EL CUIDADO DEL ALMA



Hemos llegado a la situación de reconocer el alma solamente cuando se queja: cuando se agita, perturbada por el descuido y el maltrato, y nos hace sentir su dolor.

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El cuidado del alma no consiste en resolver el enigma de la vida; muy al contrario, es una apreciación de los paradójicos misterios que combinan la luz y la oscuridad en la grandeza de lo que pueden llegar a ser la vida y la cultura humanas.

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Me parece que, en la medida en que nos abrimos para ver de qué está hecha nuestra alma y quiénes somos en realidad, siempre encontramos algo que nos plantea un desafío profundo.
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Es necesario tener amplitud de visión para saber que en el corazón de cada ser humano se alojan un trozo del cielo y un fragmento de la tierra, y que si vamos a cuidar de ese corazón tendremos que conocer tanto el cielo y la tierra como el comportamiento humano. Este es exactamente el consejo de Paracelso, el doctor del Renacimiento: “Si el médico entiende las cosas exactamente y ve y reconoce todas las enfermedades en el macrocosmos externo al hombre, y si tiene una idea clara del hombre y de su naturaleza entera, entonces y sólo entonces es un médico. Entonces puede aproximarse al interior del hombre; puede examinarle la orina, tomarle el pulso, y comprender a dónde pertenece cada cosa. Esto no sería posible sin un conocimiento profundo del hombre externo, que no es sino el cielo y la tierra”.
Los griegos contaban la historia del minotauro, el hombre con cabeza de toro que comía carne humana y vivía en el centro del laberinto. A pesar de ser una bestia amenazadora, su nombre era Asterión, que significa Estrella. Con frecuencia pienso en esta paradoja mientras estoy junto a alguien con lágrimas en los ojos, que busca alguna manera de enfrentarse con una muerte, un divorcio o una depresión. Lo que se agita en el centro mismo de su ser es una bestia, pero es también la estrella de su naturaleza más íntima. Tenemos que cuidar con suma reverencia de este sufrimiento, de modo que el miedo y la cólera que nos provocan la bestia no nos hagan perder de vista a la estrella.

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Quizás sufrimos por causa de los excesos de nuestro padre, de nuestra madre o de ambos, y decidimos que no vamos a ser como ellos. Hacemos toda clase de esfuerzos para evitar la influencia parental. Pero huir de esta influencia y de la identificación con nuestros padres constituye una forma segura de que nos convirtamos en una copia fiel de ellos: es el retorno de lo reprimido. Generalmente, cuando no escatimamos esfuerzos para no ser como nuestra madre o como nuestro padre, hay cierta característica precisa que es la que queremos evitar, porque demasiado la hemos sufrido como hijos. Pero la represión tiende a los grandes trazos; no funciona con mucha precisión en su trabajo de liberar a la personalidad de una característica concreta no deseada (...)
Un reingreso en la familia, para abrazar lo que antes se rechazó, conduce con frecuencia a una inesperada alquimia en virtud de la cual hasta las relaciones familiares más difíciles cambian lo suficiente para que la diferencia sea significativa. Los esfuerzos heroicos por hacer que las familias funcionen de acuerdo con alguna norma se interponen en el camino de esa alquimia. Cuando se cuida del alma, generalmente lo mejor es atenerse a lo que hay y dejar que la imaginación se mueva, en vez de formular deseos vacíos o de tratar de lograr cambios heroicos. Aunque hablemos de ella como si fuera una simple realidad literal, la familia es siempre lo que nos imaginamos que es. Y nuestra imagen de ella puede cambiar y profundizarse durante cierto tiempo y liberar aspectos del alma que el resentimiento y la rigidez han mantenido inmovilizados.

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Pertenece a la naturaleza de las cosas que nos sintamos atraídos precisamente por las experiencias que nos quitarán la inocencia, nos transformarán la vida y nos darán la profundidad y la complejidad necesarias.

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A veces, una profundización de la conciencia requiere una medida enérgica en la vida.

Lo importante para cuidar del alma envidiosa no es liberarse de la envidia, sino dejarse guiar por ella para volver al propio destino. El dolor de la envidia es como u dolor en el cuerpo: hace que nos detengamos para fijarnos en algo que funciona mal y necesita atención. Lo que funciona mal es nuestra visión de primer plano, que se ha vuelto borrosa. La envidia es una hipermetropía del alma, una incapacidad de ver lo que tenemos más cerca. No llegamos a ver la necesidad y el valor de nuestra propia alma.

