¿Cuál es la prueba de que la evolución haya tenido lugar? «Evolución» debe significar aquí algo más que «cambio en el tiempo». Los dinosaurios existieron en una época, pero ya no existen. Así pues, el reino animal ha  cambiado,  seguramente,  a  lo  largo  del  tiempo.  Pero  no  es  eso  lo  que  entendemos  por  evolución.  Sabemos que,  en  conjunto,  la  composición  genética  de  una  población  cambiará  con  el  tiempo.  Pero  tampoco  es  eso  lo que queremos decir. Sabemos también que aumentó el porcentaje de ejemplares melánicos, o de tono oscuro, en la población de ciertas especies de polilla de la especie «manchada», o más clara, en zonas de la Inglaterra industrial,  durante  el  siglo  XX.  ¿Demuestran  estos  ejemplos  que  la  evolución  es  un  hecho?  Seguramente  no. Los  cambios  en  los  ratios  genéticos  son  indudables,  omnipresentes  y  triviales.  La  evolución  implica  algo  más que eso. El genetista Thomas H. Morgan dijo hace un siglo que «la evolución significa hacer cosas nuevas que no tengan que ver con las ya existentes». Tanto las variedades «melánica» como «manchada» de la polilla, ya existían antes de que sus porcentajes hubieran cambiado. La evolución significaría, en este caso, la aparición de un nuevo tipo de polilla. Para el lego, la evolución implica el hecho de que una especie se encuentre vinculada a otra   mediante   una   cadena  ancestral.   O   quiere  decir   que   un  grupo  de   organismos   que   se  encuentran innegablemente   relacionados,   como   los   murciélagos,   los  osos   y  las   ballenas —todos   ellos   mamíferos—comparten sus estructuras comunes porque todos ellos descienden del mismo mamífero ancestral. Si el biólogo evolutivo  quiere  convencernos  de  que  la  evolución  es  un  hecho,  entonces  hemos  de  esperar  que  nos  ofrezca auténticas  pruebas  de  sus  afirmaciones.  Una  de  las  discusiones  más  notables  sobre lo  que  sabemos  de  la evolución tuvo lugar en el Museo Americano de Historia Natural, en Central Park West, en la ciudad de Nueva York. El orador fue Colin Patterson, un veterano paleontólogo del Museo Británico, que por entonces estaba de visita en EstadosUnidos.En  noviembre  de  1981  se  puso  en  contacto  con  el  Sistematics  Discussion  Group,  una  institución compuesta  en  su  mayor  parte  por  biólogos  profesionales  y  ejecutivos  de  museos  que  mostraban  un  interés particular por la clasificación animal. Este grupo se reunía una vez al mes en un aula que se encuentra frente a la sala de los dinosaurios del Museo de Historia Natural. Patterson ya había sostenido una polémica tres años antes,  al  decir  en  un  escrito  publicado  por  el  Museo  Británico  que  «si  la  teoría  dela  evolución  es  cierta».  El documento  produjo  semanas  de  agitación  y un  alud de  cartas al  Nature.  Patterson  siempre  hacia  hincapié  en que no pertenecía a ninguna doctrina religiosa; la religión, dijo en cierta ocasión, no era más que «un paquete de mentiras». A lo que se oponía de la manera más contundente era a la confusión del conocimiento y la fe. Un devoto darwiniano, que se sintió sorprendido por su escepticismo, le preguntó en una ocasión si «creía en» la evolución. Patterson dijo que sí; pero añadióque se suponía que las afirmaciones científicas no eran materia de fe.  La  trascripción  de  la  conferencia  de Patterson  fue posteriormente  revisada  y  corregida  por  su  amigo  Gary Nelson,  que  estuvo  presente  aquel  día.  Nelson  era  por  entonces  decano  del  Departamento  de  Ictiología  del Museo de Historia Natural. Veamos cómo empezó Patterson su charla: Ahora pienso, que a lo largo de mi vida, siempre  que iba a  hablar  sobre  un tema  me  sentía  muy  seguro  de  una  cosa: de  que  sabía  sobre ese  tema  más que nadie de los que me escuchaban, porque había trabajado mucho sobre ello. Bueno, pues esta vez eso no es cierto. Voy a hablar sobre dos temas, evolucionismo y creacionismo, y me parece que debo decir que no sé nada sobre  ninguno  de  los  dos.  Ahora  bien,  una  de  las  razones  por  las  que  adopté  esta  visión  antievolucionista  o, digamos  más  bien,  no  evolucionista,  se  me  presentó  el  año  pasado  cuando  tuve  una  repentina  comprensión. Durante  veinte  años  había  pensado  que,  de  alguna  manera,  trabajaba  en  la  evolución.  Una  mañana  me desperté  y  sentí  que  algo  debía  haber  sucedido  por  la  noche,  porque  tuve  la  desagradable  impresión  de  que había estado trabajando en esa materia durante veinte años y no sabía ni una sola cosa de ella. Aquello fue un completo  shock  para  mí;  darse  cuenta  deque  uno  puede  estar  tan  despistado  durante  tanto  tiempo.  Así  que pensé  que  o  bien  había  algo  equivocado  en  mí,  o  había  algo  equivocado  en  la  teoría  de  la  evolución.  Por supuesto, sé muy bien que no hay nada que funcione mal en mí. Así que durante las últimas semanas he venido haciendo una sencilla pregunta a distintas personas y a diferentes grupos. La pregunta es: ¿puede decirme algo que  sepa  sobre  la  evolución;  cualquier  cosa,  una  cosa  tan  sólo  que  crea  cierta?  Hice  esa  pregunta  al  equipo directivo  del  Museo  de  Campo  de  Historia  Natural,  y  la  única  respuesta  que  conseguí  fue  el  silencio.  La  hice nuevamente  a  los  miembros  del  seminario  de  Morfología  Evolutiva,  de  la  Universidad  de  Chicago,  un  grupo muy  prestigioso  de  evolucionistas,  y  todo  lo  que  obtuve  fue  un  silencio  muy  prolongado.  Finalmente  una persona se levantó y dijo: «Sí, sé una cosa. Pienso que eso es algo que no debiera enseñarse en el bachillerato». (Risas)Patterson conocía a muchas de las personas que formaban parte de la audiencia, algunos delos cuales eran amigos suyos. Hubo hipérboles y mucho humor en sus apreciaciones. Pero nadie se sintió preparado para argumentarle  cuando,  uno  o  dos  minutos  después,  añadió  que  «parece  que  el  nivel  de  conocimientos  que tenemos  sobre  la  evolución  es  notablemente  escaso».  Por  entonces,  ya  había  escrito  un  texto  introductorio titulado Evolution, que había sido publicado por el Museo Británico. Cuando salió a la luz, un lector interesado le escribió preguntándole por qué no había incluido en el libro ninguna «ilustración directa de las transiciones evolutivas».  Patterson  le  contestó:  Dice  usted  que,  al  menos,  debiera  «mostrar  una  foto  del  fósil  del  que procede  cada  tipo  de  organismo».  Debo  decirle  al  respecto  que  no  existe  ese  fósil  sobre  el  que  se  pudiera establecer  un  argumento  sólido.  La  razón  es  que  las  afirmaciones  sobre  ancestros  y  descendencias  no  son aplicables a los fósiles. ¿Es el Archaeopteryx el antecesor de todas las aves? Quizás sí, quizás no; no hay forma de contestar a esa pregunta. Resulta bastante fácil establecer historias sobre cómo una forma de vida dio origen a otra y encontrar razones para explicar el proceso que debió favorecer la selección natural. Pero tales historias no forman parte de la ciencia, porque no hay manera de ponerlas a prueba.1 La grabación de la conferencia de Patterson fue realizada por un asistente sin conocimiento del conferenciante que, posteriormente, dijo que en ocasiones  se  le  había  citado  de  forma  inexacta.  Pero  nunca  negó  sus  afirmaciones;  y,  de  hecho,  las  volvió  asustentar  en  una  segunda  charla,  dada  en  Londres  en  1993.  En  esta  ocasión,  pareció  arrojar  dudas  incluso mayores  sobre lo  que  sabemos; al  menos,  de  los  datos  sobre moléculas,  y si  eso  nos  puede  decir  algo  sobre  la evolución. De ambas charlas se puede conseguir una trascripción en la página del Access Research Network; y los interesados pueden conseguir una copia, tanto en CD como en cinta.

No hay medios murciélagos

Colin   Patterson,   fallecido   en   1998,   pertenecía   a   la   escuela   de   los   taxonomistas   llamados «transformados» o  dadistas del  «modelo».  Su  argumento principal  es  que  todo  lo  que  vemos  en  los  registros fósiles son modelos (de similitud o de diferencia), y en sí mismos esos modelos no nos dicen cómo surgieron. Resumiendo,  no  podemos  deducir  un  proceso partiendo  de  un  modelo.  El  fundador  de  los  cladísticos  fue  un entomólogo  alemán,  Willi  Henning  que  hizo  numerosas  observaciones  y  descubrimientos  en  el  campo  de  la sistemática  (estudio  de  las  interconexiones  entre  distintos  grupos).  La  terminología  de  los cladísticos  es  con frecuencia  oscura,  pero  una de  las observaciones  más  importantes  de  Hennings  puede  entenderse  fácilmente. También  fue  hecha  por  Aristóteles.  Dijo  Hennings  que  muchos  grupos  se  definen  por  una  ausencia  de características  y  que  ésos  no  son verdaderos  grupos.  El  más  conocido  es  el  grupo  de  los  invertebrados. Cualquier cosa puede determinar que un ser vivo no sea vertebrado. Al considerar este punto, y al estudiar los datos de los fósiles y las afirmaciones que se hicieron sobre ellos por parte de los evolucionistas, Patterson hizo un notable aserto. Dijo que todos los grupos ancestrales bien conocidos por la biología evolutiva pertenecen a este tipo; todos ellos están definidos por una ausencia de características. Y añadió que las afirmaciones que se hagan  para  identificar  tales  grupos  como  antecesores  de  otros  son  tautologías  enmascaradas.  Son  tan  solo verdad  por  definición.  Estudiemos  la  afirmación  de  que  los  «vertebrados  evolucionaron  a  partir  de  los invertebrados».Tal  cosa  es  simplemente un  circunloquio  con  el  que  se  pretende  decir  que  el  antepasado  del  primer vertebrado no era vertebrado, lo cual es verdad por definición; de otro modo, el «primer» vertebrado no sería el primero. «Los gatos evolucionaron de los no-gatos» podría ser una afirmación comparable; y si usted piensa en eso durante unos segundos se dará cuenta de que tal cosa no lleva a ningún conocimiento real. Una relación lógica  se  reviste  de  afirmación  empírica.  Los  evolucionistas  creen  que  ellos  conocen  el  proceso  que  crea similitudes,  llamadas  algunas  veces  «homologías».  Si  dos  animales  diferentes  tienen,  por  ejemplo,  columnas vertebrales semejantes, se dice que comparten esa característica porque también compartieron un antepasado común  del  que  heredaron  ese  rasgo.  La  similitud  entre  estructuras  de  diferentes  especies  es  a  menudo  tan grande  que  no  se  puede  creer  que  sea  accidental;  por  ejemplo,  el  elemento  primordial  de  los  mamíferos.  La forma  compartida  de  las  alas  del  murciélago,  la  aleta  de  la  marsopa  y  la  mano  humana  resultan  tan sorprendentes  que  son  indiscutiblemente  la  «misma»  cosa,  aunque  difieran  en  tamaño  y  proporción.  ¿Cómo surgió  esa  similitud?  Ésa  es  la pregunta  más  importante  de  la  biología  evolutiva.  Tiene  que  haber  una  causa. Antes  de  Darwin,  y  antes  de  la  aceptación  de  la  teoría  de  la  evolución,  anatomistas  como  Richard  Owen atribuyeron  las  homologías  a  un  «arquetipo»  compartido.  Esto  fue  concebido  de  varias  maneras,  como  una idea  platónica  incorpórea  o  como  un  plan  en  la  mente  del  Creador.  Implicaba  una  causa  yun  diseño inteligentes.Pero Darwin construyó la homología como prueba de un ascendente común. Hubo una criatura original con  ese  elemento  primordial  característico,  y  al  cabo  de  muchas  generaciones  sus  descendientes  fueron transformándolo  lentamente  en  murciélagos,  marsopas,  o  seres  humanos,  aunque  reteniendo  el  mismo  plan corporal básico. Esta explicación puramente naturalista hace superfluas a todas las demás. No tenemos por qué entretenernos  más  tiempo  con  ideas  de  arquetipos,  diseños  o  diseñadores.  Resumiendo,  Darwin  tomó  las estructuras homologas como una prueba de la evolución. Eso no fue lo único que ofreció como tal en El origen de las especies pues no era más que una parte poco importante de sus argumentos (según dijo, «todo su libro era un completo argumento»). Sin embargo, más recientemente se ha producido un cambio sutil. Ernst Mayr, quizás el biólogo evolutivo más eminente del siglo XX, decidió que había llegado la hora de definir la homología como  una  característica  encontrada  en  dos  o  más  grupos  que  había  «derivado  de  la  misma  (o  de  una correspondiente)  característica  de  sus  antepasados  comunes».  Éste  es  un  cambio  que  podría  considerarse trivial,  pero  no  hay  que  pasar  por  alto  la  sutil  manipulación.  Lo  que  Darwin  había  propuesto  como  la explicación de la homología, se había convertido ahora en su definición. Esto se basaba en la suposición de que no  tenemos  otra  forma  de  identificar  los  ancestros  comunes  más  que  la  de  estudiar  sus  huesos  fósiles.  El argumento de Mayr implicaba que poseemos un árbol familiar de especies interconectadas; algo equivalente a un  inmenso  mapa  mural  de  millones  de  años  que  nos  permite  observar  a  voluntad  a  nuestros  antepasados comunes.  Pero  la  verdad  es  que  no  disponemos  de  semejante  mapa.  Todo  lo  que  tenemos  son  unos huesos desperdigados por el barro. Al apoyarnos en los fósiles, como es natural, no tenemos otra forma de identificar a los  antepasados  comunes  más  que  contemplando  sus  estructuras  homologas.  El  triunfo  de Mayr  consistió  en haber  insinuado  lo  que  él  queríacreer  y  haber  dedicado  su  vida  a  promocionar  su  idea:  que  la  evolución  ya había sido establecida como un hecho (Mayr, profesor de Zoología en Harvard durante muchos años, murió en 2005  a  los  cien  años  de  edad).  El  problema  que  se  presenta al  argumentar  que  la  similitud de  estructuras  es una prueba de la evolución es el siguiente: existen algunas notables similitudes de estructura que ni siquiera los biólogos darwinianos atribuyen a un antepasado común.«La  estructura  del  ojo  de  un  octópodo  es  notablemente parecida  a  la  de  un  ojo  humano —escribió Jonathan  Wells—,  sin  embargo,  los  biólogos  no  creen  que  el  antepasado  común  de  los  octópodos  y  de  los humanos  poseyera  tal  ojo»4.  Aun  cuando  exista  un  modelo  congruente  de  similitudes  en  grupos  diferentes, como  sucede  con  el  murciélago,  la  marsopa  y  el  humano,  y  los  biólogos  atribuyan  dicha  similitud  a  un ascendiente común, no están más que haciendo conjeturas. No sólo no poseemos una cadena de fósiles que nos lleven a ese antepasado común, sino que a duras penas poseemos algún tipo de eslabón en esa cadena. Por eso dijo Patterson que «las afirmaciones de antepasados y descendientes no son aplicables a la línea de los fósiles». Los fósiles más antiguos de especies particulares tienen con frecuencia un repentino modo de aparecer, como si surgiesen  a  la  vida  ya  completamente  formados.  Los  murciélagos,  de  los  que  hay  1.100 especies  vivas (20 por ciento  de  todos  los  mamíferos)  son  los  únicos  mamíferos  capaces  de  volar  y,  no  obstante,  los  fósiles  más antiguos ya poseían un sistema de sonar. Tanto ese sistema de sonar como su capacidad para volar surgieron al mismo  tiempo  y  de  forma  repentina.  «El  linaje  de  los  murciélagos  estaba,  por  tanto,  caracterizado  por  dos especializaciones muy notables que no se encuentran en ningún otro orden de mamíferos», según se dice en un reciente  análisis  aparecido  en  Science.  El  sonar  es  un  elemento  extraordinariamente  sofisticado  que  incluye adaptaciones simultáneas del oído, del cerebro, la musculatura y el sistema respiratorio.Se  podría  pensar  que  si todo  ello  emergiese  como  la  acumulación  de  muchos  pasos  accidentales,  cada uno de los cuales beneficiaría la evolución del murciélago, como apuntan los darwinistas, entonces aparecerían fósiles  de  medio-murciélagos,  murciélagos  aproximados  y  casi-murciélagos.  Habríamos  logrado  observar  un sistema de sonar evolucionado, etcétera. Pero nunca hemos encontrado nada parecido. «No existen los medio-murciélagos»,  como  dijo  en  una  conferencia  de  biólogos  profesionales,  J.  D.  Smith,  un  eminente  experto  en murciélagos.  A  decir  verdad,  pocos  son  los  animales  que  se  han  conservado,  pero  aquellos  que  se  muestran menos  desarrollados  comparados  con  sus  sucesores  mejor  adaptados  (para  seguir  la  argumentación  de Darwin)  habrían  tenido  más  probabilidades  que  sus  competidores  «más  recientes  y  mejorados»  de  caer  en pantanos  y  charcos  de alquitrán,  y  poder  así  ser  conservados.  