“Ciertamente, la crisis actual de la Iglesia tiene un carácter que no han tenido las otras: es absolutamente total: total en extensión, cubre todo el mundo; total en intensidad, pues la herejía naturalística (o el «aloguismo», como la llamó Belloc) es la herejía más radical que ha existido y puede existir: falsifica todos los dogmas del Cristianismo, vaciándolos de su contenido sobrenatural, y poniendo en su lugar la adoración sacrílega del Hombre; que sabemos será la doctrina del Anticristo. Todos estos Congresos, Reuniones, Asambleas que estamos viendo son enteramente arreligiosos; naturalísticos: quieren salvar al hombre o a las naciones sin Dios; a lo más le silban a Dios como a un perrito para que venga a apoyarlos. Y no. Sin Dios pueden perder a los hombres pero no pueden salvarlos.”

Leonardo Castellani


Comparaciones

Yo soy como un inválido que a sí mismo se cuida,
no por amor explícito de Dios o de la vida
ni por sentirse a gusto ni tampoco tranquilo
al ligarse una venda o hacer un té de tilo;
sino por una especie de terca persistencia
afincada en los mismos huesos, médula y panza
que tiene más carácter de instinto que de ciencia
y está más dentro y honda que la misma esperanza,
inaccesible a la conciencia.

Yo soy como un enfermo que no tiene enfermera
ni nadie que desee se sane y no se muera,
que se impone la utópica tarea de curarse
como un quehacer cualquiera por no desesperarse;
y en su ser desdoblándose, bifurcado binomio,
hecho a la vez la víctima y el buen samaritano
ofrece a Dios en doble gesto de nosocomio
el dolor de su cuerpo y el celo de su mano,
muy probable los dos en vano.

Soy como un elefante que ha caído en la trampa
y entre los crudos troncos quiebra su blanca guampa
o como el triste preso que en su evasión se emperra
con una frágil cuerda de reloj como sierra.
De intentonas frustradas ya ha perdido la cuenta
sabe lo que hará siempre, no lo que va a pasar
y maniáticamente mil y mil veces tienta
y a cada desengaño su corazón revienta
con el ruido y la fuerza de un bandazo de mar
mandado por lejana tormenta.

Soy como un ave albatros que no tiene un bauprés
ni encuentra tierra alguna donde posar los pies
entre el cielo cerrado y el mar abajo hirviente
que no la dejan mucho que anide ni que asiente
volando en línea recta sin dejarse caer
de mientras por lo menos no se quiebren sus alas
vencedor imposible no se deja vencer
y prosigue su viaje sin término ni escala
hacia un mañana sin ayer.

Leonardo Castellani


DCIV

Estoy contento con mi mal destino
y ésta del corazón tan mala estrella
que sin embargo alumbra mi camino
y siempre indica una inmediata huella

esperando el bajel que nunca vino
y la visión maravillosa y bella
que nunca vino, pero con su vino
de mi borracho afán fue la botella,

estoy contento al fin. Mis compañeros
de colegio han triunfado, mis iguales
y menores también. Yo no soy fuerte.

Yo desgarrado voy por mis senderos
por mis raros senderos espirales
junto a los precipicios de la muerte.. .
Y estoy contento con mi mala suerte

Leonardo Castellani



Leonardo Castellani
Freud en cifra (fragmento)

