Barrer una bandada 

Como el sonido de lavarse los muslos en agua fría, una bandada
de pájaros emprende el vuelo.

Una cresta cuelga de los muslos de una bandada de pájaros.
Las rosas silvestres florecen en los muslos de una bandada de pájaros.

Hasta que los pájaros pasen por mi cuerpo

el olor a carne se derramará de las nubes.
Pero incluso eso, creo, es obra de pájaros que pasan.

Las nubes flotan y beben agua en el valle.

Barro una bandada de pájaros caídos.

Kim Kyung-ju


El mundo externo

Nacido sin brazos, él fue un pintor que dibujaba sólo al viento.
Sosteniendo el pincel con la boca, sobre el lienzo
dibujó vientos que nadie conocía.
La gente no podía discernir la forma de sus dibujos.
Pero su pincel fluía muy muy lejos y luego de regreso,
emitiendo un sonido igual a la suave respiración de un niño.
Si un dibujo no tenía éxito,
se subía a un acantilado y abría la boca durante meses.
Para encontrar un color jamás visto antes
dejaba caer un volcán negro en el interior de sus ojos.
Lo que solía dibujar eran
las manos que había dejado en el vientre materno.

Kim Kyung-ju



En mi walkman fluye el Ganges

En días solitarios me toco la carne.
Me pregunto si la música que ha rondado por cada rincón de mi cuerpo aún
sigue viva dentro de mi piel.
Desde la noche en que cumplí doce, he estado encendiendo hogueras azules
dentro de la radio. Aun cuando la brisa es muy ligera, la música vacila como
a punto de la desaparición, la desaparición, pero bajo una lámpara baja que
da una luz húmeda estoy recordando un eco que vuela en dirección opuesta
a la Tierra.
Estoy esperando a que esa tarjeta postal llamada alma venga volando desde
mi antípoda.
Esta noche, al recordar lo que un artista alguna vez dijo sobre la sensibilidad
imposible, ya de vuelta en el callejón tras comprar una manada de veinte
cigarrillos, bien pude haber pensado en los fríos ojos del Buda que podría
haber frecuentado este callejón, el Buda que se habría apoyado, temblando,
contra la pared, sin poder recordar su pueblo natal. Finalmente regreso a la
música al pensar que una pestaña de Buda podría estar tirada aquí en algún
lado.
De todas las disciplinas de Buda, la de vagar siempre fue mi predilecta.
Vagar es así. Sentado en cuclillas, con la vida de uno temblando toda. Incluso
en días en los que el corazón colapsa de amor. Despierto. Solía sentarme
temblando en un cuartito trasero. Cuando pensamientos como éstos me
visitan, mis ojos sueltan un olor a río.
Mi walkman gira y enrolla varios miles de años del Ganges en mi oído, y de
las grietas junto a la ventana asciende el olor de los sueños que los muertos
sueñan junto al río. Tal vez el olor de todos los sueños que nunca pudieron
soñar en vida está fluyendo hacia cada ventana en la ciudad. Aunque me
pregunto por qué la cabra blanca atada al palenque de la posada llora toda
la noche.
Podría ser que la cabra blanca recuerda todos esos astros para aprender la
expresión humana soledad. Aquella noche, mientras el joven Buda se sienta
mordiéndose las uñas sucias en el alféizar de la Casa de Huéspedes de Baba,
mirando hacia abajo al agua oscura, hay una vida que desea escribir, mientras
las tierras extranjeras de mi cuerpo son muchos gritos. Cada lágrima era un
punto de fuego temblando finamente en mi ojo.

Kim Kyung-ju


Hielo seco

—De hecho soy un fantasma. Un ser vivo no podría sentirse tan solo.1
Hay veces en las que, de pronto, olvido la letra de mi madre.
Y puedo sentir en las ventanas de diciembre que
el tiempo que me separa de mi lugar natal está en estado crítico.
Eso es romance.
Esta vida será problemática hasta el final.
Con mi cabeza metida en el refrigerador del supermercado al final del
callejón,
esculco los bienes congelados,
y toco de pronto un pedazo de hielo seco.
Las horas congeladas me queman y se pegan a mi piel.
¿Qué podría la vida —viviendo en tal frío, para luego desaparecer en
partículas tan calientes—
estar deseando negar?
¿Podría ser que, en ese breve contacto,
las horas, más puras que el ardor apático,
consumieron todos los momentos que habían echado raíz en mi cuerpo?
Tiemblo como si hubiera perdido todo mi calor corporal.
Brillo brevemente en el callejón con el resplandor del mercurio,
como si hubiera revelado todos los paisajes nocturnos que llevo dentro.
He de perecer como mártir en los tiempos en que no pude vivir.
Un viento lodoso atraviesa la luna
mientras los aires que no pudieron ascender lentamente a los cielos
fluyen, congelados, hacia las casas
como fantasmas.

1 Tomado de un poema del antiguo poeta Chim Yeon.

Kim Kyung-ju









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