Alegría de la mañana blanca

Son
las nubes
de almidón.
¡Estoy de besos henchido
como una vela blanca!
Alza mi alma un sonoro
cáliz de ritmo de plata
en la misa del sol y del verso
bajo los cúmulos de algodón.

Esta es la fiesta de un hombre
que emborrachó de emoción.
¿Quién te llevó por el río
para besarte la falda?
¿Quién te decía los versos
y te confiaba las cartas?
¿Quién te apretaba el meñique
y los besos te robaba?

¡Ah, las nubes de almidón
me poetizan la mañana!
Nadie te cuenta mis gozos
de almidón de nube blanca,
y tu sombra me persigue
por esta alegría larga...
¡Siga el canto! ¡Siga el canto!

Que el pecho me da en merengues
un corazón de guitarras!
Están de almidón los días
y de almidón las semanas:
días,
semanas,
días,
semanas
y siempre las alegrías
de almidón por las mañanas.

¿Quién sorprendió los cariños
y te contó las pisadas?
¿Quién se achicó en tus pupilas
por culpa de una mirada?
¡Ah, la mañana se asombra
de nubes almidonadas...!

Fiebre de luz y de sombra
violentamente contrastan,
las mismas que me dibujan
y en tus ojos me retratan.

¿Fiesta? La de tus ojos.
¿Parranda? La de tu cara.
Felicidad y alegría.
¡Triunfo de las nubes blancas!
Conviérteme todo en besos
para estamparme en tu cara.

Pedro Mir

Amén de mariposas

El autor bajo el título de 
Amén de mariposas 

A LA EMBAJADORA NORTEAMERICANA 
En México, El Año de 1914 
porque, durante la ocupación de Veracruz 
por tropas de su propio país, exclama: 

"¡Esta es la danza de la muerte 
y creo que nosotros tocamos el violín!" 

y por lo que en sus palabras suena de admonitorio, 
de desgarrador y quién sabe si hasta de maternal, 

dedica 

este poema 
cincuenta años después, 
cuando es más alegre el gatillo del violín, 
cuando más tumultuoso el delirio de la danza. 

"Mariposa: 
caricatura de aeroplano. 
Pulso de abismo, 
erudita de pétalos. 

Antes que las manos 
en la pared te mataron .. 
... los ojos de las niños...".

Pedro Mir


Concierto de esperanza para la mano izquierda

To love, and bear; to hope, till Hope creates
From its own wreck the thing it contemplates...

[Amar y soportar; esperar hasta que la Esperanza cree,
de sus propios despojos, aquello que contempla...]

-Shelly


Introducción

Los rodillos cayeron sobre los guijarros. Y
la aurora al bailar devino polvareda.
¡Oh, todo quedó reducido a polvo! ¡Polvo!

Hasta las mismas lágrimas vertidas
recobran su estructura polvorienta.

Un justo anhelo de morir despierto
para no perdurar solamente dormido.

Una equidad o ecuación o igualdad
universable del asesinato. Y por lo mismo
todo en polvo y sinrazón como un antiguo piano.

A esto ha quedado reducido este país.

A polvo. Puesto que nada permanece en pie.
Ni en piedra…

Y continuando el argumento frío
con que está construido este concierto
no queda más que un pérfido compás
que repetidamente apaga al instrumento vida.

Dada que simplemente equilibrando el tiempo
sobre una tensa cuerda, la vibración ecuánime
comporta resultados que se extienden timbremente
por sin sobre tras de la contienda humana.

Y no admitamos que pudo sufrirse más y todavía
puede sufrirse más cuando es sabido
que una fuerza superior y más rentable
decide el contenido de nuestras existencias.

Se puede ser más débil que el final proyectado
se puede ser más débil todavía. Sin embargo
la naturaleza misma de los pueblos constituye
un sistema de violencia un coro de conmoción
que denodadamente restablece la asonancia vida.

Una violencia tal que como tal violencia
no es más que una respuesta sí o una respuesta no.

Y es así como ha sido decretado que la muerte
definitivamente debe morir, quedar cumplidamente
muerta, airadamente muerta la misma muerte.

Desplazada y borrada de las calles nocturnas
y los viejos caminos. Echada de las casas
universitarias y los sindicatos en huelga.
Proscrita de los ríos y las húmedas solitarias
celdas. Del Código Penal. Y de la isla
de Santo Domingo situada en el Mar Caribe
donde el asesinato por temor y por terror
anuncia su pertinaz imperio sobre el mundo.

A capriccio

Este concierto
no ha sido copiado
de manuscrito alguno.

No ha sido extraído
de ninguna botella
descubierta en la playa.

Ni en los bolsillos
de un centinela exacto
que se quedó dormido.

Ni en las bodegas
de un galeón hundido
desde entonces.

La herencia de algún
pirata no lo ha dejado
en la arena.

Ni siquiera ha sido
escuchado en un piano
de cola todavía.

Este concierto
obedece a su propia
concreta situación
porque en esencia
todo ha sido reducido
a polvo. ¡Po1vo!

Y hay que ordenar
un toque de esperanza
al primer corneta
y al último redoblante
del batallón de
la mañana.

Andante

Los rodillos cayeron sobre los guijarros
exactamente aquella mañana proyectada en almejas.

Mas no fue solamente sobre la isla de Santo
Domingo -denominada en el Mar Caribe
cálidamente
patria mía- sino mucho más lejos, traspasando
las anchas cordilleras y las zonas volcánicas
de todo planisferio. Fue una conducta planetaria.
Un ecuménico establecimiento del abuso.

Puesto que si el derecho de propiedad
está constituido por algunas palabras
que estabilizan a las corporaciones y sostienen
sobre la alta espuma a la marina mercante
es porque algunos hombres bajo algunos almendros
ejercen la razón de que su casa es suya.

Y continuando el argumento frío
que sirve de pentagrama a este concierto
la patria
es el derecho de propiedad más inviolable.

Y una patria es una sola patria
que cubre el universo en varios pasaportes
y no hay patria que se abalance sobre otra patria.

Y el tanque no es la norma física ni el portaviones
el orden natural. Ni el rascacielos constituye
por razones de acero un mandamiento irrevocable.

Ni la cibernética le ocurre al hombre
como una hemotisis. Puesto que entonces
la escala se desprende de las cuerdas
y asciende en espiral a las frecuencias
más vividas, resuenan los trombones, la atmósfera
tiembla con la percusión desenfrenada del timbal
subdesarrollado, la orquesta universal retumba,
gran concierto de la humanidad sacude
sus entrañas, el tímpano lanza un alarido,
las leyes históricas trepidan bajo las patas
de los contrabajos mientras los violoncelos
del corazón humano resuenan para estallar
estrepitosamente en todos los confines
en un desentumecido solo de esperanza.

Solo de esperanza

La esperanza es un nido
y una semilla en el suelo.
La esperanza una flor
en forma de coliflor
que mastican lejanos
los camellos.

La esperanza es la raíz
en la humedad, y el arroyo
en el desierto.
El barco sobre la mar
y Federico en sus versos.

La esperanza es un concierto
popular
en los años duros
y en doscientos muertos.
El caballo en la montaña
y en Granada un monumento.

La esperanza es un cuartel
de policía consagrado
a cuidar la tranquilidad
del pensamiento
el orden del arcoíris
y la equidad del recuerdo.

La esperanza es la esperanza
convertida en ley
de los pueblos,
el pueblo convertido en ley
y la esperanza en Gobierno.

La esperanza es un Estado
de muchachas escribiendo
un plan quinquenal de niños
y una constitución del soneto.

La esperanza es contar con todo
lo que necesita el librero
y el obrero de obras públicas
para trazar un camino
que una a todos los pueblos
del mundo,
convierta a todas las patrias
en una sola patria,
reúna todos los brazos
en un solo trabajo
sideral y alegre,
lleve la flor y la coliflor
a los desiertos,
traiga invasiones de trigo
y de manzana a los centrales
azucareros.

Un río de lunas que gira
en el corazón del sistema
planetario y derrama
la médula del hombre
sobre la espuma del
firmamento.

La esperanza es la muerte
de lo que fuera antiguo
y ha sido eterno.
La esperanza es la muerte de la muerte.
La esperanza es la esperanza
de reanudar la juventud del pueblo.

Grave

¡Cuántos niños han muerto
a la sombra de nuestras esperanzas!
Nosotros los mayores no merecemos perdón.

Utilizamos la ternura para infundir
y las escuelas matutinas para inculcar
las estatuas callejeras para infligir
y los discursos en la plaza para perpetrar
y los manuales y las prédicas y los
premios dominicales y los programas
infantiles en la televisión y luego
los dejamos morir traspasados por
las bayonetas. ¡Cuántos niños han muerto
a la sombra de nuestras esperanzas!

Nosotros los mayores somos inventores
del cariño y luego productores de la bayoneta.
Nosotros acariciamos la esperanza y luego
somos los impávidos verdugos de la esperanza.

Hemos inventado la ley y el cumplimiento
de la ley. Hemos creado la vida y decretado
la muerte. Somos los treinta dineros
de nuestras propias alegrías. Merecemos
tristeza, merecemos eternamente la esperanza.

Vivir la realidad y estrangular
los sueños. Ajusticiarlos a quemarropa.
Ponerles nuestros nombres y asesinarlos.
Nosotros los mayores que hemos perdido
el respeto al pasado y asesinamos el futuro:

Los que decimos: ¡son los hijos ajenos!
como si fueran ajenos nuestros hijos
como si fueran hijos del árbol o de las rocas
a del crepúsculo boreal como si fueran
hijos de la llama y del ornitorrinco
como si fueran hijos de otros sistemas
solares o patrias cósmicas ultravioletas
coma si nosotros las mayores no fuéramos
los padres de los hijos a silos hijos
de los mayores fueran los hijos de los menores.

Somos nosotros los culpables. Somos
los implacables destructores de nosotros mismos.
No merecemos perdón. Merecemos la esperanza
eternamente sumergidos en la esperanza.

Cadencia

La esperanza es un muerto
con los labios mordidos.

La esperanza es crispar
los puños frente al olvido.

La esperanza es un tema triste
que resuena en un río negro
que llevamos dentro.

La esperanza es un íntimo
rencor cuando los pueblos
se desangran, cuando ha visto
el mundo llenarse de clamor
y sacrificio
no solamente el alma
de Santo Domingo
sino el tiempo el corazón
unánime del siglo
en todos los idiomas
y todos los delirios.

La esperanza es la hora
de impulsar la marcha
del reloj, de practicar
el barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
que amaba Federico.

La esperanza es el fin
de la Humanidad
si no torcemos el rumbo
del rodillo
Si una antorcha y un puño
no alzan los volcanes
y desbordan los ríos
de redención en redención
hasta la carcajada de los niños.

La esperanza es la última
vez
cuando por delante y por detrás
no queda otro camino
que la realidad golpeante
y golpeable
palpitante y palpitable
como un vals
sobre los cinco sentidos.

La esperanza es el fin
de la esperanza
y el comienzo
del destino
de la esperanza.

Diana

Este concierto
ha sido escrito
para una sola mano
porque en esencia
todo ha sido reducido
a polvo. ¡Polvo!
Y no subsiste nada.
Ni en pie ni en piedra.

Apenas la esperanza
llenándose de muerte
y esperando la muerte
de la esperanza
la abolible agonía
de la esperanza
cuando ya reverbera
la radiante explosión
de la realidad
brotando de los despojos
de la esperanza.

Y aquí concluye
entre nosotros
este convicto concierto
de la esperanza.


POUR TOI

Estoy de ti florecido
como los tiestos de rosas,
estoy de ti floreciendo
de tus cosas…
Menudo limo de amores
abona mis noches tuyas
y me florecen de sueños
como los cielos de luna…
Como tú mido los pasos
y la distancia es más corta,
hablo en tu idioma de amor
y me comprenden las rosas…
Es que ya estoy florecido.
Es que ya estoy floreciendo
de tus cosas.

Pedro Mir

Hay un país en el mundo

 Hay un país
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras
antiguas
o el día en los tejados.
Sencillamente
Frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad.
Con dos millones
suma de la vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falta del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
 un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar
cantando
            su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.

Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando
entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay
un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruido,
y la tierra no alcanza para bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
En un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho…
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y los hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y los hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción. 

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
            no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción. 

Pulmón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tiene órbita entre las piernas
no tiene sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.

País inverosímil.
    Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿de dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina
salud del oro
los campesinos no tienen tierra?
Esa es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
veinte veces lo digo y lo dije
son del ingenio
“nuestros campos de gloria repiten”
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arrojen la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.

Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana cosiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente muerte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo,
que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pie de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pie despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.

Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraídos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables. 

Y así
palor de luna
pasajeros
despoblados y agrestes del rocío,
van montañas y valles por el río
camino de los puertos extranjeros.

Es verdad que en el tránsito del río,
cordilleras de miel, desfiladeros
de azúcar y cristales marineros
disfrutan de un metálico albedrío,
y que al pie del esfuerzo solidario
aparece el instinto proletario.
Pero ebrio de orégano y de anís
y mártir de los tórridos paisajes
hay un hombre de pie en los engranajes.
Desterrado en su tierra. Y un país
en el mundo,
fragante,
colocado
en el mismo trayecto de la guerra.
Traficante de tierras y sin tierra.
Mat
erial. Matinal. Y desterrado.

Y así no puede ser. Desde la sierra
procederá un rumor iluminado
probablemente ronco y derramado.
Probablemente en busca de la tierra.
Traspasará los campos y el celeste

dominio desde el este hasta el oeste
conmoviendo la última raíz
y sacando los héroes de la tumba
habrá sangre de nuevo en el país
habrá sangre de nuevo en el país.

Y esta es mi última palabra.
Quiero
oírla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
Donde arde
una suplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después

No quiero más que paz.
Un nido
  de constructiva paz en cada palma
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.

Pedro Mir Valentín



Si alguien quiere saber cuál es mi patria

Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

Pedro Mir


Tarantela

Unidad de las anclas y las hélices,
estimadas en toda su alegría
navegadora. Unidad de las olas
en todas sus volubles golondrinas.

Unidad de las lanchas y de las redes
en la luna del pez y de la anguila,
sobrepecho del mangle y blancas hojas
en todas sus repúblicas reunidas.

Cal de huesos, nocturna belladona,
sustancia de la flor más escondida,
y toda la unidad de los colores
de todo mar, de toda travesía.

Unidad de la concha y de la arena,
unidad de la mujer y campesina.
Y a veces de zagala y tejedora,
besadora lunar y mal vestida.

Unidad de las calles y las casas
y acaso de la gente empobrecida,
del suburbio y la escuela y unidad
de todos los rincones de esta isla.

De este duro peñón, e este pedazo
de hueso de clavícula extendida
desde un lado del mar al otro lado
de una orilla salobre a la otra orilla.

Unidad de las lágrimas y el beso
de alerón de aeroplano y parabrisa,
de la clase firmeza y de la clase
fraternidad y de la clase espiga

y de la clase laborada y de la clase
sola y desnudamente campesina
y desde luego de la clase triunfo
o de la clase obrera que es la misma.

Unida de también y cuanto anhelo
de aquello que soporto y que tenía
hace ya largo tiempo menos sangre
y ahora tiene más sangre y menos vida.

Unidad de lo cierto y lo soñado
contenido en ¡qué amor! y me querías
porque un buque que parte hacia la noche
se hunde con las luces encendidas.

Unidad, unida, tronco liviano
pero fuerte, materia pensativa,
alborozo unidad, fiesta unidad,
sortilegio unidad que yo quería

para un país amargo pero amado,
para una consistente tentativa
para un pueblo dolor, una isla sueño,
toda en trance de amor y de rodillas.

Pedro Mir


Si alguien quiere saber cual es mi patria

Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.

Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguatadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.

No, no la busque.
Tendría que pelear por ella…

Pedro Mir





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