Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño
regresara a casa de jugar antes del anochecer. Para asustarlo, le dijo que
había unos espíritus que salían al camino tan pronto se ponía el sol. Desde
aquel momento, el niño ya no volvió a retrasarse. Pero, cuando creció, tenía
tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había manera de que saliera
de noche. Entonces su madre le dio una medalla y lo convenció de que, mientras
la llevara consigo, los espíritus no se atreverían a atacarlo. El muchacho
salió a la oscuridad bien asido a su medalla. Su madre había conseguido que,
además del miedo que tenía a la oscuridad y a los espíritus, se le uniese el
miedo a perder la medalla. Cuento recogido por Tony Mello, profeta, maestro,
gurú, jesuita y espléndido narrador de cuentos.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 2
Ante nuestros impávidos ojos, los elementales masculinos se
han manifestado como seres grotescos (que es lo más normal), hermosos, buenos,
perversos, lascivos, aparecen en forma de animales, de monstruos, de bolas
luminosas o simplemente como una ráfaga de viento. Pueden hacer todo esto y más
porque su sustancia (o mejor dicho, la materia sutil de la que están
compuestos), cuando logran manifestarse en nuestro mundo, es mucho más etérea
que la nuestra. Todos estos seres son tan antiguos como la vida misma y muy
anteriores al hombre con el que convivieron hace milenios.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 4
Al parecer, fue el alquimista suizo Paracelso, quien en 1566
creó de su propia cosecha la palabra gnomo cuando publicó su Tratado sobre los
elementales, dedicado a ciertas gentes a las «que no se puede cortar el camino
con pestillo y cerrojos», eso sí, derivada del término griego gnome para unos y
gignosko para otros, que significa aprender, conocimiento, sabiduría… debido a
que, según Paracelso, estos seres conocían los secretos de la Tierra y del
Cosmos.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 10
Conocedores de grandes secretos del subsuelo de la Tierra y
de la alta magia, los gnomos fueron los que enseñaron a algunos mortales
escogidos sus prácticas hechiceriles, de las que hicieron uso más tarde para
sus propios fines. Sea como fuere, su rastro histórico es más difícil de seguir
que su rastro mitológico, cuyas referencias son ciertamente abusivas y están
presentes en todas las tradiciones del mundo. El español Vicente Beltrán
Anglada, profundo conocedor de estos temas a nivel esotérico, reconoce que los
elementales de la Tierra más conocidos son los gnomos: De forma muy parecida a
los que vemos reflejados en los cuentos infantiles, aunque dotados de un poder
superior al que se les asigna corrientemente y bastante más difíciles de ser
contactados de lo que usualmente se cree, a pesar de que ellos se esfuerzan por
establecer contacto con los seres humanos. Habitan en el interior de las
piedras en las profundidades del suelo y en los huecos de los grandes árboles.
Además de supervisar los grandes tesoros ocultos de la Tierra (misión que
también se atribuye a los grifos de las leyendas helénicas y orientales, así
como a los dragones germánicos y españoles), tienen la capacidad de predecir el
futuro.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 11
En ocultismo, los genios son identificables con espíritus de
la naturaleza; son fuerzas dinámicas que animan objetos y producen fenómenos.
Se admite que existen genios guardianes de ciertos lugares que no deben ser
profanados (el genius loci). El equivalente a los «elementales», o genios de la
tradición judeocristiana, serían los jinn o jinas de la tradición musulmana,
que es incluso anterior a ella. Sabemos que casi todas las religiones hunden
sus raíces en revelaciones recibidas de entidades no humanas, pero el islam
además ha profundizado en el conocimiento de las mismas describiendo, con lujo
de detalles en ocasiones, algunas de sus manifestaciones, en concreto de los
denominados «jin» o «djinn», palabra que proviene, según Roso de Luna, de la
misma raíz de la que procede la palabra «genio», que encontramos en todas las
lenguas arias con el significado de «divinidad menor» o «espíritu de la
naturaleza». La mitología musulmana no cree que Adán haya sido el primer ser
racional que habitó el mundo, sino que tan sólo lo considera como el padre de
los seres humanos. Esto, que a primera vista parece contradictorio, se explica
porque ellos piensan que la Tierra estaba poblada anteriormente, unos 2000 años
antes, por seres superiores al hombre que eran denominados «genios» o jinas, de
los cuales existían dos clases: Los peris, o genios bienhechores. Los devas, o
genios maléficos, entre los que destacan los genn o jinas. Es decir, se
trataría de una raza preadámica (anterior al Homo sapiens) que en un momento
dado se rebeló contra Dios y fue alejada a lugares distantes. Como puede
observarse, estas leyendas tienen puntos en común con las tradiciones
escandinavas de las Eddas y con las teorías cabalísticas, en el sentido de que:
Todos ellos los consideran una raza anterior al hombre. Están a mitad de camino
entre los ángeles y los hombres. Se diferencian en dos grupos nítidos. Tienen
un gran poder, pero a la vez son sumamente ingenuos. Se equiparan a almas de
difuntos o con entidades del bajo astral. La historia sobre su origen mítico es
esencialmente la misma. Para la mitología árabe, los djinn son demonios o
espíritus malignos que pueblan los desiertos árabes, y su existencia, así como
su creencia, es muy anterior al islam, siendo respetada esta tradición por
Mahoma. Los semitas ya consideraron a los jinas como fantasmas pertenecientes a
pueblos derrotados Y desaparecidos. Según Borges, siguiendo en su exposición a
la tradición islámica, Alá hizo a los ángeles con luz, a los jinas con fuego y
a los hombres con polvo. Al principio, se muestran como nubes o como altos
pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un hombre,
de un chacal o de una culebra. Suelen tirar piedras a los hombres, raptan a
mujeres hermosas y moran en ruinas, casas deshabitadas, en los ríos y los
desiertos. Los egipcios pensaban que son la causa de las trombas de arena.
Iblis o Eblis sería su padre y su jefe, considerado además el jina rebelde que
se sublevó contra la orden de Alá de postrarse ante Adán. Cabe preguntarnos,
con cierta lógica, si estos genios árabes son exactamente iguales a aquellos
ángeles caídos del cristianismo, y la respuesta nos la dan los cabalistas y
ocultistas. Para ellos, los genios son otra clase de espíritus inferiores que
están a las órdenes de los ángeles (serían los «daemones» de los griegos), y
serían aquellos que en la época medieval fueron llamados «elementales», pero
sin que puedan identificarse con los ángeles caídos, al menos de una forma
absoluta.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 18
en el mundo brumoso de los gnomos, todas las opiniones
tienen cabida con tal de que sean indemostrables, como así lo son.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 32
Los gnomos tienen un doble componente psicológico: son
benefactores de los hombres en ciertos momentos (proporcionando tesoros, por
ejemplo) o son verdaderos obstáculos en la búsqueda material o espiritual de un
ser humano.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 38
Roso de Luna, para aquellos lectores que no tengan
referencia sobre su vida y su obra, era de esas personas a las que se puede
calificar como sabio sin que por ello nos equivoquemos ni una pizca. Su cultura
era enciclopédica y sus conocimientos rebasaban con mucho los de su época.
Entre sus múltiples actividades, formaba parte de la Sociedad Teosófica
(fundada por madame Blavatsky) desde el año 1902, y recordemos que su lema
principal era: «No hay religión más elevada que la verdad». Tengamos esto en
cuenta para enfocar con una mejor perspectiva lo que vamos ahora a contar.
Menciona Sender, y lo recoge Sánchez Dragó en su célebre Gárgoris y Habidis,
una de las visitas del verdugo afable al Ateneo, donde «le salieron al
encuentro el viejo teósofo Roso de Luna y el hijo de Valle-Inclán, un muchacho
de dieciséis años. Éste, al ver al teósofo, se contuvo y, con una expresión
hermética, retrocedió. Ramiro fue más tarde a su lado y le preguntó si no era
amigo de Roso de Luna. El muchacho dijo que el teósofo se había portado mal con
su padre y que desde entonces no lo saludaba. Parece que Valle-Inclán,
convencido de que con sus libros no lograría nunca hacer dinero, se dirigió un
día a Roso de Luna para que le ayudara en una empresa mágica. »La tierra —dijo
el viejo poeta—, guarda en sus entrañas tesoros ocultos, enterrados por los
aventureros del pasado. Esos tesoros duermen esperando la mano que sepa
descubrirlos. Usted tiene virtudes adivinatorias. Yo dedico mi vida al culto de
la belleza, que también es de naturaleza mágica. No quiero la opulencia, amigo
Mario, sino un decoroso bienestar. Ayúdeme a localizar uno de esos tesoros».
Roso de Luna le prometió hacer lo que pudiera, y algunas semanas después,
acuciado por el poeta, dijo que el tesoro estaba localizado. «Perteneció —le
dijo—, a un rey moro de Guadalajara. Guadalajara quiere decir en árabe río del
excremento, pero no todo lo que llevaba el río era escoria. Tuvo también oro».
Gustavo Adolfo Bécquer tuvo una especial atracción por los temas esotéricos y
por las leyendas de algunas zonas. Gracias a esta información escribió uno de
los cuentos más emblemáticos de la literatura española, cuyos protagonistas
eran unos diabólicos gnomos. Añadió que estaba enterrado entre el río y la
arboleda llamada en la antigüedad Morabito de Abd-ala. Valle-Inclán le preguntó
muy gravemente si había gnomos custodiando el tesoro. «Sí —dijo Roso de Luna—.
Hay siete gnomos». «Debí figurármelo. Siete. ¿Y los gnomos se muestran propicios?».
«Hasta ahora, sí, don Ramón. Pero hay que esperar». El poeta estaba impaciente
y el teósofo le pedía que respetara las etapas rituales. Valle-Inclán no sabía
cuáles eran esas etapas y el mago no quería decírselo. Se despidieron con la
promesa del teósofo de avisarle en plazo breve. El hijo de Valle-Inclán
terminaba, decepcionado: «Al final salió don Mario con que había tenido una
revelación contraria, la revelación de que papá iba a hacer mal uso del tesoro.
Del círculo del tercer enigma le decían que no debía descubrir el lugar exacto
del tesoro ¿Qué te parece?». Días después, Ramiro, hablando a solas con Roso de
Luna, le preguntó si lo que le había dicho el hijo de Valle-Inclán era verdad.
Roso de Luna lo confirmó todo e insistió en que no podía poner en sus manos una
fortuna sabiendo que iba a hacer de ella un uso irregular.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 38
La asociación de las setas con los elementales es muy
intensa y va desde la popular creencia infantil de que los gnomos habitan en
ellas, hasta la de que sus círculos pueden, en determinadas circunstancias,
constituir puertas a mundos paralelos… y eso porque alrededor de los
denominados «corros de las hadas» nace precisamente el hongo conocido como
«matamoscas».
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 43
Un informante de Walter Wentz le comentó mientras paseaban
por las montañas de Howth: Sí, las hadas existen, y aquí se las ha visto bailar
con frecuencia. La hierba nunca crece a gran altura en los bordes del anillo,
pues sólo la más fina y corta crece en este lugar. En el centro hay un círculo
de setas de las hadas, en las que éstas toman asiento. Son muy menuditas y les
deleita bailar y cantar. «Los elfos pasan el tiempo en danzar», nos repiten las
tradiciones populares, y la danza de los espíritus de la naturaleza forma parte
del ritmo del universo. En Escandinavia atribuyen los círculos de setas a los
elfos, los cuales bailan durante toda la noche, dejando como huella de sus
actividades lúdicas estos curiosos corros que, desde luego, son una importante
pista que no debe desdeñar cualquier buscador de seres elementales que se
precie.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 44
… los enanos o gnomos no tienen término medio: o son unos
malvados de tomo y lomo, con tendencias asesinas, canivalescas o envenenadoras,
o, por el contrario, son unos benditos de Dios, que otorgan beneficios y
consejos cristianos a toda alma caritativa que encuentren a su paso. Ya estamos
acostumbrados a este carácter ambivalente por parte de los espíritus de la
naturaleza, pero en el caso de los gnomos llega a extremos de parodia.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 46
Un grupo de enanos lo forman los pertenecientes al Pueblo
Antiguo (siendo el principal ejemplo los korred bretones, constructores de
megalitos y de ciudades subterráneas), que más tarde pasaron a convertirse en
los duendes domésticos. El otro grupo sería el de los enanos mineros
procedentes de las tierras entre el Rin y el Elba y cuya presencia en el
occidente de Europa es muy reciente (siendo sus representantes más genuinos los
knockers picadores). La idea general que se tiene hoy en día de los enanos
corresponde, por lo tanto, a la descripción de estos últimos y no a la de los
escasos componentes del llamado Pueblo Antiguo. Pero tanto unos como otros han dejado
leyendas de sumo interés y que, por suerte, aún no han sido olvidadas del todo.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 47
Los erdluitle son los genios de la tierra por excelencia y
pueblan el interior de las montañas de Europa central. Pueblo antiguo y misterioso,
en ocasiones son confundidos con una raza perdida y no con un etéreo pueblo de
seres «elementales». Los erdluitle jamás enseñan los pies, tal vez porque,
según opina Nancy Arrowsmith, así ocultan mejor la fuente de su poder. Son
menos oscuros que otros enanos y presentan un color, terroso. Visten de verde,
gris o marrón y sus prendas son extraordinariamente largas, teniendo un aspecto
similar al de un monje. Conocen los secretos de la naturaleza, Y aunque
aislados desde hace milenios fueron antaño poderosos, cuando la humanidad aún
no existía y podían controlar las fuerzas que rigen el clima, los movimientos
telúricos y la energía de la Tierra. Todavía hoy los escasísimos erdluitle que
quedan en las montañas de Austria, Suiza, norte de Italia y Eslovenia pueden
relacionarse con los seres del aire y alterar las tormentas, las avalanchas o
las inundaciones. Si lográsemos contactar con ellos y nos permitieran pedirles
consejos, nos podrían indicar el mejor momento para cosechar, para evitar los
aludes o para predecir los terremotos, ya que ellos sienten como nadie (dentro
de su raza y de su alma grupal) el latir de Gaia. Su poder es tal que pueden,
si lo desean, convertir en oro o diamantes las hojas de los árboles, pero
desgraciadamente no confían en los hombres y prefieren permanecer alejados de
nosotros. Conociendo nuestra trayectoria, tal vez estén acertados en su
decisión.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 49
El hogar tradicional de los enanos, así como de los gnomos,
son las montañas de Escandinavia y de Alemania, desde donde fueron bajando
hasta llegar al sur de Europa.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 50
¿Qué pasaría si un buen día descubriéramos que nuestros más
remotos antepasados, es decir, los Adán y Eva de la Biblia o los primeros, Homo
sapiens inteligentes pobladores de este planeta fueran en realidad auténticos
enanos de estatura y de color negro su piel? Ésta es la conclusión, al menos, a
la que llegan recientes investigaciones cromosomáticas, que afirman que el
primer ser humano inteligente habría vivido hace unos doscientos mil años en el
territorio de la actual República Centroafricana y que se trataba de un pigmeo
(del griego pygmaios, de la altura de un codo o tan grande como un puño).
Posiblemente sus descendientes más directos serían los actuales pigmeos «aka»,
cuya estatura media no llega al metro y medio. Todos estos datos están basados
en una nueva disciplina científica —la Antropología Molecular— que han sido
suministrados por científicos del laboratorio de Antropología Física del
College de Francia. Y puestos a elucubrar, ¿qué pasaría si se demostrase que en
la zona de Bayan-Kara-Ula, en el Tíbet oriental, se hallaron 716 extraños
discos de piedra que contenían la historia de una extraña raza de enanos —los
dropa— que descendieron de los cielos en aparatos voladores? ¿O que en
Norteamérica habitó una raza de pigmeos que lucharon contra las tribus de los
arapahoes y los soshones? Todos estos datos serían claros indicios de que
alguna clase de raza subterránea o extraterrestre ha habitado —y tal vez
habita— entre nosotros, dando origen a infinidad de leyendas.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 55
Los korreds son la demostración más palpable de la
antigüedad de los elementales entre nosotros. Como miembros del Pueblo Antiguo,
no son mineros sino constructores. En Bretaña se asegura que los dólmenes
fueron obra de los korreds, y todavía hoy viven algunos en el interior de la
tierra, bajo esos dólmenes, a pesar de que hace milenios que sus construcciones
perdieron el poder de recibir y acoger la energía telúrica. Algunos korreds que
abandonaron sus metrópolis mágicas y se vincularon cada vez más a los hombres son
los populares follets de Francia, Bélgica, Suiza, Baleares y Cataluña, hoy
considerados una variedad de los duendes domésticos, mostrando una apariencia
muy distinta a la de sus antepasados. En un camino intermedio entre los duendes
y los korreds primitivos quedaron los follets de las cuevas, que —para Nancy
Arrowsmith— viven en el interior de algunas cuevas en Córcega o en Mallorca,
manteniendo un trato ocasional con los hombres, pero sin residir en sus casas.
Son de piel morena, de larga barba negra y, a diferencia de los follets
comunes, no suelen llevar trajes de rombos. Tienen la estatura normal de los
korreds (entre 30 y 60 centímetros). Dato importante: usan armas metálicas del
tamaño de alfileres (al igual que los tardos gallegos), característica ésta que
los diferencia enormemente del resto de los follets, los cuales, según la
tradición, odian las armas de acero.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 58
Es frecuente que en muchos relatos concernientes a los
habitantes del submundo se hable del sonido de unos peculiares y misteriosos
ruidos, parecidos a un repiqueteo o tamborileo lejano. Estos sonidos parecen
emanar de cuevas profundas e inexploradas y se oyen como si su origen
proviniese de muy lejos. Algunos investigadores identifican estos ruidos con
los motores de los canales de ventilación que deben tener estos seres
intraterrestres. Otros, en cambio, creen que se debe a la actividad minera que
continuamente ejercen en las entrañas de la Tierra. Y aquí es donde surge un
cúmulo de leyendas impresionantes que tienen como protagonistas a pequeños
mineros sobrenaturales (ya dentro del mundo de los espíritus de la naturaleza)
cuya profesión es sacar oro y diamantes a todas horas. Es la ocupación favorita
de algunos gnomos y enanos (no de todos), los cuales ocasionalmente tienen
algún encuentro —o, mejor dicho—, encontronazo con los humanos.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 73
… hemos hecho mención a la fluorescencia verde —descrita en
numerosos relatos— emanada del interior de cavidades subterráneas. En América
del Sur es frecuente que no sólo se señale esta luz para iluminar los túneles,
sino que tenga vida propia, es decir, que sea vista como pequeños puntos de luz
verde o blanca que aparecen en el atardecer o en la oscuridad, recorriendo el
suelo como serpientes, saltando y describiendo círculos alrededor de minas y
túneles. Las gentes del lugar suelen referirse a ellas como la «luz del dinero»
por la proximidad de yacimientos ricos en piedras preciosas u oro. En otros
momentos, las luces pueden erguirse como ejes de columnas señalando un cierto
enclave o sencillamente desplazándose silenciosas para desaparecer en las
proximidades de algún río. En el norte de Europa son conocidas como will o’the
wisp. Es creencia que estas luces élficas aparecen en la noche y se asocian
siempre a simas, precipicios, cuevas o pantanos. Nancy Arrowsmith, al referirse
a los will o’the wisp, comenta que las creencias populares los han tratado de
explicar de mil maneras sin dar una respuesta satisfactoria. La autora
británica considera que son luces de los elfos marcando un terreno y los
aproxima más a los fantasmas al decir que se trata de las almas de seres
humanos fallecidos que, por alguna circunstancia, no terminan del todo de
abandonar nuestro mundo. Otros autores piensan que estas luces aparecen
ocasionalmente para advertir a los hombres que se encuentran próximos a una entrada
o puerta de acceso al mundo élfico, por lo que no serían sino indicadores
luminosos de sus etéreos límites. En Inglaterra se asocian estas luces a las
almas de los que cambian las cruces o las piedras que separan las propiedades
privadas. Igual ocurre con los lygte men suecos y los luehtenmannekens
alemanes. En Escocia e Inglaterra existen unas extrañas luces denominadas
spunkies que, asimismo, se asocian a las almas de los niños fallecidos antes
del bautismo. Todas ellas, aunque con explicaciones distintas, se comportan de
igual modo.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 93
Las creencias sobre luces que antiguamente surcaban el
espacio son abundantes e inmemoriales. Su relación con el mundo de los muertos
y los fantasmas era evidente para nuestros antepasados. Tan sólo desde hace
unas décadas se las ha ido asociando, por parte de algunos investigadores, a
naves extraterrestres, aunque con poco fundamento y sin ninguna prueba. En
Europa, los daneses y los germanos las llamaban «luces de tesoro», creyendo que
eran indicadores que señalaban el lugar exacto donde había riquezas enterradas.
Esta misma idea la comparten también algunas leyendas sudamericanas (las «mae
de ouro» dé ciertas zonas de Brasil y la «loz el dinero» de los Andes
peruanos). En los bosques catalanes de Queralbs, Tregurá o Freixenet se han
visto luces desde antaño, vulgarmente conocidas como «follets del foc»,
añadiendo la leyenda que en el lugar donde éstas nacen se esconde un tesoro
oculto. Para el folclore, estas luces representaban a seres sobrenaturales que
bien podían corresponder a fantasmas, almas en pena de antepasados, dragones,
duendes, hadas… y que solían adoptar esta especial forma ígnea para
manifestarse.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 94
Algunos estudios que se han efectuado sobre estas
enigmáticas bolas luminosas nos llevan a la conclusión de que la gran mayoría
de las veces no son detectables a simple vista (aparecen en algunas fotografías
con película infrarroja) y que son formas energéticas puras, sin que se haya
apreciado en ellas partículas sólidas de materia. Se ha averiguado que pueden
ser inmateriales (susceptibles de traspasar un objeto o a un hombre sin que
este sufra daño alguno). Las explicaciones científicas que se han dado para
tranquilizar nuestra mente es que son emanaciones de vapores similares a los
fuegos fatuos, rayos en bola o acumulación de algunos gases como el metano, que
en determinadas condiciones atmosféricas hacen sus apariciones. Lo
incomprensible surge cuando estas luces manifiestan actitudes inteligentes y de
clara intencionalidad provocadora o señalizadora, asociadas casi siempre a
entidades sobrenaturales.
(…)
Todas las zonas donde han sido vistas resulta que
curiosamente están cerca de antiguas minas de estaño y plomo, o existen por los
alrededores concentraciones de monumentos megalíticos —cromlechs en su mayoría—
o surgen en colinas o montañas consideradas como sagradas por los autóctonos de
la zona: el monte Shasta (California), montaña de Sorte (Venezuela), monte
Athos (Grecia), cerro del Uritorco (Argentina)… En España hemos comprobado que
también siguen la misma secuencia, añadiendo a esta conexión otros factores
como el relativo a la existencia próxima de generadores o centrales eléctricas.
(…)
Lo cierto es que desde que el hombre tiene memoria se han
visto bolas de luz cerca de los habitáculos humanos, sobre la superficie de las
aguas y en el cielo. Las explicaciones que se han barajado para explicar estas
presencias luminosas han sido muchas, y algunas de ellas tan contradictorias
que han arrojado más oscuridad al fenómeno. Adentrándonos en el terreno del
folclore, los elementales del fuego (cuyo animal arquetípico es la salamandra)
están considerados como seres cuya sustancia está compuesta del elemento más
sutil: el fuego. Viven, por consiguiente, más tiempo, son menos dados a
densificarse para adoptar figuras humanas y sus pensamientos y actitudes son mucho
más elevados que los de sus congéneres del elemento tierra y agua.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 95-96-97
La diferencia entre los «monjes enanos» y los
«transparentes» es que estos últimos son mucho más altos y están asociados con
luces más que con naves. Así como los primeros tienen grandes diferencias entre
ellos en cuanto a comportamientos, no ocurre lo mismo con los «seres
transparentes», que visten túnicas plateadas y tienen una actitud beatífica.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 129
Los magos y ocultistas aún invocan a los gnomos para obtener
su ayuda en la búsqueda de tesoros. Cuando lo hacen, se protegen antes trazando
a su alrededor un círculo mágico (el famoso círculo de Salomón o similar), y
con la cara hacia el norte recitan en voz alta la llamada «oración de los
gnomos», que no queremos reproducir en su totalidad por si algún incauto se le
ocurre ponerla en práctica. La oración termina con esta frase: Tú, que llevas
el cielo en tu dedo como una sortija de zafiros; tú, que ocultas bajo la
tierra, en el reinado de las pedrerías, la esencia maravillosa de las
estrellas, vive, reina y sé el eterno dispensador de las riquezas que nos has
hecho guardianes. Así sea. Una vez recitada la oración completa de forma
correcta, dicen los antiguos grimorios que se aparecen uno o varios gnomos y es
entonces cuando hay que decirles lo que se espera de él o de ellos. Normalmente
se solicita información sobre la ubicación de algún tesoro oculto o sobre algún
poderoso secreto de la naturaleza.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 136
No es nueva la creencia que asegura que cada lugar sagrado
(considerado como un lugar de poder) posee sus propios espíritus guardianes
para protegerlo de aquellos que se adentren en él sin la suficiente preparación
o conocimiento. Serían los dueños invisibles del enclave, custodiando
permanentemente las riquezas o los restos humanos de la gente que algún día
llegó a habitarlos. Conocedores de esta sabiduría antigua, nuestros antepasados
solían pedir permiso a estos espíritus antes de penetrar en sus dominios o de realizar
cualquier tipo de excavación. Este permiso podía ser muy variado: desde recitar
determinadas oraciones hasta ofrendarles algunos alimentos o aromas. De no
hacerlo así, el éxito de la misión, e incluso la vida de los exploradores,
podría correr peligro. Entre estas costumbres se habla de tres tipos de
espíritus protectores. En primer lugar, estarían las almas de los guardianes
que, primero en vida y luego después de muertos, vigilaban el lugar. En segundo
lugar, los propios espíritus elementales que habitan ese entorno y, que son
reacios a injerencias por parte de extraños. Por último, estarían los seres
creados para tal finalidad por grandes magos.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 139
… a algunos elementales se les emparenta frecuentemente con
los demonios, tanto por su origen como por su aspecto físico (cuernos y rabos).
Pero, sobre todo, porque con la llegada del cristianismo se demonizó a todas
aquellas divinidades que eran adoradas por los ritos paganos (no olvidemos que
duendes, elfos o hadas son muy anteriores al concepto cristiano de demonio). Es
en la mitología griega cuando surge la palabra demon o daimon, ya utilizada por
Homero en el siglo VII a. C. Estos démones o poderes eran en un
principio neutros, podían ser benéficos o perversos con el ser humano y se
creía que eran una especie de semidioses o genios que poblaban un lugar
intermedio entre los dioses y los hombres, fuera del tiempo y del espacio
convencional. También se creía que algunas almas o espíritus de determinados
difuntos se convertían; asimismo, en daimones que, por su especial naturaleza,
estaban en contacto con el mundo de los hombres y de la materia, pudiendo
degradarse, acarreando a los humanos desgracias o enfermedades, por lo que en
el transcurso del tiempo se asoció a estos seres con la personificación del
mal. Pero lo más sorprendente es que se llegaran a confundir e identificar,
pasando los años, términos tan diferentes como demonio, diablo, Satán o Lucifer
para intentar referirse a los mismos siniestros personajes. Aunque esta obra no
es la más apropiada para distinguir cada uno de estos conceptos, la verdad es
que los demonios acabaron asociándose a los ángeles caídos o vigilantes de la
Tierra, que al parecer cayeron en esta condición por haberse unido a las hijas
de los hombres y por haberles enseñado ciertos «secretos» poderosos y
aparentemente insignificantes como son los conjuros, el recoger plantas,
fabricar espadas, cuchillos, metales, brazaletes, etcétera, conocimientos que,
a la larga, serán heredados por los brujos, hechiceros, curanderos y chamanes
en general de todo el mundo. Parte de estos demonios serían aquellos que, según
la tradición, ni fueron tan malos como para irse al infierno ni tan buenos como
para quedarse en el cielo, permaneciendo en un mundo intermedio y paralelo al
nuestro, en una realidad alternativa, en un mundo dentro de otro mundo.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 155
Los duendes, enanos y gnomos tendrían una mezcla entre los
espíritus descritos y los antiguos genios telúricos de los campos y los bosques
que, con la llegada del cristianismo, fueron todos asimilados a una sola
categoría que no es otra que la de simples demonios, desprovistos de mucha de
su carga maléfica y dotados, en cambio, de un cierto sentido del humor, pícaros
y a veces bobalicones a los que casi siempre un ser humano les puede engañar
utilizando todo tipo de trucos y tretas. Son presa de los instintos más
elementales, lo cual es su perdición, como son los alimentos y las cuestiones
referentes al sexo, pero poseen grandes poderes que los hace superiores a los
humanos, capaces de levantar un puente, un dolmen o un castillo en una sola
noche y capaces de cambiar la realidad espacio-temporal del sujeto que cae
víctima de sus hechizos.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 156
Nuestros antepasados sabían que ni a culebras, hadas o
demonios conviene citarlos por su propio nombre. Por esta razón, en los siglos XVI
y XVII, al diablo o demonio se le designaba prudentemente con otros paliativos
«por si las moscas» (recordemos que Belcebú es el «señor de las moscas»), pues
nombrar a un ser de estas características y de connotaciones tan negativas
podría acarrear serias desgracias.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 157
Hacia fines del siglo XVIII, un obrero de Madrid, llamado
Juan Pérez, fue procesado por el Santo Oficio por negar que existiera un
demonio capaz de apoderarse del alma humana. Pérez admitió este pecado, y
explicó sus razones con argumentos tan contundentes como éstos: Luego de sufrir
toda clase de infortunios en lo que atañe a mi familia, mis bienes y mis
negocios, perdí la paciencia y, en mi desesperación, llamé al Demonio,
implorándole que me vengara en mis enemigos, a cambio de mi alma y mi cuerpo.
Repetí esto un día tras otro, pero en vano: el Demonio no aparecía. Por ello,
consulté a un hombre que afirmaba ser mago, quien, a su vez, me condujo hasta
una mujer que, según él, lo superaba en habilidades. Ella me dijo que, durante
tres días, acudiera corriendo a la colina Des Vitillas, que allí invocase a
Lucifer como el Ángel de la Luz, y, ofreciéndole mi alma, renunciase a Dios y a
la fe cristiana. Lo hice, pero nada vi y nada oí. Ella me dijo que tirara mi
rosario y todos los artículos de fe cristiana, que renunciase a mi fe en Dios,
y me comprometiese a servir a Lucifer, reconociéndolo como la divinidad más
grande. Hice esto, y, sin embargo, Lucifer no apareció. La anciana me aconsejó
que escribiera un pacto con sangre, reconociendo a Lucifer como amo y señor, al
que debía llevar al mismo sitio y leerlo en voz alta. Lo hice, pero fue inútil.
Entonces reflexioné: si hay demonios, y si están realmente ansiosos por
apoderarse de almas humanas, nunca tendrán una oportunidad más favorable que la
que yo les di. Puesto que ellos no se apoderaron de mí cuando me les ofrecí
sinceramente, era evidente que tales Demonios no existían.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 158
Para Constantino Cabal hay dos clases de faunos en la
memoria del vulgo de diferentes países: los joculatores y los dusios. Unos y
otros tienen cuernos, patas de cabrón, andan de noche por los caminos, buscan
la soledad de la selva y tienen una especial debilidad por los encantos del
sexo femenino. Sin embargo, los joculatores —que significa burlones— son faunos
que se pasan la vida alegremente, divirtiéndose con todo y con todos sin
agraviar seriamente a ninguno. Estos serían nuestros «diaños burlones» y los
Pedretes asturianos. Mientras que los dusios serían seres ansiosos de mujeres
que se apoderan de ellos y se caracterizan por tener más mala uva que los
joculatores. Entre estos últimos, Cabal encuadra al busgoso, y nosotros
incluiríamos también al tentirujo, así como a otros más dudosos (razón por la
que no forman parte de este volumen) pero de claras tendencias sexuales como al
feram tarraconense, al rabeno gallego y al esgarrapadones del Pirineo. Lo más
seguro es que estos tres personajes, lejos de formar parte de los espíritus de
la naturaleza, fueran seres humanos pervertidos cuya lasciva e indecorosa
actuación quedó mitificada en algunas antiquísimas leyendas. Desde nuestro
punto de vista, estos sátiros, individuos sobrenaturales de dudosa moral,
serían representantes del que hemos dado en llamar «Pueblo Antiguo», aunque de
una familia o rama distinta a los descritos en el capítulo correspondiente a
los enanos. Se les suele vincular a los megalitos, poseen extremidades
animalescas y suelen mostrar un deseo de acercamiento con personas de género
humano (sobre todo si tienen faldas), dando valiosos consejos a aquéllos que
entran en contacto con ellos (como ocurrió a San Antonio Abad o como hace el
busgoso). Miyo (Emilio Fiel), en una línea de pensamiento armónico con la
naturaleza, comenta que los elfos que desaparecieron visiblemente de los
bosques europeos hace miles de años, constituían una raza que estaba unida al
mismo tiempo a los poderes telúricos de la Tierra y a los poderes cósmicos del
cielo. Por sus pies redondeados, con gran parecido a las pezuñas de cabra,
absorbían la fuerza telúrica que les permitía disponer de un enorme poder
mágico y gran longevidad. En su cabeza tenían algo parecido a dos pequeñas
excrecencias membranosas capaces de condensar las energías etéricas. Con sus
flautas «reproducían el sonido sutil del canto de la creación, actuando
directamente con ellas sobre la espiritualidad». Igualmente refiere que eran
seres básicamente nocturnos y evitaban al máximo los rayos solares. Disfrutaban
detectando metales y cristales preciosos que forjaban hasta convertidos en hermosas
joyas de gran poder. Los también llamados faunos realizaban juegos amorosos con
las ninfas para expander las energías capaces de fecundar los campos. Sólo con
la llegada del cristianismo «estos seres fueron perseguidos e incluso
repudiados por el inconsciente colectivo, hasta el punto de que su aliado de
poder, la cabra, pasó a convertirse (como todos los antiguos dioses vencidos
por la espada) en símbolo del demonio».
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 175
Si consideramos válida la teoría de que las hadas proceden
etimológicamente de las dianas, y que estos seres mitológicos tenían como
«parteneres» masculinos a los dianas que, más tarde, fue derivando a la palabra
diaños o diablos, no sería descabellado pensar que son éstos precisamente sus
maridos, algo infieles y alocados, es cierto, pero con los cuales se aparearían
para tener a los xaninos y a las haditas.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 192
Son infinitas las tradiciones existentes sobre una serie de
divinidades que protegen los bosques donde viven. Se consideran pequeñas
entidades invisibles y totalmente vinculadas al árbol, flor o arroyo donde
viven; de tal manera que, si desapareciera ese elemento natural —como lo es un
árbol—, el ser que lo habita desaparecería con él. Son los neblinosos «elfos o
gnomos de los árboles».
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 193
Existe un amplio grupo de seres sobrenaturales conocidos
genéricamente por el nombre de «hombres del musgo». Estos elementales, de los
cuales el más conocido es el mannikin (que no se encuentra en España), están
limitados a las escasísimas áreas no frecuentadas por el hombre. Sus leyendas
se han extendido y distorsionado. Hay que distinguirlos de los «hombrecitos
verdes», puesto que éstos son pequeños elfos cuya piel tiene esta pigmentación,
a diferencia de los «hombres del musgo» que se camuflan y visten con ropajes
verdes sacados de la propia naturaleza que los rodea. Precisamente por la
dificultad que implica el poder ser vistos por ojos humanos (como ocurre con el
trébol de cuatro hojas), se dice que quien lo consigue tendrá mucha suerte en
su vida, si además les deja algo de sus manjares favoritos (el intríngulis
consiste en acertar con esta comida). Al igual que los erdluitle, conocen los
secretos de las propiedades curativas de todas las hierbas y plantas. Sus
conocimientos son tan amplios que abarcan también a los cultivos y a la
agricultura, hasta el punto que pueden ayudar al hombre a conseguir fructíferas
cosechas e incluso convertir las hojas de los árboles en piezas de oro.
Defensores del modo de vida tradicional, siguen tres reglas como normas de
conducta: No arrancar nunca la corteza de los árboles. No hacer pan con la
semilla de matalahúva (semilla del anís). No contar los sueños a nadie. Siempre
que nos encontramos con frases y aspectos filosóficos referentes a sus vidas y
a sus costumbres, comprobamos que están cargados de profunda sabiduría y que su
completo significado a menudo se nos escapa por lo sorprendente. Lo cierto es
que aquella persona que siga fielmente estas normas de conducta tan
particulares se ganará el aprecio de los hombres del musgo, pues estará en
consonancia vibratoria, ideológica y ecológica con ellos…
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 207
Los hombres marinos del mar Mediterráneo tienen colas de
pez, como las sirenas, usan tridentes (símbolo mágico asociado siempre a los
tritones) y cabalgan sobre la grupa de los delfines, con los que se comunican
sin problemas en su mismo idioma. Habitan en cavernas y cuevas en el fondo del
océano y algunos son capaces de construir maravillosas ciudades. Normalmente
llevan vida familiar (con la excepción de los «Hombres de los fiordos», en
Noruega, que viven solos y sus motivos tendrán).
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 214
A algunos espíritus del aire se les denomina corrientemente
como sílfides o silfos (según sean de un sexo o de otro), viviendo y moviéndose
en las regiones aéreas. Serían espíritus incoloros y transparentes que se
confunden con el azul del cielo, por lo que es inútil adjudicarles una imagen
física determinada. Se mueven con una inusitada rapidez, e incluso para alguien
dotado de visión etérica le sería difícil percibirlos. Sus tamaños varían entre
un palmo de altura hasta menos de un centímetro. La luz los excita y, sin
embargo, la oscuridad los apacigua. En el mundo esotérico son llamados
«elementales comunicadores» porque gracias a su ubicación etérica propician la
comunicación de los seres humanos a través de las distintas tecnologías que
poseen, sean éstas radio, telegrafía, televisión, teléfono, etcétera.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 227
Fueron muchos los monasterios en toda España, como el de la
Merced de Huete, en los que había una torre con cuatro campanas, una de las
cuales se tocaba cuando había tormenta, porque de esta manera se creía que se
ahuyentaban a los espíritus que anidaban entre los negros nubarrones. Se
afirmaba que en dichas nubes se oían voces que decían: «¡Aprisa, antes de que
toque la campana de María, caigan piedras y rayos!». En el momento justo en que
empezaban a tañer las campanas de la iglesia, solía cesar la tormenta.
Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 260
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