El grito del pavo real
De vez en cuando, mami, en tu amor se mezcla
una fruta amarga, la fruta de bayas mortales
tras la cual ya sólo hay la leve envoltura de la oscuridad. Entonces
apoyas en la mesa tu cabeza fría, esperas
a que el árbol más cercano del jardín tienda hacia ti
sus mangas de múltiples capas a través de la ventana.
Por el piso fregado pasan corriendo
pequeños hombrecillos de luto, aquellos que vivían con vosotros
en la casa del jardín; cada año redondo, acabado,
lo engarzan en un hilo a manera de joya. Llévala con orgullo,
con rostro de antigua diosa, y recuerda los tiempos
cuando te despertabas con un hijo nuevo cada vez en el vientre,
una y otra vez recibiendo los misterios de la fecundidad,
las judías blancas y negras.
Sigue sentándote a la mesa limpia, busca el agua
en el fondo de las bolas de cristal; deja que el viento te suelte
los cabellos, serán nuevamente como pelaje de potros,
marrón claro y ligero.
Y no te asustes si alguna vez en sueños
escuchas el áspero grito del pavo real: es sólo mi amor muerto
que del fondo de la noche te saluda.
Eva Luka
Feminidad
Es así como el diablomanzano
se aparece a mi espalda en sueños: preñada
camino por el bosque que oscurece, un niño
pesado, no deseado, arrastro en mi cuerpo
embrutecido, viviente para él
más que para mí. Tan sólo soy
un recipiente lleno de sangre, un frágil jarrón
que en el momento de parir estalla como pulpa
machacada de un fruto silvestre. El parto, ese amenazante,
absoluto desgarro del cuerpo
me persigue en sueños como a una
bruja en fuga.
No, no elegiré: mira, mis largos,
mis prístinos cabellos ondean al viento,
un mes tras otro me vuelvo hacia mí misma, impura
entrego a la tierra puñados de sangre
superflua, oscurecida. En sueños doy a luz niños menudos, violáceos,
en torno a mí hay secreciones, sudor, el olor sofocante de la fecundidad.
De noche abandono regularmente
mi lecho de parturienta, hembra infiel
a mí misma. El niño no deseado queda
en él, arrojado, con un trozo de tela sucia
entre las temblorosas piernecitas, y yo,
asustada como un animal, me marcho
y recuerdo; toda la vida
recordaré
las manos pequeñas, dejadas a la oscuridad.
Eva Luka
Murciélagos
Qué bien saben definirse a sí mismos, como si no les
llegasen ni por casualidad planes ningunos
de filigranas del Creador. En una oscuridad vidriosa
se agarran unos a otros por las patas colgadas, tiernos embriones,
mellizos, quintillizos,
cien veces, mil veces repetido
el diseño incansable de minúsculas vísceras, modeladas
con la esperanza de convertirse nada más nacer
en souvenirs del mundo. Irrepetibles.
Sólo para Irrepetibles. Sólo para la luz
que nos mira desde arriba, enviada de incógnito
para deleitarse
con este milagro en las paredes de las grutas.
Eva Luka
Oscuridad
Sólo ahora es la verdadera soledad,
cuando mis piernas bronceadas y desnudas dicen:
queremos descansar;
pero no hay cama, queridas, les respondo
como a perros que no entienden que el hogar
es una quimera, que no hay
hogar, que el hogar
no es más que una idea,
una astillita,
un pedacito pequeño, inflamable, de madera, arrojado por la sierra
como desperdicio.
Qué felicidad, no entender
qué es el hogar. Envidio a mis bellas piernas
y a los perros.
La dulce ceguera de los embriones.
Eva Luka
Reina
Me protege el ala
de un pequeño dios que en silencio
desprecia mi carne y, no obstante,
atraído por su acre, fuerte aroma,
se envuelve en un plumaje más oscuro
que cenizas de muertos, que carbón
de un hogar apagado, para así asemejarse
a un cisne negro.
Sola en la torre, junto a la fría lámpara
que da una luz verdosa, en el mismo momento
en que entrego mis cabellos
intocables a la luna pesada, soy consciente:
no debo compartir
la red luminosa de la reja
en mis mejillas inmóviles:
no debo sonreír.
Debajo de mí el lago,
debajo de mí los dóciles,
los perspicaces peces.
Eva Luka
Retorno a las islas
Mientras duermo, mi pensamiento nocturno
me abandona y pasea
en torno al estanque, a los verdosos
nidos de las ranas, les habla, pregunta
a cada una de ellas de qué
va su pequeña vida en la charca. Este paisaje
no me resulta extraño. La luna, inmensa
como un dirigible, está pendiendo de un hilo.
Bajo su blanco globo, igual que siempre,
un conejo sonriente muele sin cesar
la píldora de la inmortalidad.
De mañana me despierto cuando un petirrojo
irrumpe en mi cuarto, batiendo las alas
revolotea en el sitio. Siento dolor
como si me hirieran: como cuando a la belleza
sigue faltándole algo.
Eva Luka
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