Henry  Gee, autor  de  In  Search of  Deep  Time  y editor de Nature (durante algún tiempo trabajó como ayudante de Colin Patterson), escribió que «el intervalo de  tiempo  que  separa  a  los  fósiles  es  tan  enorme  que  no  podemos  decir  nada  definitivo  sobre  sus  posibles conexiones,  en  lo  referente  a  su  linaje  y  descendencia».  Cada  fósil  es  un  «punto  aislado»,  añadió,  con  «una conexión  desconocida  con  otros  fósiles  dados».  Todos  se  hallan  inmersos  «en  un  inconmensurable  mar  de dudas»6.  Toda  la  evidencia  física  de  la  evolución  humana,  suficiente  para  llenar  diez  mil  sorprendentes titulares  y  primeras  páginas  de  revistas  «puede  meterse,  sin  demasiadas  apreturas, en  un  solo  ataúd»,  según manifiesta  Lyall  Watson.  («Una  pequeña  caja»,  dice  Gee).  Por  un  lado  no  hay  «fósiles  de  chimpancés»;  por otro, no hay «cráneos de chimpancés fosilizados». Todo son conjeturas. No tiene mucho valor leer algo sobre el fragmento  de  fémur  encontrado  el  año  pasado  en  Serengeti,  porque  el  año  próximo  habrá  otro  nuevo fragmento y otros nuevos titulares y otros nuevos árboles genealógicos de recambio en las páginas interiores de los  periódicos.  Todos  esos  árboles  genealógicos  comparten  la  misma  estructura.  Identificarán  especies  en  la parte  superior  del  ábol —especies  vivas  o  extinguidas,  como  los  monos  o  los  lémures—,  pero  se  negarán  a localizar ninguna especie identificable en cualquier rama del árbol genealógico. Uno de los máximos defensores del diseño inteligente es Jonathan Wells, miembro del Instituto Discovery, doctor en Biología Molecular por la Universidad de Berkeley. «Aunque los archivos fósiles estuvieran completos, y conservaran todos los caracteres deseados, no establecerían que la homología se debe a un antepasado común», escribió en Icons of Evolution. El problema fue ilustrado, de forma involuntaria, por Tim Berra, profesor de Zoología del Estado de Ohio. En un  libro  escrito  en  1990,  en  el  que  Berra defendía  la  evolución  darwiniana  contra  sus  críticos,  comparaba  los registros  fósiles  con  una  serie de  modelos  de automóviles.  «Todo  evoluciona,  en  el  sentido de  "descendientes con  modificaciones",  tanto  si  se  trata  de  política  gubernamental,  coches  deportivos  u  organismos»,  escribía Berra.Su argumento era éste: Si usted compara un modelo Corvette de 1953 con otro de 1954, parte por parte, y  después  un  modelo  de  1954  con  otro  de  1955  etcétera,  el  más  reciente  mostrará  evidentemente  unas modificaciones  superiores.  Esto  es lo  que  (los paleontólogos)  hacen  con los  fósiles,  y la  prueba es  tan  sólida  y comprensible  que  no  puede  ser  negada  por  una  persona  razonable?  (El  énfasis  figura  en  el  original).  Esto muestra  la  dimensión  de  la  dificultad  que  tienen  los  evolucionistas  para  creer  algoque  se  halle  fuera  de  su cajita  particular.  Como  hacía  notar  Jonathan  Wells,  Berra  «presenta,  en  realidad,  la  utilización  de  una secuencia  de  similitudes  como prueba  de  la teoría de  Darwin.  Todos  sabemos  que  los automóviles  se  fabrican según  arquetipos  (en  este  caso,  proyectos  diseñados  por  ingenieros);  por  consiguiente,  está  claro  que  puede haber  otras  explicaciones  para  una  secuencia  de  similitudes,  además  de  estos  "descendientes"  modificados». Phillip  E.  Johnson  identificaba  esto  como  «el  disparate  de  Berra».  La  secuencia  del  automóvil  Corvette, escribía Johnson, «no ilustra en absoluto la evolución natural. Ilustra lo inteligentes que son los diseñadores, al lograr  sus  objetivos  añadiendo  variaciones  al  proyecto  básico.  Sobre  todo,  dichas  secuencias  no constituyen prueba alguna que apoye la afirmación de que no hay necesidad de un Creador... Por el contrario, demuestran que  lo  que  los  biólogos  presentan  como  una  prueba  de  la  «evolución»,  o  «antecesor  común»,  resulta  tan probable como lo es la prueba de un diseño común»9. La obra de Wells Icons of Evolution: Science or Myth?, igual  que  la  obra  de  Behe,  representó  un  hito  en  el  movimiento  del  diseño  inteligente.  En  lugar  de  apuntar simplemente  a  las  dificultades,  Wells  atacaba.  El  subtítulo  del  libro  era  «Por  qué  está  equivocado  lo  que enseñamos  sobre  la  evolución».  He  aquí  algunos  de  los  ejemplos  presentados  por  Wells,  que  muestran  en dónde se inventaron, o se representaron inadecuadamente, las pruebas; o en dónde se suprimieron las pruebas contradictorias.

El embrión de Haeckel

Darwin  pensó  que  «con  mucho,  la  clase  más  fuerte  de  hechos»,  a  favor  de  su  teoría,  procedía  de  la embriología. Se apoyaba en el biólogo alemán Ernst Haeckel, cuyos dibujos de embriones de diferentes clases de vertebrados los mostraban idénticos en sus primeros estadios. Solamente se iban haciendo apreciablemente diferentes  a  medida  que  se  desarrollaban.  Éste  era  el  modelo  que  Darwin  encontraba  tan  convincente.  A  lo largo  de  todo  un  siglo  los  biólogos  han  podido  saber  que  los  embriones  de  los  vertebrados  nunca  se  parecen tanto  como  los  que  dibujó  Haeckel.  Está  claro  que  en  algunos  casos  Haeckel  utilizó  simplemente  el  mismo grabado en madera para embriones que fueron representados después como pertenecientes a clases diferentes. En  otros  casos,  adecuó  sus  dibujos  para  hacer  que  los  embriones  aparecieran  más  semejantes  de  lo  que realmente eran. Los contemporáneos de Haeckel criticaron su trabajo, y los cargos de fraude que se le hicieron durante  su  vida  fueron  abundantes.  En  1997,  el  embriólogo  británico  Michael  Richardson  y  un  equipo internacional  compararon  los  dibujos  de  Haeckel  con  fotografías  de  vertebrados  actuales,  demostrando  de forma concluyente que aquellos dibujos no representaban la verdad. Richardson decía en Science: «Pareceque se  está  convirtiendo  en  uno  de  los  mayores  fraudes  realizados  en  biología»10.  No  obstante,  los  dibujos  de Haeckel se podían encontrar en la mayoría de los textos de biología, cuando salió a la luz la obra de Wells ( y posiblemente  se  pueden  encontrar hoy  día).  Stephen  Jay  Gould  escribió  que  deberíamos  «sorprendernos  y avergonzarnos por los cientos de copias sin sentido a que han dado lugar esos dibujos en un gran número, si no en la mayoría, de los modernos textos»

Las polillas moteadas

Darwin no tenía pruebas directas de la selección natural cuando escribió El origen de las especies, por lo que  tuvo  que  dar  libre  curso  a  ilustraciones  imaginarias.  En  los  años  cincuenta  del  siglo  XX,  Bertrand Kettlewell  creyó  encontrar  pruebas  concluyentes  de  la  selección  natural  en  Gran  Bretaña.  Durante  el  siglo anterior, la mayoría de las polillas moteadas de Inglaterra habían pasado de tener unas manchas claras a unas manchas oscuras. Se creyó que la coloración oscura les proporcionaba un mejor camuflaje en los troncos de los árboles,  asimismo  oscurecidos  por  la  polución,  protegiéndolas  de  las  aves  predadoras.  Para  demostrar  esto, Kettlewell  soltó  polillas,  oscuras  y  claras,  cerca  de  árboles  en  bosques  polucionados  y  no  polucionados,  y después  observó  qué  tipo  de  polillas  comían  preferentemente  los  pájaros.  Tal  y  como  se  esperaba,  las  aves capturaban  las  polillas  más  claras  en  los  bosques  polucionados  y  las  más  oscuras  en  los  que  estaban  menos polucionados.  Kettlewell  llamó a  esto,  en  la  revista  Scientific  American,  «la  prueba  que  le  faltaba  a  Darwin». Las polillas moteadas se convirtieron pronto en el mejor ejemplo de la selección natural en acción y la historia fue  mencionada  en  los  textos  de  biología,  ilustrada  por  fotografías  de  las  polillas  sobre  los  troncos  de  los árboles. Sin embargo, durante la década de 1980, los investigadores descubrieron que las polillas moteadas no se posaban normalmente sobre los árboles. Volaban durante la noche y, aparentemente, se escondían bajo las ramas  durante  el  día.  Al  soltarlas  sobre  los  troncos  a  la  luz  del  día  Kettlewell  había  creado  una  situación artificial, por lo que muchos biólogos consideran ahora que sus resultados no son válidos. Por lo que se refiere a  las  fotografías  de  las  polillas  sobre  el  tronco  de  los  árboles,  todas ellas  estaban  trucadas.  Los  fotógrafos incluso  habían  pegado  a  los  troncos  polillas  muertas.  Las  personas  que  hicieron  esos  montajes  pensaron  que estaban representando una situación auténtica, pero se equivocaban. Sin embargo, todavía se utiliza esto como prueba de la selección natural en los textos actuales de biología.

El árbol de la vida

 Como  todos  los  seres  vivos  van  modificando a  sus descendientes  partiendo  de una, o de pocas,  formas originales, el darwinismo afirma que la historia de la vida debería parecerse a un árbol lleno de ramas. Pero se ha  demostrado  que  esto  no  es  verdad.  Los  registros  fósiles  muestran  que  importantes  grupos  de  animales aparecieron totalmente formados casi al mismo tiempo en una «explosión cámbrica», en lugar de descender de un  antepasado  común.  Darwin  lo  sabía  y  lo  consideró  una  seria  objeción  a  su  teoría.  Pero lo  atribuyó  a  la imperfección de los registros fósiles y creyó que la investigación futura supliría a los antepasados que faltaban. Pero casi 150 años de recolecciones de fósiles han agudizado el problema. En lugar de ser al principio cuando aparecieron  pequeñas  diferencias,  las  mayores  surgieron  justamente  desde  el  principio.  Algunos  expertos  en fósiles  advierten  que  esta  «evolución  de  arriba-abajo»,  contradice  el  modelo  presentado  por  la  teoría  de Darwin. No obstante, la mayoría de los textos de biología no mencionan la explosión cámbrica, y mucho menos señalan  el  reto  que  significa  para  la  teoría  darwiniana  de  la  evolución.  El  biólogo  molecular  canadiense,  W. Ford Doolitle, no cree que el problema desaparezca, y en 1999 especuló que los científicos «han fracasado a la hora  de  encontrar  el  "auténtico  árbol".  A  pesar  de  ello,  los  textos  de  biología  continúan  asegurando  a  los estudiantes  que  el  Árbol  de  la  Vida  de  Darwin  es  un  hecho  científico  absolutamente  confirmado  por  las pruebas.  Sin  embargo,  al  juzgarlopor  las  auténticas  pruebas  fósiles  y  moleculares,  se  trata  de  una  hipótesis disfrazada de hecho.