"De la afectividad compensada nada diré, pues es la de todos nosotros en general.
Mas incluso para obtener una buena compensación es preciso un poco de sublimación. Y como en el mundo de hoy han sido destruidos casi todos los aparatos de producir sublimación casi del todo (como notan casi todos los grandes psicoanalistas) por eso hay tantas neurosis en el mundo; y casi todos los hombres han contraído una nueva, la neurosis de la Tercera Gran Guerra.
El párrafo anterior es el párrafo del casi; pero el casi o lo que deja el casi vale mucho.
Es notable el estudio que hace E. Fromm en "Escape from freedom" de las condiciones psíquico-sociales favorables del Medioevo, quebradas y paulatinamente eliminadas según él por la Reforma protestante seguida de la Revolución Francesa. La nueva "libertad" produjo un crecimiento de la riqueza; y a la vez, de creciente SOLEDAD personal, debido a la lucha individual que se hizo necesaria, traduciéndose este conflicto en la aparición de la angustia y el aumento de las neurosis (Hecho constatado en el siglo XVII por Santa Teresa en sus "Fundaciones"). Durante la Edad Media existió un orden social y moral que prestaba significación y asiento a la vida humana. Ahora surgían "la duda y el escepticismo como el designio de la vida" -dice Fromm. Entonces el hombre se sentía integrado y tranquilo en el seno de una "Iglesia" infalible; "ahora tiene que enfrentarse con Dios o con la Nada - a solas". Por todas partes se enfrenta a fuerzas enormes: Dios, los competidores y las fuerzas económicas impersonales. Fromm, lo mismo que Weber y Sombart, atribuye al calvinismo la formación actual del capitalismo.
Leeré, para acabar, un párrafo sensato de Freud (el cual a lo mejor no fue tan negro como lo he pintado) también acerca del "casi":
"Es de balde que digamos y redigamos -dice Freud en "El porvenir de una ilusión" -que el intelecto humano es impotente enfrente de los instintos del hombre; y que tengamos razón en decirlo; hay empero una cosa extraña en esta impotencia; la voz del intelecto es débil, pero no cesa jamás hasta hacerse oír. Y después de desaires y rechazos repetidos e innumerables, al final tenemos que oírla. Este es uno de los poquísimos apoyos para ser optimistas en cuanto al porvenir de la pobre especie humana. Es casi único, pero no es de poca importancia".
El sensualista empedernido que fue Freud sufrió toda la vida a su pesar la nostalgia del intelecto puro. Lo que dice aquí acerca du terca tenacidad, se parece bastante a un pasaje del Libro de la Sabiduría."

Leonardo Castellani
Freud en cifra


Dios

Días de tedio inerte y de derrota
y de la frente hundida y pies en fango
en que agobiada la conciencia apenas
puede sufrir a Dios más bien que amarlo.

Ay esperanza, que te fuiste lejos
y el hilo en que me tienes es delgado
suspendido -¿hasta cuándo?- tenazmente
sobre el abierto vórtice... ¿Hasta cuándo?

Saber lo que es morir y lo que sienten
el leproso, la coima y el forzado. ..
Quizá Dios quiera que mañana sirva
mi experiencia del potro y del ergástulo.

Pero entretanto sobre mí el inmenso
decaimiento del que pugna en vano
desolación de ser muy débil para
o matar el deseo o realizarlo.

Mas Dios es grande y mis caminos locos
quien los permite puede enderezarlos
y yo no sé por dónde; pero un día
en Él darán por un portillo arcano.

Mas Dios es Dios, y a mí me falta todo
porque me falta el solo necesario
y no me falta nada más que el único,
y lo imposible, inútil, sobrehumano.

Y la fe oscura dice: "Pero ¿cómo?"
y la esperanza Ansiosa: "Pero ¿cuándo?".

Leonardo Castellani




“[Dios] no nos pedirá cuentas de las batallas ganadas, sino de las cicatrices de la lucha.”

Leonardo Castellani


"El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. 
El que no respeta mucho las ideas no respeta mucho la Verdad.
Y el que no ama enormemente la Verdad,
simplemente se queda sin ella.
No hay peor castigo."

Leonardo Castellani



Fe

He comido tu pan
he bebido tu vino
una noche de afán
sin gula y sin camino

Tu pan era tan fofo corno el pan ordinario
tu vino era tan soso como el vino diario.

Sin embargo me alcé
a tantear la huella
una noche de fe
sin la menor estrella.

¡Oh Lejanísimo!
sin una sola estrella.

Leonardo Castellani



La injusticia es el disolvente más tenaz que existe.

Una injusticia no reparada es una cosa inmortal.

Provoca naturalmente en el hombre el deseo de venganza, para restablecer el roto equilibrio; o bien la propensión a responder con otra injusticia; propensión que puede llegar hasta la perversidad, a través del afecto que llaman hoy resentimiento.

Es, pues, exactamente, un veneno moral.

Hay una sola manera de no sucumbir a sus efectos: ella consiste en aprovecharlos para robustecer en sí mismo la decisión de no ser jamás injusto con nadie. ¡Ni siquiera consigo mismo!

Con ayuda de los dolores que provoca en el alma la injusticia sufrida –que en los seres de gran temple moral son extremados-, hay que saber ver la fealdad y la deformidad de las propias injusticias-posibles, pasadas y futuras; y de la injusticia en sí.

El que ha sufrido una gran injusticia en sí mismo, y no ha respondido con otra, no necesita muchas consideraciones para contemplar el punto de San Ignacio de Loyola: “considerar la fealdad del pecado en sí mismo, aun dado caso que no estuviese prohibido”. Vemos la fealdad del pecado más fácilmente cuando otro nos lo inflige, que cuando nosotros lo inflingimos.

Devolver injusticia por injusticia, o golpe por golpe, no remedia nada. La venganza, que dicen es “el placer de los dioses”, es un placer solitario y estéril. La vindicta es el placer de los dioses, así como el quijotismo es su deporte.

Nada más común en nuestra época que la indignación por la injusticia: es una de las características de ella. Esa indignación es natural; y nadie dirá que sea mala. Pero el remedio que se busca ordinariamente es malo, porque casi siempre implica otra injusticia.

Repartir la tierra a los campesinos: para eso hay que arrebatarla primero por la violencia –y con injusticia en muchos casos- a los boyardos. Los boyardos cometían injusticias con los mujicks; sea: los tenían reducidos a un estado de primitivismo, les sustraían quizá el salario justo, pecado que según el catecismo “clama al cielo”.

Pero el bolchevismo, que usó como instrumento político el estribillo “¡la tierra a quien la trabaja!” ha acabado por socializar la tierra y convertir al Estado en el Gran Boyardo, de manos más duras y corazón más pétreo que todos los otros juntos.

Pagar con una injusticia la injusticia aumenta la injusticia. El péndulo empujado de un extremo se va al otro; y comienza el movimiento interminable del mal, “el abundar la iniquidad”, que dijo Cristo destruiría en los últimos tiempos hasta la misma convivencia.

Esta actitud de digerir la injusticia resulta a la postre la mejor venganza. En efecto ¿qué se propone el odio? El odio se propone –o busca inconscientemente, pues hay odios inconscientes- esencialmente destruir. ¿Qué es mejor venganza que ofrecerle el resultado contrario, el ensanchamiento del alma propia, la purificación y mejora de la vitalidad interna?

Pero ¿dónde está la alquimia que convierta ese veneno en medicina y alimento?

“La ponzoña más dura y obstinada
es la injusticia social...
Una injusticia que no es reparada
es una cosa inmortal...”.

Si ¿dónde está el medio? Séneca decía: “Si alguien te ofende no te vengues: si el ofensor es más fuerte que tú, tenle miedo; si es más débil, tenle lástima”.

Esta consideración, pronunciada a un hombre bajo el peso de una injusticia real y seria, tiene la virtud de ponerlo prodigiosamente furioso.

El medio de digerir la injusticia es un secreto del cristianismo. Es la actitud heroica, y aparentemente imposible a las fuerzas humanas, devolver bien por mal, de bendecir a los que nos maldicen.

El Evangelio contiene muchos secretos, muchos abismos de filosofía moral. El Evangelio asume a Séneca a las alturas de la eficacia total.

Las fuerzas psicológicas del hombre son limitadas y pueden sucumbir a un gran dolor moral.

“Consolar al triste...” – y eso no con palabras sino con ayuda verdadera, es la mayor de las obras de misericordia.

Un gran dolor moral no consiste en un conjunto de imágenes lúgubres que se pueden espantar o apartar con reflexiones, distracciones o palabrería devota, como creen los santulones. Es pura y simplemente una herida, a veces una convulsión y una tormenta, que puede descuajar el alma y romperle sus raíces.

Un gran dolor no pasa nunca como un nublado tras del cual nace el sol, según la manida metáfora. Penetra en el alma, la cambia, se incorpora a ella y permanece ya para siempre. ¿En que forma permanece, como veneno o como espuela? Ese es el problema.

Un golpe grande que carezca del adecuado lenitivo puede desmoralizar para siempre a un hombre, intimidarlo, anularlo –y aun amargarlo y pervertirlo. Ése es su gran efecto natural. Recordemos al Sylas Marner de la gran novelista inglesa María Evans.

Todos los remedios de la filosofía, elaborados tan sabiamente por Séneca y Boecio, son de efecto local; y en los casos graves son del todo insuficientes. Sólo el amor cura las heridas del alma. Y sólo un amor sin medida las heridas desmedidas.

