Canción de la luna primera
Luna primera,
luna marinera,
con tu cara lavada
de colegiala nueva.
Luna primera,
rosa, azul, blanca,
esta primavera.
Boga que boga,
navega que navega,
cayó sobre el mar,
verde carretera.
Doncellita callada,
que no es niña parlera,
con un lirio en la frente,
y un alma de jilguera.
Corre que corre,
vuela que vuela,
que el silencio te asusta,
que la noche está muerta.
Luna primera,
luna marinera,
blanca como la vela
y la mañana incierta,
te encontré en alta mar,
te encontré en la ribera,
con el vestido roto
y con las trenzas sueltas.
¡Ay, cómo te temblaban
las carnecitas yertas!
Anda que anda,
rueda que rueda,
con el viento que clava
-¡caricia traicionera!-
puñaladas de besos
en tu espalda magnética,
y el mar riendo a olas
tu terror de soltera.
El mundo te era malo
esta primavera,
sola por los caminos,
pobre luna primera…
Elisabeth Mulder
Credo
Porque tu gracia es pura,
creo en tu gracia, flor;
y en la tuya, celeste criatura
de amor.
Creo en tu fortaleza,
árbol potente,
y creo en tu belleza
¡oh, Madona doliente!
y en la suave tristeza
que te nimba la frente.
Hombre, yo creo en tu honradez
y en el duro trabajo de tu mano
y en tu mente que crea
día tras día por el bien humano
con el resplandor vivo de la idea.
También creo en ti, gusano.
Creo en la estrella
como creo en el lodo,
porque todo destella,
porque todo ilumina
a su modo.
Y porque creo en su doctrina
creo en Dios ante todo.
creo en el agua cristalina
y en la alta roca enhiesta;
y en la mañana campesina
y en la noche de fiesta
galante.
Creo en la espina
y creo en el diamante.
creo en ti, serpiente de ponzoña llena,
en ti, maléfica sirena
sensual;
y en ti, abeja de néctar borracha;
y en ti, pobre muchacha
sentimental.
Abismo, creo en ti.
Mar, en ti creo.
Y en ti, dolor que abundas;
y en ti, risa que todo lo fecundas.
Aire, aunque ni te palpo ni te veo
creo en ti, pies me circundas,
creo en ti, pues te deseo.
Zarzal, yo creo en ti.
Y en ti, soleado
fruto maduro.
Y en ti, pasado,
y en ti futuro,
y en ti, volcán hirviente;
y en ti, playa de Oriente
que nunca vi.
solamente…
¡Ah, solamente
no creo en mí!
Elisabeth Mulder
El pulpo
Una noche soñé que un pulpo me quería.
¡Oh la indecible angustia de aquella aberración!
Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día
dijérase que había perdido la razón.
¿Alguien ha visto un pulpo acercársele quedo,
asqueroso y lascivo, monstruoso y feroz?
Por vez primera supe qué es ser presa del miedo,
qué es hundirse en la sima de una demencia atroz.
Él caminaba siempre, y yo huía, yo huía;
sus tentáculos eran como una maldición
caída del infierno sobre la carne mía
que crispaba el espanto de la alucinación.
¡Qué terror! Se me helaban los gritos en la boca.
¡Qué terror! No acertaba ni auxilio a demandar.
Y él avanzaba siempre, y yo, como una loca,
ni siquiera sabía hacia dónde escapar.
Un tentáculo horrible sobre mí iba a caer
como una helada mano blancuzca y amarilla,
cuando al fin dando un grito que sacudió mi ser
desperté sollozando de aquella pesadilla
que me hizo conocer el infierno del pánico,
el dolor de lo innoble, el terror de lo infecto
encarnado en lo inmundo de aquel pulpo satánico,
tenebroso y maldito, misterioso y abyecto.
Si en mis ojos a veces un terror pavoroso
refleja la impotencia de un grito silencioso,
si parece que miro una horrenda visión,
si a veces en mis labios hay un temblor de agonía,
es desde que soñé que un pulpo me quería.
¿Cómo olvidar la angustia de aquella aberración?
Elisabeth Mulder
Elogio de la risa
¡Saludad a la risa que pasa!
¡Respetad a la jocunda masa
que tiene por bandera un cascabel!
La vida es vieja y fea; necesita una gasa
que ciña alegremente su cabellera rasa,
como una triunfante corona de laurel.
No busquéis a la risa su razón matemática.
No indaguéis si sus ecos distraen al alma extática
o si encierran sus sones mil formas de fingir.
¿Qué importa que una vieja desquiciada y apática
ría apáticamente? ¿O que alguna lunática
trunque en bruscos desmayos su histérico reír?
Lo importante es la risa. Lo esencial el sonido
que nos sacuda el alma. Sea real o fingido,
tiene sobre nosotros su vibrar tal poder
que unas veces nos calma y otras nos da el olvido,
y así un gozo mecánico que empezó indefinido
acaba y se resuelve en sincero placer.
¡Saludad a la risa! ¡Respetad sus blasones!
Ella es la dulce musa que da preciosos sones,
y el juego de sus viñas tiene fulgor de gema.
Amad sus locas huestes: los payasos burlones,
los ciegos optimistas, los alegres histriones
y todos los que hicieron de la risa su emblema.
¡Saludad a la risa! Su armonía
es el himno más grande, la poesía
más pura que en el libro del mundo escribiréis.
¡Dad al viento sus sones, gozad su melodía,
reíd con alma y nervios, porque pensad que un día
tendréis tierra en la boca… y nunca más reiréis!
Elisabeth Mulder
"Lo escribí con sangre: tómalo sangriento. Lo escribí con llanto: toma su lamento. Lo escribí angustiada: toma su inquietud; tal como ha nacido, lo recibes tú."
Elisabeth Mulder
Roja, toda roja…
Roja, toda roja vi siempre la vida;
como una inmensa hoguera
donde quemaba bien
mi pobre corazón, rojo también.
Todo rojo el camino,
todo rojo el sendero
a seguir
y el día a vivir,
y rojo el mundo entero.
Rojo de amor,
y de dolor
y de horror…
En ese vasto incendio
(brasa, flama, carbunclo),
que todo centelleante apareció,
en esa luminaria,
¿qué había de ser yo,
alma furtiva
y temeraria,
qué había de ser yo
sino una llama viva?
Elisabeth Mulder
“Una mujer que canta, entre tanta mujer que grita.”
Elisabeth Mulder
Se refiere a Ana María Martínez Sagi
¿Y no más?
¿Es posible?
¿Esto sólo
y no más?
¿Este lodo
amasado
con oro,
este lloro
apagado,
esto, todo,
y no más?
¿Esta angustia,
este miedo,
esta vida
ya mustia,
ya herida
de penas
apenas
nacida
al acaso;
este ritmo,
este modo,
este paso,
esto, todo,
y no más?
¿Esto sólo
que ahora es
por siempre
jamás?
¡Imposible,
imposible!
¡Después
ha de haber más!
Elisabeth Mulder
Yo misma
¡Si pudiera salir de mí
Acaso me salvaría!
Tal vez se marchitaría
Como una flor
el dolor
en que mi vida se abisma
si no diera a lo exterior
tan gran parte del horror
de mí misma
Un misterioso capuz
me oculta a la vida extraña
que fuera de mí florece.
Al acercarme a la luz
Me transformo en niebla huraña
que la tamiza y empaña
hasta que la luz fenece.
¡No poder nunca ver nada
como los otros lo ven!
Tener luz propia: alborada;
Y sombra propia: la nada,
Y en este luchar eterno
Por apartarme de mí
ser esclava del infierno
fatal donde me sumí
por ignorar lo que hacía.
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría!
¡Pero no puedo!
En vano mi alma buscó
algo distinto a su «yo»
en la misteriosa prisma
de la vida donde ahondó,
porque tan sólo encontró
un reflejo de si misma.
¡Y fue una imagen tan triste
La que acertara a mirar
que ahora el alma se resiste
a volverla a contemplar!
¡Y ahora es tarde!
Es ella sola, yo sola,
lo que en la vida he de ver.
¡Estandarte que tremola
sobre la hoguera y la ola,
sobre el dolor y el placer;
mi sombra, que huye de mí
cuando avanzo hacia una cosa,
mi sombra, ¡Oh fatalidad!,
compás, pauta, ritmo, norma,
mi sombra, que a todo da
los contornos de mi forma!
Y es triste, cuando uno ama
Lo externo, vivir así:
sin más noche que su noche,
sin más llama que su llama,
en febril
agitación,
arrimándose al candil
de su propio corazón
que se alimenta de su pena.
¡Es triste vivir así
cuando uno adora la ajena
palpitación!
¡Prisionera!
Prisionera en la demente
Personal limitación
del plano en que me coloco.
Y es tal la concentración
en que me llego a abismar,
que aunque me adelante un poco
sólo consigo avanzar
las rejas de mi prisión.
Como figuras lastimosas
vuelven a mí todas mis penas.
Soy de esas almas misteriosas
esposadas con sus esposas
y atadas con sus cadenas.
Yo soy mi propio carcelero.
Soy mi tirano y mi señor.
Yo soy el propio constructor
del patíbulo donde muero.
Abrasada en mi misma llama
y asfixiada en mi mismo humo,
en vano la paz mendigo
porque ha de morir conmigo
el fuego en que me consumo.
Mi cuerpo es tan sólo un cirio.
¡Oh fuego, blasón y emblema
de esta existencia que quema
con convulsión de delirio!
Mientras viva no veré extinto
el fuego de mis hogueras,
como no escaparé del recinto
de mis fronteras.
Sin otro que mi sol,
sin otra losa que mi losa
para ocultar mi existencia;
sin otro estol que mi estol
para seguir mi demencia
terrible y maravillosa,
soy igual que una alquimista
portentosa
filtrando de su crisol
el extracto de su esencia
misteriosa.
Soy la eterna sombra, que avanza
ante mí quiero ir lejos.
Soy la noche de mi esperanza.
¡Soy un reflejo de reflejos!
Y es triste vivir así
cuando hecho polvo de rubí
todo mi ser disgregaría…
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría
Elisabeth Mulder
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