Vicente de Lerins

"Dado que la Escritura nos aconseja: Pregunta a tus padres y te explicarán, a tus ancianos y te enseñarán; Presta oídos a las palabras de los sabios; y también: Hijo mío, no olvides estas enseñanzas, conserva mis preceptos en tu corazón, a mí, Peregrino, último entre todos los siervos de Dios, me parece que es cosa de no poca utilidad poner por escrito las enseñanzas que he recibido fielmente de los Santos Padres.
Para mí esto es absolutamente imprescindible, a causa de mi debilidad, para tener así al alcance de la mano una ayuda que, con una lectura asidua, supla las deficiencias de mi memoria. Me inducen a emprender este trabajo, además, no sólo la utilidad de esta obra, sino también la consideración del tiempo y la oportunidad del lugar. En cuanto al tiempo, ya que él nos arrebata todo lo que hay de humano, también nosotros debemos, en compensación, robarle algo que nos sea gozoso para la vida eterna, tanto más cuanto que ver acercarse el terrible juicio divino nos invita a poner mayor empeño en el estudio de nuestra fe; por otra parte, la astucia de los nuevos herejes reclama de nosotros una vigilancia y una atención cada vez mayores. En cuanto al lugar, porque alejados de la muchedumbre y del tráfago de la ciudad, habitamos un lugar muy apartado en el que, en la celda tranquila de un monasterio, se puede poner en práctica, sin temor de ser distraídos, lo que canta el salmista: Descansad y ved que soy el Señor. Aquí, todo se armoniza para alcanzar mis aspiraciones. Durante mucho tiempo he sido perturbado por las diferentes y tristes peripecias de la vida secular. Gracias a la inspiración de Jesucristo, conseguí por fin refugiarme en el puerto de la religión, siempre segurísimo para todos. Dejados atrás los vientos de la vanidad y del orgullo, ahora me esfuerzo en aplacar a Dios mediante el sacrificio de la humildad cristiana, para poder así evitar no sólo los naufragios de la vida presente, sino también las llamas de la futura."

San Vicente de Lerins
Commonitoria


"El cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira."

San Vicente de Lerins



"En estas polémicas, el Papa, tiene autoridad para decidir por sí solo."

San Vicente de Lerins


"Es verdadera y propiamente católico lo que fue creído en todas partes, siempre, por todos."

Vicente de Leríns


"Has recibido oro, debes entregar oro (...) no plomo, no bronce, en lugar del precioso metal."

San Vicente de Lerins




La inteligencia de la fe 
(Commonitorio 22-23)

Es muy útil meditar con atención aquel pasaje del Apóstol: ¡oh 
Timoteo!, custodia el depósito evitando las novedades profanas 
en las expresiones (/1Tm/06/20). Es el grito de una persona 
que sabe y que ama. Preveía, en efecto, los errores que 
surgirían con el paso del tiempo, y se dolía fuertemente de 
ellos. 

¿Quién es hoy Timoteo, sino la Iglesia universal y 
especialmente todo el cuerpo de los obispos, cuya misión 
principal es la de tener un conocimiento puro de la religión 
divina, para transmitirlo luego a los demás? ¿Y qué quiere 
decir: custodia el depósito? Manténte vigilante—dice—contra 
los ladrones y enemigos; no sea que, mientras todos duermen, 
vengan a hurtadillas para sembrar la cizaña en medio del buen 
trigo que el Hijo del hombre ha sembrado en su campo. 

Pero ¿qué cosa es un depósito? Depósito es aquello que se 
te ha confiado, que no encontraste por ti mismo; lo has recibido, 
no lo has alcanzado con tus fuerzas. No es fruto del ingenio 
personal, sino de enseñanza; no es un asunto privado, sino que 
pertenece a una tradición pública. No procedió de ti, sino que 
vino a tu encuentro. Frente a él no puedes comportarte como si 
fueras su autor, sino como un simple guardián. Tú no eres el 
iniciador, sino el discípulo; no te compete manejarlo a tu antojo, 
sino que tu deber es seguirlo. 