Cristo amó a la humanidad de ese modo.

El amor del prójimo es el único remedio de la injusticia social; pero el amor que trajo Cristo es un amor desmedido. Él le señaló caracteres enteramente excepcionales: tiene que ser de obras más que de palabras, tiene que llegar hasta a amar al enemigo, y dar la vida por el amigo.

Y para diferenciarlo de la caridad farisaica, el Maestro señaló su raíz, que es la justicia, y su flor, que es la misericordia. “Dais limosnas, pero habéis abandonado lo fundamental de la Ley, que es la misericordia y la justicia...”.

En este gran remedio del veneno de la injusticia, que es ahogarla en el amor, se cumple quizá la promesa de Cristo a sus discípulos: “Et si mortiferum quid biberint, nihil eis nocebit”. Beberéis venenos y no os harán ningún daño. El resentimiento es literalmente un veneno.

Esto no nos fue dicho, obviamente, para que bebamos cianuro a ver qué pasa, sino para que tengamos confianza cuando nos sintamos psíquicamente envenenados.

Éste es el milagro que dijo Cristo harían sus discípulos “mayores de los que Él hizo”. Claro que él también lo hizo primero.

Pero qué gracia, Él era Él.

Amar a los enemigos parece imposible psicológicamente; sobre todo cuando uno los tiene; y más aún cuando los tiene encima. No se puede aprehender a la vez a un hombre como enemigo y como amable; y nuestro amor depende de nuestra aprehensión. No puedo amar sino lo que es “bueno para mí”.

Además, parecería que eso de amar a todos destruye la actividad moral, paraliza la lucha contra el mal, infunde una apatía y una inercia budista, convierte a la sociedad en una tropa de borregos silenciosos o dulzones.

Pero hay que advertir, al que hiciere estas objeciones tolstoyanas o gándhicas, tres cosas:

Jesucristo no dijo que “no hay enemigos” como Buda; al mandarnos amar aún a nuestros enemigos, implica esa gran división entre los hombres, y no deroga el natural amor a los amigos, mayor que a los enemigos.

Jesucristo no dijo: amad más a vuestros enemigos o amadlos igual que a vuestros amigos… Eso sería contra el orden de la caridad, cualesquiera sean las expresiones acaloradas de los santos, cuando tomados de la locura de la Cruz parecerían a veces expresar lo contrario.

Jesucristo dijo: “Amad a vuestros enemigos”: pero no dijo: Poneos en las manos de vuestros enemigos.

Cuando no hay jueces capaces de irrumpir contra la iniquidad cunde la injusticia, se propala el resentimiento y se vuelve casi imposible la convivencia. Esto profetizó claramente nuestro Redentor: “Porque abundó la iniquidad se resfrió la claridad en la mayoría”. Como una de las partes de la claridad es la amistad cívica, que Aristóteles explica es la base de la convivencia, se sigue que el resentimiento vuelto plaga endémica pone a la sociedad en condiciones casi invivibles. Eso es lo que esta pasando hoy.

El resentimiento esa especie de rencor abstracto ha sido bastante explicado por Nietzsche y Max Scheler para ser ignorado por nadie. Basta abrir los ojos, tropezamos con él a cada paso.

El “resentimiento”, así con comillas, no es vulgar rencor, odio o despecho; es indignación reprimida mal o insuficientemente, por fuerza y no por razón, que se irradia concentricamente de objeto en objeto y de zona en zona anímica, hasta contaminar, cosa curiosa, el mismo entendimiento. Hay hoy día ideologías de resentidos expuestos en lenguaje científico y con las mayores apariencias de objetividad. Max Scheler ha descubierto el resentimiento en las ideologías socialistas, en muchas herejías medioevales, en la apostasía del emperador Juliano –en lo cual le precedió la aguda observación de San Gregorio- y hasta en el libro DE CONTEMPTU MUNDI del Papa Inocencio II.

Pero esta definición del resentimiento y su análisis en:

Indignación por una ofensa
represión violenta,
tristeza,
ansia de vindicta o venganza,
desplazamiento concéntrico a objetos lejanos
irradie sentimental
contaminación intelectual

son cosas pedantes. Bergson lo definiría rápidamente:

ira ulcerada o bien
rencor en septicemia.

Esta septicemia no tiene más penicilina que una gran inyección de amor tan tremenda que sólo es posible por la Fe y por la Gracia –ayudados de intermediarios humanos, como suele Dios hacer sus cosas. “Dios y ayuda” como dicen en España.

El amor a los enemigos no excluye la lucha contra la injusticia que está en ellos; antes a veces la impone.
Hay algunos que tienen la misión o el deber profesional de luchar por la justicia. Sea que ella nos alcance personalmente o no, la injusticia es un mal terrible, perceptible a los que poseen el sentido moral –sexto sentido que diferencia al noble del plebeyo- y luchar contra ella es obra de procomún, aunque en ocasiones parezca como una locura. Don Quijote tuvo esa locura, que en el ideal caballeresco, creado por la Iglesia en Europa, no era locura.

Decía uno:

Dios que permitiste contra
mí, la mayor injusticia
y vida nueva y caricia
me das ¿para qué? ¡Recontra!
Tu ley santa me confronta,
primero perdonaré
y después olvidaré
y habiendo vida y milicia
lucharé por la justicia
y un día veremos qué.

Hombres hay que la injusticia
no pueden tragar ni ver
pues los enferma, anoser
que luchen por la justicia
morirían de ictericia
si no luchan. Dejenlós
quijotes los llaman los
emboscados, que son tantos
ellos son locos o santos.
a mi me hizo de ellos Dios.

Unos locos y otros santos
son; y otros entreverados
yo nací por mis pecados
de estos que hoy ya no son tantos.
Llena de lacras y espantos
esta época no los pare
quien hallarlos deseare
no vaya a cortes de rey
porque ellos nacieron buey
¿y a dónde irá el buey que no are?...

Los que tienen el deber profesional de luchar por la justicia son los jueces (los juristas), los gobernantes (los pastores) y los soldados (los guerreros). Desgraciadamente la época moderna ha transformado a los jueces en máquinas, a los gobernantes en economistas y a los soldados en militares; y padecemos una gran escasez de caballeros andantes.

Los caballeros andantes son los que tienen, más que el deber profesional, la pasión, la manía y el vicio de la justicia. Esta disposición natural –sea temperamental, sea adquirida- de suyo debería coincidir con el deber profesional; de hecho hoy día andan los dos a veces separados. De suyo, así como sacerdotes deberían ser ordenados los que tienen carismas, así jueces deberían ser nombrados los que tienen quijotismo, como pide la ESCRITURA: (ECLI., VII-6) “Noli quarere fieri judex, nisi valeas virtute irrumpere in iniquitates; ne forte extimescas faciem potentis, et ponas scandalum in cequitate tua”. El juez débil no sólo no hace bien, pero causa escándalo: porque se espanta a la faz del potente; por lo cuál, el hagiógrafo pide al que quiere ser hecho juez –o gobernante- que tenga “fuerza para atropellar la iniquidad”; y simplemente disuade a todos de “buscar ser nombrados magistrados”.

Las reinas de la Edad Media se hacían perdonar de los leprosos la pompa y la alegría de una época quizá más feliz que la nuestra –pues tenía reinas santas en lugar de “estrellas” de cine- besándoles las llagas. Hoy día los leprosos se tienen que contentar con autógrafos. Rita Hayworth ha visitado el Leprosario de Barcelona. Los diarios de hoy lo cuentan; y cuentan una anécdota. Dicen que la Rita (la Gilda) recorrió el lazareto acompañada de una monjita joven y no mal parecida, que allí presta sus servicios. Al salir se volvió a ella y le dijo:

-Hermana, yo no haría lo que usted hace aquí por un millón de dólares.

La española le contestó muy templada:

-Yo tampoco.

Esta anécdota es muy vieja: me la contaba a mí mi difunta abuela cuando yo era niño de teta.

La represión del natural deseo de venganza por razones intelectuales o por amor de Dios produce en alma esa “hambre y sed de justicia” a la cual se prometió la bienaventuranza. Ella es la sublimación del rencor y de la natural pasión por la vindicta; pasión por el restablecimiento del equilibrio moral. El odio a la injusticia padecida se convierte en horror de la injusticia padecida por los otros. Los sentimientos heridos no se cicatrizan –como pasa por el olvido en las heridas pequeñas- sino que comienzan, como si dijéramos, a sangrar hacia arriba. Por eso nuestro Salvador lo comparó a una pasión tan pertinaz y luchadora como el hambre.

“Esto que me ha pasado jamás cicatrizará”, se oye decir a veces: “Sí que cicatrizará” es la respuesta vulgar, a veces falsa. Tiene razón el herido muchas veces. La respuesta exacta es: “Conviértete en un herido de Dios, deja atrás a los hombres. Sé místicamente cruel contigo mismo”.

Esa herida siempre abierta nos hace solidarios del dolor del mundo; nos establece en comunidad con todos los que sufren; y hacerse solidario del dolor del mundo fruto del pecado fue la razón de tomar cuerpo y naturaleza humana el Verbo de Dios. Hombre sin pecado. San Pablo decía que llevaba en su cuerpo los estigmas del Cuerpo de Cristo: y que su vida real estaba escondida con Cristo en Dios. Hombre en medio de los hombres, capaz de interesarse por todo lo que era humano, lleno de virtudes sociales, o como dicen hoy, de “humanismo”, ganándose el pan con sus manos y predicando la salvación con desinterés sumo y en medio de riesgos y molestias indecibles, el Apóstol de los Romanos, llevaba escondida su llaga secreta, que era la razón de su poder. “Mi debilidad es la razón de mi fuerza”. “Cum infirmor tunc fortior sum” (“Cuando soy débil es cuando soy más fuerte”).

Nunca fue más fuerte que cuando atadas las manos, inclinó el cuello a la segur del verdugo. Entonces fue saciada su sed de justicia y las palabras de sus cartas, pasadas de sangre, se volvieron eternas.

Todo esto es más o menos sabido, pluguiera a Dios que fuese practicado. Que esta época es dura e injusta, todos lo dicen. Que esta época es la peor época que ha existido, lo han dicho hombres parecidos a nosotros en todas las épocas.

Lo que interesa sería saber qué va a salir de todo esto.

Pues bien, no pueden salir más que dos cosas, o una restauración de la justicia o la ruina total de la convivencia.

O se produce una gran efusión de amor fraterno, que habrá de tener caracteres casi milagrosos, por el cual sea restaurada la justicia en todas partes, arriba y abajo, en la Iglesia lo mismo que en el Estado, en la sociedad y en la familia, en la vida pública, en el comercio y en el trabajo, en las leyes externas y en el corazón de los hombres –que es de donde todo lo demás brota…

O las actuales de condiciones de iniquidad campante y triunfante se continúan y multiplican, prevalecen de más en más los sin corazón y sin ley –“sine afectione absque foedere, sine misericordia”- se produce un universal e implacable sálvese quien pueda y las masas egoístas y atemorizadas caen bajo el poder de los tiranos violentos y mistificadores sutiles, o de esa mezcla de ambos que ha de ser el Gran Emperador Plebeyo; ese “Hombre de la Iniquidad” que hace ya dos mil años la Cristiandad apoda con el dictado apostólico de Anticristo.

Leonardo Castellani


Jauja

Yo salí de mis puertos tres esquifes a vela
Y a remo a la procura de la Isla Afortunada
Que son trescientas islas, mas la flor de canela
De todas es la incógnita que denominan Jauja
Hirsuta, impervia al paso de toda carabela
La cedió el Rey de Rodas a su primo el de León
Solo se aborda al precio de naufragio y procela
Y no la hallaron Vasco de Gama ni Colón.

Rompí todas mis cosas implacable exterminio
Mi jardín con sus ramos de cedrón y de arauja
Mis libros de Estrabonio de Plutarco y de Plinio
Y dije que iba a América, no dije que iba a Jauja.
Pinté verdes los cascos y los remos de minio
Y las vela como alas de halcón y de ilusión
Quedé sin rey ni patria, refugio ni dominio
Mi madre y su pañuelo llorando en el balcón.

Muchas veces la he visto, diferentes facciones,
Diferentes lugares, siempre la misma Jauja
Sus árboles, sus frondas floridas, sus peñones
Sus casas, maderamen del más perito atauja.
Su señuelo hechicero de aromas y canciones
Enfervecía el cielo de mi tripulación,
Mas desaparecían sus mágicas visiones
Apenas la ardua proa tocaba el malecón.

La he visto entre las brumas, la he visto en lontananza
A la luz de la luna y al sol de mediodía
Con sus ropas de novia de ensueño y esperanza
Y su cuerpo de engaño decepción y folia.
Esfuerzo de mil años de huracán y bonanza
Empresa irrevocable pues no hay volver atrás
La isla prometida que hechiza y que descansa
Cederá a mis conatos cuando no pueda más.

Surqué rabiosas aguas de mares ignorados
Cabalgué sobre olas de violencia inaudita
Sobre mil brazas de agua con cascos escorados
Recorrí la traidora pampa que el sol limita.
Desde el cabo de Hatteras al golfo de Mogados
Dejando atrás la isla que habitó Robinson
Con buena cara al tiempo malo y trucos osados
Al hambre y los motines de la tripulación.

Me decían los hombres serios de mi aldehuela
“Si eso fuera seguro con su prueba segura
También me arriesgaría, yo me hiciera a la vela
Pero arriesgarlo todo sin saber es locura...”
Pero arriesgarlo todo justamente es el modo
Pues Jauja significa la decisión total
Y es el riesgo absoluto, y el arriesgarlo todo,
Es la fórmula única para hacerla real.

Si estuviera en el mapa y estuviera a la vista
Con correos y viajes de idea y vuelta y recreo
Eso sería negocio, ya no fuera conquista
Y no sería Jauja sino Montevideo.
Dar dos recibir cuatro, cosa es de petardista,
Jauja no es una playa-Hawaii o Miramar.
No la hizo un matemático sino el Gran Novelista
Ni es hecha sino para marineros de mar.

Las gentes de los puertos donde iba a bastimento
Risueñas me miraban pasar como a un tilingo
Yo entendía en sus ojos su irónico contento
Aunque nada dijeran o aunque hablaran en gringo.
Doncellas que querían sacarme a salvamento
Me hacían ojos dulces o charlas de pasión
La sangre se me alzaba de sed o sentimiento
Mas yo era como un Sísifo volcando su peñón.

Busco la isla de Jauja, sé lo que busco y quiero
Que buscaron los grandes y han encontrado pocos
El naufragio es seguro y es la ley del crucero
Pues los que quieren verla sin naufragar, son locos
Quieren llegar a ella sano y limpio el esquife
Seca la ropa y todos los bagajes en paz
Cuando sólo se arriba lanzando al arrecife
El bote y atacando desnudo a nado el caz.

Busco la isla de Jauja de mis puertos orzando
Y echando a un solo dado mi vida y mi fortuna;
La he visto muchas veces de mi puente de mando
Al sol de mediodía o a la luz de la luna.
Mis galeotes de balde me lloran ¿cuándo, cuándo?
Ni les perdono el remo, ni les cedo el timón.
Este es el viaje eterno que es siempre comenzando
Pero el término incierto canta en mi corazón.

Leonardo Castellani




Oración a Santa Teresa

Yo trabajo, Teresa, y tú con este
trabajo mío, teje la victoria
piedra filosofal, Circe celeste
haz oro de mi escoria.

Si es verdad que Él nació, vistió mi veste
mortal, penó por ti, nos dio su gloria;
antes que acabe mi mortal historia
¡ay! hagamos por Él algo que cueste...

Teresa de Jesús ... hermana mía...
no merezco llamarme de Cepeda,
sé por lo menos mi adoptiva tía.

Y en ésta de la vida extraña rueda
sé tú la espola de la hilandería
y yo el gusano lánguido de seda ...

Y trabajemos mientras es de día
yo todo. . . casi todo lo que pueda
y todo lo demás, su señoría...

Leonardo Luis Castellani



Otoño

–Pobre hoja seca ¿dónde vas en vuelo
de mariposa enferma y desvaída
entre la niebla y luz descolorida
del sol de otoño y desteñido cielo?

¿Dónde vas, hoja frágil, no nacida
ni para el alto azul ni el bajo suelo
ni para demasiada dicha o duelo,
hoja que va como se va mi vida?

–Yo qué sé? De la flor vuelo a la fosa
del suelo al astro al lodo o al vergel
presa de un aspirar que no reposa

donde va toda cosa en ignoto tropel...
Voy donde va la hoja de la rosa
voy donde va la hoja del laurel...

Leonardo Castellani






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