A mi hijo Carlos
In memoriam
Bajo el azul de Mérida
el bucare levanta
en cada rama
una bandera roja.
Oro solar
de los araguaneyes.
En el estanque
de estrellas y nenúfares
una cierta sonrisa.
Sigue la luz,
la vida,
los papiros de larga cabellera,
la trinitaria en sangre,
el malherido pie del eucalipto,
la alegría del viento entre los sauces
y en la noche más alta, tras las nubes,
la luna, avergonzada.
Todo está en su camino.
Salvo mi corazón, nada ha cambiado.
César Rodríguez Hueso
Acción de gracias
Gracias te doy, mi Dios, que me permites
reflejarme en el brillo de sus ojos,
aspirar el frescor de su sonrisa,
recostar sus cabellos a mis hombros.
Gracias te doy, mi Dios, cada mañana,
que antes de darle el beso silencioso,
te pido me concedas el eterno
continuar a su lado de algún modo.
Gracias te doy, mi Dios, porque la extraño,
porque pido por ella mientras oro,
porque añoro decirle tantas cosas
y en un te quiero lo resumo todo.
César Rodríguez Hueso
Canción
Mujer: voy a poner mi canción en el aire
para que la recojas
y te la pongas, como una cinta,
enlazada al cuello.
¡Mírala! Ha caído en la hierba.
De aquí a un instante
ni tú ni yo podremos verla.
Se la pueden llevar las serpientes jaspeadas.
Entonces, ¿qué haremos?
Mis músculos no pueden forjar canciones
y tú tendrías que irte llorando
por el bosque
bañándote los senos en lágrimas.
Mujer: mueve tus manos,
que aún la canción está cayendo a nuestros pies
y las serpientes vendrán cruzando el río.
César Rodríguez Hueso
Final
Se me mueren los versos.
Gota a gota
las sílabas palpitan
con un lento latido doloroso.
Una serpiente
amarilla de sol
en rayo vivo
me clava su puñal,
me crucifica
las manos en el aire
y se va por el bosque
en fugitivo
camino rumoroso.
Se me mueren las manos.
Ya las últimas nubes
arden en el ocaso
y la ceniza gris se va esparciendo
por la salina blanca,
por el azul del agua
y por montes de piedras y de cardos.
Pasan sombras de pájaros. El viento
se muere entre los árboles.
César Rodríguez Hueso
Ingenuidad
Lo confieso: yo me encontré estos versos.
Estaba descuidado cuando, de pronto,
sentí en las manos
la frescura de un gajo de uvas.
Bajé la vista
y los vi, pequeñitos,
y sentí que latían en mis manos
como corazones vivos de pájaros.
Yo no podría decir
de dónde me cayeron en las manos,
pero sí siento
que hay un parral inmenso
que afinca sus raíces en mis huesos.
Lo confieso: yo me encontré estos versos.
Estaba descuidado cuando, de pronto,
sentí en las manos
la frescura de un gajo de uvas.
Bajé la vista
y los vi, pequeñitos,
y sentí que latían en mis manos
como corazones vivos de pájaros.
Yo no podría decir
de dónde me cayeron en las manos,
pero sí siento
que hay un parral inmenso
que afinca sus raíces en mis huesos.
Lo confieso: yo me encontré estos versos.
César Rodríguez Hueso
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