"El fin de la revolución no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad y demás embustes […] con que se engaña a la Humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar intelectual y físicamente lo más posible […] Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse."

Paul Lafargue


"El hombre puede estudiar en sí mismo la formación del instinto. El hombre no puede aprender, corporal o intelectualmen­te, sin una determinada tensión cerebral, que disminuye a me­dida que el estudio se va convirtiendo en costumbre.
Cuando, por ejemplo, se empieza a estudiar el piano, debe vigilarse atentamente el juego de las manos y de los dedos, para dar exactamente en la nota deseada, pero con el hábito se llega a tocar maquinalmente, sin necesidad de mirar el teclado y hasta teniendo el pensamiento en otra parte. De igual suerte, cuando se estudia una lengua extranjera debe tenerse constan­temente puesta la atención en las palabras, los artículos, prepo­siciones, adjetivos, verbos, etc., etc., que se conocen instintivamente a medida que se va familiarizando con la nueva lengua.
El cerebro y el cuerpo del hombre y del animal tienen la propiedad de transformar en actos automáticos lo que primiti­vamente era deseado y constituía el resultado de una atención continuada. Si no poseyese la facultad de automatizarse, el hombre sería incapaz de recibir una educación física e intelectual; si se viese obligado a vigilar sus movimientos para hablar, para andar, comer, etc., etc., permanecería en una eterna infancia. La educación enseña al hombre a prescindir de su inteligencia, y tiende a transformarle en una máquina siempre más com­plicada: la conclusión es paradoja.
El cerebro de un adulto es más o menos automatizado según sea el grado de su educación y de su raza; las nociones abstractas elementales, de causa, de número, de substancia, de ser, de jus­ticia, etc., le son tan familiares como el comer y el beber, y ha perdido todo recuerdo de la manera como las adquirió, pues el hombre civilizado hereda al nacer el hábito tradicional de adquirirlas a la primera ocasión. Pero esta tendencia a adquirirlas es la resultante de una progresiva experiencia ancestral prolon­gada durante miles de años. Sería ridículo suponer que las ideas abstractas han germinado espontáneamente en la cabeza huma­na, como lo sería el pensar que la bicicleta o toda otra máquina del tipo más perfeccionado han sido construidas al primer inten­to tales como las vemos en la actualidad. Las ideas abstractas, lo propio que el instinto de los animales, se han formado gradualmente en el individuo y en la especie. Para conocer los orí­genes, no sólo es necesario analizar la manera de pensar del adulto civilizado, según lo hacía Descartes, sino que, como lo entendían los enciclopedistas, precisa examinar la inteligencia del niño y remontar el curso de las edades para estudiar la del bárbaro y la del salvaje, como importa hacer cuando se quieren hallar los orígenes de nuestras instituciones políticas y sociales, de nuestras artes y de nuestros conocimientos.
Los sensualistas del siglo último, al hacer del cerebro una tabla lisa, lo que constituía una manera radical de renovar la "purificación" de Descartes, olvidaban este hecho, de importancia capital: que el cerebro del civilizado es un campo trabajado desde siglos y sembrado de nociones y de ideas por miles de ge­neraciones y que, según la exacta expresión de Leibnitz, está preformado antes que la experiencia individual haya empezado a manifestarse. Debe admitirse que el hombre posee la facultad de la coordinación molecular, destinada a dar nacimiento a un número considerable de ideas y de nociones: esto permite expli­car que hombres extraordinarios como Pascal hayan podido ha­llar por sí mismos series de ideas abstractas, tales como los teo­remas del primer libro de Euclides, que sólo han podido ser ela­borados por una larga serie de pensadores. Como quiera que sea, lo exacto es que el cerebro posee tal aptitud para adquirir determinadas nociones e ideas elementales, que ni se apercibe del hecho de su adquisición.
El cerebro no se limita solamente a recibir las impresiones procedentes del exterior por medio de los sentidos, sino que hace de sí mismo un trabajo molecular, que los fisiólogos ingleses denominan cerebración inconsciente, que le ayuda a comple­tar sus adquisiciones y hasta a hacer de nuevas sin pasar por la experiencia. Los alumnos sacan partido de esta preciosa facultad cuando aprenden imperfectamente sus lecciones antes de acos­tarse, dejando al sueño el cuidado de fijarlas en la memoria."

Paul Lafargue
El origen de las ideas abstractas


"Estando sano de cuerpo y espíritu, me quito la vida antes de que la impecable vejez me arrebate uno después de otro los placeres y las alegrías de la existencia, y de que me despoje también de mis fuerzas físicas e intelectuales; antes de que paralice mi energía, de que resquebraje mi voluntad y de que me convierta en una carga para mí y para los demás. Hace ya años que me prometí a mí mismo no rebasar los setenta, siendo por ello por que elijo este momento para despedirme de la vida, preparando para la ejecución de mi resolución una inyección hipodérmica con ácido cianhídrico. Muero con la alegría suprema de tener la certidumbre de que, en un futuro próximo, triunfará la causa por la que he luchado durante 45 años. !Viva el comunismo! !Viva el socialismo internacional!"

