Vieja calle de la acequia
Mi balcón perezoso envejecía
con estéril y amarga soledad,
y de puros deseos se moría
por ofrecer su panorama al mar.
Recorría la calle en su largura
una acequia de riego comunal,
de hilillos de cristal y de frescura
y limoneros de oro en el bancal.
Y cuando sesteaba el sol poniente,
con ladridos de un perro pertinaz,
la calle se alegraba con su gente.
Por las noches, felinos cancioneros
arrullaban con maullidos de paz
el sueño y faenares marineros.
Andrés Calvo Guardiola
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