Custodia el depósito, dice el Apóstol: conserva inviolado y 
limpio el talento de la fe católica. Lo que se te ha confiado, eso 
mismo debes custodiar y transmitir. Oro has recibido, oro 
devuelve. No puedo permitir que sustituyas una cosa por otra. 
No, tú no puedes desvergonzadamente cambiar el oro por 
plomo, ni engañar dando bronce en vez del metal precioso. 
Quiero oro puro, no lo que sólo tiene apariencia de oro. 

Oh Timoteo, oh sacerdote, intérprete de la Escritura, doctor: 
si la gracia divina te ha dado el talento del ingenio, la 
experiencia o la doctrina, sé el Beseleel del tabernáculo 
espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino, 
engárzalas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles 
esplendor, gracia, belleza. Que tus explicaciones lleven a 
comprender más claramente lo que ya se creía de manera 
oscura. Las generaciones futuras se alegrarán de haber 
entendido mejor, gracias a ti, lo que sus padres veneraban sin 
comprenderlo. 

Sin embargo, presta atención a enseñar solamente lo que tú 
has recibido; no suceda que, tratando de exponer la doctrina de 
siempre de manera nueva, acabes por añadir cosas nuevas. 

FE/PROGRESO: Quizá alguno se pregunte: ¿entonces no es 
posible ningún progreso en la Iglesia de Cristo? ¡Claro que 
debe haberlo, y grandísimo! ¿Quién hay tan enemigo de los 
hombres y tan contrario a Dios, que trate de impedirlo? Ha de 
ser, sin embargo, con la condición de que se trate 
verdaderamente de progreso para la fe, y no de cambio. Es 
característico del progreso que una cosa crezca, 
permaneciendo siempre idéntica a sí misma; propio del cambio 
es, por el contrario, que una cosa se transforme en otra. 

Crezca, por tanto, y progrese de todas las maneras posibles, 
el conocimiento, la inteligencia, la sabiduría tanto de cada uno 
como de la colectividad, tanto de un solo individuo como de 
toda la Iglesia, de acuerdo con la edad y con los tiempos; pero 
de modo que esto ocurra exactamente según su peculiar 
naturaleza, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, 
según la misma interpretación. 

Que la religión imite así en las almas el modo de desarrollarse 
de los cuerpos. Sus órganos, aunque con el paso de los años 
se desarrollan y crecen, permanecen siempre los mismos. Qué 
diferencia tan grande hay entra la flor de la infancia y la 
madurez de la ancianidad! Y, sin embargo, aquellos que son 
ahora viejos, son los mismos que antes fueron adolescentes. 
Cambiará el aspecto y la apariencia de un individuo, pero se 
tratará siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. 
Pequeños son los miembros del niño, y más grandes los de los 
jóvenes; y sin embargo son idénticos. Tantos miembros poseen 
los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en 
edad más madura, es porque ya preexistía en embrión, de 
manera que nada nuevo se manifiesta en la persona adulta si 
no se encontraba al menos latente en el muchacho. 

Éste es, sin lugar a dudas, el proceso regular y normal de 
todo desarrollo, según las leyes precisas y armoniosas del 
crecimiento. Y así, el aumento de la edad revela en los mayores 
las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador 
había delineado en los pequeños. Si la figura humana 
adquiriese más tarde un aspecto extraño a su especie, si se le 
añadiese o quitase algún miembro, todo el cuerpo perecería, o 
se haría monstruoso, o al menos se debilitaría. 

Las mismas leyes del crecimiento ha de seguir el dogma 
cristiano, de manera que se consolide en el curso de los años, 
se desarrolle en el tiempo, se haga más majestuoso con la 
edad; de modo tal, sin embargo, que permanezca incorrupto e 
incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por 
decirlo de alguna manera, en todos sus miembros y sentidos, 
sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus 
propiedades, ninguna variación de lo que ha sido definido. 

