Anoche oí
Anoche oí
—aunque tal vez sólo lo haya imaginado—
a una multitud de músicos
tocando al unísono en mi cuarto.
Pero entre el estrépito redoblado del tambor
y el levantado grito de la flauta,
de pronto me demudó el terror:
—Mira, ¡el violinista falta!
Me eché a indagar, a urgir,
cuando una mano me cubrió los labios
y cruzó mis ojos
el brillo de un acero deslumbrado.
Los músicos cumplieron su tarea y fríamente
guardaron sus instrumentos lado a lado;
luego, del mismo modo impasible,
sin esbozar un gesto, una palabra,
como fundidos en una sola sombra,
abandonaron mi casa.
Recién entonces vi:
un hombre yace contra el muro de mi cuarto,
y el violín, caliente todavía,
sangra en su mano.
H. Leivick
En el fuego
La oscura noche es fuego,
mi cabeza sobre una almohada llameante de fuego.
Aspiro y exhalo fuego
por puertas abiertas y ventanas de fuego.
Mi mano se extiende y hace signos en fuego.
Escribe en el fuego, con fuego, sobre fuego.
Pido piedad, busco amparo del fuego,
¡socórreme, sálvame, fuego!
Oigo un chisporrotear de voces en el fuego:
Soy tu padre, tu padre de fuego;
soy tu madre, tu madre de fuego;
tu padre que te judaizara en el fuego;
tu madre que te amamantara con fuego.
Recuerdas tu cuna colgante de cuerdas de fuego,
en una pequeña choza, hace mucho, al estallar el fuego;
recuerdas el aletear de las cuerdas en fuego
hasta alcanzar el techo con fuego;
recuerdas cómo te atrapamos en el fuego
y echamos a correr contigo entre el fuego:
huíamos del fuego, por el fuego, al fuego.
Ahora venimos de nuevo a estrecharte al fuego,
a cubrirte de nuevo con pañales de fuego,
a alzarte otra vez, conducirte entre el fuego,
del fuego, por el fuego, al fuego.
Así escucho voces en el nocturno fuego,
Hasta que comienza a amanecer con fuego,
Y lo que sigue luego sólo lo sabe el fuego,
Que dibuja sobre fuego, en el fuego, con fuego
H. Leivick (seudónimo de Leivik Halpern)
Mi plegaria
Mi plegaria, no sé a quién llevarla,
y la llevo;
mi plegaria, no tengo a quién decirla,
y la digo.
Mi plegaria, sobre el paladar se me hiela,
y la llevo;
mi plegaria, revive en un estallido de ira,
y la digo.
Mi plegaria, tantas veces se quiebra,
y la llevo;
mi plegaria alzada sobre seis millones de fosas,
y la digo.
Mi plegaria, se derrumba y deshace sin palabras,
y la llevo;
mi plegaria para quien no sé si ha de oírla,
y la digo.
H. Leivick
La noche está oscura
Marcho ciego por la noche oscura
entre un viento que arrebata de la mano el cayado.
El corazón llevo hueco, el morral vacío;
los dos pesando, los dos innecesarios.
De pronto siento sobre mi mano el roce de otra mano:
—Dame, llevemos —dice— la carga entre ambos.
Por un mundo en tinieblas marchamos entonces dos,
yo cargando mi morral, y él, mi corazón.
H. Leivick
Luz
Con cantos astillo el corazón del silencio
sin apartarme un pie siquiera de mi sino;
y si me apartara volvería a él
para arribar siempre por el mismo camino.
No permanezco solitario ni apartado;
ya voy envejeciendo, pero tú en mí sigues joven.
Mi rostro, iluminado por el terrenal milagro
y por la dulzura de la arena y la piedra en la boca.
Entreví bajo los párpados del hombre
la promesa de un estallido prodigioso
y la parte más dura de su yugo
me dispuse a cargar sobre los hombros.
¡Sol del día, quiéreme y ama también mi sombra!
Enciéndeme y consúmeme cuando sea necesario.
Existe una dicha que yo mismo me he prohibido;
su regocijo llegará, pero ¿cuándo? ¿cuándo? ¿cuándo?
H. Leivick
Sobre tu tierra, Jerusalén
Jerusalén, qué grato
callar sobre tu tierra.
Abro a mis palabras
todas sus celdas,
y agradecido,
alabando su singular fidelidad
liberándolas, les digo:
—Volad a vuestro gusto, amadas,
por los montes de Jerusalén,
por sobre todas sus colinas;
escoged entre sus santos lugares,
posaos y descansad sobre ellos;
son todos vuestros.
En cuanto a mí,
dejadme a solas con el sueño
de haber logrado
un instante siquiera de paz;
un instante conmigo mismo,
de completo acuerdo.
Jerusalén: sobre tu tierra
fulgura el día dorado de silencio
y de noche el silencio azulea.
Pero de pronto me digo:
—Aquí mismo, donde estoy erguido,
aquí mismo posó su pie Isaías.
¿Aquí mismo? ¿De veras?
Y el fiel instante nocturno
responde:
—Sí, aquí.
Entonces sobrecogido, me echo a llamar
de vuelta a mis palabras.
—Volved de donde estéis;
volved, volved, mis fieles,
dadme a expresar en silencio
el regocijo
de estar erguido sobre la tierra
que pisó Isaías.
H. Leivick
Tal como soy
Tal como soy,
sin medir más de cinco pies de altura,
si me levanto de pronto
y crezco,
sólo un minuto
y alcanza mi testa el cielo.
Y si comienzo a girar sobre mí mismo
como un toro salvaje,
y a mover los brazos,
como si fuesen las aspas de un molino
por sobre los cuatro costados del mundo,
se revuelven los pueblos con furor,
de los mares se levantan los abismos
y la arena de los desiertos se tranza en el aire;
pueblos, abismos y arenas
hacia mí,
para hacer más vertiginoso
el ritmo de mis giros,
para inundar con más luces y sombras, mis ojos.
De pronto comienzan mis rodillas a quebrarse;
me tuerzo, ya me derrumbo
y me estiro como un trapo
cuyos extremos tocan los extremos del mundo.
Primero yazgo sobre la superficie de la tierra,
boca abajo,
espalda al cielo;
lentamente luego, con medio cuerpo
me voy hundiendo,
y en seguida con el cuerpo entero.
No hay tristeza en mi corazón,
ni llanto
pues no estoy muerto
sino frío y duro como roca;
más frío y duro aún
para no dejar mancillarme.
Y así yazgo
hasta que se levantan dentro mío
desde los abismos,
nuevas ansias de erguirme,
de elevarme. . .
H. Leivick
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