Construyendo edificios... en un frasco

En  1953  se  informó  ampliamente  de  que  los  científicos  Stanley  Miller  y  Harold  Urey  habían  logrado crear  «los  bloques fundacionales  de  la  vida»  en  un  frasco.  Imitando  lo  que  se  creía  que  habían  sido  las condiciones  naturales  de  la  atmósfera  primaria  de  la  Tierra,  y  añadiendo  una  chispa  eléctrica  a  la  mezcla, Miller  y  Urey  habían  formado  aminoácidos  simples.  Como  éstos  eran  los  «bloques  fundacionales  »  de  las proteínas, y las proteínas eran «los bloques fundacionales» de la vida, se creyó que los científicos podían haber creado organismos vivos. Parecía una dramática confirmación de la evolución. Después de todo, la vida no era «un milagro». No era necesario ningún agente externo ni ninguna inteligencia divina para crearla. Júntense los gases adecuados, añádase una chispa eléctrica, y la vida estará a punto de aparecer. Cari Sagan podía predecir confiadamente en la televisión que los planetas que orbitaban esos «billones y billones» de estrellas del espacio deberían  estar  rebosando  vida.  Había  un  problema,  sin  embargo.  Los  científicos,  en  su  experimento,  nunca fueron  capaces  de  crear  más  allá  de  sencillísimos  aminoácidos;  y  la  creación  de  proteínas  empezó  a  verse  no como un pequeño paso, o unos pocos pasos, más, sino como un gran paso, tal vez, inabordable. Un aminoácido es   con   respecto   a   un   organismo   viviente   lo   que   una   letra   del   alfabeto   a   una   obra   de   Shakespeare. Posteriormente,  durante los anos  setenta,  los  científicos  empezaron a  creer  que  la atmósfera primordial  de  la Tierra no tenía nada que ver con la mezcla de gases utilizada por Miller y Urey. En lugar de un medio ambiente rico en hidrógeno, probablemente consistiera en gases emitidos por los volcanes. Se pusieron esos gases en el aparato  ideado  por  Miller-Urey,  pero  el  experimento  no  funcionó  en  absoluto.  A  pesar  de  ello,  los  textos continúan  utilizando  el  experimento  de  Miller-Urey  para  argumentar  que  los  científicos han  demostrado  un primer  paso  en el  descubrimiento del origen  de  la  vida.  En  estas  afirmaciones  puede  incluirse  The Molecular Biology  of the Cell, obra  de la  que  es  coautor  Bruce Alberts,  presidente  de  la  Academia Nacional de  Ciencias. Pero  se  omite  decir que  los  mismos  investigadores  reconocen  ahora  que  siguen  sin  comprender  el  auténtico origen de la vida.

Las especies de Darwin

Veinticinco  años  antes  de  que  Darwin  publicara  El  origen  de  las  especies,  ya  formulaba  sus  ideas  de naturalista a bordo del buque británico de investigación, Beagle. Cuando el buque visitó las islas Galápagos en 1835,  Darwin  recogió  especímenes  de  la  vida salvaje local,  incluyendo  algunos  pinzones. Aunque los pinzones tengan muy poco que ver con el desarrollo de la teoría de Darwin, han atraído una considerable atención de los biólogos modernos como una prueba de la teoría de la selección natural. En los años setenta, Peter y Rosemary Grant  advirtieron  un  5  por  ciento  de  aumento  en  el  tamaño  del  pico  de  los  pájaros,  después  de  una  notable sequía,  debido  a  que  las  aves  habían  tenido  que  alimentarse  exclusivamente  de  semillas  de  cascara  dura.  El cambio,  aunqueera  significativo,  resultaba  pequeño.  Sin  embargo,  algunos  darwinistas  afirmaron  que  esto explicaba cómo las especies de pinzones se habían originado por primera vez. En 1999, un folleto publicado por la  Academia  Nacional  de  Ciencias  describía  a  los  pinzones  de  Darwin  como  un  «ejemplo  particularmente contundente» del origen de las especies. Al citar el trabajo de Grant, el folleto explicaba cómo «un solo año de sequía  en  las  islas  puede  llevar  a  cambios  evolutivos  en  los  pinzones».  Y  se  calculaba  que  «si  las  sequías  se producen en las islas aproximadamente una vez cada diez años, podrían surgir nuevas especies de pinzones en tan solo un par de siglos». Pero no se decía que los picos de los pinzones volvieron a su tamaño normal cuando de  nuevo  llegaron  las  lluvias.  No  se  había  producido  ninguna  auténtica  evolución.  De  hecho,  varias  de  estas especies  de  pinzones  parecen  haber  surgido  más  por  hibidración,  que  por  la  selección  natural  que  apoya  la teoría  de  Darwin.  El deseo  de  mantener  las pruebas, a  fin  de  dar la  impresión  de  que  los  pinzones de Darwin confirmaban  la  teoría  evolutiva,  bordeó  el  fraude  científico.  Como  escribió  Phillip  Johnson  en  el  Wall  Street Journal, en 1999: «Cuando nuestros científicos más eminentes tienen que recurrir a este tipo de distorsiones, que  llevarían  a  la  cárcel  a  cualquiera  que  explotara  tales  historias,  uno  se  da  perfecta  cuenta  de  que  tienen problemas».

Sobre la tendencia a formarse infinidad de variedades partiendo de un tipo original

En  una  carta  que  Alfred  Russell  Wallace  envió  a  Darwin  en  1858,  le  proponía  algo  muy  parecido  a  la propia teoría darwiniana. El documento de Wallace se presentó en la Sociedad Linneana un año después, junto con escritos tempranos de Darwin que establecían un descubrimiento compartido. La contribución de Wallace se tituló «Sobre la tendencia a formarse infinidad de variedades partiendo de un tipo original». Esta supuesta tendencia  se  encuentra  implicada  en  la  teoría  de  la  evolución,  una  «desviación  indefinida»  constituye  una predicción  de  la  teoría.  Si  la  evolución  desde  el  magma  primordial  hasta  los  animales  vivos  de  hoy  día  es verdad, entonces tiene que haber ocurrido la desviación indefinida a partir del tipo original. Los evolucionistas no  han  sido  capaces  de  demostrarlo  en  el  laboratorio,  pero no  por  falta  de  pruebas.  Tanto  Wallace  como Darwin establecieron su teoría de la selección por analogía con los experimentos de los criadores de animales. Darwin  crió  palomas  por  su  cuenta  y  se  pasó  mucho  tiempo  con  los  criadores.  Estaban  interesados  en desarrollar  ciertas  características  (longitud  de  las  alas,  grosor),  y  advirtieron  que  las  crías  de  una  pareja seleccionada  enriquecían  los  rasgos  que  mostraban  sus  progenitores.  Pero  los  cuidadores  notaron  que  si seguían   «empujando»   al   animal,   mediante   repetidas   selecciones,   para   lograr   determinados   rasgos,   la descendencia  tendía,  al  cabo  de  algunas  generaciones,  a  volver  a  sus  rasgos  más  pobres.  Había  un  límite  de variabilidad más allá del cual era difícil, quizás imposible, empujar a las especies. Podían moverlos en torno a un  círculo —flexible,  en el  caso  de  los  perros—pero  no  se  podía  salir  de  él.  Wallace  respondió  a  esta objeción diciendo  que  los  animales  que  se  cuidaban  estaban  muy  mimados  y,  por  consiguiente,  no  habían  tenido  que pelear. Los granjeros y cuidadores los protegían demasiado. En la vida salvaje, en la que tenían que enfrentarse a  la  «lucha  por  la  existencia»,  los  animales  ejercitaban  todas  sus  potencialidades.  Darwin  respondió  yéndose por la tangente, apelando a la retórica: «¡Cuán pasajeros son los anhelos y esfuerzos del hombre! ¡Cuán breve es  su  tiempo!  Y,  consecuentemente,  ¡cuán pobres  serán  sus  producciones,  comparadas  con  aquellas  que acumuló la Naturaleza durante periodos geológicos completos!».Los  cuidadores  se  limitaban  a  poner  a los  animales  en  un  corral  y  a  dejarlos  tranquilos  en  él.  La naturaleza, por su parte, estaba «escrutándolos cada día, cada hora», «trabajando callada e insensiblemente... en  el  mejoramiento  de  cada  ser  orgánico».  Y  por  tanto  la  selección  natural  podía  hacer  lo  que  la  selección humana  había  sido  incapaz  de  mostrar.  En  resumen,  la  experiencia  de  los  cuidadores  era  rebatida  por  la retórica, la analogía y la extrapolación. Darwin argumentaba en la primera edición de El origen de las especies, que,  con  tiempo  suficiente,  no  sería  exagerado  afirmar  que  los  osos  podrían  convertirse  en  ballenas.  Los experimentos empezaron en la mosca de la fruta hace unos cien años, y desde entonces han proseguido. Con un ciclo  de  vida  de  dos  semanas,  la  mosca  de  la  fruta  es  el  insecto  experimental  ideal.  Las  hembras  producen cientos de huevos, su genoma ya ha sido «descodificado» y ha mostrado tener la mitad de los genes que poseen los  humanos.  La  mosca de  la  fruta  ha  sido el  instrumento  escogido para estudiar los  efectos  de  la  presión  del proceso selectivo, en cientos de generaciones y decenas de miles de experimentos. Tanto la temperatura como muchos otros factores medioambientales han sido modificados. En 1926 el genetista Hermann J. Muller hizo el famoso descubrimiento de que losrayos X modifican los genes. Durante un buen número de años se pensó que el tratamiento de rayos X en la mosca de la fruta podría constituir uno de los métodos más prometedores para observar la transformación del insecto en algo que ya no fuese mosca de la fruta. Las esperanzas puestas en el posible  descubrimiento  eran  elevadas.  «Un  nuevo  descubrimiento  acelera  la  evolución»,  informaba  en  1928 Scientific  American.   «Los   experimentos   del  profesor  Muller   significan   (que)   los   cambios   evolutivos,  o mutaciones, pueden  producirse  150  veces  más  deprisa  con  la  utilización  de  los  rayos  X  que  través  de  los procesos ordinarios de la naturaleza». Así pues se encontraban en el buen camino, o al menos eso parecía. Pero la   mayoría   de   las   moscas   murieron   directamente,   y   sus descendientes,   que   quizás   sugiriesen   alguna «incipiente»  especialización,  no  se  mostraron  muy  interesadas  en  seguir  con  el  juego.  Muller  produjo  una mosca  de  la  fruta  «sin  ojos»;  pero  al  cabo  de  diez  generaciones  se  encontró  que  los  descendientes  habían regresado a la normalidad. ¡Habían vuelto a tener ojos! De todos modos, Muller consiguió el Premio Nobel en 1946.  Mientras  tanto  seguíamos  oyendo  hablar de  los  cuidadores  y  de  los horticultores,  el  más  famoso  de  los cuales  fue  Luther  Burbank.  Se  pasó  lo  mejor  de  sus  cincuenta  años  cruzando  flores  y  frutas  en  Santa  Rosa, California.  Tuvo  ocasión  de  observar  una  «ley»  completamente  distinta,  la  ley  de  regreso  al  promedio.  Su experiencia  muestra  un  agudo  contraste  con  la  teoría  de  los  evolucionistas,  todavía  sin  comprobar,  de  la «marcha  indefinida». Por  mi  experiencia  sé  que  puedo  desarrollar una  ciruela  de  cualquier tamaño,  desde un centímetro  y  medio  a  más  de  cinco,  pero  he  de  admitir  que  no  he  logrado  obtener  una  ciruela  que  sea  tan pequeña  como  un  guisante  otan  grande  como  un  pomelo.  Tengo  margaritas  en  mis  jardines  tan  pequeñas como la uña de un dedo y otras que llegan a medir más de quince centímetros; pero no he logrado desarrollar una  que  sea  tan  grande  como  un  girasol,  y  creo  que  nunca  lo  lograré.  Tengorosas  que  florecen  durante  seis meses  al  año,  pero  no  tengo  ninguna  que  pueda  florecer  durante  los  doce  meses,  y  creo  que  jamás  lo conseguiré. En resumen, existen límites para un desarrollo posible; y esos límites obedecen a una ley.Pero,  ¿qué  ley?  Y  ¿por  qué?  Los  experimentos  llevados  a  cabo  nos  han  dado  pruebas  científicas  de  lo que  ya  habíamos  adivinado  por  la observación;  es  decir,  que  las  plantas  y  los  animales  tienden  a  volver,  a  lo largo de sucesivas generaciones, a un tipo de desarrollo medio... Es indudable que hay una tendencia hacia ese promedio, que mantiene a todos los seres vivientes dentro de unos límites más o menos fijos. No hubo ningún premio Nobel para Luther Burbank. No era una persona religiosa, e incluso publicó un folleto titulado «Por qué soy  un  incrédulo»,  por  el  que  fue  muy  denostado.  Fue  seguramente  un  científico;  y  hoy,  tras  cien  años  de experimentos  infructuosos  con  la  mosca  de  la  fruta,  tenemos  la  impresión  de  que  su  Ley  de  la  Reversión  al Promedio puede verse mejor confirmada que la ilusoria tendencia a formarse infinidad de variedades partiendo de un tipo original. Los floricultores siguen buscando una rosa azul (no teñida), o un tulipán negro, los premios codiciados,  pero  elusivos,  de  la  floricultura.  Al  discutir  el  prolongado  fracaso  de  los  darwinianos  para demostrar  la  especialización,  Jonathan  Wells dijo:  A pesar  de los  muchos y  heroicos  experimentos  realizados durante   los   pasados   cuarenta   años,   lo   mejor   que   se   ha   podido   lograr   son   reproducciones   parcial   o temporalmente    aisladas.    Tras    décadas    de    intentar    infructuosamente    encontrar    pruebas    para    una especialización neodarwiniana, los neodarwinistas han llegado ahora a la conclusión de que no hay que esperar encontrar  tales  pruebas  porque  la  especialización  lleva  mucho  tiempo. Y  añadía  el  siguiente  comentario: Afirman  los  darwinistas  que  sus  teorías  están  tan  completamente confirmadas  por pruebas abrumadoras  que es  un  «hecho»  incontrovertible  que  debe  estudiarse  sin  discusión  en  las  clases  de  biología  y  de  ciencia.  No obstante, toda  la  evolución  darwiniana  depende  de  la  teoría  del  origen  de  las  especies.  Pero,  ¿cómo  puede hablarse de la evolución darwiniana desde las amebas a los mamíferos, si ni siquiera se ha podido demostrar el origen  de  una  especie  de  mosca  de  la  fruta  a  partir  de  otra  especie  de  moscas  de  la  fruta?  El  origen  de  las especies es el punto de partida de todas las aparatosas afirmaciones sobre la «descendencia con modificación», incluyendo  un  antepasado  común  y  el  poder  creativo  de  la  selección  natural..  Ésta  es  la  razón  por  la  cual Darwin tituló su obra magna Sobre el origen de las especies y no «Cómo se modifican en el tiempo las especies existentes.  Se  acostumbra  a  hablar  del  «eslabón  perdido».  Hoy  día  no  está  claro  que  haya  ningún  eslabón. Tiran  y  empujan,  elevan  la  temperatura  y  la  vuelven  a  bajar,  y  estudian  durante  un  centenar  de  años  a  las moscas de la fruta. Trabajan con los rayos X y no paran de enredar con sus ordenadores; deletrean punto por punto los criterios del genoma. Pero la mosca de la fruta y su descendencia, las únicas que sobreviven al calor y a los rayos X, siguen volando en el laboratorio, alimentándose como siempre de frutas estropeadas y esperando que les suceda algo más interesante. Los científicos también aguardan un milagro, diciéndose que la evolución es  un  hecho;  disfrutando  de  su  monopolio  y  asegurando  a  todo  el  mundo  que  no  debería  enseñarse  el creacionismo en los colegios, porque eso es religión y no ciencia."

Tom Bethell
Traducción de Mario Lamberti Tomado de:“GuíapolíticamenteincorrectadelaCiencia”Capítulo 9






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