Pongamos un ejemplo. En épocas pasadas, nuestros padres 
han sembrado el buen trigo de la fe en el campo de la Iglesia; 
sería absurdo y triste que nosotros, descendientes suyos, en 
lugar del trigo de la auténtica verdad recogiésemos la cizaña 
fraudulenta del error (cfr. Mt 13, 24-30). Por el contrario, es 
justo y lógico que la siega esté de acuerdo con la siembra, y 
que nosotros recojamos—cuando el grano de la doctrina llega a 
madurar—el buen trigo del dogma. Si, con el paso del tiempo, 
algún elemento de las semillas originarias se ha desarrollado y 
ha llegado felizmente a plena maduración, no se puede decir 
que el carácter específico de la semilla haya cambiado; quizá 
habrá una mutación en el aspecto, en la forma externa, una 
diferenciación más precisa, pero la naturaleza propia de cada 
especie del dogma permanece intacta. 

No ocurra nunca, por tanto, que los rosales de la doctrina 
católica se transformen en cardos espinosos. No suceda nunca, 
repito, que en este paraíso espiritual donde germina el 
cinamomo y el bálsamo, despunten de repente la cizaña y las 
malas hierbas. Todo lo que la fe de nuestros padres ha 
sembrado en el campo de Dios, que es la Iglesia (cfr. 1 Cor 3, 
9), todo eso deben los hijos cultivar y defender llenos de celo. 
Sólo esto, y no otras cosas, debe florecer y madurar, crecer y 
llegar a la perfección. 


* * * * *

La regla de la fe
(Commonitorio, 25 y 27)

Quizás alguien pregunte si también los herejes utilizan los 
testimonios de la divina Escritura. Los utilizan abierta y 
apasionadamente. Puede vérseles revolotear por cualquiera y 
cada uno de los volúmenes de la Santa Ley, por los libros de 
Moisés y de los Reyes, por los Salmos, por los Apóstoles, por 
los Evangelios, por los Profetas. Ya sea entre los suyos o entre 
extraños, en privado o en público, en conversaciones o en 
libros, en convites o en plazas, casi nunca presentan nada 
propio sin intentar disimularlo también con palabras de la 
Escritura. 

HEREJIAS/PD PD/HEREJIAS: Mira los opúsculos de Pablo de 
Samosata, de Prisciliano, de Eunomio de Joviniano y de los 
demás herejes; verás un acervo infinito de textos y que no hay 
casi ninguna página que no esté coloreada y maquillada con 
citas del Nuevo o del Antiguo Testamento. Y tanto más se han 
de evitar y temer esos escritos cuanto más se ocultan tras la 
mampara de la Ley divina. Saben bien que no agradarán a casi 
nadie sus malos olores, si los exhalan sin disimulo y al natural; 
así pues, los rocían como con cierto aroma de palabras divinas, 
para que aquél que habría despreciado fácilmente el error 
humano, tema despreciar las palabras divinas. Por eso hacen lo 
mismo que suelen hacer aquellos que, habiendo de dar a los 
niños una pócima amarga, untan previamente con miel los 
bordes de la copa, para que la edad incauta, al presentir la 
dulzura, no tema el amargor. Esto mismo tienen gran cuidado 
de hacer aquellos que rotulan de antemano con nombres de 
medicamentos las malas hierbas y jugos nocivos, para que casi 
nadie sospeche que es un veneno lo que se presenta como 
medicina. 

Por esta razón, exclamaba el Salvador: guardaos bien de los 
falsos profetas que vienen a vosotros con piel de ovejas, pero 
por dentro son lobos voraces (/Mt/07/15-16/LERINS). ¿Que 
otra cosa es piel de ovejas sino las palabras de los profetas y 
apóstoles que ellos con sinceridad de oveja entretejieron como 
un vellocino para aquel cordero inmaculado (1 Pet 1, 19), que 
quita el pecado del mundo (Jn 1, 29)? ¿Quiénes son los lobos 
voraces sino el sentir fiero y rabioso de los herejes, que 
siempre devastan los apriscos de la Iglesia y desgarran la grey 
de Cristo por cualquier lugar que pueden? Para sorprender más 
arteramente a las ovejas incautas, conservando su ferocidad de 
lobos, deponen su aspecto de lobos y se revisten, como de 
vellocino, con las palabras de la Ley divina, para que nadie, al 
ver primero la suavidad de la lana, tema jamás la mordedura de 
los dientes. 

Pero, ¿qué dice el Salvador? Por sus frutos los conoceréis 
(Mt 7, 16). Esto es: cuando hayan comenzado no sólo a citar, 
sino también a exponer aquellas divinas palabras; no sólo a 
acogerse a ellas, sino también a interpretarlas, entonces se 
mostrará aquella amargura, aquella animosidad, aquella rabia; 
entonces se exhalará el nuevo virus; entonces aparecerán las 
profanas novedades (1 Tim 6, 20); entonces verás que se 
rompe el primer cercado (Qoh 10, 8), que los límites 
establecidos por nuestros padres son desplazados (Prv 22, 98), 
que se ataca a la fe católica, que se destroza el dogma de la 
Iglesia. 

Así eran aquellos a quienes fustiga el Apóstol Pablo en la 
segunda carta a los Corintios, cuando dice: porque éstos son 
falsos apóstoles, obreros fraudulentos que se disfrazan de 
apóstoles de Cristo (/2Co/11/13-15). ¿Qué quiere decir que se 
disfrazan de apóstoles de Cristo? Invocaban los Apóstoles los 
testimonios de la Ley divina; ellos los invocaban también. 
Citaban los Apóstoles autoridades de los Salmos; ellos también 
los aducían. Pero, cuando comenzaron a interpretar de modo 
distinto aquello que habían citado del mismo modo, se 
distinguían claramente los auténticos de los fraudulentos, los 
sencillos de los enmascarados, los rectos de los perversos, los 
verdaderos Apóstoles de los falsos apóstoles. Y no es de 
extrañar—prosigue—, pues el mismo Satanás se transforma en 
ángel de luz. Así, no es mucho que sus ministros se 
transformen en ministros de justicia (2 Cor 11, 14-15). Luego, 
según la enseñanza del Apóstol, cada vez que los 
pseudo-apóstoles, los pseudo-profetas, los pseudo-doctores 
aducen citas de la Ley divina con las que 
intentan—interpretándolas mal—apoyar sus errores, no hay 
duda ninguna de que ejecutan las astutas maquinaciones de su 
padre, maquinaciones que él no hubiese inventado, si no 
supiese muy bien que no existe modo mas fácil de engañar que 
éste: poner por delante la autoridad de la Palabra divina en el 
mismo lugar en el que se introduce furtivamente el engaño del 
error impío. 

(...) Pero, dirá alguien: ¿qué deben hacer los católicos e hijos 
de la Madre Iglesia, si también el diablo y sus discípulos—de los 
que unos son pseudo-apóstoles, otros pseudo-profetas, otros 
pseudo-doctores (cfr. 2 Cor 11, 13; 2 Pe 2, 1), y todos herejes 
manifiestos—, usan de las palabras, de los dichos, de las 
promesas divinas? ¿Cómo discernirán en las santas Escrituras 
la verdad del error? 

Pondrán sumo empeño en poner por obra aquello que, como 
escribimos al principio de este Conmonitorio, nos han 
transmitido los varones santos y doctos: interpretar la Sagrada 
Escritura según las tradiciones de la Iglesia universal y 
conforme a las reglas del dogma católico. Del mismo modo, en 
esta Iglesia católica y apostólica, es necesario que sigan la 
universalidad, la antigüedad, el consentimiento; que si alguna 
vez una parte se rebela contra la universalidad, la novedad 
contra la antigüedad, la disensión de uno o de pocos 
extraviados contra el consentimiento de todos o de la mayor 
parte de los católicos, prefieran la integridad de la universalidad 
a la corrupción de la parte; que en esta misma universalidad, 
antepongan la religión de la antigüedad a lo profano de la 
novedad; y, de igual modo, que en la misma antigüedad, 
antepongan a la temeridad de uno o de unos pocos los 
decretos generales de un concilio universal, si los hubiere; y, si 
no los hubiere, sigan lo más próximo, es decir, el sentir unánime 
de muchos y grandes maestros. Si, con la ayuda de Dios, 
cumplimos estas normas con fidelidad, prudencia y solicitud, no 
nos será difícil detectar todos los errores perniciosos de 
cuantos herejes aparezcan.

