LAS RELACIONES DEL ALMA



Las relaciones, así lo creo, son en verdad sagradas, no en el sentido superficial de tener un elevado valor, sino porque apelan a infinitas y misteriosas profundidades en nosotros mismos, en nuestras comunidades y en la naturaleza de las cosas.

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Cuando contemplamos el alma de una relación, podemos hallar un valor positivo en los fracasos, los finales, las complicaciones, las dudas, el distanciamiento, el deseo de separación y libertad, y otros aspectos perturbadores. Podemos verlos como oportunidades de iniciación en lugar de cómo simples amenazas. A menudo el alma se esconde en los rincones más oscuros, en los lugares que preferiríamos esquivar y en los problemas que nos llevan a la desilusión, y por eso hemos de ser intrépidos cuando la buscamos en nuestra vida.

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En los asuntos del alma nunca es aconsejable compensar ni tratar de escapar, sino atender mejor a lo que precisamente causa el problema.

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Para todos nosotros, sea cual sea nuestra religión o no religión, el matrimonio es un sacramento. Para cuidar de su alma hemos de ser sacerdotes antes que técnicos, y beber del manantial de la piedad antes que de la teoría y la fórmula.

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Para cultivar la intimidad con alguien hemos de encontrar formas de expresión que emerjan del alma y sean capaces de conmoverla. En su mayor parte, estas cosas son obvias: un regalo particularmente significativo, una conversación a altas horas de la noche en la que salen a relucir los sentimientos, una carta en un momento de profunda emoción o un paseo por el bosque en compañía de otra persona sin cruzar muchas palabras. Sabemos con certeza que estas formas de intimidad son valiosas, pero, según parece, en nuestro mundo moderno olvidamos su importancia. Aceptamos el presente interés por la comunicación –puede que tengamos en casa un sistema telefónico sumamente sofisticado, o que utilicemos las expresiones más de moda de la psicología popular-, pero descuidamos la clase de intercambio que se dirige principalmente al alma. Del mismo modo, es posible que confundamos la simple autoexpresión con la sinceridad, y que creamos que hablar sin pelos en la lengua es una muestra de intimidad.
Nuestra tarea en esta era tecnológica no consiste en inventar una nueva teoría d la comunicación ni un nuevo método de terapia, sino en desarrollar el arte y la destreza de la expresión íntima. En la mayoría de los casos, se trata de conceder valor a formas sencillas de intercambio: dedicar el tiempo necesario a escribir una carta, a comprar o hacer un regalo especial; gastar dinero en un buen papel y una pluma de calidad; deslizar matices significativos en nuestros regalos y en nuestra elección de palabras a fin de llegar al alma de la otra persona. En cuanto desplazamos la atención de comunicarnos a expresar intimidad, emprendemos el camino hacia la plenitud de alma en nuestras relaciones.

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La verdadera conversión es una interpretación de mundos, un auténtico intercambio de las almas, que no ha de ser conscientemente profundo pero sí ha de tocar asuntos de incumbencia para el alma.

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El humor nos permite hospedar el fracaso y la incapacidad en la vida sin quedar literalmente deshechos por ello.

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Encontrar las palabras que en verdad expresen nuestros sentimientos y experiencias es un logro de orden superior.

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El mero hecho de comprender que el estilo y la atención al detalle contribuyen a la plenitud del alma, haciendo la vida inconmensurablemente más rica, es un excelente primer paso hacia el cuidado del alma en nuestros tratos con los demás. Cuando el estilo va unido a una expresión profunda y sincera, nada podría ser más potente ni más creativo. En la era que está amaneciendo, en la que puede que no se conceda tanta importancia a la resolución de los problemas, quizá sea posible dejar por fin de lado nuestro interés obsesivo por la comprensión y la transformación, y aspirar en cambio a la belleza y a la expresión sentida cuando nos presentamos ante el mundo y ante las personas que tienen intimidad con nosotros.

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En todos los asuntos psicológicos es necesario discernir, conocer la diferencia entre el escabullimiento nervioso y la firme intuición de que no vamos en la buena dirección.

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Cuando nos sentimos atascados en la vida o en una relación, quizá podríamos examinar atentamente dónde se sitúa el deseo en nuestra vida, incluso aunque ese lugar nos parezca neurótico. ¿Fantaseo acerca de un viaje al extranjero? ¿Tienden mis fantasías en dirección al sexo anónimo? ¿Me absorbe la comida, el alcohol o alguna otra droga? ¿Suelo leer de un modo compulsivo? Todos estos son signos de deseo, y pueden interpretarse con perspicacia a fin de averiguar dónde se aposenta el alma y dónde se oculta.

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Mientras veamos la sexualidad de un modo limitado, como una función biológica o incluso como un simple medio para comunicarnos o intimar con los demás, sus giros inesperados no dejarán de desconcertarnos. Sería mejor reconocer desde un principio que el sexo es un aspecto del alma profundo y de vasto alcance, que reúne cuerpo, emoción e imaginación en una intensa experiencia capaz de influir en todas las vertientes del sentimiento y el significado, aunque quizá nunca lleguemos a entenderlo por completo. Es misterioso por naturaleza.

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El destino nos exige receptividad, pero receptividad no es lo mismo que pasividad. Hace falta valor para interpretar las señales del destino que nos piden cambiar, que nos piden que aceptemos las amargas verdades que se van revelando lenta y dolorosamente. El final puede formar parte de la lógica especial de la relación, una expresión de su logos, de su naturaleza profundamente intrínseca y de sus propias leyes y requisitos.

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... La vida es un intercambio constante entre la voluntad humana y la divina providencia. Necesitamos coraje para proyectar y crear una vida, y la veneración más profunda con respecto a los misterios que la apuntalan. A todos se nos exige ser al mismo tiempo existencialistas y devotos, responsables y sensibles, prácticos y enormemente imaginativos.

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Los filósofos del Renacimiento enseñaban que la ira puede ser una invitación a Marte para que siempre en la propia alma. La tradición enseña que la presencia de Marte puede cumplir muchas cosas: todo aquello que toca lo calienta, lo endurece, lo templa y lo intensifica. La ira puede expresarse ya sea puramente como una reacción a los acontecimientos, ya sea como una manifestación de Marte que ha venido a alojarse en la personalidad. Hay una considerable diferencia de calidad entre estas dos maneras de expresar la ira. La primera es un estallido de emoción en el que no hay ninguna imaginación, mientras que la segunda es una expresión de las cualidades de Marte: firmeza, vigor, intensidad, claridad y concentración.

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Nadie llega jamás a un punto en el que sea inmune a nuevos movimientos del alma, cuya capacidad para enriquecerse es infinita. No hay límite a la materia prima que la vida y la personalidad pueden proporcionar.

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Si nos imaginamos ser en todo tan intensos, profundos, misteriosos e imponentes como el cielo de la noche, quizá podremos empezar a apreciar lo complejos que somos como individuos, y a ver que gran parte de lo que somos permanece ignorada no sólo para los demás, sino también para nosotros mismos. Nuestra naturaleza siempre será en gran medida no interpretable.

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 1998 By Ediciones Urano, S.A.














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