“El gato apareció un día y desde entonces siempre estuvo allí. No parecía pertenecer a nadie en especial, a ningún departamento, sino a todo el edificio. Incluso su actitud hacía suponer que él no había elegido el edificio, haciéndolo suyo, sino el edificio a él, tal era su adecuación con la que su figura se sumaba a la apariencia de los pasillos y escaleras. Fue así como D empezó a verlo, por las tardes, al salir de su departamento, o algunas noches al regresar a él, gris y pequeño, echado sobre la esterilla colocada frente a la puerta del departamento que ocupaba el centro del pasillo en el segundo piso.”

Juan García Ponce
El gato



"Él nunca lo olvidó. ¿Pero cómo comunicarlo? Su miedo había sido tan grande que jamás hubiese sido capaz de repetirla y nadie hubiera aceptado como verdadero un mero relato verbal.
Luego, la exigua familia de A-1 y él junto con ella, dejó esa, para A-1, inolvidable ciudad de provincia y se trasladó a la capital. Los árboles frutales ahí eran otros y su tamaño ridículo junto a los que A-1 recordaba. Pasaba lo mismo con el número, la forma y la dimensión de las habitaciones en las casas, con los muebles, con las calles, con la escuela de los mismos religiosos pero sin ningún árbol, no habilitada como escuela sino construida para ser escuela y con unos polvorientos campos de deporte. Pero si A-1 no olvidó su ciudad natal sí perdió en cambio casi toda memoria de A-2. Recordaba de vez en cuando a algunos conocidos, con menos frecuencia todavía a ciertos maestros y sólo a través de los comentarios de sus padres a unos cuantos familiares. No era otra vida; era otra forma de vida; sin embargo, ese cambio en la forma cambiaba la vida. La incierta nostalgia que siempre acompañó a A-1 tenía ahora un objeto concreto; pero, contradictoriamente, cuando se presentaba, A-1 la rechazaba avergonzado. El follaje al que debía su carácter secreto había cambiado de naturaleza, aun cuando la figura de A-1 seguía denunciándolo de algún modo y su conducta en la nueva escuela con respecto a las posibles amistades fue muy semejante. En cambio, sin ningún motivo razonable, dejó de ser un buen alumno. La escuela, simplemente, había dejado de interesarle de la misma manera inexplicable en que antes le atraía. Entonces empezó a tener amigos entre los muchachos que conocía en las calles del barrio donde se encontraba su nueva casa. No eran propiamente amigos, pero sí cómplices en las muchas transgresiones de las reglas de conducta que todos cometían. A-1 empezó a ver de lejos a una muchacha y luego le habló y pasó muchas mañanas y muchas tardes tirado sobre el pasto frente a la escuela de ella. Pero nunca logró que su amor llegara a tener alguna importancia para la que era para él el objeto absoluto del amor. De ese modo pasó de mala manera por la escuela secundaria y la preparatoria. No era bueno ni malo; era algo mucho más grave y para sus padres mucho más irritante e inexplicable: era radicalmente indiferente. Si la vida podía ser un espectáculo, para él ese espectáculo resultaba poco interesante fuera de la lejana posibilidad, que nunca llegó a conocer, de que su amor se hiciera accesible para el objeto de su amor. Y si la vida encerraba en su futuro una oculta promesa, no cabía duda de que a A-1 no le interesaba develarla.
En tanto, en A-2 se había producido una transformación parecida, sólo que a la inversa. Su fortaleza se aplicó a los estudios con igual dedicación que antes a los deportes y sin abandonar éstos llegó a ser un destacado alumno. A-1 se había salido de las páginas de la Memoria que cada año imprimía la escuela. A-2 aparecía siempre en un gran número de ellas. Tuvo una novia al entrar a la preparatoria. Era hermana de uno de sus amigos. Alguna vez repasaron viejos ejemplares de esas Memorias. En los más antiguos, los que correspondían a la escuela primaria, aparecía A-1. La novia de A-2 lo recordaba y preguntó por él. A-2 no supo responderle nada. Simplemente A-1 se había ido de la ciudad con su familia y al alejarse también su imagen había perdido toda realidad. Los sucesos de la infancia que se recuerdan están relacionados con uno mismo de una manera en que A-1 nunca lo estuvo con A-2 durante esa época. Pero luego también A-2 dejó la ciudad, no con su familia sino porque había llegado el tiempo de entrar a la Universidad y tanto él como sus padres estaban de acuerdo en la conveniencia de que realizara sus estudios en la capital. A-2 había viajado muchas veces a ella anteriormente; pero sintió el cambio al encontrarse en una casa de huéspedes para estudiantes de una manera que quizás podría relacionarse con la que sintiera años atrás A-1. Fue lógico que se reconocieran al encontrarse en la Universidad. Entonces estuvieron más cerca que nunca de convertirse en amigos. Se veían casi todos los días en las clases, sorprendidos de haber escogido la misma carrera, y muchos sucesos del pasado regresaron para los dos sin que se entrometiera la diferencia con la cual habían vivido en aquel entonces. Pero esa diferencia no había desaparecido. La inversión que se produjera por separado seguía manteniéndose. A-2 era un alumno mucho más dedicado que A-1 pero durante un pleito, cuando A-1 estaba ya en el suelo con la cara cubierta de sangre, fue la fortaleza de A-2 la que intervino para ayudarlo. Una pequeña cicatriz sobre la ceja izquierda de A-1 permaneció siempre para evocar ese acontecimiento, pero él lo olvidó durante mucho tiempo porque, al contrario que A-2, perdió muy pronto todo interés en la carrera elegida y antes de que llegara el segundo año abandonó la Universidad. Esta nueva separación impidió otra vez que fueran algo más que conocidos. A-2 regresaba frecuentemente a su ciudad natal. A-1 nunca lo hacía. A-2 tuvo ahí otra novia. A-1 cambiaba de amistades, no tenía ninguna novia y encontró un sedentario empleo en una librería. Luego, con uno de esos siempre nuevos amigos, se fue de viaje, sin que sus padres, que lo ayudaron con algo de dinero para realizar ese viaje, supieran nunca dónde había encontrado el resto. El dueño de la librería sí llegó a saberlo. La cantidad de libros que faltaban cuando A-1 dejó el empleo superaba toda posibilidad de haberlos sustraído sin que el dueño lo advirtiera. Pero aunque su amigo regresó al cabo de unos meses, A-1 estuvo más de un año fuera del país y para sorpresa del dueño de la librería, volvió a solicitar su antiguo empleo a su regreso. No pareció comprender por qué se lo negaron. Simplemente buscó otro trabajo, de nuevo en una librería. Casi no hablaba de su viaje, ni siquiera con sus padres, a pesar de que había estado varios meses en el norte de España en el pueblo natal de su padre, del que éste saliera siendo niño todavía y al que nunca había vuelto, del mismo modo que A-1 tampoco había regresado jamás a su ciudad natal. Sin embargo, en su soledad, A-1 parecía haberse convertido a una nueva religión cuyo dios nadie conocía. Durante meses le escribió interminables cartas a ese nuevo dios. Luego dejó de hacerlo. Había conocido a una muchacha americana. Vivieron casi un año juntos y finalmente ella abandonó a A-1 y regresó a su país sin que él sintiera ninguna necesidad de escribirle."