San Vicente de Lerins



"Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida."

San Vicente de Lerins


REGLA PARA DISTINGUIR LA VERDAD CATÓLICA DEL ERROR

Habiendo interrogado con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas, sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre cómo poder distinguir por medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: «Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la tradición de la Iglesia Católica».
..
Es pues, sumamente necesario, ante las múltiples y enrevesadas tortuosidades del error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga siguiendo la pauta del sentir católico.
En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. Pero esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso general. Seguiremos la universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad, abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros.

EJEMPLO DE CÓMO APLICAR LA REGLA

3. ¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal?

-No cabe duda de que deberán anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso.

-Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?

-En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira.

¿Y si en la antigüedad se descubre que un error ha sido compartido por muchas personas, o incluso por toda una ciudad, o por una región entera?

-En este caso pondrá el máximo cuidado en preferir los decretos -si los hay- de un antiguo Concilio Universal, a la temeridad y a la ignorancia de todos aquellos.

¿Y si surge una nueva opinión, acerca de la cual nada haya sido todavía definido?

-Entonces indagará y confrontará las opiniones De nuestros mayores, pero solamente de aquellos que, siempre permanecieron en la comunión y en la fe de la única Iglesia Católica y vinieron a ser maestros probados de la misma. Todo lo que halle que, no por uno o dos solamente, sino por todos juntos de pleno acuerdo, haya sido mantenido, escrito y enseñado abiertamente, frecuente y constantemente, sepa que él también lo puede creer sin vacilación alguna.


EJEMPLOS HISTÓRICOS DE RECURSO A LA UNIVERSALIDAD Y A LA ANTIGÜEDAD CONTRA EL ERROR

…cuando el veneno de herejía arriana contaminó no ya una pequeña región, sino el mundo entero, hasta el punto de que casi todos los obispos latinos cedieron ante la herejía, algunos obligados con violencia, otros sacerdotes reducidos y engañados.

 Una especie de neblina ofuscó entonces sus mentes, y ya no podían distinguir, en medio de tanta confusión de ideas, cuál era el camino seguro que debían seguir. Solamente el verdadero y fiel discípulo de Cristo que prefirió la antigua fe a la nueva perfidia no fue contaminado por aquélla peste contagiosa. Lo que por entonces sucedió muestra suficientemente los graves males a que puede dar lugar un dogma inventado.

Todo se revolucionó: no sólo relaciones, parentescos, amistades, familias, sino también ciudades, pueblos, regiones. El mismo Imperio Romano fue sacudido hasta sus fundamentos y trastornado de, arriba abajo cuando la sacrílega innovación arriana, como nueva Bellona o Furia, sedujo incluso al Emperador, el primero de todos los hombres.

Después de haber sometido a sus nuevas leyes incluso a los más insignes dignatarios de la corte, la herejía empezó a perturbar, trastornar, ultrajar toda cosa, privada y pública, profana y religiosa. Sin hacer ya distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso, atacaba a mansalva a todo el que se ponía por delante….

 ¿Y cuál fue la causa de todo esto? Una sola: la introducción de creencias humanas en el lugar del dogma venido del cielo. Esto ocurre cuando, por la introducción de una innovación vacía, la antigüedad fundamentada en los más seguros basamentos es demolida, viejas doctrinas son pisoteadas, los decretos de los Padres son desgarrados, las definiciones de nuestros mayores son anuladas; y esto, sin que la desenfrenada concupiscencia de novedades profanas consiga mantenerse en los nítidos límites de una tradición sagrada e incontaminada.

…la misma naturaleza de la religión exige que todo sea transmitido a los hijos con la misma fidelidad con la cual ha sido recibido de los padres, y que, además, no nos es lícito llevar y traer la religión por donde nos parezca, sino que más bien somos nosotros los que tenemos que seguirla por donde ella nos conduzca. Y es propio de la humildad y de la responsabilidad cristiana no transmitir a quienes nos sucedan nuestras propias opiniones, sino conservar lo que ha sido recibido de nuestros mayores.

