Sombras de antepasados olvidados



La ciencia nunca termina; actúa por aproximaciones sucesivas, que nos acercan cada vez más a una comprensión integral y precisa de la Naturaleza, pero nunca lo logra completamente. El hecho de que se hayan realizado tantos descubrimientos importantes en el último siglo, incluso en el último decenio, significa que aún nos queda mucho trecho por recorrer. La ciencia está siempre sometida a discusiones, correcciones, refinamientos, reconsideraciones dolorosas y a visiones revolucionarias. Sin embargo, parece que ahora nuestros conocimientos nos permiten ya reconstruir algunos de los pasos esenciales que nos condujeron al lugar donde nos encontramos y que nos ayudaron a ser quienes somos.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 4
 
 
Los hombres han levantado muros para separar las ramas del conocimiento que son esenciales a esta búsqueda: distintas ciencias, políticas, religiones y éticas distintas. Hemos buscado pequeñas puertas en estos muros, a veces hemos intentado saltar por encima de ellos o excavar por debajo suyo. Debemos disculparnos por nuestras limitaciones; somos muy conscientes de la insuficiencia de nuestros conocimientos y de nuestros criterios. Y sin embargo, esta búsqueda sólo dará resultado si los muros se rompen. Esperamos que allí donde nosotros hemos fallado, otros se sientan inspirados (o provocados) para hacerlo mejor.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 4
 
 
La inmensa, abrumadora negrura queda mitigada aquí y allí por un débil punto de luz, que con una mayor aproximación resulta ser un poderoso sol brillando con fuego termonuclear y calentando un pequeño volumen de espacio en torno suyo. El Universo es en su casi totalidad un vacío negro, y sin embargo el número de soles es asombroso. Los espacios inmediatamente próximos a estos soles son una fracción insignificante de la inmensidad del Cosmos, pero muchas de estas alegres, brillantes y clementes regiones circumestelares, quizá la mayoría de ellas, están ocupadas por mundos. Solamente en la galaxia de la Vía Láctea podría haber cien mil millones de mundos, ninguno demasiado cerca, ninguno demasiado lejos del sol local, alrededor del cual orbitan en un silencioso homenaje gravitatorio.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 4
 
 
Estamos aislados de nuestro pasado, separados de nuestros orígenes, y no debido a algún tipo de amnesia o lobotomía, sino por la brevedad de nuestras vidas y las inmensas, insondables perspectivas de tiempo que nos separan de nuestro origen.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 12
 
 
 
Las personas somos como bebés recién nacidos abandonados en un portal, sin ninguna nota que explique quiénes son, de dónde vienen, qué carga hereditaria de atributos y defectos pueden llevar, o cuáles podrían ser sus antecedentes. Desearíamos ver las fichas de estos huérfanos.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 12
 
 
Cuanto más comprendemos cómo se formó el mundo, menos necesitamos a un Dios o a dioses, y más remota en el tiempo y en la causalidad tuvo que haber sido cualquier intervención divina.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 12
 
 
La desagradable perspectiva de un Universo indiferente, o peor, de un Universo sin sentido, ha engendrado temor, rechazo, displicencia, y la sensación de que la ciencia es un instrumento alienador. Las frías verdades de nuestra era científica resultan desagradables para muchos. Nos sentimos desamparados y solos. Anhelamos tener un objetivo que dé sentido a nuestra existencia. No queremos oír que el mundo no se hizo para nosotros. No nos impresionan los códigos morales inventados por los simples mortales; queremos uno entregado directamente desde arriba. Nos resistimos a reconocer a nuestros parientes. Aún nos resultan forasteros. Nos sentimos avergonzados: después de haber imaginado a nuestro Antecesor como el Rey del Universo, ahora nos piden que reconozcamos que procedemos de lo más humilde de lo humilde: del barro y del cieno, y de seres sin inteligencia.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 13
 
 
El estudio de la historia de la vida, el proceso evolutivo, y la naturaleza de los demás seres que, junto a nosotros, pueblan este planeta ha comenzado a esclarecer un poco esos eslabones pasados de la cadena. No hemos encontrado a nuestros olvidados antepasados, pero comenzamos a sentir su presencia en la oscuridad. Reconocemos sus sombras a uno y otro lado. En su momento fueron tan reales como nosotros hoy. No estaríamos aquí de no haber sido por ellos. Nuestras naturalezas y las suyas están indisolublemente vinculadas a pesar de las eras de tiempo que puedan separarnos. La respuesta a quiénes somos está en esas sombras, esperando.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 14
 
 
Nada vive para siempre, ni en los Cielos ni en la Tierra. Incluso las estrellas envejecen, decaen y mueren. Las estrellas mueren y nacen. Hubo una vez una época, antes de que existiera el Sol y la Tierra, una época antes de que hubiera día o noche, mucho, mucho antes de que hubiera alguien presente tomando nota de los Inicios para quienes pudieran venir después.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 16
 
 
 
Las estrellas brillan durante la mayor parte de su vida porque convierten hidrógeno en helio.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 17
 
 
En el Universo observable, que puede contener hasta cien mil millones de galaxias, quizá se estén formando cada segundo cien sistemas solares. Muchos de los mundos de esa multitud estarán yermos y desolados. Otros tal vez sean exuberantemente fértiles con seres adaptados exquisitamente a sus distintas circunstancias que crecen, llegan a la mayoría de edad y tratan de reconstruir sus inicios. La prodigalidad del Universo supera nuestra imaginación.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 19
 
 
De hecho, la historia y el destino de nuestro planeta y de los seres que hay en él se han visto influidos de modo profundo y crucial por lo que hay más allá de él, y no sólo en sus orígenes sino durante toda la historia de la Tierra. Nuestros océanos, nuestro clima, los bloques constructivos de la vida, las mutaciones biológicas, las extinciones masivas de especies, el ritmo y medida de la evolución de la vida, todo eso no puede comprenderse si imaginamos la Tierra herméticamente sellada del resto del Universo, con sólo un poco de luz solar filtrándose del exterior. La materia que compone nuestro mundo se reunió en los cielos. Enormes cantidades de materia orgánica cayeron a la Tierra o fueron generadas por la luz solar, preparando el escenario para el origen de la vida. La vida, una vez iniciada, se transformó y se adaptó a un entorno cambiante, parcialmente dirigido por la radiación y las colisiones del exterior. Hoy en día, casi toda la vida en la Tierra funciona con energía que recogemos de la estrella más cercana. Lo de arriba y lo de abajo no son compartimentos estancos. De hecho, cada átomo de aquí abajo estuvo alguna vez allí fuera.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 23
 
