Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño regresara a casa de jugar antes del anochecer. Para asustarlo, le dijo que había unos espíritus que salían al camino tan pronto se ponía el sol. Desde aquel momento, el niño ya no volvió a retrasarse. Pero, cuando creció, tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había manera de que saliera de noche. Entonces su madre le dio una medalla y lo convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no se atreverían a atacarlo. El muchacho salió a la oscuridad bien asido a su medalla. Su madre había conseguido que, además del miedo que tenía a la oscuridad y a los espíritus, se le uniese el miedo a perder la medalla. Cuento recogido por Tony Mello, profeta, maestro, gurú, jesuita y espléndido narrador de cuentos.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 2


Ante nuestros impávidos ojos, los elementales masculinos se han manifestado como seres grotescos (que es lo más normal), hermosos, buenos, perversos, lascivos, aparecen en forma de animales, de monstruos, de bolas luminosas o simplemente como una ráfaga de viento. Pueden hacer todo esto y más porque su sustancia (o mejor dicho, la materia sutil de la que están compuestos), cuando logran manifestarse en nuestro mundo, es mucho más etérea que la nuestra. Todos estos seres son tan antiguos como la vida misma y muy anteriores al hombre con el que convivieron hace milenios.

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Gnomos, página 4


Al parecer, fue el alquimista suizo Paracelso, quien en 1566 creó de su propia cosecha la palabra gnomo cuando publicó su Tratado sobre los elementales, dedicado a ciertas gentes a las «que no se puede cortar el camino con pestillo y cerrojos», eso sí, derivada del término griego gnome para unos y gignosko para otros, que significa aprender, conocimiento, sabiduría… debido a que, según Paracelso, estos seres conocían los secretos de la Tierra y del Cosmos.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 10


Conocedores de grandes secretos del subsuelo de la Tierra y de la alta magia, los gnomos fueron los que enseñaron a algunos mortales escogidos sus prácticas hechiceriles, de las que hicieron uso más tarde para sus propios fines. Sea como fuere, su rastro histórico es más difícil de seguir que su rastro mitológico, cuyas referencias son ciertamente abusivas y están presentes en todas las tradiciones del mundo. El español Vicente Beltrán Anglada, profundo conocedor de estos temas a nivel esotérico, reconoce que los elementales de la Tierra más conocidos son los gnomos: De forma muy parecida a los que vemos reflejados en los cuentos infantiles, aunque dotados de un poder superior al que se les asigna corrientemente y bastante más difíciles de ser contactados de lo que usualmente se cree, a pesar de que ellos se esfuerzan por establecer contacto con los seres humanos. Habitan en el interior de las piedras en las profundidades del suelo y en los huecos de los grandes árboles. Además de supervisar los grandes tesoros ocultos de la Tierra (misión que también se atribuye a los grifos de las leyendas helénicas y orientales, así como a los dragones germánicos y españoles), tienen la capacidad de predecir el futuro.

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Gnomos, página 11


En ocultismo, los genios son identificables con espíritus de la naturaleza; son fuerzas dinámicas que animan objetos y producen fenómenos. Se admite que existen genios guardianes de ciertos lugares que no deben ser profanados (el genius loci). El equivalente a los «elementales», o genios de la tradición judeocristiana, serían los jinn o jinas de la tradición musulmana, que es incluso anterior a ella. Sabemos que casi todas las religiones hunden sus raíces en revelaciones recibidas de entidades no humanas, pero el islam además ha profundizado en el conocimiento de las mismas describiendo, con lujo de detalles en ocasiones, algunas de sus manifestaciones, en concreto de los denominados «jin» o «djinn», palabra que proviene, según Roso de Luna, de la misma raíz de la que procede la palabra «genio», que encontramos en todas las lenguas arias con el significado de «divinidad menor» o «espíritu de la naturaleza». La mitología musulmana no cree que Adán haya sido el primer ser racional que habitó el mundo, sino que tan sólo lo considera como el padre de los seres humanos. Esto, que a primera vista parece contradictorio, se explica porque ellos piensan que la Tierra estaba poblada anteriormente, unos 2000 años antes, por seres superiores al hombre que eran denominados «genios» o jinas, de los cuales existían dos clases: Los peris, o genios bienhechores. Los devas, o genios maléficos, entre los que destacan los genn o jinas. Es decir, se trataría de una raza preadámica (anterior al Homo sapiens) que en un momento dado se rebeló contra Dios y fue alejada a lugares distantes. Como puede observarse, estas leyendas tienen puntos en común con las tradiciones escandinavas de las Eddas y con las teorías cabalísticas, en el sentido de que: Todos ellos los consideran una raza anterior al hombre. Están a mitad de camino entre los ángeles y los hombres. Se diferencian en dos grupos nítidos. Tienen un gran poder, pero a la vez son sumamente ingenuos. Se equiparan a almas de difuntos o con entidades del bajo astral. La historia sobre su origen mítico es esencialmente la misma. Para la mitología árabe, los djinn son demonios o espíritus malignos que pueblan los desiertos árabes, y su existencia, así como su creencia, es muy anterior al islam, siendo respetada esta tradición por Mahoma. Los semitas ya consideraron a los jinas como fantasmas pertenecientes a pueblos derrotados Y desaparecidos. Según Borges, siguiendo en su exposición a la tradición islámica, Alá hizo a los ángeles con luz, a los jinas con fuego y a los hombres con polvo. Al principio, se muestran como nubes o como altos pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un hombre, de un chacal o de una culebra. Suelen tirar piedras a los hombres, raptan a mujeres hermosas y moran en ruinas, casas deshabitadas, en los ríos y los desiertos. Los egipcios pensaban que son la causa de las trombas de arena. Iblis o Eblis sería su padre y su jefe, considerado además el jina rebelde que se sublevó contra la orden de Alá de postrarse ante Adán. Cabe preguntarnos, con cierta lógica, si estos genios árabes son exactamente iguales a aquellos ángeles caídos del cristianismo, y la respuesta nos la dan los cabalistas y ocultistas. Para ellos, los genios son otra clase de espíritus inferiores que están a las órdenes de los ángeles (serían los «daemones» de los griegos), y serían aquellos que en la época medieval fueron llamados «elementales», pero sin que puedan identificarse con los ángeles caídos, al menos de una forma absoluta.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 18



en el mundo brumoso de los gnomos, todas las opiniones tienen cabida con tal de que sean indemostrables, como así lo son.

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Gnomos, página 32


Los gnomos tienen un doble componente psicológico: son benefactores de los hombres en ciertos momentos (proporcionando tesoros, por ejemplo) o son verdaderos obstáculos en la búsqueda material o espiritual de un ser humano.

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Gnomos, página 38


Roso de Luna, para aquellos lectores que no tengan referencia sobre su vida y su obra, era de esas personas a las que se puede calificar como sabio sin que por ello nos equivoquemos ni una pizca. Su cultura era enciclopédica y sus conocimientos rebasaban con mucho los de su época. Entre sus múltiples actividades, formaba parte de la Sociedad Teosófica (fundada por madame Blavatsky) desde el año 1902, y recordemos que su lema principal era: «No hay religión más elevada que la verdad». Tengamos esto en cuenta para enfocar con una mejor perspectiva lo que vamos ahora a contar. Menciona Sender, y lo recoge Sánchez Dragó en su célebre Gárgoris y Habidis, una de las visitas del verdugo afable al Ateneo, donde «le salieron al encuentro el viejo teósofo Roso de Luna y el hijo de Valle-Inclán, un muchacho de dieciséis años. Éste, al ver al teósofo, se contuvo y, con una expresión hermética, retrocedió. Ramiro fue más tarde a su lado y le preguntó si no era amigo de Roso de Luna. El muchacho dijo que el teósofo se había portado mal con su padre y que desde entonces no lo saludaba. Parece que Valle-Inclán, convencido de que con sus libros no lograría nunca hacer dinero, se dirigió un día a Roso de Luna para que le ayudara en una empresa mágica. »La tierra —dijo el viejo poeta—, guarda en sus entrañas tesoros ocultos, enterrados por los aventureros del pasado. Esos tesoros duermen esperando la mano que sepa descubrirlos. Usted tiene virtudes adivinatorias. Yo dedico mi vida al culto de la belleza, que también es de naturaleza mágica. No quiero la opulencia, amigo Mario, sino un decoroso bienestar. Ayúdeme a localizar uno de esos tesoros». Roso de Luna le prometió hacer lo que pudiera, y algunas semanas después, acuciado por el poeta, dijo que el tesoro estaba localizado. «Perteneció —le dijo—, a un rey moro de Guadalajara. Guadalajara quiere decir en árabe río del excremento, pero no todo lo que llevaba el río era escoria. Tuvo también oro». Gustavo Adolfo Bécquer tuvo una especial atracción por los temas esotéricos y por las leyendas de algunas zonas. Gracias a esta información escribió uno de los cuentos más emblemáticos de la literatura española, cuyos protagonistas eran unos diabólicos gnomos. Añadió que estaba enterrado entre el río y la arboleda llamada en la antigüedad Morabito de Abd-ala. Valle-Inclán le preguntó muy gravemente si había gnomos custodiando el tesoro. «Sí —dijo Roso de Luna—. Hay siete gnomos». «Debí figurármelo. Siete. ¿Y los gnomos se muestran propicios?». «Hasta ahora, sí, don Ramón. Pero hay que esperar». El poeta estaba impaciente y el teósofo le pedía que respetara las etapas rituales. Valle-Inclán no sabía cuáles eran esas etapas y el mago no quería decírselo. Se despidieron con la promesa del teósofo de avisarle en plazo breve. El hijo de Valle-Inclán terminaba, decepcionado: «Al final salió don Mario con que había tenido una revelación contraria, la revelación de que papá iba a hacer mal uso del tesoro. Del círculo del tercer enigma le decían que no debía descubrir el lugar exacto del tesoro ¿Qué te parece?». Días después, Ramiro, hablando a solas con Roso de Luna, le preguntó si lo que le había dicho el hijo de Valle-Inclán era verdad. Roso de Luna lo confirmó todo e insistió en que no podía poner en sus manos una fortuna sabiendo que iba a hacer de ella un uso irregular.