[Respecto a los errores del Obispo Agripino]  hubo un tal despliegue de ingenios, una tal profusión de elocuencia, un número tan grande de partidarios, tanta verosimilitud en las tesis, tal cúmulo de citas de la Sagrada Escritura, aun que interpretada en un sentido totalmente nuevo y errado, que de ninguna manera, creo yo, se habría podido superar toda aquella concentración de fuerzas, si la innovación tan acérrimamente abrazada, defendida, alabada, no se hubiera venido abajo por sí misma, precisamente a causa de su novedad.


ASTUCIA TÁCTICA DE LOS HEREJES

Con frecuencia se apropiaban de pasajes complicados y poco claros de algún autor antiguo, los cuales, por su misma falta de claridad parecía que concordaban con sus teorías; así simulaban que no eran los primeros ni los únicos que pensaban de esa manera. Esta falta de honradez yo la califico de doblemente odiosa, porque no tienen escrúpulo alguno en hacer que otros beban el veneno de la herejía, y porque mancillan la memoria de personas santas, como si esparcieran al viento, con mano sacrílega, sus cenizas dormidas.
..Debemos tener horror, como si de un delito se tratara, a alterar la fe y corromper el dogma; no sólo la disciplina de la constitución de la Iglesia nos impide hacer una cosa así, sino también la censura de la autoridad apostólica.

Todos conocemos con cuánta firmeza, severidad y vehemencia San Pablo se lanza contra algunos que, con increíble frivolidad, se habían alejado en poquísimo tiempo de aquel que los había llamado a la gracia de Cristo, para pasarse a otro Evangelio, aun que la verdad es que no existe otro Evangelio; además, se habían rodeado de una turba de maestros que secundaban sus caprichos propios, y apartaban los oídos de la verdad para darlos a las fábulas, incurriendo así en la condenación de haber violado la fe primera. Se habían dejado engañar por aquellos de quienes escribe el mismo Apóstol en su carta a los hermanos de Roma: Os ruego, hermanos, que os guardéis de aquellos que originan entre vosotros disensiones y escándalos, enseñando contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; evitad su compañía. Estos tales no sirven a Cristo Señor nuestro, sino a su propia sensualidad; y con palabras dulces y con adulaciones seducen los corazones de los sencillos

ADVERTENCIA DE SAN PABLO A LOS GALATAS

Individuos de esa ralea, que recorrían las provincias y las ciudades mercadeando con sus errores,
llegaron hasta los Gálatas. Estos, al escucharlos, experimentaron como una cierta repugnancia hacia la verdad; rechazaron el maná celestial de la doctrina católica y apostólica y se deleitaron con la sórdida novedad de la herejía.

La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: aun cuando nosotros
mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.

¿Y por qué dice San Pablo aun cuando nosotros mismos, y no dice aunque yo mismo? Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.

Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni así mismo ni a
los otros Apóstoles.

Pero esto no es todo: aunque un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.

Para salvaguardar la fe entregada una vez para siempre, no le bastó recordar la naturaleza humana, sino que quiso incluir también la excelencia angélica: aunque nosotros -dice- o un ángel del cielo. No es que los santos o los ángeles del cielo puedan pecar, sino que es para decir: incluso si sucediese eso que no puede suceder, cualquiera que fuese el que intentase modificar la fe recibida, este tal sea anatema.

¡Pero quizá el Apóstol escribió estas palabras a la ligera, movido más por un ímpetu pasional humano que por inspiración divina! Continúa, sin embargo, y repite con insistencia y con fuerza la misma idea, para hacer que penetre: cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema.

No dice: si uno os predicara un Evangelio diferente del nuestro, sea bendito, alabado, acogido; sino que dice: sea anatema, es decir, separado, alejado, excluido, con el fin de que el contagio funesto de una oveja infectada no se extienda, con su presencia mortífera, a todo el rebaño inocente de Cristo.


De todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído..

San Vicente de Lerins
El Conmonitorio


"Lo que se ha creido por todos, siempre y en todas partes. Ese es el principio del consenso de la fe."

San Vicente de Lerins








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