Voy a exponer que la propia trivialidad y el disparate de muchas visiones y apariciones forman parte esencial de ellas, apuntando hacia una reestructuración radical de lo que comúnmente contemplamos como realidad. Y al hacerlo quiero sugerir que lo irracional no es necesariamente insensato, ni lo inconmensurable incomprensible. No quiero convencer ni convertir, sino tan sólo persuadir a la gente para que recuerde sus propias experiencias extrañas que, faltas de autorización oficial, han sido olvidadas, como lo son los sueños. Me gustaría defender a las personas que, tras ver cosas raras, las han desterrado de sus vidas, por lo demás ordinarias, porque tales cosas han sido proscritas por el ortodoxo y respetable mundo de la ciencia o la literatura, de las iglesias o incluso de sus propias familias.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 17


Me temo que la verdad que hay tras las apariciones se asemeja menos a un problema que resolver que a una iniciación al misterio; menos a una investigación que a una búsqueda en la que no debemos despreciar los consejos de una vieja bruja, ni dejar de hablar con los animales, si lo que queremos es arrebatar de la cueva del dragón el tesoro que transforma el mundo. Puede que incluso debamos abandonar por completo nuestra idea de la verdad para encontrarlo.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 23


En todo caso, independientemente de cómo se hayan experimentado en su origen, es inevitable que las apariciones y las visiones se interpreten, al pensar en ellas una segunda vez, en función de sus contextos culturales. Incluso pueden coexistir distintas interpretaciones en una misma sociedad, como, por ejemplo, cuando un cristiano etiqueta como diablo lo que un ufólogo considera un alienígena.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 33

Pero, a diferencia de Freud, Jung trataba con pacientes que sufrían perturbaciones más serias, psicosis más que neurosis, y en sus delirios y fantasías percibió gran cantidad de imágenes y motivos que no era posible explicar recurriendo a sus vidas personales. Por ejemplo, un paciente podía albergar ideas y creencias fantásticas que no hallaran ninguna analogía más que en algún esotérico mito gnóstico. Así que Jung se vio obligado a reconocer un nivel más profundo de la psique que contenía la experiencia pasada no sólo de nuestras vidas personales, sino de toda la especie. Llamó a este nivel de la psique «el inconsciente colectivo», para distinguirlo del subconsciente de Freud (al que, a su vez, rebautizó como «inconsciente personal»). Si Jung describía el inconsciente en términos de estratos o niveles, era sólo una manera de hablar. El inconsciente en sí no puede describirse; sólo puede representarse mediante metáforas. No se divide en niveles de forma nítida, por ejemplo. Más bien es oceánico, cambiante, un hervidero en constante fluctuación. En efecto, el océano era la metáfora preferida de Jung, según la cual la conciencia es, por supuesto, tan sólo una pequeña isla que emerge y está rodeada de la vasta fluidez del inconsciente. El contenido del inconsciente es un mar de imágenes. Normalmente son visuales, pero no exclusivamente, ya que pueden ser abstracciones, modelos, ideas, inspiraciones e incluso humores. Las imágenes del inconsciente colectivo