 
Las moléculas orgánicas están compuestas de carbono y de otros átomos. Toda la vida en la Tierra está formada por moléculas orgánicas. Es evidente que estas moléculas tuvieron que sintetizarse antes del origen de la vida para que la vida pudiera aparecer. Al igual que el agua, las moléculas orgánicas procedían tanto de aquí abajo como del cielo. La atmósfera primitiva adquirió energía de la luz ultravioleta y del viento del Sol, de los destellos y estallidos de rayos y truenos, de los electrones de las auroras boreales, de la intensa radiactividad temprana y las ondas de choque de los objetos que caían hacia la Tierra. Cuando en el laboratorio se introducen estas fuentes de energía en atmósferas hipotéticas de la primitiva Tierra, se generan muchos de los bloques constructivos orgánicos de la vida, y con una sorprendente facilidad.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 28
 
 
Sabemos que el origen de la vida sucedió rápidamente, al menos en la escala temporal que rige la evolución de los soles. El océano de magma duró hasta hace casi 4.400 millones de años. La capa de polvo permanente o casi permanente duró un poco más. Después y durante centenares de millones de años continuaron produciéndose de modo intermitente impactos gigantescos. Los mayores fundieron la superficie, hicieron hervir y desaparecer los océanos, y lanzaron el aire hacia el espacio. Esta época más primitiva de la historia de la Tierra se denomina, apropiadamente, época del Hades o infernal. Quizá la vida surgió numerosas veces, sólo para ser barrida por una colisión con algún estrafalario y tambaleante mundillo acabado de llegar de las profundidades del espacio. Esta frustración del origen de la vida por los impactos parece haber continuado hasta hace unos 4.000 millones de años. Pero al llegar a los 3.600 millones de años la vida había comenzado ya a existir, y de modo exuberante.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 30
 
 
La Tierra es un inmenso cementerio, y de vez en cuando sacamos de sus entrañas a algunos de nuestros antepasados.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 30
 
 
En un mundo en que la mortífera luz ultravioleta alcanzaba la superficie de las aguas, la protección solar debió de ser la clave de la supervivencia, como tal vez vuelva a suceder.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 32
 
 
Los microrganismos de los estromatolitos modernos segregan una especie de cola extracelular que les ayuda a mantenerse unidos y les adhiere al suelo oceánico. Debió de existir una profundidad óptima, no tan somera que la luz ultravioleta no filtrada abrasara las células, ni tan profunda que la luz visible fuera demasiado débil para la fotosíntesis. En aquel lugar convenía seguramente a los organismos resguardados parcialmente por el agua del mar interponer algún material opaco entre ellos y la luz ultravioleta. Supongamos que algunas células hijas de organismos unicelulares al reproducirse no se separaron y siguieron cada cual su camino sino que permanecieron unidas entre sí, y después de muchas reproducciones generaron una masa irregular. Las células exteriores sufrirían los peores efectos de los rayos ultravioleta, pero las interiores quedarían protegidas. Si todas las células estuvieran uniformemente esparcidas sobre la superficie del mar, todas morirían; si estuvieran apiñadas, la mayoría de las células interiores quedarían protegidas de la radiación mortífera. Éste podría haber sido un potente impulso inicial para una forma de vida comunal. Algunos morían para que otros pudieran vivir.[*] No se conocen fósiles más antiguos, en parte porque la superficie de la Tierra que ha sobrevivido desde hace más de 3.600 millones de años es muy reducida. Casi toda la corteza de aquella época ha sido arrastrada hacia las profundidades del interior de nuestro planeta y destruida. Los tipos de átomos de carbono presentes en un insólito sedimento de 3.800 millones de años en Groenlandia indican que ya entonces podía haberse propagado la vida. Si esto es cierto, la vida apareció en algún momento entre los 3.800 y quizá los 4.000 millones de años atrás. No pudo haber surgido mucho antes. El carácter inhóspito de la Tierra de Hades y la necesidad de un período de tiempo suficiente para la evolución de los microbios de los estromatolitos hacen pensar que el origen de la vida estuvo confinado a una ventana relativamente estrecha en la gran amplitud del tiempo geológico. La vida parece haber surgido muy rápidamente.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 32
 
 
… ayer una gota de semen, como escribió el emperador romano Marco Aurelio, y mañana un puñado de cenizas.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 38
 
 
Somos criaturas efímeras, transitorias, copos de nieve caídos sobre el fuego del hogar.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 38
 
 
Sólo podremos vislumbrar quiénes somos y por qué estamos aquí si juntamos algunas piezas de un cuadro final, que debería abarcar eras de tiempo, millones de especies y una multitud de palabras. Desde esta perspectiva no es sorprendente que a menudo seamos un misterio para nosotros mismos y que, a pesar de nuestras pretensiones manifiestas, estemos tan lejos de ser los amos incluso en nuestra propia casita.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 38
 
 
 
 
El mundo y todo lo que hay en él fue hecho para nosotros, y nosotros fuimos hechos para Dios.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 39
 
 
Para unirse a la ciencia y poder disfrutar de sus visiones hay que pagar una elevada cuota de ingreso, hecha de esfuerzos y tedios.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 42
 
