Ramón Amaya Amador

"El zancudo, la mala­ria, la disentería, la gripe, la neumonía, estiraban sus brazos fatales, estrujando a los campeños. ¡Días terribles para las peonadas y sus familias sintiendo los mordiscos saurinos del hambre, la miseria y la muerte!
Y, sin embargo, esos hombres no protestaban ni suplicaban piedad. Seguían la fuerza de sus destinos sin presentarle resistencia, sin lanzar una queja, puesto que de sobra sabían que para ellos, esclavos de la sociedad, estaban prohibidas las iluminaciones de la justicia y habían olvidado cuerdamente la hipotética esperanza de un Dios, porque éste, espantado de la existencia de los humildes, prefería mejor la grata compañía de los jefes con las pupilas alucinadas de fasto y holgura. Los ataques que lanzaban contra Dios eran tan formidables como: los que dirigían a los jefes gringos. Las mujeres no protestaban por esas blasfemias: aparentaban no escucharlas y muchas se solidarizaban con ellas.
Cada día aumentaban los enfermos y la muerte, presurosa, no les daba ni tiempo para llegar hasta el Dispensario de Coyoles Central y menos al hospital del puerto. Las fiebres palúdicas no dete­nían a los trabajadores que lograban chance, aun bajo la inclemencia de las lluvias; laboraban hasta caer moribundos, con los dardos de las neumonías, de la fiebre de aguas negras, de las pulmonías fatales.
Y en este tiempo endiablado fue que Máximo Lujan comenzó a tener contactos con obreros de la ciudad. En un viaje que el profe­sor Damián Cherara hizo allá, obligado por enfermedad y para poner unos telegramas a su familia lejana, anduvo buscando, hasta dar con ella, la agencia de un periodiquito obrero que circulaba clandestina­mente. Obtuvo varios números y le ofrecieron seguir enviándoselo a Culuco. El profesor dio varios nombres de compañeros, entre ellos el de Máximo, y pidió que se interesaran por establecer contacto con ese campeño, por ser de los más despiertos.
Así comenzó Lujan a vincularse con los obreros revolucionarios. Recibía el periodiquito y algunos folletos, los que leía con detenimien­to y gran satisfacción porque iba encontrando allí ideas que eran suyas desde largo tiempo, lo cual le confirmaba que su camino era correcto. Lo que en él era sólo instintivo, se afirmaba como justo en aquellas lecturas."

Ramón Amaya Amador
Prisión verde


"Esta es nuestra última noche en Tegucigalpa. ¿Hasta cuándo retornaremos a ella y en qué condiciones? Ni siquiera lo podría predecir porque el futuro es un enigma. Partimos dejando en el país más o menos un gobierno liberal que da ciertas libertades, pero que, debido a los compromisos con el imperialismo (Recuérdese el llamado “Pacto de Agua Azul” de 1957) no podrán resolver los problemas de nuestro pueblo y, en cambio, es de esperar un giro más hacia la derecha. El “veranito” de libertad, no creo que se prolongue demasiado tiempo: el imperialismo no puede permitírselo a sus socios liberales. Claro está que si Villeda Morales quisiera realizar su programa y llevar las reformas hasta el fin, podría hacerlo con sólo apoyarse en el pueblo, pero él (y este es su fracaso), en vez de eso, prefiere apoyarse en el Departamento de Estado yanqui y en los militares a quienes ha reconocido cierto grado de autonomía. Si Villeda Morales fuese un hombre torpe y estúpido en política, se podía justificar lo que está cometiendo en contra suyo y de su partido, pero él es inteligente y lo que hace es de manera consciente. Ojalá que mis temores de que lo boten con un golpe de Estado, no se realicen. Yo creo que los liberales con los militares están creando cuervos."

Ramón Amaya Amador


"Mañana diremos nuestro adiós a Tegucigalpa, a mi Honduras querida, a mi pueblo sojuzgado. Pero, no será un adiós para siempre sino, un ¡Hasta luego, patria!, porque volveré, volveremos los que hoy marchamos, más conscientes y firmes, más preparados para continuar la lucha por la liberación definitiva de este pueblo que es el mío y que jamás, ¡JAMAS! podré cambiar por ningún otro."

Ramón Amaya Amador





















No hay comentarios: