Martin Andersen Nexø

"Despertó de su ensoñación al darse cuenta de que las personas a su alrededor lo estaban mirando. El número de rostros aumentó y entre la multitud pudo escucharse el murmullo ¡Pelle está aquí! Cientos de ojos lo contemplaban inquisitivamente, expectantes.
El movimiento fue la tónica general, una inmensa e irresistible ola presidida por un gran estruendo como el rompimiento de las olas surgió por doquier y estupefacto, su sensitiva inteligencia permaneció en silencio dibujando la sutileza de un mundo que nadie más conocía. De repente reinó la quietud y la soledad era incluso audible.
Pelle habló en voz baja y confiada. Sus amables palabras emitieron un saludo proveniente de un mundo ignoto y solitario en el que el hombre ha de transitar por sí mismo, sin voces que lo estimulen, escuchando el latido de su corazón. Se sentó de nuevo, solo y desamparado como el primer germen de la vida. Sobre él, una araña tejía su red. Al principio se mostró enojado con el insecto y trató de derribarla; pero el minúsculo ser retomó su tarea con paciencia y Pelle vio en ello una lección irrenunciable, fue consciente de la pequeñez de la criatura, de su responsabilidad con ella y de la propia existencia. Sintió lástima de su propio abandono y observó como construía una nueva tela, cada vez más fina, sin moverse ni un ápice. Lamentó amargamente su conducta y humildemente comprendió que el insecto no le guardaba rencor, porque nadie puede permitirse el lujo de ofender a otro, la criatura más pequeña es de vital importancia. En la soledad del cautiverio se aprende la solidaridad. Y un día, cuando estaba sentado leyendo, la araña, en sus esfuerzos por llevar su hilo más allá de él, utilizó su hombro como destino temporal. Nunca antes había presenciado tal demostración de confianza. Aprendió que tenía un corazón y un alma por los que velar. Saludó a sus compañeros, que estaban aguardando a que rompiera su silencio y hablara con cada uno de ellos."

Martin Andersen Nexo
Pelle el conquistador


"Los niños ya no estaban a su cuidado -ninguno de los ocho. Sören y Maren ya no eran jóvenes. Comenzaban a notar el deterioro del tiempo y de los largos años de trabajo y la necesidad de un descanso. Sörine, hacía ya tiempo que había crecido y era ya el momento de que determinara por sí mismo el camino que había de seguir, pero ella permanecía en el país y en casa de sus ancianos padres.
En su calidad de benjamina, había sido muy consentida y era extremadamente delicada, además de mostrarse muy tímida con los extraños. Maren pensaba que cuando se ha traído tantos niños al mundo es agradable tenerlos alrededor porque pronto llegará el período en el que se vuelvan más fríos y distantes. Sören en su mayoría pensaba lo mismo que su mujer, aunque la casa fuera suficientemente grande para todos. Y sintiendo devoción por los niños, aceptaron con naturalidad esta circunstancia. Así que Sörine permaneció en el lar y sólo ocasionalmente realizaba algún trabajo en la aldea o en las granjas aledañas. Se suponía que era una mujer muy bonita y contra esto Sören no tenía nada que objetar, pero veía con pesar que ella no prosperaba, su pelo rojo se erguía sobre su frente clara, ligeramente pecosa, sus miembros eran frágiles y no era demasiado fuerte. Al hablar con la gente su mirada se mostraba huidiza y denotada una ansiedad que la impulsaba muy lejos de allí.
Los muchachos de la aldea pronto vinieron a la cabaña a cortejarla, preferentemente en las cálidas noches, pero ella se escondía presa del pánico.
-Parece ser la oveja negra -dijo Sören, al contemplar como mantenía su ventana cerrada a cal y canto.
-Es todo bondad -terció la madre-. Sólo aguarda un poco y ya verás. Se casará con el hijo de algún caballero.
-Tonta -gruñó Sören airadamente y se marchó: No le llenes la cabeza con esas cosas.
Quería mucho a Maren, pero nunca había respetado su capacidad de raciocinio. A medida que los niños crecían, Sören siempre decía: Qué tonto. Se parece a su madre. Y Maren, con el transcurso de los años, soportó esto con paciencia, sabía que tampoco Sören era el más inteligente de los seres."

Martin Andersen Nexø
Ditte, hija del hombre


“Mi padre era picapedrero y empedrador mi madre iba por las calles tirando de un carrillo de mano y vendía pescados, fruta y cosas parecidas. Éramos una prole numerosa soy el cuarto de once hermanos- y vivíamos en condiciones muy pobres, a pesar de que toda la familia trabajaba. La pobreza y el trabajo agotador son las fuerzas dominantes en el mundo de mi niñez He trabajado desde que pude empezar a arrastrarme: repartía periódicos o cogía virutas de las obras y se las vendía a los señores. Durante algún tiempo fui también niñera de mi hermana de seis meses: desde que amanecía hasta que caía la noche…”

Martin Andersen Nexø


“Yo quería enseñarles a las masas el camino hacia la felicidad.”

Martin Andersen Nexø















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