Como una hoja
Como esa hoja, la de allá arriba,
que el sol vuelve traslúcida
al traspasarla por completo
y salir del lado de la sombra.
Como esa hoja embriagada de fulgor
que no deja de brillar en el cielo,
que no cesa.
Dentro de esta oscura ola de polvo recuerda
que eres como esa hoja en la luz.
Hamutal Bar-Yosef
Cuando me quedo sola
Cuando me quedo sola me siento exhausta y quiero morir,
arroparme con el edredón en la oscuridad
hundirme en él como un submarino despedazado
y encerrarme a dormir.
Cuando me quedo sola mis fuerzas se derraman
por todos los orificios de mi cuerpo y caen a tierra,
me ahuecan, vaciada, aterrada,
me arrastra un viento implacable, como una pelusa.
Cuando me quedo sola me quedo sin yo,
tengo sólo un no hay esto
y un no hay aquello ni lo otro,
todas las ausencias sobre mí como una piedra.
Hamutal Bar-Yosef
He olvidado cómo se grita
He olvidado cómo se grita y en qué idioma.
Eterna sospechosa de anunciar falsos lobos
silbo acostada de espaldas en multitud de flautas
una misma canción hueca
y con ojos vidriosos de sabiduría contemplo
cómo las ovejas se devoran entre sí.
Hamutal Bar-Yosef
La pluma y el pincel
La pluma de la ofensa es mucho más potente
que el pincel del placer.
Su roce agudo hiende el mapa
con los punzantes ángulos del recuerdo.
El pincel del placer navega en un lago interminable
entre islas que cantan con voz de alto y soprano,
se mueve con la liviandad de un niño corriendo en cubierta,
extiende redondeadas capas de acuarela
casi transparentes que han de desteñirse mañana.
Dibuja el mapa de otro país.
Hamutal Bar-Yosef
Nombres
Nombres y más nombres multiplicados, triturados, melodiosos,
quien los pronuncia relincha como un caballo que llora en sueños.
Nombres de calles, compañeros de escuela y sus hermanas,
quien los pronuncia penetra en el espacio del clamor
Nombres que revolotean por el aire y cantan con rara insistencia,
como preservando un sitio prohibido,
más allá de la risa y el llanto –
Así sonaban las conversaciones de mis padres con sus paisanos
acerca de lo que fue.
Hamutal Bar-Yosef
Obsequio
A los nueve años decidí hacerle un regalo a mamá en su cumpleaños,
sola y a escondidas, algo que yo pudiera fabricar,
algo que hubiera hecho yo misma, darle una sorpresa
que le gustara, que la pusiera aunque fuera un poco más contenta.
A escondidas cosí un pañuelo, una servilleta, un repasador, una especie de bolso.
A escondidas corté la manta de mi muñeca en tiras multicolores
y las uní con hilvanes y pespuntes como me enseñaron en la escuela.
Mamá recibió de papá un broche de plata de Betzalel,
una filigrana en forma de montañas gemelas,
y lo abrochó entre sus senos, sobre el vestido azul.
De mi regalo dijo: “Mejor hubieses hecho una sola cosa grande”.
Más de cincuenta años me duró el impacto. No supe qué responder.
“Mejor hubieses hecho una sola cosa grande”… fui entendiendo poco a poco.
Ella murió hace unos años sin que lo hubiésemos hablado.
Pero hoy me enteré que dentro de poco me reuniré con ella, y le diré:
“Mamá, eso es lo que hice. Lo que pude”.
Un pañuelo, una servilleta, un repasador, una especie de bolso.
Hamutal Bar-Yosef
Reaparece el sol
Reaparece el sol
a nuestras espaldas
sosteniendo un enorme manto de luz, dispuesto
a ayudarnos nuevamente a cobijarnos en él,
pero no todos a la vez.
Sólo las ofensas aún queman
las entrañas de la tierra,
que no puede conciliar el sueño
sin halagos y víctimas propiciatorias.
Oye: tras las tinieblas cantan
las espigas de trigo, o de arroz, o de maíz,
cuya ingestión calma un poco
las nostalgias y la ira.
Hamutal Bar-Yosef
Si logras recordar
Si logras recordar cómo me diste de comer
mitades de cerezas de tu boca
con la habilidad de un actor de cine
y cómo al cabo de un año te propuse probar
la tibia leche que emanaba de mis pechos duros
y cuál fue la expresión de tu rostro cuando lo hiciste
y cómo comiste y elogiaste el primer arroz mal cocido
y el pollo cocinado con sus vísceras el primer otoño
cuando comimos mi primer comida previa al ayuno
y cómo me compraste con las primeras regalías
un vestido de gamuza gris y guantes de gamuza violeta
y cómo a escondidas y en cuotas te compré
la bata de lana con el cuello chino
y si logras recordar mi tapado de cuero
y el pantalón pijama celeste tuyo
que extendimos en el jardín del hospital entre arbustos no muy altos
cuando me escabullí a visitarte de noche porque habías
llamado para decir que tenías necesidad
y yo ya era madre de cuatro hijos
y cómo volviste a casa de la reserva en plena noche
y qué feliz y orgullosa estaba yo de que fueses mío
y si logras recordar cómo pusiste tu cabeza en mi regazo
y cerraste bien los ojos frente al lago que rutilaba entre los árboles
en el banco en la avenida enseguida después de firmar el contrato
y entendí que ahora eras realmente feliz
y si logras recordar cómo te retuve con todas las fuerzas
que pude juntar en mi enclenque cintura
mientras gemías en la bañera con el llanto de un oso herido
y cómo aferrabas mi hombro y mi preñado vientre en el funeral de mi padre
y que me había puesto el vestido al revés y no podía dejar de llorar
y me perdonaste heroicamente las mentiras y las actitudes vengativas
y si logras recordar la espinosa planta de zarzamoras
que se empeñó en crecer pese a que los obreros le echaron cemento
entonces recuérdamelo, por favor
porque tiendo a olvidar cosas últimamente.
Hamutal Bar-Yosef
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