El hombre está siempre orientado y ordenado a algo que no es él mismo; ya sea un sentido que ha de cumplir ya sea otro ser humano con el que se encuentra. En una u otra forma, el hecho de ser hombre apunta siempre más allá de uno mismo, y esta trascendencia constituye la esencia de la existencia humana.

Viktor Frankl
El hombre doliente, pág. 11


Yo diría que lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz.

Pág. 11


Lo más profundo del hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido.

Pág. 12


En cuanto a las causas que provocan l vacío existencial, cabe enumerar dos: la pérdida del instinto y la pérdida de la tradición. Los instintos no dicen al hombre, contrariamente al animal, lo que debe hacer; las tradiciones tampoco dicen al hombre actual cuáles son sus deberes; y muchas veces éste parece no saber lo que quiere. Entonces se siente tentado a querer lo que los demás hacen o a hacer lo que los demás quieren. En el primero caso topamos con el conformismo y en el segundo con el totalitarismo; el uno, difundido en el hemisferio occidental, y el otro, en el hemisferio oriental.
Pero no son únicamente el conformismo y el totalitarismo las secuelas del vacío existencial, sino también el neuroticismo.

Pág. 15


... Hay que decir que el sentido no se puede “otorgar”. “Dar sentido” significaría moralizar. Y la moral, en su significado tradicional, pronto no tendrá nada más que decir. Tarde o temprano nos veremos obligados, no ya a moralizar, sino a ontologizar la moral: habrá que definir el bien y el mal, no como algo que debamos o no hacer, sino el bien como aquello que favorece la realización del sentido que se encomienda a un ente y se le exige, y el mal como aquello que impide esa realización.
El sentido no se otorga, sino que se encuentra.

Pág. 18


... Hasta el último instante, hasta el último suspiro, el hombre no sabe si ha cumplido realmente el sentido de su vida o más bien se ha equivocado.”

Pág. 19


La educación debe ser hoy más que nunca una educación para la responsabilidad. Y ser responsable significa ser selectivo, ser capaz de elegir. Vivimos en una affluent society, recibimos avalanchas de estímulos de los medios de comunicación social y vivimos en la era de la píldora. Si no queremos anegarnos en el oleaje de todos estos estímulos, en una promiscuidad total, debemos aprender a distinguir lo que es esencial y lo que no lo es, lo que tiene sentido y lo que no lo tiene, lo que reclama nuestra responsabilidad y lo que no vale la pena (...) La libertad degenera en arbitrariedad si no está complementada con la responsabilidad (...) 

Pág. 20


Ningún psiquiatra, ningún psicoterapeuta –y ningún logoterapeuta- puede decir a un enfermo lo que es el sentido, pero sí que la vida tiene sentido; y algo más: que conserva este sentido bajo todas las condiciones y circunstancias; y esto, gracias a la posibilidad de encontrar un sentido en el sufrimiento, de transfigurar el sufrimiento humano en una aportación positiva; el psiquiatra, en suma, puede dar testimonio de algo que el hombre es capaz de hacer incluso cuando fracasa.

Pág. 20




Si el sentido reside en el mundo y no primariamente en nosotros mismos, el hombre no deberá preguntar por el sentido de la existencia, sino a la inversa, deberá interpretarse a sí mismo como un ser interrogado, y su propia existencia como un interrogante; no es el individuo el que debe preguntar, sino que es la vida la que le formula preguntas; el individuo ha de contestar y, en consecuencia, responsabilizarse con su vida. El individuo, pues, debe buscar una respuesta a la vida, buscar el sentido de la vida, para encontrarlo y no para inventarlo; el individuo no puede “dar” sin más un sentido a la vida, sino que debe “tomarlo” de ella.
¿Qué decir entonces de la autorrealización? ¿No cabe hablar de un autocumplimiento? Desde luego que sí; pero sólo en la medida en que el hombre cumple el sentido y realiza valores, se cumple y se realiza a sí mismo: la autorrealización se produce entonces espontáneamente, como un efecto de la realización de valores y del cumplimiento del sentido, no como su finalidad (...) Sólo la existencia que se trasciende a sí misma, sólo la existencia humana que se trasciende hacia el “mundo donde se encuentra”, puede autorrealizarse; pero si pretende realizarse a sí misma, si busca la autorrealización, fracasa inevitablemente.

Pág. 34


No se trata de hacer lo que se puede, sino lo que se debe.

Pág. 35


El hombre se realiza a sí mismo en la medida en que se trasciende: al servicio de una causa o en el amor a otra persona. Con otras palabras, el hombre sólo es plenamente hombre cuando se deshace por algo o se entrega a otro. Y es plenamente él mismo cuando se pasa por alto y se olvida de sí mismo.

Pág. 59



La vida tiene sentido, potencialmente, bajo todas las condiciones y en todas las circunstancias, aun las más adversas.

Pág. 72



Ser hombre significa decidir siempre lo que he hacer de mí mismo, y esto a su vez significa asumir la responsabilidad de eso que he hecho de mí mismo.

Pág. 75



“Imperativo categórico” de a logoterapia: “Vive como si vivieras por segunda vez y como si la primera vez lo hubieras hecho todo tan mal como estás a punto de hacer...”

Pág. 76


Lo espiritual es invisible por naturaleza (...) Lo espiritual, siendo invisible, no se puede percibir; por eso, en cierto sentido, hay que “creer” en el espíritu.

Pág. 97


Resumiendo: el ser espiritual cognosciente sólo puede “tener” cognitivamente al otro ser “estando presente” en él. Pero entonces, en el caso de ese conocimiento existencial, el “tener” significa algo sustancialmente distinto que en el caso del conocimiento esencial, como es la intuición fenomenológica de esencias de Husserl; en este último caso el “tener” significa el tener de la esencia, del mero modo de ser. El conocimiento existencial, en cambio, se distingue por ser algo más que el tener de la mera esencia: conocer existencialmente significa, no la presencia de lo conocido, sino la presencia del cognosciente. Por eso podemos decir que la diferencia entre el conocimiento esencial y el conocimiento existencial consiste en que la esencia, conocida por el ser espiritual, revela su objetividad a éste, y la existencia, conociendo a otro ser, está presente en él.
Pero al decir que el conocimiento existencial trasciende la escisión entre el sujeto y el objeto o, más exactamente, que es previo a esta escisión, se entiende ya que ese conocimiento y sólo él, además de ser un conocimiento objetivo (como lo es también el conocimiento esencial, la intuición de esencias), puede ser un conocimiento absoluto.

Pág. 111-112



Es erróneo, por ejemplo, lo que leemos en el siguiente pasaje de un autor americano: “La sustancia del tiroides aumenta la inteligencia en los cretinos. Los tóxicos perturban las funciones espirituales. ¿Qué nos enseña esto? Que el entendimiento es una sustancia que se produce por vías naturales. ¿O es una especie de irradiación?” En este pasaje la hormona del tiroides es equiparada simplemente al espíritu; se identifica sin más con éste. Es como si las experiencias realizadas con el tratamiento de electrochoque en las psicosis nos llevasen a equiparar el espíritu humano con la corriente eléctrica. En realidad la corriente nada tiene que ver con el espíritu. Pero preguntemos en un plano general: ¿quién o qué recibe el choque en el tratamiento por electrochoques? No la persona, sino el organismo somático. Pero ¿no es el momento de preguntarnos por su mutua relación? Hemos oído repetidamente que los distintos estratos del ser deben mantenerse cuidadosamente separados; ante esta separación debemos evitar una metabasis eis allo genos (el paso de un género a otro); pero dos realidades separadas ¿no deben guardar alguna relación entre sí?
Efectivamente: la relación entre la persona y el organismo somático es una relación instrumental; el espíritu instrumentaliza lo psicofísico; la persona maneja el organismo psicofísico, lo hace “suyo” haciéndolo herramienta, organon, instrumento.
La persona se relaciona con su organismo como el músico con el “instrumento”. Una sonata no puede ejecutarse sin piano ni sin pianista. Pero esta comparación falla como toda comparación, ya que el pianista es visible, mientras que el espíritu es invisible (sin ser irreal por ello). La comparación falla porque el pianista y el piano están en un mismo plano, literalmente sobre el mismo podio, mientras que el espíritu y el cuerpo no se encuentran en la misma escala del ser.
A pesar de este fallo, consideramos fecunda la comparación. Ni el mejor pianista puede tocar bien en un piano desafinado (símil de la enfermedad). Entonces se llama al afinador (intervención del médico) y éste afina el piano (símil del tratamiento). ¿Quién osará afirmar que el arte del pianista se debe al piano afinado? El piano afinado no es capaz ni siquiera de suplir los defectos del mal pianista.
¿Qué ocurre cuando no es un piano, sino un ser humano el que está “desafinado”, en el sentido de un estado de desarreglo endógeno, en el sentido de una psicosis? La psicosis es una somatosis y no una enfermedad del espíritu propiamente dicho, de la persona. No es, pues, la persona la que está “enferma de psicosis –sin negar que “padezca con” la psicosis- sólo puede enfermar el organismo psicofísico: él es el afectado por la psicosis. Sólo el instrumento se desafina –ambos términos, “instrumento” y “desafinado”, tomados en sentido literal y en sentido figurado-.

Pág. 131-132


Yo definiría al hombre como unidad a pesar de la variedad.

Pág. 153


Sólo hay un peligro mortal en nuestra vida: el peligro de no haber vivido.

Pág. 166



La libertad es uno de los fenómenos humanos. Pero es un fenómeno demasiado humano. La libertad humana es finita. El hombre no está libre de condiciones; sólo es libre de tomar postura frente a ellas. Pero las condiciones no le determinan sin más. Depende del hombre, en última instancia, decidir someterse o no a las condiciones. Hay un margen de acción dentro del cual el hombre puede elevarse por encima de sus condiciones para situarse en la dimensión humana.

Pág. 192



La conducta humana no está predeterminada por las condiciones, sino que depende de la opción del hombre mismo. Lo sepa o no, el hombre decide resistir o decide ceder a las condiciones; en otros términos, el hombre decide dejarse regir o no, y en determinada medida, por las condiciones.

Pág. 193


La libertad del hombre incluye la libertad para tomar postura sobre sí mismo, para enfrentarse a sí mismo y, con este objeto, distanciarse de sí mismo.

Pág. 193


Quizá sea éste el santo y seña de toda psicoterapia: “no te dejo hasta que llegues a ser tú mismo”.

Pág. 206


El psicologismo, pues, cosifica, objetiviza a la persona. Pero el que habla de la persona como si fuese una cosa, pasa por alto su realidad. La persona escapa a toda captación cosificante. La existencia persona no es objetivable en su última sustancia: La existencia nunca se me presenta como un objeto; está siempre detrás de mi pensamiento, detrás de mí como sujeto. Por eso es, en última instancia, un misterio.

Pág. 208


Eso que nosotros hemos denominado logoterapia pretende introducir el logos en la psicoterapia, y eso que nosotros hemos denominado análisis existencial pretende introducir la existencia en la psicoterapia.

Pág. 210


Toda psicoterapia, en efecto, debe contar con dos factores variables “desconocidos”, que no cabe someter a ningún cálculo: la individualidad del paciente y la personalidad del médico. El método de tratamiento psicoterapéutico debe modificarse, no sólo a tenor de la individualidad del paciente, sino también de la personalidad del médico. Conviene tener presente que la psicoterapia, en lo que respecta al paciente, no sólo debe ajustarse de persona a persona, sino que ha de variar de una situación del paciente a otra. Nunca podemos esquematizar, sino que es preciso individualizar e improvisar.

Pág. 213


La existencia oscila entre el ser y el deber ser, y esta oscilación es necesaria. Porque el hombre no existe para ser, sino para devenir.

Pág. 228


El hombre es un ser de opciones, está decidiendo en cada momento, y sólo existe en tanto que decide lo que ha de ser en el momento siguiente.”

Pág. 241


El hombre no sólo es incapaz de conocer el sentido absoluto, sino que tampoco bajo ningún otro aspecto está en condiciones de conocer lo absoluto. El hombre puede alcanzar un conocimiento absoluto; pero no se posee un conocimiento de lo absoluto. El hombre puede tener un conocimiento objetivo; pero no puede tener un conocimiento objetivo del sujeto, de sí mismo; el sujeto es trascendente a sí mismo. Si es verdad lo que afirmó la filosofía antigua: que el filosofar comienza con el asombro, el auténtico milagro que encuentra el filósofo es el misterio, el protofenómeno de su propia existencia. Como filósofo, yo me asombro de ser, de ser yo.

Pág. 246


Sufrir significa obrar y significa crecer. Pero significa también madurar. En efecto, el ser humano que se supera, madura hacia su mismidad. Sí, el verdadero resultado del sufrimiento es un proceso de maduración. Pero la maduración se basa en que el ser humano alcanza la libertad interior, a pesar de la dependencia exterior.

Pág. 254


Lo decisivo no es la duración de la existencia, sino llenar de sentido esa existencia.

Pág. 260


El verdadero ser del hombre es la existencia y el sentido último de la vida es la trascendencia.

Pág. 287








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