Manuel Arroyo-Stephens

“España apenas ha aportado nada a la cultura europea.”

Manuel Arroyo-Stephens


“La cultura francesa desde los años cuarenta hasta los ochenta, noventa, fue la cultura literaria y filosófica en Europa. Pero no la cultura francesa en general, sino lo peor de una forma de pensar derivada de Heidegger, según creo yo, e influenciada por el marxismo y también por Sigmund Freud. Es una mezcla de todo ello en la que el pensamiento científico está totalmente al margen.”

Manuel Arroyo-Stephens



“Más que galófobo soy, como español, un acomplejado con causa. ¿No podría leerse ese libelo que me ha hecho pasar tantas vergüenzas como un sarcasmo sobre el complejo de los españoles? Tal vez el fallo estuvo en mí, no supe dar con el tono. De los franceses, casi lo único que no me gusta es su incapacidad o su desdén para pensar sin teoría.”

Manuel Arroyo-Stephens



"Nunca he tomado notas ni he hecho 'investigación', he hecho de todos menos eso."

Manuel Arroyo-Stephens



"Odio que nadie dé nada por supuesto o espere nada de mí."

Manuel Arroyo-Stephens



"Solo escribo de la muerte, es lo único que me importa."

Manuel Arroyo-Stephens


“Todo lo que he vivido es una ficción.”

Manuel Arroyo-Stephens


“Un editor como yo se pasa la vida soñando con una biblioteca en medio del bosque. Los pasillos de la Feria de Fráncfort, que para otros son el paraíso, para mí fueron algo apasionante y ajeno. Nunca fui pájaro de feria, gracias a Dios nunca tuve un best seller, no compré números en esa lotería.”

Manuel Arroyo-Stephens



"Ya lo ha demostrado, para bien de los españoles. Puede borbonear a todos, y casi borbonearse a sí mismo. De tan Borbón que es, puede llegar a dejar de serlo. Mira cómo borboneó a Franco, y a las leyes que le hicieron jurar: los principios del Movimiento Nacional, las leyes fundamentales del 18 de Julio, y todas las que le pusieron delante.
¡Para ocupar el trono que legítimamente le correspondía a su padre!, remachó, excitándose de nuevo. Y luego también borboneó a sus generales más íntimos, a Milans del Bosch y Armada, el 23 de febrero, cuando fracasó el golpe que había inspirado... Era una de sus tesis favoritas, que ya habíamos discutido muchas veces. Acabábamos por decir siempre lo mismo. Sostenía que el suceso podría repetirse, que se estaba preparando una nueva militarada. Nunca creí que lo temiese en serio, pero era imposible sacarlo de ahí.
Por cierto, no te he preguntado cómo estás de tu cadera.
Estupendamente. Casi se me ha olvidado que tengo cadera. Parece que mi esqueleto va sosteniendo.
Miró hacia los ventanales y permaneció un rato callado. La tarde se estaba despejando. Yo sabía que no habíamos tocado las verdaderas razones que lo habían llevado a San Sebastián; intuía que no lo haríamos nunca. Vimos cómo algunas gentes iniciaban su paseo de tarde.
En cualquier caso, vendré a verte siempre que pueda, dije, también mirando hacia la playa. Seré tu último incondicional, añadí.
Él sonrió sin decir nada. Miraba hacia la islita que está en medio de la bahía y que refulgía ahora llena de tonos verdes en medio de las olas. El cielo se había llenado de claros, plateados y azules. Al cabo de un largo rato, sin volverse hacia mí, volvió a hablar.
¿Sabes?, he vuelto a escribir un poema al Cristo Crucificado Ante el Mar. Es un poema largo, ya te lo enseñaré. Podemos incluirlo en mi próximo libro: quiero que se llame Hora última. Frente a este mar fui feliz con Rosario. Ahora vuelvo, al cabo de sesenta años, y todo es lo mismo. Como si no hubiese pasado nada. Quizá es que todo ha pasado, y no ha cambiado nada. Quiero morir frente a este mar, frente a este espejo, que es el único en el que me reconozco. Se quedó callado largo rato.
Anda, vámonos a dar un paseo, dijo de pronto, al tiempo que apartaba la mesa para levantarse. Está quedando una tarde estupenda, añadió, ya de pie. El camarero se acercaba con el gabán.
La playa, sin que lo hubiésemos advertido, se había llenado de surfistas. Nos quedamos un rato mirándolos: algunos se hundían a lo lejos, sin conseguir coronar las olas, otros llegaban en sus tablas casi hasta el muro del paseo desde donde los mirábamos. Entre gritos y risas volvían a empezar de nuevo. Poco a poco el paseo se fue llenando de curiosos como nosotros. Al rato me agarró del brazo y empezamos a caminar por el paseo, hacia Ondarreta, mientras me contaba en qué barrios iba a empezar Teresa a buscar un piso para pasar el invierno."

Manuel Arroyo-Stephens
Pisando ceniza





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