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El lado oculto del masoquismo es la tiranía deliberada.

No existe la neutralidad en el alma. Ella es la sede y la fuente de la vida. O bien respondemos a lo que nos presenta en sus fantasías y deseos, o este descuido de nosotros mismos nos hará sufrir. El poder del alma puede arrojar a una persona en el éxtasis o en la depresión. Puede ser creativo o destructivo, tierno o agresivo. El poder se incuba dentro del alma y después hace sentir su influencia en la vida como expresión del alma. Si no hay plenitud de alma, entonces no hay auténtico poder, y si no hay poder, no puede haber auténtica plenitud de alma.

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Si no reclamamos para nosotros el poder del alma, nos convertimos en sus víctimas. Sufrimos nuestras emociones en vez de sentir que trabajan para nosotros. Contenemos interiormente nuestras pasiones y nuestros pensamientos desconectándolos de la vida, y ellos agitan nuestros problemas internos, haciéndonos sentir profundamente desazonados o, al parecer, convirtiéndolos en enfermedad. Todos sabemos lo que se siente al contener la cólera en el corazón, cuando se consolida y se transforma en una rabia y un resentimiento corrosivos. Incluso el amor inexpresado crea una presión que exige que la liberemos dándole alguna forma de expresión.

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En la heroica lucha por “ser alguien”, por conseguir que la vida funcione y por encontrar la felicidad, se pueden hacer cosas que acaben causando heridas a algo mucho más profundo que el “yo”. Los cimientos mismos de la existencia pueden terminar viéndose afectados, y así el malestar y la enfermedad aparecen como si brotaran de algún lugar profundo y misterioso, como si fueran una aparición divina.

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No somos los dueños de este mundo: participamos de la vida.


El cuerpo que tiene alma está en comunión con el cuerpo del mundo, y en esa intimidad encuentra su salud.
Los problemas forman parte de toda vida humana, y no necesariamente marchitan el alma. Esta sufre más por las condiciones diarias de la vida cuando no la nutren con las sólidas experiencias que ella anhela.

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La espiritualidad no requiere imponentes rituales. En realidad, cuando más puede beneficiarse el alma es cuando su vida espiritual se realiza en el contexto que para ella es más grato, el de la vida normal, local y cotidiana. Lo que sí exige la espiritualidad es atención, concentración, regularidad y devoción. Pide un cierto grado de apartamiento de un mundo organizado de antemano para no hacer caso del alma.

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La espiritualidad se siembra, germina, brota y florece en lo mundano. Se la puede encontrar y alimentar en la más insignificante de las actividades diarias... la espiritualidad que nutre el alma y que en última instancia sana nuestras heridas psicológicas se puede encontrar en aquellos objetos sagrados que se visten con el atuendo de lo cotidiano.

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En el sentido más amplio, la espiritualidad es un aspecto de cualquier intento de abordar o prestar atención a los factores invisibles de la vida, y de trascender los detalles personales, concretos y finitos de este mundo.

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El sufrimiento nos llama la atención sobre lugares de los que normalmente no haríamos caso.


En la abstracción de la experiencia hay graves desventajas para el alma. El intento intelectual de vivir en un mundo “conocido” priva a la vida cotidiana de sus elementos inconscientes, de esas cosas con que tropezamos todos los días, pero de las que poco sabemos. Jung equipara el inconsciente con el alma, de modo que cuando intentamos vivir con plena conciencia en un mundo intelectualmente previsible, protegidos de todos los misterios y cómodamente instalados en el conformismo, perdemos nuestras oportunidades cotidianas de llevar una vida llena de alma. El intelecto quiere saber; al alma le gusta que la sorprendan. El intelecto, que mira hacia fuera, desea la ilustración y el placer de un ardiente entusiasmo. El alma, siempre recogida en su interior, busca la contemplación y la vivencia, más sombría y misteriosa, del mundo subterráneo.

Pág. 302



La sabiduría es el matrimonio entre el anhelo de verdad del intelecto y la aceptación por parte del alma de la naturaleza laberíntica de la condición humana.
Pág. 318


Cuando nos volvemos transparentes, revelados exactamente tal como somos, y no como deseamos ser, entonces el misterio de la vida humana en su totalidad resplandece momentáneamente en un relámpago de encarnación. La espiritualidad emana de lo cotidiano de esta vida humana que se vuelve transparente gracias a haber atendido a su naturaleza y a su destino durante todo el tiempo que le fue concedido.

Pág. 336-337



El alma es la profundidad infinita de una persona y de una sociedad, y abarca todos los múltiples aspectos misteriosos que, juntos, configuran nuestra identidad.
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El recipiente donde tiene lugar el proceso de cultivar el alma es una vasija interior creada por la reflexión y el asombro.



Cuando permitimos que la imaginación se adentre en lugares profundos, lo sagrado se revela. Cuanto más diferentes tipos de pensamientos tengamos sobre una cosa, y mayor profundidad alcancen nuestras reflexiones cuando su arte nos sobrecoge, tanto más plenamente puede aflorar su carácter sagrado. De ello se deduce, pues, que hacer del vivir un arte puede ser una medicina para la secularización de la vida característica de nuestra época.

Pág. 368


El cuidado del alma exige trabajo, “obra”, en el sentido alquímico. Es imposible cuidar del alma y vivir al mismo tiempo en la inconsciencia. A veces, el trabajo con el alma es emocionante e inspirador, pero con frecuencia es también un reto que requiere auténtico coraje. Raras veces fácil, el trabajo con el alma se suele encontrar precisamente en ese lugar que preferiríamos no visitar, en esa emoción que no queremos sentir, y en ese entendimiento del que preferiríamos prescindir. El camino más recto puede ser el más difícil de tomar. No es fácil visitar, en nosotros mismos, el lugar que más nos intimida ni mirar directamente la imagen que nos da más terror, y sin embargo, allí donde el trabajo es más intenso está la fuente del alma.


Pág. 370


El cuidado del alma no es un proyecto de mejoramiento de nosotros mismos ni una manera de vernos liberados de las complicaciones y los dolores de la existencia humana. No le interesa para nada el hecho de vivir como es debido ni la salud emocional, que son preocupaciones de la vida temporal, heroica, prometeica. El cuidado del alma atañe a otra dimensión, en modo alguno separable de la vida, pero tampoco idéntica a la necesidad de resolver problemas que tanto espacio de la conciencia nos ocupa. La única manera de cuidar del alma es reverenciar sus expresiones, darle tiempo y oportunidad para que se revele, y vivir de tal manera que cultivemos la profundidad, la interioridad y las características que le permiten florecer. El alma es su propio objetivo y su propio fin.
Para el alma, recordar es más importante que planear; el arte, más convincente que la razón; y el amor, más satisfactorio que el entendimiento. Sabemos que estamos bien encaminados hacia el alma cuando nos sentimos apegados al mundo y a las personas que nos rodean y cuando vivimos tanto desde el corazón como desde la cabeza. Sabemos que el alma está bien cuidada cuando sentimos nuestros placeres más profundamente de lo que es habitual, cuando podemos liberarnos de la necesidad de estar libres de complejidad y de confusión, y cuando la compasión ocupa el lugar de la desconfianza y el miedo. Al alma le interesan las diferencias entre las culturas y los individuos, y dentro de nosotros mismos quiere poder expresar su peculiaridad e incluso su total excentricidad.
Por lo tanto, cuando en medio de mi confusión y de mis vacilantes intentos de llevar una vida transparente, el loco soy yo y no todos los que me rodean, entonces sé que estoy descubriendo el poder del alma para hacer que una vida sea interesante. En última instancia, el cuidado del alma da por resultado un “yo” individual que jamás se me habría ocurrido planear e incluso que ni siquiera habría querido. Al cuidar fielmente del alma, día tras día, nos quitamos de en medio y dejamos emerger nuestro propio genio. El alma se consolida en la misteriosa piedra filosofal, ese rico y sólido núcleo de la personalidad que buscaban los alquimistas, o se abre en la cola del pavo real: una revelación de los colores del alma y un despliegue de su abigarrada brillantez.

Pág. 386-387


 1993 By Ediciones Urano, S.A.


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