 
Lamarck es más conocido por su afirmación de que un organismo podría heredar las características adquiridas de sus antepasados. En su ejemplo más famoso, la jirafa se estira para mordisquear las hojas de las ramas más altas del árbol, y el cuello ligeramente alargado producido por este estiramiento se transmite de algún modo a la generación siguiente. Lamarck quizá no tenía conocimientos sobre la historia familiar de muchas generaciones de jirafas, pero tenía datos relevantes que decidió ignorar: Durante miles de años, judíos y musulmanes habían circuncidado ritualmente a sus hijos, sin solución de continuidad, y sin embargo no se conoce ningún caso de un niño judío o islámico que haya nacido sin prepucio. La abeja reina y los zánganos no trabajan, ni lo han hecho desde eras geológicas; sin embargo, las abejas obreras cuyos padres son reinas y zánganos (y nunca otras obreras) no parece que se vayan volviendo más indolentes de generación en generación; por el contrario, son proverbialmente laboriosas. Se ha cortado la cola a los animales domésticos y de granja durante generaciones, se les ha recortado las orejas, se les ha marcado a hierro en los costados, pero los recién nacidos no muestran signo alguno de estas mutilaciones. Durante siglos, se ató cruelmente los pies de las mujeres chinas para deformarlos, sin embargo, las niñas persistían obstinadamente en nacer con apéndices normales. A pesar de estos contraejemplos, Charles se tomaría en serio, durante toda su vida, la noción de Lamarck y de su abuelo Erasmus de que los caracteres adquiridos podían heredarse.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 43
 
 
La capacidad del medio ambiente para alimentar y mantener grandes poblaciones, la denominada capacidad de carga, es por supuesto finita. Cuando el número de organismos aumenta, no todos pueden sobrevivir. Habrá una dura competencia por los recursos escasos. Pequeñas diferencias de capacidad, imperceptibles para un observador casual, pueden ser factores de vida o muerte para el organismo. La selección natural es un gran cedazo que deja fuera a la gran mayoría y permite sólo a una diminuta vanguardia transferir su herencia a la generación siguiente. La selección natural es mucho más despiadada a la hora de determinar la composición genética de las futuras generaciones que el criador de animales más insensible y expeditivo. Y en lugar de los miserables varios miles de años transcurridos desde que la domesticación de los animales comenzó en serio, la selección natural ha estado actuando durante miles de millones de años.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 60
 
 
La evolución es el producto de una estrecha interacción entre la herencia y el medio ambiente.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 77
 
 
La perspectiva darwinista es esencial para toda la biología moderna, desde las investigaciones de la estructura molecular del ADN a los estudios sobre el comportamiento de monos y personas.[20] Es una perspectiva que nos conecta con nuestros antepasados olvidados hace tiempo y con nuestro enjambre de parientes, los millones de otras especies con quienes compartimos la Tierra. Pero el precio que hemos debido pagar ha sido alto, y aún hay, especialmente en los Estados Unidos, quienes se niegan a pagarlo, y por razones muy humanas y comprensibles. La evolución sugiere que si Dios existe le gustan las causas secundarias y los procesos autónomos. Dios puso en funcionamiento el Universo, estableció las leyes de la Naturaleza, y luego abandonó la escena. No hay, al parecer, un Ejecutivo trabajando a pie de obra: el poder ha quedado delegado. La evolución sugiere que Dios no intervendrá, tanto si suplicamos como si no, para salvarnos de nosotros mismos. La evolución sugiere que estamos solos; y que si hay un Dios, ese Dios debe de estar muy lejos. Esto basta para explicar gran parte de la angustia y enajenación que la evolución ha producido. Nos gustaría imaginar a alguien al frente del timón.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 78
 
 
¿De qué sirve un mensaje si nadie lo lee?
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 89
 
 
La evolución es conservadora y se resiste a cambiar instrucciones que funcionan, por lo que el código del ADN incorpora documentos —órdenes de trabajo y planos— que se remontan a una lejana antigüedad biológica. Muchos pasajes se han desvanecido. En algunos lugares hay palinsectos en los que asoman los restos de antiguos mensajes, debajo de los mensajes nuevos. De vez en cuando puede encontrarse una secuencia transferida de un lugar diferente del mensaje, cuyo significado adopta un matiz diferente en el nuevo entorno; palabras, párrafos, páginas, volúmenes enteros se han trasladado y reorganizado. Los contextos han variado. Se han heredado las secuencias comunes de tiempos remotos. Cuanto más distintas sean las secuencias correspondientes en dos organismos diferentes, más lejana será su relación. Éstos no sólo son los anales sobrevivientes de la historia de la vida, sino también los manuales de los mecanismos del cambio evolutivo. La ciencia de la evolución molecular —cuya antigüedad es de sólo dos decenios— nos permite decodificar el archivo contenido en el centro mismo de la vida terrestre. En esas secuencias están inscritos árboles genealógicos que no se remontan a unas cuantas generaciones, sino que nos llevan casi hasta el origen mismo de la vida. Los biólogos moleculares han aprendido a leerlos y a calibrar la profunda relación de toda la vida terrestre. En ámbitos recónditos de los ácidos nucleicos se apretujan multitud de sombras ancestrales.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 91
 
 
La sutileza y los matices del lenguaje genético son asombrosos. A veces parece haber mensajes superpuestos que utilizan las mismas letras en las mismas secuencias, pero con diferente significado funcional dependiendo de cómo se leen: tenemos dos textos por el precio de uno. Nada tan inteligente se da en ningún idioma humano. Es como si un pasaje largo tuviera dos significados completamente diferentes, algo así como: Lobo ni toca ni joroba y Lo bonito canijo roba pero mucho mejor; así sucesivamente durante páginas, perfectamente lúcido y gramatical en ambos modos y, según creemos, superior a la habilidad de cualquier escritor humano.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 94
 
 
En los organismos «superiores», muchas secuencias largas parecen contener mensajes genéticos sin sentido que no sirven de nada. Se encuentran detrás de un «Parar» y antes del siguiente «Comenzar» y generalmente quedan ignoradas, abandonadas, intranscritas. Tal vez algunas de estas secuencias sean restos mutilados de instrucciones que eran importantes, tiempo atrás, para nuestros lejanos antepasados o que incluso eran esenciales para la supervivencia, pero que hoy han quedado anticuadas e inútiles. Estas secuencias, al ser inútiles, evolucionan rápidamente: las mutaciones que hay en ellas no hacen daño y la selección no se opone a ellas. Quizá algunas de ellas aún resulten útiles, pero se evocan sólo en circunstancias extraordinarias. En los seres humanos un 97% de las secuencias ACGT no sirve al parecer para nada. Es el restante 3% el que nos hace ser lo que somos desde el punto de vista genético.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 94
 
