Carrera macabra

Tú hablabas de quemar barcos
-y los míos ya eran ceniza-,
tu soñabas con levar anclas
-y yo estaba ya en alta mar-,
tú ibas de la patria a la Nueva Tierra
-y yo estaba sepultada ya
en tierra extraña,
y un árbol de raro nombre,
un árbol como todos los árboles,
creció en mí,
como de todos los muertos,
sin importar dónde.

Hilde Domin


Con equipaje ligero

No te acostumbres.
No tienes derecho a acostumbrarte.
Una rosa es una rosa.
Pero un hogar
no es un hogar

Quítale el objeto al perro faldero
que te mueve la cola
en la vitrina.
Se equivoca. Tú
no hueles a quedarte.

Una cuchara es mejor que dos.
Cuélgala al cuello,
puedes tener una,
pues con la mano
es difícil servir lo caliente.

Te correría azúcar por los dedos
como el consuelo
como el deseo,
el día
que ella sea tuya.

Puedes poseer una cuchara,
una rosa,
tal vez un corazón
y una tumba
tal vez.

Hilde Domin




Irresistible

¿La propia palabra,
quién la recupera,
la vital
palabra
todavía no pronunciada?
Por donde pasa la palabra
se secan los pastos,
las hojas palidecen,
cae nieve.
Un pájaro regresaría a ti.
Y no tu palabra,
la no dicha aún
a tu boca.
Envías otras palabras, más tarde,
suaves palabras, con plumas coloridas.
La palabra es más rápida,
la negra palabra.
Llega siempre,
no cesa
de llegar.
Mejor un cuchillo que una palabra.
Un cuchillo puede ser romo.
Un cuchillo atina a menudo
lejos del corazón.
No la palabra.
Al final está la palabra,
siempre
al final
la palabra.

Hilde Domin



Isla de luz

Mi sombra
la más delgada la más íntima
entre los muertos

En la isla de luz
dispersa
sin dueño

Quizás
esas multitudes
quizás
reunidas solas
quizás
entre ellas
nosotros
sembrados de nuevo

Como árboles
seremos más suaves

Quizás
como árboles

Hilde Domin




La gran corriente de aire

La palabra a mi lado
el doblez de la palabra
muy cerca

respirar profundo
la piel
entre la palabra y yo
respirar hondo

la gran corriente de aire
donde vuelan las palabras

Hilde Domin



Las alas de la alondra

Las alas de la alondra
son inútiles
ellas están cegadas
en la jaula
Evidencias contra nosotros

Nuestras rosas se han vuelto
negras
en la lluvia
Nuestro vino se volverá
vinagre en el lagar
y nuestras fiestas
en días de prueba

De los dorados cuernos de la abundancia
ascienden los gusanos
Venenosas nubes oscurecen
el cielo sobre las ciudades
Sería coraje
tener miedo

Hilde Domin


Lectura

Los libros entran en mí
a través de un gran portón
pagan algo
por su entrada
le dan algo
a mi chica del guardarropa
invisible
El teatro
al que entran
es oscuro
yo misma estoy en la entrada
aquellos amados
no sé cómo salieron
regresan siempre

Hilde Domin



Paisaje cambiante

Uno tiene que saber irse
y sin embargo, ser igual que un árbol:
como si se quedasen las raíces en el suelo,
como si se moviese el paisaje
y nosotros nos quedásemos parados.
Aguantar la respiración
hasta que cese el viento
y el aire ajeno empiece al rodearnos,
hasta que el juego de luz y sombra,
de azul y verde,
muestre los viejos patrones
y estemos como en casa
donde sea,
y podamos sentarnos y recostarnos
como si fuera la tumba
de nuestra madre.

Hilde Domin


Palabras

Las palabras son granadas maduras,
caen a la tierra
y se abren.
Todo el interior es barrido hacia afuera,
la fruta desnuda su misterio
y muestra sus semillas,
un nuevo misterio.

Hilde Domin



Sobre nosotros

Se leerá sobre nosotros
póstumamente.
Nunca quise despertar póstumamente
la compasión de los escolares.
Nunca aparecer de esa manera
en un cuaderno de clase.
Nosotros, sentenciados
a saber
y no a actuar.
Nuestro polvo
jamás será tierra.

Hilde Domin



Sólo una rosa como apoyo

Me preparo una habitación en el aire,
entre los acróbatas y los pájaros:
mi cama sobre el trapecio del sentimiento
como un nido en el aire
en la punta más alta de la rama.

Compro una manta de lana finísima,
de ovejas delicadamente peinadas
que caminan sobre tierra firme
como radiantes nubes
a la luz de la Luna.

Cierro los ojos y me abrigo
con el vellón de animales fiables.
Quiero sentir la arena bajo las pezuñitas
y oír cómo suena el cerrojo
que cierra la puerta del establo por la noche.

Pero yazgo en plumas de pájaros en lo alto,
arrullada en el vacío.
Me da vértigo. No puedo dormir.
Mi mano
busca un soporte y encuentra
sólo una rosa como apoyo.

Hilde Domin


Vademécum

El muerto es el único en quien se puede confiar.
Está en nosotros
acurrucado en sí mismo
como una bola suavecita
un embrión
o un pequeño animal
al que se mete en una caja con hoyos
y se la esconde en el bolso
solo que mucho más cómodo.
Él no ocupa casi espacio
no gasta en transporte
ni significa sobrepeso de equipaje
en los vuelos transcontinentales.
Él siempre está ahí.
Responde todas las preguntas
y no hace ninguna.
Nos ve cuando lo vemos
y da vuelta la cara si miramos para otro lado
no exige nada
no decepciona
apenas se queja
cuando un día lo olvidamos
o una semana.
Y cuando nos sentimos solos
y lo pensamos
brilla cálidamente de vuelta
como una estufa eléctrica.
El muerto no miente
ni será engañado
tampoco formará parte
de los acuerdos.
Él no vende
ni es mercancía
en las liquidaciones del miedo.
Si eres la mano
el brazo
el corazón
de otro ser vivo:
muere pronto.
Al muerto le es permitida la totalidad.
Apúrate en ser un muerto
al muerto
se le mantienen las promesas.

Hilde Domin





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