Paul Lafargue



"La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres: su productividad los empobrece.
Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto; ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera, o, lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina concede a la obrera diez días de reposo.
Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, más o menos, para todas las industrias renovadas por la máquina moderna.
Pero ¿qué vemos? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar su reposo en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh competencia absurda y asesina!
Para dar libre curso a esta competencia entre el hombre y la máquina, los proletarios han abolido las sabias leyes que limitaban el trabajo de los artesanos de las antiguas corporaciones, y han suprimido los días de fiesta.
Pero ¿acaso se cree, que porque los obreros trabajaran entonces cinco días sobre siete, vivían sólo de aire y agua fresca, como cuentan los mentirosos economistas? ¡Venga ya!
Ellos tenían ocios para probar los goces de la tierra, para hacer el amor y reírse, y banquetear alegremente en honor a la jubilosa diosa Holgazanería.
La sombría Inglaterra, convertida en la mojigata del protestantismo, se llamaba entonces la «alegre Inglaterra» (Merry England).
Rabelais, Quevedo, Cervantes, los autores desconocidos de las novelas picarescas, nos hacen la boca agua con las escenas de aquellas monumentales comilonas con que se regalaban en aquella época entre dos batallas y dos devastaciones y en las que no se escatimaba en nada. Jordáens y la escuela flamenca de pintura nos las han reproducido en sus telas vivaces.
Sublimes estómagos gargantuescos, ¿qué os ha pasado? Sublimes cerebros que encerraban todo el pensamiento humano, ¿dónde habéis ido a parar? ¡Cuánto hemos degenerado y empequeñecido! La vaca rabiosa, la patata, el vino adulterado y el aguardiente prusiano combinados con los trabajos forzosos, han debilitado nuestros cuerpos y encogido nuestras mentes. Y es precisamente entonces cuando el hombre restringe su estómago y la máquina aumenta su productividad, cuando los economistas predican la teoría malthusiana, la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo! Tendríamos que arrancarles la lengua y tirársela a los perros.
Como la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado adoctrinar, y se ha arrojado ciegamente, con su impetuosidad nativa, al trabajo y a la abstinencia, la clase capitalista se ve condenada a la pereza y al goce forzado, a la improductividad y al sobreconsumo. Pero si el sobretrabajo del proletariado aniquila su carne y atenaza sus nervios, el exceso de consumo no es menos fecundo en sufrimientos para el burgués.
La abstinencia, a la cual se condena la clase productora obliga a los burgueses a consagrarse al sobreconsumo de los productos que fabrica desordenadamente.
Al principio de la producción capitalista, hace uno o dos siglos, el burgués era un hombre ordenado, de costumbres moderadas y pacíficas; se contentaba con su mujer o casi, bebía cuando tenía sed, comía cuando tenía hambre. Dejaba a los cortesanos y cortesanas las nobles virtudes de la vida disoluta."

Paul Lafargue
El derecho a la pereza



"Los trabajadores, al cooperar con la acumulación de capitales productivos, contribuyen por sí mismos al| acontecimiento que, tarde o temprano, deberá privarles de una parte de sus salarios."

Paul Lafargue


"¡Oh Pereza, ten tú compasión de nuestra miseria. Madre de las artes y de las nobles virtudes, sé tú el bálsamo de las angustias humanas!"

Paul Lafargue
El derecho a la pereza



"Si desarraigando de su corazón el vicio que la domina y envilece su naturaleza, la clase obrera se alzara en su fuerza terrible para reclamar, no ya los derechos del hombre, que son simplemente los derechos de la explotación capitalista, ni para reclamar el derecho al trabajo, que no es más que el derecho a la miseria; sino para forjar una ley de hierro que prohibiera a todo hombre trabajar más de tres horas diarias, la tierra, la vieja tierra, estremeciéndose de alegría, sentiría agitarse en su seno un nuevo mundo… Pero, ¿cómo pedir a un proletario corrompido por la moral capitalista una resolución viril?.

Paul Lafargue



"Trabajad, trabajad noche y día; trabajando, vosotros aumentáis vuestra miseria, y vuestra miseria nos ahorra de tener que imponeros el trabajo por la fuerza de las leyes. La imposición legal del trabajo sería demasiado penosa, exige demasiada violencia y hace mucho ruido; el hambre, por el contrario, es no solamente una presión pacífica, silenciosa, incesante, sino que, siendo el móvil más natural del trabajo y de la industria, provoca también los esfuerzos más potentes."

Paul Lafargue
El derecho a la pereza


"Trabajad, trabajad, proletarios, para aumentar la fortuna social y vuestras miserias individuales; trabajad, trabajad para que, haciéndoos cada vez más pobres, tengáis más razón de trabajar y de ser miserables. Tal es la ley inexorable de la... producción capitalista."

Paul Lafargue


"Una extraña pasión invade a las clases obreras en las que reina la civilización capitalista; una pasión que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde hace siglos torturan a la triste Humanidad. Esta pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo.[…] ¡Y decir que los hijos de los héroes de la Revolución se han dejado degradar por la religión del trabajo hasta el punto de aceptar en 1848, como conquista revolucionaria, la ley que limita el trabajo en las fábricas a 12 horas por día! […] ¡Vergüenza para el proletariado francés! Solamente esclavos podían ser capaces de semejante bajeza."

Paul Lafargue














No hay comentarios: