jerárquicamente organizadas en el gobierno, las empresas y los sindicatos. Estas burocracias administran a las cosas y a los hombres como una unidad; siguen ciertos principios, especialmente el principio económico del balance, la cuantificación, la eficiencia máxima y el lucro, y funcionan esencialmente como lo haría una computadora electrónica que hubiera sido programada según estos principios. El individuo se transforma en un número, se convierte en una cosa. Pero justamente porque no hay una autoridad manifiesta, porque el individuo no está "forzado" a obedecer, se hace la ilusión de que actúa voluntariamente, de que sólo sigue a la autoridad "racional". ¿Quién puede desobedecer lo "razonable? ¿Quién puede desobedecer a la burocracia por computadora? ¿Quién puede desobedecer cuando ni siquiera se da cuenta de que obedece? En la familia y en la educación ocurre la misma cosa. La corrupción de las teorías de la educación progresista ha llevado a un método en que el niño no se le dice qué hacer, no se le dan órdenes ni se le sanciona por el fracaso en ejecutarlas. El niño simplemente "se expresa a sí mismo". Pero desde el primer día de su vida en adelante, está lleno del impío respeto a la conformidad, del temor de ser "diferente", del miedo de alejarse del resto del rebaño. El "hombre-organización" educado de esta manera en la familia y en la escuela y completada su educación en la gran organización, tiene opiniones, pero no convicciones; se divierte, pero es desdichado; está incluso dispuesto a sacrificar su vida y la de sus hijos en la obediencia voluntaria a poderes impersonales y anónimos.

Pág. 53-54


El hombre se ha transformado en homo consumens. Es individuo voraz y pasivo, y trata de compensar su vacío interior mediante un consumo permanente y cada día mayor (se conocen numerosos ejemplos clínicos de este mecanismo, representados por casos de ingestión excesiva de alimentos, compras desorbitadas, consumo excesivo de bebidas, como reacción frente a la depresión y la ansiedad); el hombre consume cigarrillos, licores, sexo películas, viajes, así como educación, libros, conferencias y arte. Parece activo, "emocionado", y sin embargo en su ser más profundo es una persona ansiosa, solitaria, deprimida y hastiada (podría definirse al hastío diciendo que es ese tipo de depresión crónica que puede ser compensado eficazmente por el consumo). El industrialismo del siglo XX ha creado este nuevo tipo psicológico, el homo consumens, y lo ha hecho esencialmente por razonas económicas -es decir, por la necesidad de promover el consumo masivo, estimulado y manipulado por la publicidad-. Pero una vez creado, ese tipo de carácter también ejerce influencia sobre la economía, y determina que los principios de la satisfacción en constante crecimiento parezcan racionales y realistas
El hombre contemporáneo padece un hambre ilimitado de más y más consumo. De este hecho se deducen varias consecuencias: si no hay límite que contenga la codicia de consumo, y puesto que en el futuro previsible ninguna economía podrá producir todo lo que se necesita para que cada individuo consuma sin límite, nunca habrá "auténtica abundancia" (desde el punto de vista psicológico) mientras la estructura de carácter del homo consumens continúe siendo el factor dominante. Pare el codicioso la situación es siempre de escasez, pues por mucho que tenga nunca le parece suficiente. Además, adopta una actitud ávida y competitiva con respecto a todos los demás; de ahí que sea un individuo esencialmente aislado y atemorizado. No puede complacerse realmente en el arte o en otros estímulos culturales, porque su naturaleza es esencialmente codiciosa.

Pág. 136-137


Mientras los hombres reverencien ídolos, sentirán el ataque contra esos ídolos como una amenaza a sus intereses vitales. Bajo esta denominación no debe entenderse sólo lo que se llama habitualmente ídolo en el Antiguo Testamento, por ejemplo Moloch y Astarté, o los ídolos aztecas de la religión mejicana, sino los que hoy reverenciamos, los de las ideologías, los de la soberanía del Estado, los de la nación, de la raza, de la religión, de la libertad, del socialismo, de la democracia, de la maximización del consumo, de la organización, etcétera. Todo eso se idoliza, todo se vuelve algo que se separa del hombre y resulta entonces más importante y tiene mayor valor que el hombre mismo. Quizás no haya ninguna amenaza que suscite más hostilidad y destructividad a lo largo de la historia humana, que la amenaza contra los ídolos que el hombre reverencia; sólo que los hombres siempre se engañan al respecto, en tanto creen que sus ídolos son los verdaderos dioses, y los dioses de los otros son verdaderos ídolos. Pero este engaño no modifica en nada el hecho de que la amenaza contra los ídolos constituye uno de los principales resortes de la movilización de la agresividad humana.

Pág. 180-181


Los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en la tierra -más que a la ruina, incluso más que a la muerte-. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el pensamiento es despiadado con el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad, despreocupado de la acreditada sabiduría de las edades. El pensamiento escudriña el abismo del infierno y no teme. Ve al hombre, esa débil partícula, rodeado por insondables profundidades de silencio; sin embargo procede arrogante, tan impertérrito como si fuera el señor del universo. El pensamiento es grande, y veloz y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre.
Pero para que el pensamiento llegue a ser posesión de muchos, no privilegio de unos pocos, debemos eliminar el temor. Es el temor lo que contiene a los hombres -el temor de que sus acendradas creencias resulten tan engañosas, el terror de que las instituciones por las que viven resulten dañadas, el temor de que ellos mismos resulten menos dignos de respeto de lo que habían supuesto que eran. "¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué nos ocurrirá a nosotros, los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres, pensar libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento! ¡Retornemos a las sombras del prejuicio, para que no corran peligro la propiedad, la moral y la guerra! Es mejor que los. Hombres, sean estúpidos, lerdos y tiránicos, y no que su pensamiento sea libre. En efecto, si su pensamiento fuera libre, podrían no pensar como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa." Así argumentan los oponentes del pensamiento en las profundidades inconscientes de su alma. Y así actúan en sus iglesias, sus escuelas y sus universidades.

Bertrand Russell, Priciples of Social Reconstruction. Tomado del libro de Erich Fromm, Sobre la Desobediencia y otros Ensayos, pág. 55. Ed. Paidós


 Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 1993 - Barcelona





No hay comentarios: