Ciudad paria
vieja esquina Los Santos
el himno en la pared
la mala muerte
por arriba la ausencia
la danza jubilosa de los niños sobre la tarima
del pueblo
nos despedimos entre la muchedumbre
quedé pensando en aquel bar oscuro de la San Sebastián
donde Yuyo afila su pena
y tú me viste
con la cara llena de cicatrices
con las manos hechas pedazos
en un sofá mirándote
como si estuviera
intacto
el tipo hablándome
cobrándome cervezas
devolviéndome a la ilusión
de que no es nada
y que al fin la nostalgia
la bruma que me hiela
el deseo terrible de no quedarme solo
de no mirar la noche cercando la bahía
como un toro
el deseo de bajar poco a poco
por la calle del Cristo
comentando los gatos
inventándome historias
para que surja
la ciudad junto a mi brazo
y puedas comprender por qué Yuyo es la sombra
por qué René callado recuerda la metralla
el rostro mutilado y la luz fría de un amanecer en
Corea
imagínate a Pin el loco con su cuerpo quemado por la muchachería cruel
la antorcha horrenda en el Bulevar
retorciéndose el Oso
la pierna enferma enorme inevitable
el corazón entonces
la calma
la paciencia de Juan
la violencia de Juan que rememoro
esta noche en la esquina Los Santos
mientras busco en tus ojos
de casual hermosura
un poco de otro mundo y muchas cosas
la nostalgia de Dopi el raterito triste
que vendía baratijas en mi barra
y bajaba de tarde entre claro y oscuro
por la calle La Cruz hacia La Luna
con sus dos shopin bags y su destino
fugaz de baratija me acuerdo
de El topo atormentado por la frente
de Carmen conocida en un café de estudiantes
y muerta años después sin la ilusión
de luchar o simplemente
sin ilusión por qué luchar
daba lo mismo
a la hora del golpe
en que su cuerpo
que tanto buscó el amor
quedó tirado inmóvil
con la fría carencia de una vasija rota
qué cosas
de Martha por ejemplo me quedaron milagros
papeles como brasas en mi camisa vieja
sé que dijo una vez
algo de mirar juntos por la misma ventana
y eso hicimos de pronto una noche en el muelle
contando sordos ebrios los barcos del asombro
recuerdo la carrera
la huida calle arriba por no pagar la magia
de aquella verde horrenda discoteca
allí anduviera mi alegría
de haber sabido que esa noche
la heroína y los duendes ganarían para siempre
tú que no me conoces
que con manos casuales despiertas la nostalgia
que echa a
andar
como un gato
por calles y zaguanes y antiguas azoteas
saltando aquí y allá
irguiéndose en el mismo precarísimo instante
en que los
Beatles
ajenos a la muerte que ronda la terraza
dicen a una muchacha que como tú no me conoce
la sílaba más honda de Because
recuerda que hay memorias de sangre
lupanares
puñaladas que parten la vida en dos tragedias
como si este silencia no fuera aquel muchacho
su mano adolescente sellando entre dos calles
la caída de su cuerpo
atravesado y rojo de muerte carnicera
imagínate al menos la ciudad cuando estalla
el asombro de Cumberland cercado por la fiebre
y por su propio corazón cercado
o de Riggs frente al mar cuando la bala
de Elías
cuando Irma matando avanza
abrazando mendigos locos putas
hijos de la miseria amargos hijos
de estas calles que andamos como duendes remotos
recogidos y extraños como el viento en los muros
Edwin Reyes
El tigre en su balcón
hay un tigre en la calle José Martí
su silueta recorre silenciosa el balcón
de esa casa remota y cercana
por donde paso atento con mi niña
mis obseciones yendo y viniendo
en ronda oscura
mis tigres atrapados
entre las rejas de otro balcón
mientras voy en el carro y saludo
la sombra recurrente de la bestia
reducida al paisaje manso de Miramar
a cualquier hora
el tigre en su balcón el tiesto móvil
para el capricho millonario
ya sin dientes ni garras
ya fiereza castrada exhibida
declaración de poder
especie contra especie
brutalidad del tigre con zapatos
esmerado en su torpe ofensiva
contra el ritmo precioso único de la célula
el mismo de las rayas palpitantes
al costado de la Vía Láctea
el ritmo que atempera mis nervios
desde el piano calculado por Mendelssohn
para orientar los tigres secretos de la sangre
cuando va cayendo la noche en las ciudades
y una sombra rayado puede ser un poema o un crimen
un juego para niños solitarios
o una hoguera insensata una clave
para tirar la casa por la ventana a la manera de Chagall
y llegar con Marina hasta la verja de la calle
llamar al tigre por su nombre
o sea tigre no Gastón
devolverle los colmillos con ternura
las garras con cintitas de terciopelo verde
invitarlo a comer en familia con sus primos los gatos
la sata Ofelia la coneja
Coneja
prepararle un asado de luceros para tan magna ocasión
escucharle lo que tenga que rugir
explicarle después no sin vergüenza
que aunque no de lo mismos también somos
de esa especie temible de bárbaros que cazan
castran encierran lucen tigres en los balcones
y esta noche ahora mismo hacen pedazos
a sus propios cachorros en Bagdad
Edwin Reyes
Epitafio de polvo
toco la noche a fondo
para no permitirme volver
toco la madrugada hasta abajo
porque ya me es imposible volver
seria es esta mueca perdida
entre lo que nos propone la calle
y lo que se levanta en mitad del desvelo
todo está escrito
hasta lo que está por escribirse
ya está en piedra
sólo nos resta lo fatal
la recuperación del olvido
Edwin Reyes
Los barcos
Los barcos me dan la vida
por esa negrura abierta
al viento, a la sombra yerta
de una muralla dormida.
Más que tu piel perseguida
me animan tus ojos quietos,
los gatos grandes y prietos
del Bulevar, la poesía
bruja del mar, todavía
los barcos me dan secretos
los barcos siempre los barcos,
la bruma siempre la bruma,
el horizonte no suma
la medida de sus arcos.
Yo hablé de unos ojos parcos
y de una piel requerida,
quise explicar la salida
del mar por que a ciencia cierta
por esa negrura abierta
los barcos me dan la vida.
Edwin Reyes
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