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Gnomos, página 38


La asociación de las setas con los elementales es muy intensa y va desde la popular creencia infantil de que los gnomos habitan en ellas, hasta la de que sus círculos pueden, en determinadas circunstancias, constituir puertas a mundos paralelos… y eso porque alrededor de los denominados «corros de las hadas» nace precisamente el hongo conocido como «matamoscas».

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Gnomos, página 43


Un informante de Walter Wentz le comentó mientras paseaban por las montañas de Howth: Sí, las hadas existen, y aquí se las ha visto bailar con frecuencia. La hierba nunca crece a gran altura en los bordes del anillo, pues sólo la más fina y corta crece en este lugar. En el centro hay un círculo de setas de las hadas, en las que éstas toman asiento. Son muy menuditas y les deleita bailar y cantar. «Los elfos pasan el tiempo en danzar», nos repiten las tradiciones populares, y la danza de los espíritus de la naturaleza forma parte del ritmo del universo. En Escandinavia atribuyen los círculos de setas a los elfos, los cuales bailan durante toda la noche, dejando como huella de sus actividades lúdicas estos curiosos corros que, desde luego, son una importante pista que no debe desdeñar cualquier buscador de seres elementales que se precie.

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Gnomos, página 44


… los enanos o gnomos no tienen término medio: o son unos malvados de tomo y lomo, con tendencias asesinas, canivalescas o envenenadoras, o, por el contrario, son unos benditos de Dios, que otorgan beneficios y consejos cristianos a toda alma caritativa que encuentren a su paso. Ya estamos acostumbrados a este carácter ambivalente por parte de los espíritus de la naturaleza, pero en el caso de los gnomos llega a extremos de parodia.

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Gnomos, página 46


Un grupo de enanos lo forman los pertenecientes al Pueblo Antiguo (siendo el principal ejemplo los korred bretones, constructores de megalitos y de ciudades subterráneas), que más tarde pasaron a convertirse en los duendes domésticos. El otro grupo sería el de los enanos mineros procedentes de las tierras entre el Rin y el Elba y cuya presencia en el occidente de Europa es muy reciente (siendo sus representantes más genuinos los knockers picadores). La idea general que se tiene hoy en día de los enanos corresponde, por lo tanto, a la descripción de estos últimos y no a la de los escasos componentes del llamado Pueblo Antiguo. Pero tanto unos como otros han dejado leyendas de sumo interés y que, por suerte, aún no han sido olvidadas del todo.

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Gnomos, página 47


Los erdluitle son los genios de la tierra por excelencia y pueblan el interior de las montañas de Europa central. Pueblo antiguo y misterioso, en ocasiones son confundidos con una raza perdida y no con un etéreo pueblo de seres «elementales». Los erdluitle jamás enseñan los pies, tal vez porque, según opina Nancy Arrowsmith, así ocultan mejor la fuente de su poder. Son menos oscuros que otros enanos y presentan un color, terroso. Visten de verde, gris o marrón y sus prendas son extraordinariamente largas, teniendo un aspecto similar al de un monje. Conocen los secretos de la naturaleza, Y aunque aislados desde hace milenios fueron antaño poderosos, cuando la humanidad aún no existía y podían controlar las fuerzas que rigen el clima, los movimientos telúricos y la energía de la Tierra. Todavía hoy los escasísimos erdluitle que quedan en las montañas de Austria, Suiza, norte de Italia y Eslovenia pueden relacionarse con los seres del aire y alterar las tormentas, las avalanchas o las inundaciones. Si lográsemos contactar con ellos y nos permitieran pedirles consejos, nos podrían indicar el mejor momento para cosechar, para evitar los aludes o para predecir los terremotos, ya que ellos sienten como nadie (dentro de su raza y de su alma grupal) el latir de Gaia. Su poder es tal que pueden, si lo desean, convertir en oro o diamantes las hojas de los árboles, pero desgraciadamente no confían en los hombres y prefieren permanecer alejados de nosotros. Conociendo nuestra trayectoria, tal vez estén acertados en su decisión.

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Gnomos, página 49

El hogar tradicional de los enanos, así como de los gnomos, son las montañas de Escandinavia y de Alemania, desde donde fueron bajando hasta llegar al sur de Europa.

