Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che


El Che envía una patrulla, pero no ven nada. Chapaco gime y se lamenta. Dice y repite que los vio muy cerca: a cosa de cincuenta metros, o menos. Eran «soldados» de más de dos metros. No llevaban armas. La nave no tenía puertas ni ventanas. Sólo luces de colores. Tampoco oyó ruido. Los compañeros se ríen del boliviano y piensan que ha sufrido una alucinación, consecuencia del cansancio, del miedo y de la carne de caballo. El Che pide que no nos burlemos del compañero y revela algo que vivieron los comandantes cuando peleaban en la Sierra Maestra. Una luz muy intensa y silenciosa descendió sobre el grupo e iluminó el monte como si fuera de día. —Cuando pensamos en hacer uso de las armas —explicó—, la cosa aquella salió disparada hacia lo alto. No era un helicóptero ni tampoco un avión. Era una esfera enorme.

J. J. Benítez
Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che, página 52


—Supongo que no me irán a matar... Me quedé mirándolo, sin terminar de comprender. Había miedo en su voz. —No somos de esa clase de gente —repliqué indignado. Y él prosiguió: —Valgo más para ustedes vivo que muerto... Sonreí con desgana. Aquel tipo era un cobarde.

J. J. Benítez
Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che, página 74


El sanitario, Tito Sánchez, trajo la noticia y comentó con lágrimas en los ojos: —Esto se va a terminar, mi capitán, ya cayó ese desgraciado... Era la cabeza... El Che, que estaba oyendo, replicó: —La revolución no tiene cabeza, compañero... Tito hizo ademán de golpearlo, pero lo detuve. Y contesté al Che Guevara: —Puede que la revolución no tenga cabeza, pero nuestros problemas se acaban con usted.

J. J. Benítez
Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che, página 76



… el general Barrientos afirmó: «El tema principal de la reunión está agotado. La recomendación está planteada por los miembros del Alto Mando de las FF. AA., por lo que en el marco de las acciones en una guerra irregular como la que nos ha tocado enfrentar, en mi calidad de Presidente Constitucional de la República asumo la responsabilidad de esta decisión». Y René Barrientos concluyó: «Quien viene a matar corre el riesgo de morir. Guevara vino para matar, y ha sido responsable de la muerte de muchos soldados de la patria. Él sabía que quien a hierro mata, a hierro muere».

J. J. Benítez
Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che, página 88


Algunas monjas del hospital compararon al Che con Jesucristo muerto. Ahí nacería la leyenda del «Cristo rojo».

J. J. Benítez
Tengo a Papá: Las Últimas Horas Del Che, página 52
















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