son representaciones de lo que Jung llamaba «arquetipos». No era una idea nueva -se remonta a Platón, que postulaba un universo ideal de formas, del que todo lo que hay en este mundo sería una simple copia-, pero sí era una nueva idea aplicada a la psicología. Los arquetipos son paradójicos. No pueden conocerse en sí mismos, pero pueden conocerse de manera indirecta a través de sus imágenes. Son impersonales por definición, pero se pueden manifestar personalmente. Por ejemplo, el arquetipo que se encuentra, por así decirlo, más cerca de la superficie se denomina sombra. A un nivel personal, encarna nuestro lado inferior, todos nuestros rasgos reprimidos. Podría aparecer en sueños y fantasías, por lo tanto, como un gemelo secreto o un conocido al que se desprecia o un hermanastro idiota. Al mismo tiempo, nuestras sombras personales están enraizadas en una sombra colectiva impersonal, el arquetipo del mal, como el que representa el Diablo cristiano. Es más común encontrar una imagen arquetípica indirecta (es decir, en proyección) que directamente. Aquí se hace evidente lo acertado del término sombra. Y es que el arquetipo se salta totalmente la conciencia y proyecta una sombra sobre el mundo exterior. Entonces nos encontramos con lo que está dentro de nosotros como si estuviera fuera. Un objeto o una persona del mundo pueden recibir una proyección y cargarse de repente de un significado arquetípico. Cuando nos enamoramos locamente de alguien de quien sabemos muy poca cosa, lo más común es que hayamos caído presa de una «proyección del anima», que recubre a la persona real y la imbuye de un significado casi sagrado. El anima (o, en una mujer, el animus) es el segundo arquetipo importante descubierto por Jung. Es el principio femenino en el hombre, la personificación del inconsciente en sí. Como tal, son infinitas las imágenes con las que se representa: virgen, bruja, esposa, chica-del-montón, diosa, ninfa, lamia, etc. El arquetipo que más nos concierne es el que Jung denominó sí-mismo, el objetivo de toda vida psíquica, de todo desarrollo personal, que él llamaba individuación. Este proceso constituye la tarea más importante de nuestras vidas, en el transcurso de las cuales se supone que debemos hacer conscientes, en la medida de lo posible, los contenidos de nuestro inconsciente, por ejemplo, dejando de proyectar en el mundo. El resultado es la expansión de la personalidad y, finalmente, un estado de completud que abraza incluso los aspectos más oscuros y contradictorios de nosotros mismos. El arquetipo del sí- mismo está prefigurado en la imagen del Anciano Sabio y se consuma en su matrimonio místico con el ánima. Pero tales personificaciones no son las únicas imágenes del sí- mismo. Éstas también se dan en formas abstractas, particularmente en patrones circulares, a menudo divididos en cuatro, que las religiones orientales interpretan desde hace mucho y «los que denominan mandalas. Estas imágenes pueden darse espontáneamente hacia el principio del proceso de individuación, o en una crisis en nuestra vida psíquica, como guía hacia -y como muestra de- el objetivo final. Jung creía que los «platillos volantes» eran como mandalas; en otras palabras, que los ovnis son proyecciones del inconsciente colectivo.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 38

El materialismo científico nunca ha sido capaz de sacudirse de encima el vitalismo, o la idea, a grandes rasgos, de que hay un alma en la materia.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 97


Llegará un tiempo en que miraremos atrás con cariño y veremos la teoría de la evolución como un relato, una superstición incluso, en la que ya no creeremos..., al igual que ahora estamos mirando con nostalgia la metódica imagen newtoniana de un universo racional.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 173


La creencia popular, como ocurre tan a menudo, parece confirmarse: existen lugares encantados, y ninguno tanto como los lagos, donde podemos ser hechizados, ya sea bajo determinados estados de ánimo o, como cuenta la leyenda, en determinados momentos del día, del mes o del año.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 181


Los propios ovnis vienen y van en oleadas y la naturaleza de los alienígenas se modifica. No hay duda de que los círculos de las cosechas se irán agotando, sólo para ser reemplazados por otro fenómeno daimónico igualmente imprevisto. Éste será recibido como algo nuevo, y se brindarán nuevas explicaciones como verdades absolutas. Pero ni va a ser nuevo, ni las explicaciones explicarán nada. La verdad no radica en una u otra imagen, sino en el proceso de imaginar; no es un absoluto, sino un camino, que nos va transformando en route.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 212


El literalismo presenta el mayor de los impedimentos a nuestra comprensión de las apariciones y las visiones. Esto se hace especialmente evidente cuando la aparición en cuestión es algo tan físico como un círculo de las cosechas. Pero otorgar a todo lo físico solamente una realidad literal es una locura a la que nuestra época es muy propensa. De hecho, nada físico es tan sólo literal. La Imaginación lo transfigura todo; el alma es transparente a todo; «Todo cuanto vive es sagrado». Si cultivamos la «doble visión», viendo a través de los ojos en lugar de sólo con ellos, cada objeto adquiere una inteligencia luminosa. El literalismo conduce a la idolatría.285 La idolatría ha significado tradicionalmente la adoración de falsas imágenes, aunque es más bien la falsa adoración de imágenes (no existen imágenes falsas). Tratar nuestras imágenes -ideas, creencias, teorías de causalidad...- como fines en lugar de como medios, como absolutas en lugar de relativas, es petrificarse en la tendencia literal y obstaculizar el libre juego de la Imaginación, esencial para la salud del alma. Nos volvemos dogmáticos y hasta fanáticos.286 Nos volvemos «fundamentalistas»: cristianos que tratan los mitos bíblicos como hechos históricos e instrucciones literales; ufólogos que insisten en la existencia literal de alienígenas de otros planetas; materialistas que creen en la realidad literal única de la materia; criptozoólogos que creen que los monstruos lacustres son criaturas literales; científicos que creen en la verdad literal de sus paradigmas e hipótesis. Todas estas personas se unen en el vilipendio de lo daimónico. Para nuestra vergüenza, los dáimones, con el fin de llamar la atención sobre su realidad, se han visto empujados a volverse fijos y físicos, como los círculos de las cosechas. Disfrazándose -parodiándolos- de hechos literales, responden a nuestra moderna petición de efectos cuantificables, al lado de los cuales todo lo demás es juzgado como ilusorio. En otras palabras, su forma de presentar su propia realidad metafórica y mítica es aparecer no como literales, sino como si fueran literales.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 214


Los círculos de las cosechas pueden ser falsificaciones o no serlo, pero sin duda son como falsificaciones en el sentido de que llaman la atención sobre nuestra mala relación con la naturaleza y se burlan de nuestros métodos de investigación. Quienes los realizan son como bromistas cuya satisfacción radica en ver las caras de aquellos a quienes han engañado cuando la verdad sale a la luz. Si a los falsificadores de círculos de las cosechas se les pregunta por qué lo hicieron, puede que respondan: «Queríamos que todos los científicos y cascarrabias que tienen una idea fantástica de sí mismos se conocieran un poco mejor; desinflar su presunción y desintoxicarlos de sus ilusiones».304 En realidad, aparte del hecho de que nadie ha dado un paso al frente para reivindicar la mayoría de los círculos, los falsificadores no suelen saber por qué lo hicieron. Cuando se les pregunta, se encogen de hombros y dicen algo así como: «Lo hicimos porque sí». En cierto sentido, son víctimas de su propia trampa. Mientras estaban jugando a ser dioses, un dios estaba jugando con ellos: el architramposo Hermes, el diablo que se mete en todos nosotros alguna vez. ¿Quién sabe si los círculos de las cosechas fueron directamente realizados por Hermes, o por él a través de la acción de tramposos humanos que actuaban al estilo daimónico?

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 221


En la experiencia de casi muerte del señor Cunningham (el hermano Drythelm), que estableció el patrón para la mayoría de los subsiguientes viajes cristianos ultramundanos, recordemos que los demonios le infligían dolor y terror en el reino intermedio del Purgatorio. Aquí, la iniciación se cristianiza en forma de castigo por el pecado, mientras que el renacimiento se traduce en conversión. Algo de esta influencia cristiana -de esta influencia demonizante- persiste en los modernos mitos de abducción. El primer informe completo de una abducción por parte de los «grises», que ya nos resultan familiares, es el de la que sufrieron en septiembre de 1961 Betty y Barney Hill, mientras conducían por una carretera desierta.411 Las dos víctimas fueron sometidas a la habitual operación de exploración: mientras que a Barney le colocaron un artilugio con forma de copa en los genitales -que le dejó un anillo de marcas rojas-, Betty recordó (bajo hipnosis) que le habían atravesado el abdomen con una aguja. Se trata, por supuesto, de una tortura tradicional empleada por los demonios en la iconografía cristiana; la misma operación puede verse, por ejemplo, en el Kalendrier des Bergiers del siglo XV, donde aparecen demonios torturando a las almas condenadas. Así pues, los cristianos fundamentalistas, especialmente locuaces en los Estados Unidos, no carecen completamente de justificación al ver a los grises como poco más que demonios al servicio de Satanás.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 300



… los chamanes combinan las funciones de médico, sacerdote, poeta y propagador de la tradición tribal. Todas estas actividades se consideraban originarias del Otro Mundo (es decir, del reino daimónico de la Imaginación). Nuestra cultura ha dividido estas funciones de acuerdo con su división del cuerpo humano en partes separadas, como la mente, el cuerpo, el espíritu y el alma. Los psiquiatras se ocupan de la mente, los médicos del cuerpo y los sacerdotes del espíritu. El alma, que, debidamente entendida, los une a todos mediando entre ellos, se ha perdido. Se ha subsumido en el espíritu o convertido en su sinónimo, y éste, por definición, es completamente inmaterial y trascendente, mientras que el alma es al mismo tiempo material e inmanente. (Para ser más exactos, cabría decir que el alma, carente de sustancia en sí misma, estando en todas partes y en ninguna, se manifiesta, ora como espíritu, ora como materia, en función del contexto y la perspectiva.) Desatender a los dáimones, que pertenecen al alma, conduce a su regreso en forma de desórdenes psíquicos (es decir, del alma). La psicología nació para encargarse de ellos. Por desgracia, la propia psicología se dividió en escuelas que creían que el alma podía reducirse a la mente o verse médicamente como un epifenómeno del cuerpo, o dejarse en manos de una religión puramente espiritual y monoteísta (el alma, como hemos visto, es inherentemente politeísta). Sólo una psicología de estilo junguiano hace justicia a la profundidad y complejidad del alma, porque reconoce que el alma requiere los cuidados de una figura chamánica que combine (como hacía Jung) conocimiento de la medicina, teología, mitología, filosofía y arte, junto con una experiencia de primera mano del Otro Mundo y sus moradores.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 310


Si todos los buscadores demostraran la misma voluntad de escuchar y aprender, de prestar una honda atención a los fenómenos daimónicos en lugar de combatirlos o tratar de insertarlos en un esquema racional, entonces aprenderían, como Keel, a cruzar el estrecho puente que media entre un tipo de locura y el otro. El primero es la locura que restringe el Otro Mundo a «un solo marco de referencia», por lo que nos aísla no sólo de la realidad daimónica, sino también de nuestras propias almas, como a ideólogos dogmáticos y superracionales. La locura alternativa consiste en perder todos los marcos de referencia y quedar confinado tan sólo al Otro Mundo, como las pobres almas que pasan sus días conversando con espíritus en un manicomio.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 313


… si existe un requisito indispensable para un viaje ultramundano exitoso, es la humildad.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 313


… los grises son una mejora de los anteriores y científicamente correctos alienígenas porque no colaboran con el ego racional cientificista, sino que lo contradicen y hasta lo atacan. Puede que su malevolencia sólo sean los movimientos tortuosos del alma en su lucha por liberarse de la camisa de fuerza del ego. En ocasiones vislumbramos esa retorcida duplicidad innata en los dáimones, esas travesuras herméticas que nos indican, mediante su afectación tecnológica, que se trata de una farsa.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 344


El aspecto físico de los grises -delgados, lampiños, casi sin orejas, nariz ni boca, etc.- queda sin describir, salvo por los ojos. Por lo visto, no existe signo más seguro de un origen sobrenatural que algo extraño en los ojos. Muchos animales daimónicos podrían confundirse con especies naturales de no ser por sus ojos rojos y luminosos..., rasgo que volvemos a encontrarnos una y otra vez. Igualmente penetrantes, y potencialmente peligrosos, son los ojos relucientes y plateados de los Tuatha de Danann, la Buena Gente o la Pequeña Nobleza. Los ojos de los alienígenas grises -enormes, con forma de almendra y del todo negros- parecen ser un fenómeno nuevo. Tradicionalmente, los ojos son las «ventanas del alma». Pero los abducidos los escudriñan en vano buscando un atisbo de apreciación, simpatía o piedad, cualquier expresión humana. Y se encuentran con una mirada vacía e implacable, descrita por lo común como inquietante, ilimitada, penetrante y electrizante. No vemos nada en ellos, pero al mismo tiempo son insondables. Podemos perdernos en ellos. A diferencia de nuestros ojos, no reflejan el alma porque son el alma. Brillan misteriosamente desde la parte profunda del alma que no es personal, ni expresiva, ni humana, sino impasible e impersonal como los ojos de los viejos dioses. Son insondables porque, como ocurre con el alma, nunca alcanzaremos su fondo. En ellos vemos nuestra propia forma de mirar. Así, algunos ven una sabiduría antigua; otros, sólo el horror petrificante de los ojos de la Gorgona.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 345


…un psiquiatra debe de temer la locura más que la muerte.

Patrick Harpur
Realidad Daimónica, página 359




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