ahí está el poema: donde no están las palabras para señalar lo indómito de tus ojos (tan abiertos de tan adormecidos) donde no aseguran las palabras que el cielo de la enfermedad te lo darán mis manos cuando desplomes y desordenes el viento

María Malusardi


amor

qué haremos mal si el amor es una trampa
ineludible para morir un poco menos? beso
enfermo de rapto de camilla dos cabezas al
revés en una caja presiona lápiz enredo
póstumo de piernas el fin en el abrazo se
empecina no hay palabras para combatir el
desencuentro sólo cenizas qué pena oscura
desquicia el amor en este rincón manos que se
buscan

María Malusardi




artista del hambre
(fragmento) 

hubo un día y no recuerdo si el temblor de la palabra o el relámpago en la lengua empastaron mi boca con muertos hubo un día ese día el hambre traficó y cayeron huesos como panes hubo ese día y sollozaba entre añicos quería matar afilar el vidrio ese borde eficaz para darle un envión un vuelco a tanto error a tanto desamparo
 

hubo un día en que nací entre artistas del hambre para (estilísticamente) inmolarme en el delito
 

los filósofos anuncian el ser de las heridas los poetas escarban arrastran cortan de raíz más tarde duelo y mato porque sí porque me dejan porque me empujan porque el mundo se ha enredado en mis tobillos mato porque no puedo dirimir en esta jaula ni entender en este sueño el éxito de mi condición
 

no soy ese niño que mira desde el otro lado de la ventana de un bar ojos de brea hirviendo las huellas del encierro y sus reptiles y aunque no soy ese niño mastico mis dedos para que alguien me brinde un sorbo de su mirada no soy ese niño sino un animal que arrancan del harapo los poetas exégetas de la compasión
 

en medio del poema una vaca muge y deja correr su leche contra mi ojo aprieta sus cualidades ácidas el párpado arde gotea diluye los barrotes alimenta la vaca me alimenta me engorda me sacrifica me ofrece en el mercado
 

desde que el hambre es una religión una región una enfermedad de los muertos el hambre un modo de tejer desde que el hambre es el poema en esta jaula puedo soñar con ciervos: degollarlos
 

esta jaula es una calle abierta al público que pasa y no aplaude quien no ve no desampara (y muerto está) quien se asoma a mi dolor huele la carne la salud del alma disecada quien renuncia y corre traga un vendaval de cuerpos los desechos de la historia coágulos de basural
 

puedo soñar con ciervos porque sí porque maté porque mis muertos de vuelo amplio y cuernos impetuosos porque maté porque parí en el renglón de los que hacen que la guerra estalle cada vez debajo de mis uñas 


cadáveres hacinando mis débiles poemas: el paraíso del hambre 

los poetas no se ensucian tocando pobres las palabras queman arde el combate los poetas no se ensucian tocando pobres sólo reciben su estiércol emparejan versos mientras artistas del hambre aguardan la generosidad de su avaricia

maté porque no escribí porque nunca supe que la vida me arrimara el sol para nacerme maté porque no nací porque no crecí porque nunca tuve la voluntad: corregir el cielo en los cadáveres que arañan mis bolsillos

María Malusardi



artista del trapecio
(fragmento)
 
hubo un día y no recuerdo si nací y en el trapecio maduré como una fruta herida y si nací canté en la cuna el porvenir mi esclavitud y si soñé con la familia con insectos y si la falta de equilibrio regresara y el cansancio que arrastra la vida en el agua en la palabra: mi cosecha mi excepción mi salto al vacío 


hablo del día que caí y ya no supe más de mí ni de mis ceremonias: la infelicidad el trapecio roto la indigencia del poema 


hablo del día que caí porque no supe si nacía o colgada de aquel sueño respiraba la vida de otros: desde allí narraba con distancia precipicio dolor: quién levantó los ojos me vio caer y no dijo nada? 


un artista del trapecio sobrevive porque sabe: algún día dará el salto infatigable hacia la pulverizada soledad su agitada introspección el rumor de sus sombras al tramarse 


hay una zona rota en el trapecio la misma zona rota en el poema un hueco amargo sentencioso severo un desliz el ardor al caer las marcas de la luz en la mirada y junto a mí los que me aman con indiferencia 


di contra una superficie de metal el sabor aceitoso del océano el filo de la escama iniciando un corte mi cara seca y de pronto una lluvia de ojos y no supe si me desmayé a destiempo o me rompí los huesos contra el griterío de las piedras 


ser artista del trapecio asegura eterna identidad con el lenguaje amoroso de las sombras la muerte en las alturas del poema 


mucho viento un día en el trapecio un vaivén y escalofrío la familia en desventura flores silvestres hilando el sacudir de alas el estruendo el avión que nos arranca el cielorraso de la infancia y ya no hay dónde acudir ni por qué humanidad soñar

María Malusardi



era cuestión de herir y desanimar cada segundo un latido menos (una denuncia de tu partida) él apretó tu huella y derrapó hacia dentro mis ojos y yo desteñimos sobre los tuyos amplios rugosidad de almendra tanta mirada (alienación proeza) tanta humanidad de fondo tu desazón tus garras tanta animalidad de fiera nuestro sufrir a partos el final

María Marta Malusardi
De "El descenso de Jaqueline du Pre"


"He vivido del periodismo. A partir de mis treinta y cuatro, treinta y cinco años me focalicé en el periodismo cultural. Escribí en muchísimos medios y además hice todo tipo de trabajos que requiriera el oficio de la escritura. Hice de la escritura un oficio útil (quizás una redundancia). La poesía nada tiene que ver con esto. Sin embargo, la escritura, para mí, siempre es una sola. Me fascina escribir artículos sobre poetas. Hace tiempo que lo hago."

María Malusardi



lo encuentro y lo arrojo al extremo latir de la arena
su oreja sucia de caracoles durante la caída descompone
los hábitos del mar lo amamanta lo aceita y mi abuelo
sastre puntea el ruedo de su distancia y yo pego los
botones sueltos que el lenguaje ha depurado sobre mis
heridas: no estaré jamás a la altura de la muerte de los
que amo

María Malusardi


“Me genera ansiedad todo lo que me queda por saber.”

María Malusardi



nadie cierra los ojos cuando muere es el impulso de querer quedarse a ciegas redoblando la apuesta: la luz cae brutal sobre las heridas es el impulso de dejar los párpados sobre la mesa recogerlos como a papeles de caramelos y ordenar el lenguaje de los restos sobre una toalla de algodón y otoño en sus esquinas

María Malusardi



"Quisiera aclarar algo esencial: la escritura poética no es biográfica. ¡No debe serlo! Rechazo lo confesional, lo autorreferencial. Puede resultar burdo. La escritura debe transformar. Los hechos reales son disparadores, pesados y contundentes disparadores. Lo que pasó pertenece al plano de la acción. Lo que se cuenta o poetiza es lenguaje, acción en el lenguaje, si se quiere. Es otra cosa. Lo que se muestra o se cuenta, aunque se desprenda de un hecho autobiográfico o de una emoción surgida de la experiencia, no es la vida sino el efecto simbólico de la experiencia. Es una cuestión estética. Pero para que sea verosímil, debe surgir de lo que elaboramos, simbólicamente, a partir de la experiencia. Que no es literal. No es la experiencia misma, sino el resultado de un proceso interior que cae con todo su peso en el lenguaje. De todas maneras, es fundamental diferenciar el poema de la narración. En el poema, el lenguaje decide, arrastra, impone y desde allí se talla. En el relato, las palabras se amoldan a los hechos. Es un proceso mental casi inverso."

María Malusardi



"Siempre lo digo: nací el mismo año del golpe de Onganía. Me impacta. Mi hermano más chico nació un mes antes del golpe de Videla. Es muy fuerte para nosotros. Aparecí en este mundo a la madrugada. Una y pico de la mañana, dice mi madre. Y agrega: “No querías nacer, te resistías a nacer.” Es gracioso cómo mi madre me responsabiliza. A esta altura me da ternura su gesto. Era muy joven y yo fui muy deseada por mis padres. Es probable que eso me haya salvado de todo lo que vino después.
Yo tenía tres años. Mi madre estaba embarazada de mi segundo hermano. Mi padre se enfermó gravemente. Sus riñones estaban en crisis severa. Le dieron seis meses de vida. Tenía 33 años. No recuerdo ese año entero que duró el drama, la inminencia de la muerte; no recuerdo hechos concretos aunque suelo imaginármelos como si fueran ciertos (los relatos van y vienen), pero llevo ese sentimiento de tragedia, dolor y muerte dentro. Hasta hoy. Se ha inoculado. Es crónico. Un sentimiento de muerte, de pérdida que pude alguna vez graficar bien en un poema —en varios o en casi todos— pero esencialmente en éste, de Variaciones en la niebla: “si no llega es porque en el camino si uno se va no vuelve si va a la niebla no de la niebla si uno del viaje no vuelve descarrila uno en el camino cada vez”.
Mi madre cuenta que durante los meses que duró la enfermedad, mi padre gritaba y lloraba: “Me voy a morir”. Yo escuchaba. Veía. Estuve en medio de ese clima hostil y doloroso. Mi madre estaba a punto de parir a Gastón, mi primer hermano. Nació en medio de esa catástrofe. Mi padre se curó. Y, parece, fue casi milagroso.
Narro esto porque tiene mucho que ver con mi ser poeta y, sobre todo, con mi vida, mi manera de estar en el mundo y de percibir. La poesía surge, permanece, trasciende los extremos. Ciertas experiencias pueden abrir canales que conducen a zonas de absoluta vulnerabilidad, donde no hay resguardo, no hay respuestas, no hay de dónde agarrarse. Zonas de intemperie a las que cualquier ser humano podría acceder, pero no cualquiera lo hace porque no cualquiera lo tolera. Ahora bien, una vez que se llegó allí, no hay retorno. No sé si elegí llegar a ese descampado, pero llegué. Y la poesía sólo puede escribirse desde ese lugar, casi mítico, inalienable, del ser. Ciertos hechos ayudan, conducen. Cierto infierno interior que sólo el arte y el amor ayudan a sobrellevar. Aunque el amor, por momentos, se vuelve parte de ese infierno. Comparto lo que dice Antonin Artaud: “No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir del infierno”."

María Malusardi



ya no había párpados que dominar cuando te cerraste por fin y quedaron atascados (y toscos) en el último invierno (y fue mi mano la que te dejó salir) te retiraste con lentitud y nieve el cuerpo largo y distraído combatía contra el cansancio la espera fue un refugio una llama lenta y tóxica olíamos la tensión de la tristeza la deseábamos hasta el dulzor amargo no era cuestión de revolcarnos sino dejar que tus ojos se adelanten y nos hieran

María Malusardi










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