Juan García Ponce
Figuraciones



"El secreto del gran arte, de la gran obra, se encuentra en su capacidad de guardar el secreto y mantenerlo vivo. Su papel no sólo es el de un transmisor, sino también el de un almacén en el que se conserva ese secreto en su verdad sin principio ni fin, contenida, como ha señalado Maurice Blanchot a propósito de la literatura crítica, en "el infinito de la palabra no dialéctica", ese infinito con miras a la acción interior, ligado al espacio creador, contenido en él, que la crítica debe seguir como una búsqueda de la posibilidad de la experiencia."

Juan García Ponce
La aparición de lo invisible


"Esteban reparó en la manera en que la forma de sus rodillas se señalaba en sus largas piernas. Mariana no terminaba de revelarse nunca y siempre podía volverse a empezar a descubrir rasgos y peculiaridades de ella. Ahora estaba su figura en el portal. Había dormido junto a Esteban, y lo había dejado despertar solo, sin ella, quizás, pensó Esteban, porque de pronto tenía la misma necesidad y sintió la misma egoísta satisfacción que él experimentara la noche anterior ante el hecho de poder mantenerse aparte. Pero también estaban juntos, en el mismo cuarto, en el mismo lugar. Él, con Mariana, hasta la que había llegado finalmente. Su presencia era única y tenía una capacidad totalizadora que lo conmovía sin poder hacer otra cosa que dejarse arrastrar por esa disolución de sí mismo en ella. Y sin embargo, también era otra. María Inés. Una Mariana distinta dentro de Mariana y que era la misma Mariana. Pero el cuerpo de Mariana lo abarcaba todo. Era su verdadera unidad. Más allá de su figura, estando su figura presente, no había ninguna necesidad de pensar y fuera de esa figura, poniéndola al mismo tiempo en el mundo, la luz también revelaba, por un lado, al terminar la blanquísima franja de arena, el oculto movimiento del mar que sólo se hacía evidente en el último giro sobre sí mismas de las olas que se sucedían unas a otras y rompían finalmente sobre la arena y, del otro lado, en el tupido jardín tropical que rodeaba los bungalows y en el que todas las variantes del verde se hacían posibles en las inesperadas formas y tamaños de las plantas, del mismo modo que el mar era unas veces azul y luego gris plata y luego verde también. Más lejos, en la dirección del mar, no había nada, sólo la pura luminosidad sin color del cielo desprovisto de nubes durante enormes extensiones sin fondo bajo las que también se levantaban, separándose del jardín, las abruptas elevaciones y los descensos de las altas montañas. Entonces, el mundo alrededor, igual que Mariana, tenía una realidad firme y segura ante la que era posible conmoverse sin llegar a poder apresarla nunca, sino disolviéndose del mismo modo en su carácter inagotable. Una cosa y otra formaban la imposible conjunción entre lo eterno y lo temporal. Se tenía la tentación de ser humilde y esa humildad, su mera percepción, creaba un orgullo sin límite. Pero de pie en el portal del bungalow, sonriéndole a Esteban, Mariana era ajena a todo eso."

Juan García Ponce
Crónica de la intervención


"Mientras siga viviendo voy a escribir. Cuando muera yo seré recuerdo, si acaso."

Juan García Ponce



"No creo en Dios, soy un ateo absoluto.”

Juan García Ponce



“No hay belleza más admirable que la de la mujer que viene de entregarse a un tercero y esa entrega se la ofrece al hombre que ama que acepta que la única fidelidad posible es la que ella guarda a sus deseos y a su disponibilidad.”

Juan García Ponce




"Para mí, Musil es Dios. Es un dios y el dios merece toda mi atención."

Juan García Ponce



"Todo lo que yo digo es la contradicción viviente." 

Juan García Ponce


"Yo comparto la opinión de que vivimos en un mundo corrupto, por eso precisamente no hay que serlo. Eso es muy sencillo, te paso la fórmula: basta creer en la belleza y despreciar el poder."

Juan García Ponce









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