La Peluquería de Kángster

No sólo los chicos nos entreteníamos con juegos de caza. Los adultos
también se comprometían en actividades igualmente peligrosas. Los incidentes en la Peluquería de Kángster son un buen ejemplo.
Había por lo menos cinco o seis peluquerías en nuestro miserable barrio,
pero sólo una tenía un cartel en la puerta. El resto operaba sin licencia. Entre
los dos tipos de peluquerías existían muchas diferencias, desde el mobiliario
y las habilidades de los empleados, hasta los precios y el tipo de clientela. Es
fácil imaginar cuál de los dos tipos de establecimiento frecuentábamos los
niños. Nosotros quedábamos contentos con nuestras cabezas mal rapadas,
ásperas, afeitadas como castañas, con parches desiguales, y el mobiliario y
las habilidades del servicio nos daban lo mismo. A veces incluso nos dejábamos afeitar en cuclillas por las manos de algún barbero itinerante.
Las peluquerías sin licencia, por no tener, no tenían ni sillas. Tenían más
bien asientos improvisados, hechos con tablones ásperos, construidos para
la comodidad del barbero y no la del cliente. Además, las tijeras rotas y las
dudosas habilidades del peluquero y su falta de cuidado garantizaban que tu
corte de pelo pareciera hecho a mordiscos. Mi corazón daba un salto cuando el barbero agarraba la navaja. Cortarse el pelo era un evento inmenso. A
veces te podías contagiar de tiña por las tijeras sucias.
Considerando todo esto, la única peluquería con licencia del barrio bien
podría haber estado en otro planeta. Tenía tres sillas de metal, definitivamente fabricadas para el confort del cliente, varios peluqueros bien entrenados y una esteticista con bata blanca. Allí lavaban la cabeza con agua caliente en cualquier estación, hacían faciales, cortaban las uñas de las manos
y los pies, y recortaban los pelitos de la nariz y las orejas. No todos los que
vivían en el barrio eran pobres, así que la peluquería prosperaba. Entre las
personas que yo conocía había varios clientes habituales: el señor Gwak, el
señor Choe, el padre de Carne de Tofu y sus cuatro hermanos, el dueño de
la fábrica de terciopelo y el dueño de la tienda de reparación de radios. También el señor Kim, víctima de la bomba atómica, fue cliente cuando estaba
vivo, aunque él recibía al peluquero y a la esteticista en su casa. El yerno de
la Viuda Ruda, aunque vivía de su suegra, frecuentaba la peluquería más
que nadie. De cualquier manera, si eras uno de sus clientes, pertenecías a la
élite del barrio. La mayoría de los vecinos, incluyendo mis amigos y yo, los
mirábamos con envidia.
Pero la peluquería tenía un defecto. En el cartel de la entrada, claramente
tallado en relieve, decía «Peluquería de Kang», pero nosotros la solíamos
llamar la «Peluquería de Kángster». El dueño era un joven llamado Kang1
.
Era el más joven de los tres peluqueros, y tenía la cintura fina y la piel clara
como una mujer. Siempre iba pulcro y elegante. El cuello de su camisa estaba
impecable, y su peinado, arreglado con mucho gel, nunca tenía un pelo fuera
de lugar. A veces, cuando no estaba ocupado, se sentaba en una de las sillas
giratorias, la orientaba hacia la ventana y miraba la calle soleada. Su mirada
era fría y contenida, como su apariencia. A veces, cuando espiábamos su
peluquería, nos cruzábamos con esa mirada y nos espantábamos. No podíamos ni mover las piernas para huir, tal era la fuerza que su misterio ejercía
sobre nosotros.
Su relativamente concurrida peluquería también la frecuentaban muchos clientes sospechosos, hombres que dependían de sus puños y su nervio
para sobrevivir en el barrio bajo y en el mercado. Entraban en la peluquería
cuando querían matar tiempo o montar una escena. En las tardes tranquilas,
se afeitaban, lavaban sus caras, contaban chistes sucios, y se adueñaban de
las sillas para echar siestas mientras los empleados los miraban airados. Por
ese tipo de hombres empezamos a llamar así a la Peluquería de Kángster. Los
clientes más timoratos se asustaban y se iban antes de entrar por la puerta.
El mayor inconveniente de la peluquería era que parecía ser un lugar de
encuentro de gángsteres. En circunstancias normales, la gerencia hubiera
tomado cartas en el asunto, pero aquí nadie hacía nada para cambiar la situación. Parecía que al señor Kang no le importaban los clientes indeseados,
ni su comportamiento indecente. Claro que los puños, y no la ley, regían
nuestro mundo. De todas maneras, nunca dudamos de que si el señor Kang
les dejaba en paz no era porque desconfiara de sus propios puños.
Era, como dije antes, una persona misteriosa. Tenía el aspecto frágil
como una muchacha y parecía ser de ese tipo de hombres que viven en un gisaeng2
, pero poseía una fuerza asesina, y detrás de ese aspecto ocultaba
la frialdad de una cuchilla de acero. Se sabía que había pertenecido a algún
tipo de unidad especial en la guerra, y allí se había acostumbrado a cruzar el
umbral entre la vida y la muerte. La gente decía que juntando a todos los que
había matado se podía formar un pelotón de tamaño considerable, y que las
medallas y condecoraciones que había recibido por su distinguido servicio
en la guerra llegaban a pesar un gwan. Él mismo nunca nos relató ninguna de
estas aventuras, y tampoco habíamos visto ni una de sus múltiples medallas.
Supongo que la gente que chismeaba sobre sus acciones heroicas nunca las
había visto tampoco, pero nosotros creíamos en estas historias, porque el
señor Kang, de vez en cuando, como para ganarse nuestro respeto, revelaba
sus inmensas habilidades.
El primer incidente violento había sucedido la primavera anterior. La Peluquería de Kang había estado abierta algo menos de un mes. Un hombre,
arrojado a través de la gran puerta de cristal de la peluquería, rodó hacia
la calle. Algunos muchachos andábamos rondando por allí, y retrocedimos
asustados. El señor no era joven, se estaba quedando calvo. Pensamos que
nunca se volvería a levantar. Pero se puso en pie de un salto y asumió una
postura de defensa. Nos quedamos con las bocas abiertas. No era un hombre cualquiera. La sangre descendía por su frente como delgadas serpientes.
Con el ceño fruncido, fijó una mirada asesina en la puerta.
«¡Hijo de puta, sal de ahí ahora mismo!», gritó. «¡No estoy muerto aún,
cabrón, pinche puto!» Sus gritos, aunque fuertes, sonaban vacíos. El señor
Kang se materializó a través de la puerta destrozada. Estaba tan arreglado
como de costumbre. El cuello de la camisa impecable, al igual que su peinado. Sólo sus ojos brillaban más fríos que nunca.
No podíamos creer lo que veíamos. Todavía no sabíamos nada del señor
Kang. Tan sólo era el dueño con aspecto afeminado de la nueva peluquería.
Pero su oponente, aunque mayor, parecía alguien con amplia experiencia
en los bajos fondos. Nunca nos hubiéramos imaginado que el señor Kang le
podría hacer nada.
Todo se terminó en un instante. Nuestras expectativas fueron superadas
con creces. Fue tan impresionante que capturó nuestros corazones para
siempre. Después, durante muchos días, aquel incidente fue el único tema
de nuestras conversaciones. No lo podíamos olvidar, como si hubiésemos
sido partícipes de una emocionante escena en una película. Primero, vimos
la mirada helada del señor Kang y su femenina cintura doblándose como
un arco, y después las terminales de sus cuatro miembros volaron hacia
delante, apuntando con precisión a los puntos débiles de su oponente. La
resistencia del hombre daba pena. Cayó de nuevo al suelo, y ya no se volvió
a levantar.
Pero esto fue sólo el prólogo. Después de aquel día, dieron lugar muchos
episodios similares en la Peluquería de Kang. El protagonista era por lo general el mismo señor Kang, que siempre vencía. Sus enemigos iban cambiando,
pero nadie podía tumbarlo. A veces aparecía un arma como parte del atrezo,
y otra veces participaba todo un grupo de gente, pero los resultados eran
siempre los mismos, gracias a los movimientos infalibles del señor Kang —y
también porque sus clientes peligrosos le ayudaban cuando era necesario.
La cosa es que a pesar de su fragilidad aparente, el misterioso señor Kang
se nos parecía cada vez más y más a un gigante, y la Peluquería de Kángster
era su reino. Pronto estábamos deseando que apareciera un contrincante de
su talla, uno que protagonizara una pelea emocionante. Por supuesto también nos preguntábamos por la razón de aquellas escenas dramáticas, pero
en el fondo no nos interesaban las respuestas, sólo las peleas sangrientas.
No nos importaba lo suficiente como para pensarlo demasiado, y en cambio
llegamos a la rápida conclusión de que los adultos disfrutaban de aquellos
juegos peligrosos, igual que a nosotros nos gustaba cazar por la noche z

1 Gang y Kang pueden pronunciarse casi de igual manera en coreano.
2 Un gisaeng es una casa de entretenimiento de Corea, en donde hay mujeres (no prostitutas), juegos y licor.

Lee Dong-ha








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