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Gnomos, página 50


¿Qué pasaría si un buen día descubriéramos que nuestros más remotos antepasados, es decir, los Adán y Eva de la Biblia o los primeros, Homo sapiens inteligentes pobladores de este planeta fueran en realidad auténticos enanos de estatura y de color negro su piel? Ésta es la conclusión, al menos, a la que llegan recientes investigaciones cromosomáticas, que afirman que el primer ser humano inteligente habría vivido hace unos doscientos mil años en el territorio de la actual República Centroafricana y que se trataba de un pigmeo (del griego pygmaios, de la altura de un codo o tan grande como un puño). Posiblemente sus descendientes más directos serían los actuales pigmeos «aka», cuya estatura media no llega al metro y medio. Todos estos datos están basados en una nueva disciplina científica —la Antropología Molecular— que han sido suministrados por científicos del laboratorio de Antropología Física del College de Francia. Y puestos a elucubrar, ¿qué pasaría si se demostrase que en la zona de Bayan-Kara-Ula, en el Tíbet oriental, se hallaron 716 extraños discos de piedra que contenían la historia de una extraña raza de enanos —los dropa— que descendieron de los cielos en aparatos voladores? ¿O que en Norteamérica habitó una raza de pigmeos que lucharon contra las tribus de los arapahoes y los soshones? Todos estos datos serían claros indicios de que alguna clase de raza subterránea o extraterrestre ha habitado —y tal vez habita— entre nosotros, dando origen a infinidad de leyendas.

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Gnomos, página 55


Los korreds son la demostración más palpable de la antigüedad de los elementales entre nosotros. Como miembros del Pueblo Antiguo, no son mineros sino constructores. En Bretaña se asegura que los dólmenes fueron obra de los korreds, y todavía hoy viven algunos en el interior de la tierra, bajo esos dólmenes, a pesar de que hace milenios que sus construcciones perdieron el poder de recibir y acoger la energía telúrica. Algunos korreds que abandonaron sus metrópolis mágicas y se vincularon cada vez más a los hombres son los populares follets de Francia, Bélgica, Suiza, Baleares y Cataluña, hoy considerados una variedad de los duendes domésticos, mostrando una apariencia muy distinta a la de sus antepasados. En un camino intermedio entre los duendes y los korreds primitivos quedaron los follets de las cuevas, que —para Nancy Arrowsmith— viven en el interior de algunas cuevas en Córcega o en Mallorca, manteniendo un trato ocasional con los hombres, pero sin residir en sus casas. Son de piel morena, de larga barba negra y, a diferencia de los follets comunes, no suelen llevar trajes de rombos. Tienen la estatura normal de los korreds (entre 30 y 60 centímetros). Dato importante: usan armas metálicas del tamaño de alfileres (al igual que los tardos gallegos), característica ésta que los diferencia enormemente del resto de los follets, los cuales, según la tradición, odian las armas de acero.

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Gnomos, página 58


Es frecuente que en muchos relatos concernientes a los habitantes del submundo se hable del sonido de unos peculiares y misteriosos ruidos, parecidos a un repiqueteo o tamborileo lejano. Estos sonidos parecen emanar de cuevas profundas e inexploradas y se oyen como si su origen proviniese de muy lejos. Algunos investigadores identifican estos ruidos con los motores de los canales de ventilación que deben tener estos seres intraterrestres. Otros, en cambio, creen que se debe a la actividad minera que continuamente ejercen en las entrañas de la Tierra. Y aquí es donde surge un cúmulo de leyendas impresionantes que tienen como protagonistas a pequeños mineros sobrenaturales (ya dentro del mundo de los espíritus de la naturaleza) cuya profesión es sacar oro y diamantes a todas horas. Es la ocupación favorita de algunos gnomos y enanos (no de todos), los cuales ocasionalmente tienen algún encuentro —o, mejor dicho—, encontronazo con los humanos.

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Gnomos, página 73


… hemos hecho mención a la fluorescencia verde —descrita en numerosos relatos— emanada del interior de cavidades subterráneas. En América del Sur es frecuente que no sólo se señale esta luz para iluminar los túneles, sino que tenga vida propia, es decir, que sea vista como pequeños puntos de luz verde o blanca que aparecen en el atardecer o en la oscuridad, recorriendo el suelo como serpientes, saltando y describiendo círculos alrededor de minas y túneles. Las gentes del lugar suelen referirse a ellas como la «luz del dinero» por la proximidad de yacimientos ricos en piedras preciosas u oro. En otros momentos, las luces pueden erguirse como ejes de columnas señalando un cierto enclave o sencillamente desplazándose silenciosas para desaparecer en las proximidades de algún río. En el norte de Europa son conocidas como will o’the wisp. Es creencia que estas luces élficas aparecen en la noche y se asocian siempre a simas, precipicios, cuevas o pantanos. Nancy Arrowsmith, al referirse a los will o’the wisp, comenta que las creencias populares los han tratado de explicar de mil maneras sin dar una respuesta satisfactoria. La autora británica considera que son luces de los elfos marcando un terreno y los aproxima más a los fantasmas al decir que se trata de las almas de seres humanos fallecidos que, por alguna circunstancia, no terminan del todo de abandonar nuestro mundo. Otros autores piensan que estas luces aparecen ocasionalmente para advertir a los hombres que se encuentran próximos a una entrada o puerta de acceso al mundo élfico, por lo que no serían sino indicadores luminosos de sus etéreos límites. En Inglaterra se asocian estas luces a las almas de los que cambian las cruces o las piedras que separan las propiedades privadas. Igual ocurre con los lygte men suecos y los luehtenmannekens alemanes. En Escocia e Inglaterra existen unas extrañas luces denominadas spunkies que, asimismo, se asocian a las almas de los niños fallecidos antes del bautismo. Todas ellas, aunque con explicaciones distintas, se comportan de igual modo.

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Gnomos, página 93


Las creencias sobre luces que antiguamente surcaban el espacio son abundantes e inmemoriales. Su relación con el mundo de los muertos y los fantasmas era evidente para nuestros antepasados. Tan sólo desde hace unas décadas se las ha ido asociando, por parte de algunos investigadores, a naves extraterrestres, aunque con poco fundamento y sin ninguna prueba. En Europa, los daneses y los germanos las llamaban «luces de tesoro», creyendo que eran indicadores que señalaban el lugar exacto donde había riquezas enterradas. Esta misma idea la comparten también algunas leyendas sudamericanas (las «mae de ouro» dé ciertas zonas de Brasil y la «loz el dinero» de los Andes peruanos). En los bosques catalanes de Queralbs, Tregurá o Freixenet se han visto luces desde antaño, vulgarmente conocidas como «follets del foc», añadiendo la leyenda que en el lugar donde éstas nacen se esconde un tesoro oculto. Para el folclore, estas luces representaban a seres sobrenaturales que bien podían corresponder a fantasmas, almas en pena de antepasados, dragones, duendes, hadas… y que solían adoptar esta especial forma ígnea para manifestarse.

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Gnomos, página 94


Algunos estudios que se han efectuado sobre estas enigmáticas bolas luminosas nos llevan a la conclusión de que la gran mayoría de las veces no son detectables a simple vista (aparecen en algunas fotografías con película infrarroja) y que son formas energéticas puras, sin que se haya apreciado en ellas partículas sólidas de materia. Se ha averiguado que pueden ser inmateriales (susceptibles de traspasar un objeto o a un hombre sin que este sufra daño alguno). Las explicaciones científicas que se han dado para tranquilizar nuestra mente es que son emanaciones de vapores similares a los fuegos fatuos, rayos en bola o acumulación de algunos gases como el metano, que en determinadas condiciones atmosféricas hacen sus apariciones. Lo incomprensible surge cuando estas luces manifiestan actitudes inteligentes y de clara intencionalidad provocadora o señalizadora, asociadas casi siempre a entidades sobrenaturales.
(…)
Todas las zonas donde han sido vistas resulta que curiosamente están cerca de antiguas minas de estaño y plomo, o existen por los alrededores concentraciones de monumentos megalíticos —cromlechs en su mayoría— o surgen en colinas o montañas consideradas como sagradas por los autóctonos de la zona: el monte Shasta (California), montaña de Sorte (Venezuela), monte Athos (Grecia), cerro del Uritorco (Argentina)… En España hemos comprobado que también siguen la misma secuencia, añadiendo a esta conexión otros factores como el relativo a la existencia próxima de generadores o centrales eléctricas.
(…)
Lo cierto es que desde que el hombre tiene memoria se han visto bolas de luz cerca de los habitáculos humanos, sobre la superficie de las aguas y en el cielo. Las explicaciones que se han barajado para explicar estas presencias luminosas han sido muchas, y algunas de ellas tan contradictorias que han arrojado más oscuridad al fenómeno. Adentrándonos en el terreno del folclore, los elementales del fuego (cuyo animal arquetípico es la salamandra) están considerados como seres cuya sustancia está compuesta del elemento más sutil: el fuego. Viven, por consiguiente, más tiempo, son menos dados a densificarse para adoptar figuras humanas y sus pensamientos y actitudes son mucho más elevados que los de sus congéneres del elemento tierra y agua.

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Gnomos, página 95-96-97


La diferencia entre los «monjes enanos» y los «transparentes» es que estos últimos son mucho más altos y están asociados con luces más que con naves. Así como los primeros tienen grandes diferencias entre ellos en cuanto a comportamientos, no ocurre lo mismo con los «seres transparentes», que visten túnicas plateadas y tienen una actitud beatífica.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 129


Los magos y ocultistas aún invocan a los gnomos para obtener su ayuda en la búsqueda de tesoros. Cuando lo hacen, se protegen antes trazando a su alrededor un círculo mágico (el famoso círculo de Salomón o similar), y con la cara hacia el norte recitan en voz alta la llamada «oración de los gnomos», que no queremos reproducir en su totalidad por si algún incauto se le ocurre ponerla en práctica. La oración termina con esta frase: Tú, que llevas el cielo en tu dedo como una sortija de zafiros; tú, que ocultas bajo la tierra, en el reinado de las pedrerías, la esencia maravillosa de las estrellas, vive, reina y sé el eterno dispensador de las riquezas que nos has hecho guardianes. Así sea. Una vez recitada la oración completa de forma correcta, dicen los antiguos grimorios que se aparecen uno o varios gnomos y es entonces cuando hay que decirles lo que se espera de él o de ellos. Normalmente se solicita información sobre la ubicación de algún tesoro oculto o sobre algún poderoso secreto de la naturaleza.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 136


No es nueva la creencia que asegura que cada lugar sagrado (considerado como un lugar de poder) posee sus propios espíritus guardianes para protegerlo de aquellos que se adentren en él sin la suficiente preparación o conocimiento. Serían los dueños invisibles del enclave, custodiando permanentemente las riquezas o los restos humanos de la gente que algún día llegó a habitarlos. Conocedores de esta sabiduría antigua, nuestros antepasados solían pedir permiso a estos espíritus antes de penetrar en sus dominios o de realizar cualquier tipo de excavación. Este permiso podía ser muy variado: desde recitar determinadas oraciones hasta ofrendarles algunos alimentos o aromas. De no hacerlo así, el éxito de la misión, e incluso la vida de los exploradores, podría correr peligro. Entre estas costumbres se habla de tres tipos de espíritus protectores. En primer lugar, estarían las almas de los guardianes que, primero en vida y luego después de muertos, vigilaban el lugar. En segundo lugar, los propios espíritus elementales que habitan ese entorno y, que son reacios a injerencias por parte de extraños. Por último, estarían los seres creados para tal finalidad por grandes magos.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 139


… a algunos elementales se les emparenta frecuentemente con los demonios, tanto por su origen como por su aspecto físico (cuernos y rabos). Pero, sobre todo, porque con la llegada del cristianismo se demonizó a todas aquellas divinidades que eran adoradas por los ritos paganos (no olvidemos que duendes, elfos o hadas son muy anteriores al concepto cristiano de demonio). Es en la mitología griega cuando surge la palabra demon o daimon, ya utilizada por Homero en el siglo VII a. C. Estos démones o poderes eran en un principio neutros, podían ser benéficos o perversos con el ser humano y se creía que eran una especie de semidioses o genios que poblaban un lugar intermedio entre los dioses y los hombres, fuera del tiempo y del espacio convencional. También se creía que algunas almas o espíritus de determinados difuntos se convertían; asimismo, en daimones que, por su especial naturaleza, estaban en contacto con el mundo de los hombres y de la materia, pudiendo degradarse, acarreando a los humanos desgracias o enfermedades, por lo que en el transcurso del tiempo se asoció a estos seres con la personificación del mal. Pero lo más sorprendente es que se llegaran a confundir e identificar, pasando los años, términos tan diferentes como demonio, diablo, Satán o Lucifer para intentar referirse a los mismos siniestros personajes. Aunque esta obra no es la más apropiada para distinguir cada uno de estos conceptos, la verdad es que los demonios acabaron asociándose a los ángeles caídos o vigilantes de la Tierra, que al parecer cayeron en esta condición por haberse unido a las hijas de los hombres y por haberles enseñado ciertos «secretos» poderosos y aparentemente insignificantes como son los conjuros, el recoger plantas, fabricar espadas, cuchillos, metales, brazaletes, etcétera, conocimientos que, a la larga, serán heredados por los brujos, hechiceros, curanderos y chamanes en general de todo el mundo. Parte de estos demonios serían aquellos que, según la tradición, ni fueron tan malos como para irse al infierno ni tan buenos como para quedarse en el cielo, permaneciendo en un mundo intermedio y paralelo al nuestro, en una realidad alternativa, en un mundo dentro de otro mundo.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 155


Los duendes, enanos y gnomos tendrían una mezcla entre los espíritus descritos y los antiguos genios telúricos de los campos y los bosques que, con la llegada del cristianismo, fueron todos asimilados a una sola categoría que no es otra que la de simples demonios, desprovistos de mucha de su carga maléfica y dotados, en cambio, de un cierto sentido del humor, pícaros y a veces bobalicones a los que casi siempre un ser humano les puede engañar utilizando todo tipo de trucos y tretas. Son presa de los instintos más elementales, lo cual es su perdición, como son los alimentos y las cuestiones referentes al sexo, pero poseen grandes poderes que los hace superiores a los humanos, capaces de levantar un puente, un dolmen o un castillo en una sola noche y capaces de cambiar la realidad espacio-temporal del sujeto que cae víctima de sus hechizos.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 156

  

Nuestros antepasados sabían que ni a culebras, hadas o demonios conviene citarlos por su propio nombre. Por esta razón, en los siglos XVI y XVII, al diablo o demonio se le designaba prudentemente con otros paliativos «por si las moscas» (recordemos que Belcebú es el «señor de las moscas»), pues nombrar a un ser de estas características y de connotaciones tan negativas podría acarrear serias desgracias.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 157


Hacia fines del siglo XVIII, un obrero de Madrid, llamado Juan Pérez, fue procesado por el Santo Oficio por negar que existiera un demonio capaz de apoderarse del alma humana. Pérez admitió este pecado, y explicó sus razones con argumentos tan contundentes como éstos: Luego de sufrir toda clase de infortunios en lo que atañe a mi familia, mis bienes y mis negocios, perdí la paciencia y, en mi desesperación, llamé al Demonio, implorándole que me vengara en mis enemigos, a cambio de mi alma y mi cuerpo. Repetí esto un día tras otro, pero en vano: el Demonio no aparecía. Por ello, consulté a un hombre que afirmaba ser mago, quien, a su vez, me condujo hasta una mujer que, según él, lo superaba en habilidades. Ella me dijo que, durante tres días, acudiera corriendo a la colina Des Vitillas, que allí invocase a Lucifer como el Ángel de la Luz, y, ofreciéndole mi alma, renunciase a Dios y a la fe cristiana. Lo hice, pero nada vi y nada oí. Ella me dijo que tirara mi rosario y todos los artículos de fe cristiana, que renunciase a mi fe en Dios, y me comprometiese a servir a Lucifer, reconociéndolo como la divinidad más grande. Hice esto, y, sin embargo, Lucifer no apareció. La anciana me aconsejó que escribiera un pacto con sangre, reconociendo a Lucifer como amo y señor, al que debía llevar al mismo sitio y leerlo en voz alta. Lo hice, pero fue inútil. Entonces reflexioné: si hay demonios, y si están realmente ansiosos por apoderarse de almas humanas, nunca tendrán una oportunidad más favorable que la que yo les di. Puesto que ellos no se apoderaron de mí cuando me les ofrecí sinceramente, era evidente que tales Demonios no existían.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 158


Para Constantino Cabal hay dos clases de faunos en la memoria del vulgo de diferentes países: los joculatores y los dusios. Unos y otros tienen cuernos, patas de cabrón, andan de noche por los caminos, buscan la soledad de la selva y tienen una especial debilidad por los encantos del sexo femenino. Sin embargo, los joculatores —que significa burlones— son faunos que se pasan la vida alegremente, divirtiéndose con todo y con todos sin agraviar seriamente a ninguno. Estos serían nuestros «diaños burlones» y los Pedretes asturianos. Mientras que los dusios serían seres ansiosos de mujeres que se apoderan de ellos y se caracterizan por tener más mala uva que los joculatores. Entre estos últimos, Cabal encuadra al busgoso, y nosotros incluiríamos también al tentirujo, así como a otros más dudosos (razón por la que no forman parte de este volumen) pero de claras tendencias sexuales como al feram tarraconense, al rabeno gallego y al esgarrapadones del Pirineo. Lo más seguro es que estos tres personajes, lejos de formar parte de los espíritus de la naturaleza, fueran seres humanos pervertidos cuya lasciva e indecorosa actuación quedó mitificada en algunas antiquísimas leyendas. Desde nuestro punto de vista, estos sátiros, individuos sobrenaturales de dudosa moral, serían representantes del que hemos dado en llamar «Pueblo Antiguo», aunque de una familia o rama distinta a los descritos en el capítulo correspondiente a los enanos. Se les suele vincular a los megalitos, poseen extremidades animalescas y suelen mostrar un deseo de acercamiento con personas de género humano (sobre todo si tienen faldas), dando valiosos consejos a aquéllos que entran en contacto con ellos (como ocurrió a San Antonio Abad o como hace el busgoso). Miyo (Emilio Fiel), en una línea de pensamiento armónico con la naturaleza, comenta que los elfos que desaparecieron visiblemente de los bosques europeos hace miles de años, constituían una raza que estaba unida al mismo tiempo a los poderes telúricos de la Tierra y a los poderes cósmicos del cielo. Por sus pies redondeados, con gran parecido a las pezuñas de cabra, absorbían la fuerza telúrica que les permitía disponer de un enorme poder mágico y gran longevidad. En su cabeza tenían algo parecido a dos pequeñas excrecencias membranosas capaces de condensar las energías etéricas. Con sus flautas «reproducían el sonido sutil del canto de la creación, actuando directamente con ellas sobre la espiritualidad». Igualmente refiere que eran seres básicamente nocturnos y evitaban al máximo los rayos solares. Disfrutaban detectando metales y cristales preciosos que forjaban hasta convertidos en hermosas joyas de gran poder. Los también llamados faunos realizaban juegos amorosos con las ninfas para expander las energías capaces de fecundar los campos. Sólo con la llegada del cristianismo «estos seres fueron perseguidos e incluso repudiados por el inconsciente colectivo, hasta el punto de que su aliado de poder, la cabra, pasó a convertirse (como todos los antiguos dioses vencidos por la espada) en símbolo del demonio».

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 175


Si consideramos válida la teoría de que las hadas proceden etimológicamente de las dianas, y que estos seres mitológicos tenían como «parteneres» masculinos a los dianas que, más tarde, fue derivando a la palabra diaños o diablos, no sería descabellado pensar que son éstos precisamente sus maridos, algo infieles y alocados, es cierto, pero con los cuales se aparearían para tener a los xaninos y a las haditas.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 192


Son infinitas las tradiciones existentes sobre una serie de divinidades que protegen los bosques donde viven. Se consideran pequeñas entidades invisibles y totalmente vinculadas al árbol, flor o arroyo donde viven; de tal manera que, si desapareciera ese elemento natural —como lo es un árbol—, el ser que lo habita desaparecería con él. Son los neblinosos «elfos o gnomos de los árboles».

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 193


Existe un amplio grupo de seres sobrenaturales conocidos genéricamente por el nombre de «hombres del musgo». Estos elementales, de los cuales el más conocido es el mannikin (que no se encuentra en España), están limitados a las escasísimas áreas no frecuentadas por el hombre. Sus leyendas se han extendido y distorsionado. Hay que distinguirlos de los «hombrecitos verdes», puesto que éstos son pequeños elfos cuya piel tiene esta pigmentación, a diferencia de los «hombres del musgo» que se camuflan y visten con ropajes verdes sacados de la propia naturaleza que los rodea. Precisamente por la dificultad que implica el poder ser vistos por ojos humanos (como ocurre con el trébol de cuatro hojas), se dice que quien lo consigue tendrá mucha suerte en su vida, si además les deja algo de sus manjares favoritos (el intríngulis consiste en acertar con esta comida). Al igual que los erdluitle, conocen los secretos de las propiedades curativas de todas las hierbas y plantas. Sus conocimientos son tan amplios que abarcan también a los cultivos y a la agricultura, hasta el punto que pueden ayudar al hombre a conseguir fructíferas cosechas e incluso convertir las hojas de los árboles en piezas de oro. Defensores del modo de vida tradicional, siguen tres reglas como normas de conducta: No arrancar nunca la corteza de los árboles. No hacer pan con la semilla de matalahúva (semilla del anís). No contar los sueños a nadie. Siempre que nos encontramos con frases y aspectos filosóficos referentes a sus vidas y a sus costumbres, comprobamos que están cargados de profunda sabiduría y que su completo significado a menudo se nos escapa por lo sorprendente. Lo cierto es que aquella persona que siga fielmente estas normas de conducta tan particulares se ganará el aprecio de los hombres del musgo, pues estará en consonancia vibratoria, ideológica y ecológica con ellos…

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 207


Los hombres marinos del mar Mediterráneo tienen colas de pez, como las sirenas, usan tridentes (símbolo mágico asociado siempre a los tritones) y cabalgan sobre la grupa de los delfines, con los que se comunican sin problemas en su mismo idioma. Habitan en cavernas y cuevas en el fondo del océano y algunos son capaces de construir maravillosas ciudades. Normalmente llevan vida familiar (con la excepción de los «Hombres de los fiordos», en Noruega, que viven solos y sus motivos tendrán).

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 214


A algunos espíritus del aire se les denomina corrientemente como sílfides o silfos (según sean de un sexo o de otro), viviendo y moviéndose en las regiones aéreas. Serían espíritus incoloros y transparentes que se confunden con el azul del cielo, por lo que es inútil adjudicarles una imagen física determinada. Se mueven con una inusitada rapidez, e incluso para alguien dotado de visión etérica le sería difícil percibirlos. Sus tamaños varían entre un palmo de altura hasta menos de un centímetro. La luz los excita y, sin embargo, la oscuridad los apacigua. En el mundo esotérico son llamados «elementales comunicadores» porque gracias a su ubicación etérica propician la comunicación de los seres humanos a través de las distintas tecnologías que poseen, sean éstas radio, telegrafía, televisión, teléfono, etcétera.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 227


Fueron muchos los monasterios en toda España, como el de la Merced de Huete, en los que había una torre con cuatro campanas, una de las cuales se tocaba cuando había tormenta, porque de esta manera se creía que se ahuyentaban a los espíritus que anidaban entre los negros nubarrones. Se afirmaba que en dichas nubes se oían voces que decían: «¡Aprisa, antes de que toque la campana de María, caigan piedras y rayos!». En el momento justo en que empezaban a tañer las campanas de la iglesia, solía cesar la tormenta.

Jesús Callejo Cabo
Gnomos, página 260


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