La cúspide de Kawagarbo

Nadie de los que vienen a tocar tu cima es un inmortal o un buda.
Depositamos a tus pies toda nuestra intrepidez y devoción.
Las aves que no te sobrevuelan, los hombres que quieren conquistarte
y acaban conquistados por ti, me hacen pensar que la cabeza humana
es una absurda afirmación filosófica; te devanas los sesos estudiando,
quieres armar en tu vecindario un suntuoso banquete a la Kawagarbo,
y de pronto tu cabeza —retacada de nimiedades y más baja que el llano—
cae cercenada: me recuerda al embaucador que tararea una cancioncita
cambiando la letra: “Estudiar y estudiar, para que el cráneo pueda rodar…”
Queda claro: es la altura de la memoria perdida,
son las coordenadas geográficas de la paja de arroz,
¡he ahí es la cima de Kawagarbo!

Zhong Ming



Las extraordinarias alegrías de la gente común

La armonía y la alegría son a fin de cuentas armonía y alegría.
La gente común de la llanura es tan alta como un gran monte;
pero esa no es una altura concreta, sino desmesurada,
falta de juicio y empecinada en buscarle tres pies al gato;
es la de los anteojos que iluminan el puente de la nariz,
 es la altura del espíritu herido.

Ellos siempre llevan un espejo guardado entre la ropa,
en el cual hay una palangana con agua de lago, un aspirante
a cantor, pero nunca llegarán a ver esa laringe clarisonante,
ni su propia estrechez de miras, ni su prepotencia retrógrada.
Ellos vuelan, lanzando a su paso trinos de gorrión.

Despistados, llegan a la capital de un remoto condado
donde un secretario rural del Partido, con su ingenio y manejos,
hace que el espíritu declame poemas y los billetes inflen su valor,
que su armonioso condado goce del encanto de la lengua común
que en primavera los melocotones cubran de flor el campo atrasado.

Aquí hay un Li Diaoyuan6
 que atrae a muchos más Li Diaoyuan
y, junto con los antiguos literatos, forjan la cultura escénica;
pero el secretario explora a escondidas libros de contabilidad,
otras laderas por subir mañana, tal vez bosques, calma, silencio…

¿Cuál será la ambición detrás de ese rostro indulgente y gélido?
Aquí una vez al año sucede el festival de poesía, y de hecho
parece más un funeral de película con diversos ángulos de cámara,
personajes variopintos, motivos ocultos como:
limpiarse el oído en pleno viaje, buscar a qué sacarle jugo,
mirar al sur jalando al norte, ver con quién congraciarse,
entonando alegres filosofías universales.

¿Podrá un día de libre albedrío equipararse con cien en el paraíso?
No creo, pero los participantes reunidos bajo el árbol confían que sí;
es más, incluso creen que —sin el aire y las hojas renacidas,
sin el pretexto de evadir la insulsez— pueden dárselas de literatos
de la dinastía Tang que salen de excursión en primavera
y suben con sus cortesanas a lo alto para partir de este mundo.

6. Li Diaoyuan (1734-1803) fue un erudito, literato y crítico del arte teatral de la dinastía Qing

Zhong Ming





Nidos

Es difícil imaginar que las aves no sean del paraíso y, a la vez,
es impensable que sus heces tan banales no vengan de allí también,
que la dicha de que casi rocen tu nariz no sea la medida de tanta suerte.
Al ver gente, el gorrión salta y huye, como si hubiera olido pólvora:
mejor refugiarse en la glacial soberbia, lejos del peligro bullicioso.
Ahora entiendo los bultitos de paja de arroz en la otra orilla.
La cosecha del granjero es para las aves;
las ramas enredadas no son para dar sombra al viajero afligido.

Zhong Ming









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