 
Similaridades sorprendentes entre las secuencias funcionales ACGT se observan en todo el mundo biológico, similaridades que no podrían darse si no existiera una unidad subyacente y fundamental bajo la aparente diversidad de la vida en la Tierra. Parece claro que esa unidad existe porque cada cosa viva en la Tierra desciende del mismo antepasado de hace cuatro mil millones de años; porque todos somos parientes. Pero, ¿cómo pudieron haber surgido máquinas de tal elegancia, sutileza y complejidad? La clave de la respuesta es que estas moléculas son capaces de evolucionar. Cuando un filamento está copiando a otro, a veces se produce un error y se inserta una secuencia nueva en un nucleótido equivocado: una A, digamos, en lugar de una G. Algunos son genuinos errores de copia: el mecanismo, por muy bueno que sea, no es perfecto. Algunos son inducidos por un rayo cósmico, por otro tipo de radiación o por productos químicos del medio ambiente. Una elevación de temperatura podría aumentar ligeramente el número de moléculas que se descomponen, y esto podría conducir a errores. Sucede incluso que una parte del ácido nucleico genera una sustancia que se altera a sí misma, quizá a miles o millones de nucleótidos de distancia. Errores del mensaje no corregidos se propagan a futuras generaciones. «Se reproducen puros.» Estos cambios en la secuencia de nucleótidos ACGT, incluida la alteración de un único nucleótido, se denominan mutaciones. Las mutaciones introducen un elemento de azar fundamental e irreductible en la historia y en la naturaleza de la vida. Algunas mutaciones ni favorecen ni obstaculizan nada porque, por ejemplo, afectan secuencias largas y repetitivas, que contienen información redundante, o afectan lo que hemos llamado mangos de las máquinas-herramienta moleculares, o afectan secuencias no transcritas entre Comenzar y Parar. Muchas otras mutaciones son nocivas. Si estamos fabricando unas máquinas-herramienta extraordinarias y cuando no miramos alguien introduce cambios al azar en las instrucciones informáticas que dirigen su fabricación, no es probable que las máquinas resultantes, construidas de acuerdo con las nuevas instrucciones mutiladas, funcionen mejor que el modelo anterior. Un número suficiente de cambios al azar introducidos en un conjunto complejo de instrucciones causarán graves daños. Pero por suerte algunos de los cambios fortuitos resultaron ventajosos. Por ejemplo, el carácter del glóbulo rojo falciforme que mencionamos en el capítulo anterior está causado por la mutación de un único nucleótido en el ADN, que a su vez provoca una diferencia de un único aminoácido en las moléculas de hemoglobina que el nucleótido ayuda a codificar; esto a su vez cambia la forma del glóbulo rojo de la sangre, afecta su capacidad para transportar oxígeno y al mismo tiempo acaba matando a los parásitos de plasmodio que contienen aquellas células. Se necesita una sola mutación para convertir una T concreta en una A. Y, por supuesto, no sólo la hemoglobina de los glóbulos rojos de la sangre, sino cada parte del cuerpo, cada aspecto de la vida, recibe las instrucciones de una secuencia determinada de ADN. Cada secuencia es vulnerable a la mutación. Algunas de estas mutaciones pueden causar cambios más radicales que el carácter del glóbulo rojo falciforme, algunas menos. La mayoría son perjudiciales, unas pocas pueden ser útiles, pero incluso éstas pueden representar un trato, un compromiso, como la mutación del glóbulo rojo falciforme. Éste es un medio principal por el cual la vida evoluciona: explotando imperfecciones en las copias a pesar de su coste. Nosotros no lo haríamos así. No parece que lo hubiera hecho así una divinidad dedicada a una creación especial. Las mutaciones no tienen plan, no hay nada detrás suyo que las dirija; su carácter casual parece escalofriante; el progreso, si existe, es de una lentitud agónica. El proceso sacrifica a todos los nuevos seres que ahora, debido a la nueva mutación, están menos adaptados para realizar sus tareas; grillos que no saltan tan alto, aves con alas malformadas, delfines que respiran jadeando, grandes olmos sucumbiendo a la plaga. ¿Y por qué no hay mutaciones más eficaces, más compasivas? ¿Por qué la resistencia a la malaria lleva consigo una contrapartida, la anemia? Quisiéramos pedir por favor a la evolución que llegara ya a su destino y se dejara de tantas interminables crueldades. Pero la vida no sabe a dónde se dirige. No tiene un plan a largo plazo. No tiene una finalidad en mente. No hay mente que abrigue una finalidad. El proceso de la vida es todo lo contrario a la teleología. La vida es derrochadora, ciega, indiferente en este nivel a las nociones de justicia. Puede permitirse despilfarrar multitudes.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 95
 
 
La selección natural produce, evoca, crea un conjunto complejo de respuestas moleculares que superficialmente puede parecer un acto de previsión, la existencia de una inteligencia, de un biólogo molecular magistral que actúa sobre los genes; pero en realidad lo único que hay es un proceso de mutación y reproducción que está en interacción con un entorno externo cambiante.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 100
 
 
 
La evolución es sólo un método de tanteos, pero que estimula los éxitos y los hace proliferar, que extirpa los errores despiadadamente y que dispone de prodigiosas perspectivas temporales para que el proceso pueda desarrollarse a fondo. Si nos reproducimos, mutamos, y reproducimos nuestras mutaciones, tenemos que evolucionar. No hay otra opción. Seguiremos jugando al juego de la vida solamente si seguimos ganando: es decir, si seguimos dejando descendientes (o parientes próximos). Basta una ruptura en el tren de las generaciones para que este individuo y sus secuencias particulares e idiosincráticas de ADN queden condenadas irremisiblemente.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 105
 
 
La lengua depende de la historia.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 105
 
 
Que la vida se haya originado en la Tierra muchas veces o una sola es un misterio profundo y quizá impenetrable. Por lo que sabemos, debió de haber en su historia millones de callejones sin salida y de falsos comienzos, antiguas genealogías desaparecidas sin que nadie las llorara mientras surgían otras nuevas. Pero parece muy claro que sólo hay un linaje hereditario que conduce a toda la vida que existe hoy en la Tierra. Cada organismo es pariente, es primo lejano, de todos los demás. Esto queda claro cuando comparamos cómo actúan todos los organismos de la Tierra, cómo están construidos, de qué están hechos, qué lenguaje genético hablan, y especialmente lo parecidos que son sus planos constructivos y sus órdenes de trabajo moleculares. Toda la vida está emparentada.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 112
 
