El río en el árbol

Cuando el azul en él lo purifica
de los viejos ahogos, del hielo muerto:
el sol se jacta y se despliega
cargándolo de glifos
en una onda benévola,
una lengua de címbalo
amortiguada por el edredón
de mil tórtolas.
Demasiado naciente, demasiado pura,
la luz en él ofrece en holocausto
la mirada que no sabe acoger
el estrépito del centelleo.
Así el río camina
alborozado de primavera
fecundo de transparencia
como un árbol que se ensambla al aire.

Fernand Ouellette


El río vertical

Tantos signos
            tantas esperanzas chocando contra el cielo…
Mucho tiempo
            la vertical germinó en la arcilla.
Luego el río se puso de pie
            como un macho alargado se rehúsa
            al silencio de las efigies.
El río se convierte en árbol,
            el vergel que asciende
            aligerado
            por el alborozo las de las flores.
Con el alga
            la pesadez de los sueños de granito
            y las miles de agujas de los peces muertos
como pájaros carpinteros
            sobre la carne de la memoria,
            vino la caía de las sombras
el tiempo de la sangre a lo largo de los ríos.
Sueño de cal,
            pulverizando el rostro de un país puro
            y huyendo los ojos
como pájaros
bajo los plomos.

Oh, ¡la obsesión de una vida boreal
antes de que la historia sea el relato de las estatuas!
¡El espacio!
el río lo avivará para un mundo.
Los fetos ya no reventarán de sed.
Vendrá la muerte bajo la mordedura del sol.

Fernand Ouellette


La felicidad

Pero nada calcina
el follaje
ni cierra el mar.
El día parece engastado al árbol.
Pasan las horas,
los pensamientos de luz.
¿Quién no sabría amar
de espaldas a la muerte?
Dejemos al cuerpo
verter sus oros sobre el alma.

Fernand Ouellette


La mañana

La mañana sin atavío
alisa tu fatiga.
Se calma tu rostro
como un agua murmurante
se hace espejo
Otra vez te encuentras en el margen,
palabra olvidada que invade lo real.
Expulsando su vertiente,
lentamente la noche cae de tu cuerpo,
y limpia tus sombras
arranca tus pesadillas.
Apenas nocturna te acercas
a la ventana, sin abrir la palabra,
al llegar a la orilla del mundo
justo donde los árboles se ensamblan.
Aceptando la luz
recibes al pinzón,
y la onda pujante
desde el tordo en el suelo.
Avanzas hacia mí,
me ofreces el mar
en un destello de tus miradas.

Fernand Ouellette


La montaña

Aunque la montaña…
¿No traza la vertiente su llamado
ahí donde ni los árboles ni las sombras proclaman?
Y se apaga la sonrisa misma,
finamente fija en el oriente,
que un sol abandona.
Alto llevo del vigilante el blanqueo
y este ojo lavado en ardor
contra el anticipo tan sonoro
del suspiro.

Fernand Ouellette


Los pensamientos

Los pensamientos se dispersan,
similares a sombras del deseo alto.
El pájaro quebrará su larga errancia…
Los amantes que se abrazan
presienten el horror.
Los álamos se agitan a los lejos
en el delirio del aire.
¿Pero debe toda palabra
obscurecerse?
¿Sin visión el corazón
tan sólo puede desistir?
¿No hace falta morir
desde la noche de la mirada?
Entonces la mañana pasa
sin que el árbol se enderece,
pasa a veces muy alto
como un acorde del mar.
Se sumerge la golondrina entre nosotros,
en pleno sueño,
lámina azul y fina.
Se apaga el alma.
El cuerpo nos cierra el horizonte.

Fernand Ouellette


Oxígeno

Alcanza el sitio donde se extiende la cometa en hilo
            de luz.
Alcanza el sonido que condensa nuestras albas, el cuerpo
            que crece del ojo hacia el abismo.
¡Eh! ¡habitarán las piedras el instante del vuelo,
            y el espacio en vano perseguirá tu rostro!
¡Que nadie ose inventarte el milagro del hueso
            que canta!
Inmóvil, da el salto de una pluma que el sol aspira.

Fernand Ouellette



Y llora la luz

En el hombre conozco un viento antiguo,
un viento ardiendo por completo con músicas humeantes.
Y llora
         entonces
                  la luz,
y llora el silencio
en el hueco de la mañana
dormitando en el niño

Fernand Ouellette












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