 
Los seres vivos, obligados a adaptarse a cada trampa y vericueto del entorno del que dependen, evolucionan para estar al día. La vida ha ido dando pequeños y concienzudos pasos a lo largo de inmensas perspectivas de tiempo geológico, dejando eliminados por el camino a innumerables organismos ligeramente mal adaptados, y sin quejas ni lamentos la vida se fue volviendo cada vez más compleja y capaz, con su química interior, su forma externa y el menú de comportamientos disponibles. Estos cambios, por supuesto, se reflejan en una correspondiente complicación y riqueza de los mensajes escritos en el código ACGT, hasta el mismo nivel del gen, y de hecho están causadas por ellos. Cuando aparece alguna nueva y espléndida invención —el cartílago óseo como armadura corporal, por ejemplo, o la capacidad para respirar oxígeno—, los mensajes genéticos responsables proliferan por el paisaje biológico a medida que transcurren las generaciones. Al principio nadie tiene estas secuencias determinadas de instrucciones genéticas. Más tarde, numerosos seres en toda la Tierra viven gracias a ellas.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 128
 
 
Podría pensarse que cambiar las letras al azar no es una manera eficaz de escribir un libro. Pero no sucede lo mismo si hay un enorme número de copias, cada una de las cuales cambia ligeramente de generación en generación, y compara constantemente las nuevas instrucciones con las exigencias del mundo exterior. Si tuviéramos que escribir los tomos de instrucciones contenidos en el ADN de la especie dada, podríamos imaginar que basta con sentarnos y escribir todas las instrucciones de cabo a rabo para decir a la especie lo que debe hacer. Pero en la práctica somos totalmente incapaces de ello, y el ADN también. Queremos subrayar de nuevo que el ADN no tiene la más remota noción a priori de qué secuencias son adaptativas y cuáles no. El proceso evolutivo no es totalmente competente, ni previsor ni capaz de evitar las crisis, ni actúa de arriba abajo. Al contrario, es más bien experimental, calcula a corto plazo, sólo es capaz de mitigar las crisis y actúa de abajo arriba. Ninguna molécula de ADN es tan sagaz que pueda conocer las posibles consecuencias de cambiar un segmento del mensaje por otro. La única manera de estar seguro es probarlo, guardar lo que funciona y trabajar con ello. Cuanto mejor sepa uno cómo actuar, más avanzado está y cabría pensar que tiene mayores posibilidades de sobrevivir. Pero las instrucciones de ADN para crear un ser humano comprenden unos 4.000 millones de pares de nucleótidos, y los de una ameba común unicelular contienen 300.000 millones de pares de nucleótidos. Nada indica que las amebas estén cien veces más «adelantadas» que los hombres, aunque hasta la fecha sólo se han oído a los representantes de una parte. También en el caso de la ameba algunas de las instrucciones genéticas, o quizá la mayoría, deben de ser redundancias, tartamudeos, incoherencias imposibles de transcribir. De nuevo vislumbramos profundas imperfecciones en el corazón de la vida.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 146
 
 
Antes de que hubiera suficiente oxígeno, o materias combustibles, el fuego era imposible, era un potencial no realizado que estaba latente en la materia (del mismo modo que la liberación de energía nuclear no se realizó, durante la ocupación por los hombres de la Tierra, hasta 1942-1945). Por lo tanto, debió de haber habido una época de la primera llama, una época en que el fuego fue nuevo. Quizá se prendió un helecho muerto, encendido por el destello de un relámpago. Las plantas colonizaron la Tierra mucho antes que los animales, y nadie estuvo presente para observar el fenómeno: humo elevándose y de pronto una llamarada roja levantándose hacia arriba. Quizá se prendió fuego en una pequeña mata de vegetación. La llama no es un gas, ni un líquido, ni un sólido. Es otra cosa, un cuarto estado de la materia, que los físicos llaman plasma. Hasta entonces el fuego no había tocado nunca la Tierra. Mucho antes de que los hombres utilizaran el fuego, las plantas ya lo aprovechaban. Cuando la densidad de población es elevada y las plantas de diferentes especies están muy apretadas, luchan para conseguir nutrientes y agua subterránea, pero especialmente la luz solar. Algunas plantas que han inventado semillas endurecidas, resistentes al fuego, tienen a la vez tallos y hojas que se inflaman fácilmente. Un relámpago cae en tierra, un fuego intenso se propaga incontroladamente, las semillas de las plantas favorecidas sobreviven y la competencia, con sus semillas, queda achicharrada. Muchas especies de pinos se benefician de esta estrategia evolutiva. Las plantas verdes generan oxígeno, el oxígeno permite la combustión y luego algunas plantas verdes aprovechan el fuego para atacar y matar a sus vecinos. Apenas hay elemento del medio ambiente que no se emplee, de una manera u otra, en la lucha por la existencia. Una llama parece algo de otro mundo, pero en este rincón del Cosmos es una exclusiva de la Tierra. De entre todos los planetas, lunas, asteroides y cometas de nuestro sistema solar, solamente hay fuego en la Tierra, porque sólo en ella hay grandes cantidades de gas de oxígeno, O2. El fuego tuvo, mucho más tarde, consecuencias profundas para la vida y la inteligencia. Una cosa lleva a la otra.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 150
 
 
El tortuoso camino del árbol genealógico del hombre se remonta hasta el comienzo de la vida, hace cuatro mil millones de años. Todos los seres de la Tierra son parientes nuestros, puesto que todos procedemos del mismo punto de partida. Sin embargo, y precisamente a causa de la evolución, ninguna forma viva de la Tierra actual es un antepasado nuestro. Los demás seres no dejaron de evolucionar porque se acababa de abrir un sendero que algún día llevaría al hombre. Nadie sabía a dónde conducían las distintas ramas del árbol evolutivo, y antes del hombre nadie podía siquiera formular la pregunta. Los seres de los que se desvió nuestro linaje ancestral siguieron evolucionando, por dentro y por fuera, o se extinguieron. Casi todos se extinguieron. El registro fósil nos permite saber algo de nuestros predecesores, pero no podemos traerlos al laboratorio para interrogarlos. Ya no están.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 151
 
 
Se conocen ahora en la Tierra más de un millón de especies de animales, y quizá unas 400.000 especies de plantas eucariontes. Hay al menos miles de especies conocidas de otros organismos que no son eucariontes, incluidas las bacterias. Sin duda desconocemos muchas otras, probablemente la mayoría. El número de especies sería, según algunos cálculos, de más de diez millones; en tal caso, no hemos logrado conocer ni el 10% de las especies de la Tierra. Muchas se extinguen incluso antes de que sepamos que existen. La mayoría de los miles de millones de especies que vivieron alguna vez están extinguidas. La extinción es la norma. La supervivencia es la triunfal excepción.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 153
 
 
Hace 65 millones de años, la mayoría de las especies de la Tierra se extinguieron, debido probablemente a la colisión de un cometa o asteroide de gran masa. Entre los desaparecidos estaban todos los dinosaurios, que durante casi 200 millones de años —desde antes de la desintegración de Gondwana— habían sido la especie dominante, los señores omnipresentes de la vida en la Tierra. Esta extinción eliminó a los principales depredadores de un orden de animales pequeños, temerosos, furtivos y nocturnos, llamados mamíferos. De no haber sido por aquella colisión —un acto tardío de la ordenación de los cuerpos que quedaban en órbitas excéntricas en el espacio interplanetario— los hombres y nuestros antepasados los primates nunca habríamos logrado existir.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 155
 
 
Los seres de la Tierra dependen unos de otros. La vida en la Tierra es un tapiz o telaraña de tejido intrincado. Si sacamos algunos hilos de aquí y de allí, no podemos saber con certeza si ése ha sido el único daño sufrido o si se deshilará el tejido entero.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 157
 
 
Es triste confesarlo, pero los biólogos no comprenden completamente para qué sirve el sexo.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 164
 
 
La Naturaleza no es sentimental. La muerte está integrada en sus planes.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 174
 
 
Hace mil millones de años se cerró un trato: los placeres del sexo a cambio de la pérdida de la inmortalidad personal. Sexo y muerte: no es posible lo primero sin lo segundo. Los tratos que impone la naturaleza son duros.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 175
 
 
En el reino de los animales, especialmente desde la extinción de los dinosaurios, ha aparecido algo que un observador externo podría interpretar como amor, aunque se trate de simples secuencias genéticas actuando en interés propio. Este fenómeno, que comienza su pleno florecimiento con el origen de los primates, sirve para unir a una especie, para forjar algo parecido a una lealtad común.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 176
 
 
Pero nosotros, que vivimos en una época más ilustrada, en la que los castigos por tener ideas inquietantes son mucho menos severos, no sólo podemos, sino que tenemos la obligación de seguir investigando, como han hecho muchas personas desde Darwin. ¿Qué piensan los demás animales, si es que piensan algo? ¿Qué pueden decir si les interrogamos adecuadamente? Cuando examinamos a alguno de ellos con cuidado, ¿no encontramos pruebas de la existencia de controles ejecutivos que sopesan alternativas, de árboles ramificados de contingencias? Y cuando pensamos en el parentesco de toda la vida en la Tierra, ¿resulta plausible que los hombres tengan almas inmortales y los demás animales no?
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 188
 
 
Nuestra sensación de control ejecutivo sobre nosotros mismos, la seguridad de que estamos tirando de nuestros propios hilos, ¿no podría ser también una ilusión, por lo menos en la mayor parte del tiempo y en la mayoría de las cosas que hacemos? ¿En qué medida somos realmente responsables de nosotros mismos? ¿Y qué parte de nuestro comportamiento cotidiano tiene conectado el piloto automático?
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 191
 
 
La vida humana comienza en una carrera de uno contra centenares de millones. Las células espermáticas desbocadas son competitivas desde el comienzo. Pero el objetivo fundamental de la rivalidad es una cooperación muy estrecha. Las dos células se funden completamente y combinan su material genético. Dos seres muy diferentes se convierten en uno solo. El acto de crear un ser humano implica una mezcla de elementos opuestos casi extravagante: competencia desesperada contra toda probabilidad de éxito y una cooperación tan perfecta que las identidades propias de cada parte se esfuman. Sería incoherente que se menospreciaran seres surgidos de una intensa rivalidad y que comienzan con una perfecta cooperación. «En las acciones de la Naturaleza —dijo Marco Aurelio—, no se encuentra mal alguno.»[16] Los animales no son agresivos porque sean salvajes, bestiales o malvados —esas palabras explican muy poco—, sino porque ese comportamiento proporciona alimento y defensa contra los depredadores, porque espacia la población y evita el hacinamiento y porque tiene un valor de adaptación. La agresión es una estrategia de supervivencia que ha evolucionado para servir a la vida. Coexiste, especialmente en los primates, con la compasión, el altruismo, el heroísmo y el tierno y sacrificado amor hacia las crías. También éstas son estrategias de supervivencia. Eliminar la agresión sería una tontería, aparte de un objetivo inalcanzable: es un elemento demasiado profundo de nosotros mismos. El proceso evolutivo ha actuado para alcanzar el nivel de agresión correcto —ni demasiado, ni demasiado poco— con los inhibidores y desinhibidores adecuados. Procedemos de una mezcla turbulenta de inclinaciones contradictorias. No debería sorprendernos que en nuestra sicología y nuestra política prevaleciera una tensión de elementos opuestos semejante.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 225
 
 
Uno de los mitos de la antigua Grecia cuenta la historia de Cenis, «la más encantadora de las doncellas de Tesalia», que caminaba sin acompañantes por una playa solitaria cuando la vio Poseidón, el dios del mar, hermano mayor del rey de los dioses y violador ocasional. Loco de lujuria, Poseidón la atacó allí mismo. Después se compadeció de ella y le preguntó qué podía darle para reparar su acción. Ella respondió: ser hombre. Cenis deseaba convertirse en hombre, no en un hombre cualquiera sino en un hombre muy masculino, guerrero e «invulnerable» para que nunca pudieran someterla de nuevo a tal humillación. Poseidón aceptó. Realizó la metamorfosis y Cenis se convirtió en Ceneo. Pasó el tiempo y Ceneo concibió un hijo. Mató a muchos hombres con su espada afilada y hábilmente manejada. Pero las espadas y las flechas de sus adversarios no podían penetrar en su cuerpo. No es difícil interpretar esta metáfora. Finalmente, Ceneo comenzó a darse tanta importancia que llegó a burlarse de los dioses. Erigió su lanza en el mercado y obligó a la gente a adorarla y hacerle sacrificios. Ordenó bajo pena de muerte que no adoraran a ningún otro dios. El simbolismo vuelve a ser claro. Los griegos llamaban hibris a la arrogancia extrema, de la cual Ceneo da un ejemplo evidente. La hibris era una característica casi exclusivamente masculina. Más tarde o más temprano llamaba la atención de los dioses y provocaba su retribución; especialmente hacia los humanos que no eran respetuosos con los inmortales. Los dioses exigían sumisión. Cuando la noticia de la afrenta de Ceneo llegó a oídos de Zeus, cuya mesa de despacho estaba sin duda llena a rebosar de casos parecidos, ordenó a los centauros —quimeras mitad hombre, mitad caballo— que ejecutaran su implacable sentencia. Los centauros obedientes atacaron a Ceneo y se burlaron de él: «¿No recuerdas a qué precio conseguiste esta falsa apariencia de hombre?… Deja la guerra para los hombres.» Pero los centauros perdieron a seis de los suyos derribados por la veloz espada de Ceneo. Sus lanzas rebotaban en él «como el granizo sobre el tejado». Deshonrados, pues les estaba «venciendo un enemigo que era sólo mitad hombre» —una queja incomprensible en un centauro— decidieron ahogarle con troncos y arrancaron muchos árboles para «aplastar su terca vida utilizando los bosques como proyectiles». Ceneo no tenía poderes especiales en relación con la respiración y tras una refriega los centauros lograron dominarlo y ahogarlo. Cuando llegó el momento de enterrar el cadáver, quedaron atónitos al descubrir que Ceneo se había convertido de nuevo en Cenis: el invencible guerrero era de nuevo la vulnerable joven. Quizá la pobre Cenis tomó una sobredosis de la sustancia que Poseidón había empleado para efectuar la metamorfosis. Tal como reconocían los antiguos griegos, hay una medida correcta de lo que hace macho a un hombre, y una cantidad demasiado grande o demasiado pequeña entraña problemas.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 247
 
 
Cada época contempla con repugnancia los excesos de la anterior.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 303
 
 
Es imposible mirar un mono o a un simio antropomorfo sin reconocer tristemente en ellos algo de nosotros mismos.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 305
 
 
Sobre la base de todos los datos disponibles, el pariente más próximo del hombre resulta ser el chimpancé. El pariente más próximo del chimpancé es el hombre. No los orangutanes, sino las personas. Nosotros. Los chimpancés y el hombre somos más parientes que los chimpancés y los gorilas o que cualquier otro tipo de simio antropomorfo no perteneciente a la misma especie. Los gorilas son los parientes siguientes más próximos, tanto de los chimpancés como del hombre. Cuanto más lejano es el parentesco, cuando pasamos a los monos o a los lémures o, por ejemplo, a las musarañas arbóreas, menos semejantes son las secuencias. Según estos criterios, los hombres y los chimpancés están tan estrechamente relacionados como caballos y burros, y son parientes más próximos que ratones y ratas, o que pavos y pollos, o que camellos y llamas. «Muy bien —podríamos decir—, quizá la anatomía de los chimpancés es casi como la nuestra. Quizá la citocroma c y la hemoglobina del chimpancé son casi las mismas que las mías. Pero el chimpancé no es tan inteligente como yo, ni mucho menos, ni tan organizado, ni tan trabajador, ni tan cariñoso, ni tan moral, ni tan devoto. Quizá cuando se descubran los genes de estos caracteres, se encontrarán diferencias mayores.» Sí. Esto puede ser cierto. Y quizá esta identidad de 99,6% puede ser engañosa. Una diferencia de 0,4% es importante, porque el ADN de cualquier célula de cualquier especie está compuesto por unos cuatro mil millones de nucleótidos ACGT; por lo menos un 1% de ellos son nucleótidos que funcionan. Son las porciones con sentido del ADN y constituyen los genes en sí. El número de pares de nucleótidos operacionales ACGT que son diferentes entre los hombres y los chimpancés debe ser aproximadamente 0,4% por 1% por cuatro mil millones, es decir 160.000. Si éstas son las partes activas de genes, cada uno de los cuales tiene una longitud de 1.000 nucleótidos y codifica enzimas separadas, el número de tipos completamente diferentes de enzimas que los hombres tienen y los chimpancés no, o viceversa, sería aproximadamente 160.000/1.000 es decir 160. Recordemos que las enzimas tienen capacidades poderosas; controlan los cambios químicos de la célula, que pueden tener lugar con gran rapidez; una enzima puede tratar una multitud de moléculas. Cien enzimas, si son las enzimas adecuadas, pueden entrañar una diferencia muy importante. Un centenar de enzimas parecen más que suficientes para explicar la descripción metafórica que ofrece Huxley sobre las diferencias entre simios antropomorfos y hombres: «Un pelo en el platillo de la balanza, un poco de herrumbre en un piñón, una combadura en un escape, algo tan liviano que solamente el ojo experto del relojero puede descubrirlo.» Algunas enzimas pueden afectar el estro, otras la estatura, otras el pelo, otras la capacidad de escalar y saltar, otras el desarrollo de la boca y la laringe, otros cambios en la postura, en los dedos de los pies y en los andares. Muchas de ellas podrían favorecer un cerebro mayor con una corteza cerebral mayor y nuevas maneras de pensar que superan la capacidad de los simios antropomorfos. Además, un cambio de un centenar de enzimas es desde luego una estimación demasiado baja. Probablemente ninguna de las diferencias entre chimpancés y hombres precisa que evolucionen enzimas totalmente nuevas. Un pequeño número de cambios, quizá sólo un cambio en un único nucleótido es suficiente para que una enzima no pueda funcionar o cambie su función. Y muchas de las diferencias quizá no residan en los mismos genes, sino en los promotores y mejoradores, en los elementos de regulación del ADN que controlan cuándo y durante cuánto tiempo deben actuar ciertos genes. Por lo tanto, incluso una diferencia de 0,4% podría, por lo que sabemos, provocar diferencias profundas de ciertas características. De todos modos, los chimpancés son parientes más próximos a nosotros que cualquier otro animal de la Tierra. Una diferencia típica entre nuestro ADN, en su totalidad, incluidas las partes no transcritas y sin sentido, y el de cualquier otro ser humano es aproximadamente de 0,1% o menos. Según este patrón, los chimpancés difieren de los hombres sólo unas veinte veces más de lo que diferimos entre nosotros. Esta semejanza parece extraordinaria. Deberíamos actuar con mucho cuidado para que las «reflexiones mortificadoras» a que se refería Congreve no nos obliguen a exagerar las diferencias y a ocultar nuestro parentesco. Si queremos comprendernos a nosotros mediante un examen detenido de otros animales, los chimpancés son un buen punto de partida.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 311
 
 
Se advierte a los estudiantes que se inician en el comportamiento animal sobre los riesgos de el antropomorfismo. Esta palabra significa literalmente cambiar a forma humana, atribuir actitudes y estados mentales humanos a otros animales, cuyos pensamientos no nos son accesibles. Los cuentos de hadas, Esopo, La Fontaine, Joel Chandler Harris y Walt Disney son algunos de los exponentes más destacados del género. Darwin incurrió en una especie de antropomorfismo, en el que cayó de modo todavía más flagrante su estudiante George Romanes. La tentación de las ilusiones sentimentales se consideró tan insidiosa y el pecado de antropomorfismo un error tan grave, que en la primera mitad del siglo XX surgió una escuela influyente de sicología estadounidense según la cual los animales no disfrutaban de estados mentales internos, ni de pensamientos ni de sentimientos. Sus defensores hablaban sobre «el mito de la conciencia». Su fundador dijo que debemos «romper de modo decidido con todo el concepto de conciencia». Los científicos auténticos sólo debían ocuparse de lo que puede observarse en el comportamiento real de los animales. Los datos de los sentidos entran en el animal, se observan resultados de comportamiento, y ahí acaba todo. Los animales no sienten dolor. Los animales son cajas negras mecánicas. Esta teoría, llamada conductismo, fue una ilustración de una tendencia ultrapragmática de la ciencia estadounidense. Tenía algo en común con los autómatas de Descartes, si bien dejaba menos margen de maniobra para el libre examen. El conductismo estuvo a punto de afirmar que tampoco los hombres tienen pensamientos o sentimientos.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 314
 
 
En nuestra opinión, es posible llevar demasiado lejos el miedo al antropomorfismo. Hay excesos peores que un empacho de sentimientos. Debe de existir algún estado interior, algunos pensamientos y sentimientos entre monos y simios antropomorfos, y si son genéticamente nuestros parientes próximos, si su comportamiento es tan semejante al nuestro que nos resulta familiar, es razonable atribuirles también sentimientos semejantes a los nuestros. Como es lógico, hasta que puedan establecerse mejores comunicaciones con ellos, o hasta que comprendamos mucho mejor el funcionamiento de sus cerebros y sus hormonas, no podemos estar seguros de ello. Pero es una hipótesis plausible, es un instrumento de enseñanza eficaz, y en la presente obra tratamos en varias ocasiones de describir los pensamientos que puede haber en la cabeza de otro animal.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 316
 
 
Existen muchas diferencias de comportamiento entre los chimpancés y el hombre, al igual que entre los chimpancés y los gorilas o entre los gibones y los orangutanes. Pero nos impresiona hasta qué punto el núcleo de la vida social de los chimpancés en libertad se parece a formas de la organización social humana, especialmente en situaciones de gran tensión, por ejemplo, en las prisiones, en bandas urbanas y motorizadas, en organizaciones criminales o en tiranías y monarquías absolutas. Nicolás Maquiavelo, al hacer la crónica de las maniobras necesarias para salir adelante en la sórdida vida política de la Italia del Renacimiento, que escandalizó a sus contemporáneos, especialmente cuando era sincero, podía haberse sentido bastante cómodo en la sociedad de chimpancés. Lo propio podrían pensar muchos dictadores, tanto si se consideran de derechas como de izquierdas. Lo propio podrían pensar muchos seguidores. A veces parece como si debajo de un fino barniz de civilización hubiera un chimpancé dispuesto a romper las cadenas y salir, a quitarse una ropa absurda y a prescindir de las convenciones sociales represivas para huir.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 317
 
 
Desde una perspectiva humana, la vida social de los chimpancés tiene muchos rasgos de pesadilla. Y, sin embargo, a pesar de sus excesos, nos resulta extrañamente familiar. Muchas agrupaciones espontáneas de hombres están orientadas hacia la jerarquía, el combate, los deportes de sangre y las relaciones sexuales sin amor. La combinación de machos dominantes, hembras sumisas, subordinados deferentes pero intrigantes, un deseo inmenso de «respeto» en todos los escalones de la jerarquía, el trueque de favores actuales por una lealtad futura, una violencia a penas sumergida, redes de protección y la explotación sexual sistemática de todas las hembras adultas disponibles tiene algunos puntos notables de similitud con los estilos de vida y el ambiente de los monarcas absolutos, los dictadores, los patronos de la gran ciudad, los burócratas de todos los países, las bandas, el delito organizado y las vidas reales de muchas de la figuras que la historia considera «grandes». Los horrores de la vida diaria de los chimpancés recuerdan acontecimientos semejantes de nuestra historia. Encontramos a hombres que se comportan como los peores chimpancés en una serie interminable de noticias de la prensa diaria, en las novelas populares modernas, en las crónicas de las civilizaciones más antiguas, en los libros sagrados de muchas religiones y en las tragedias de Eurípides y de Shakespeare. Hippolyte Taine escribió que un resumen de la naturaleza humana basado en las obras de Shakespeare definiría al «hombre» como «una máquina nerviosa, gobernada por un capricho, dispuesta a las alucinaciones, transportada por pasiones sin freno, esencialmente no razonadora… y conducida al azar, por las circunstancias más determinadas y complejas, al dolor, el crimen, la locura y la muerte». Nosotros no descendemos de los chimpancés (o viceversa), por lo tanto, no hay ningún motivo necesario para que los hombres compartan algún rasgo determinado de ellos. Pero están tan estrechamente emparentados con nosotros que podríamos suponer razonablemente que compartimos muchas de sus predisposiciones hereditarias, quizá inhibidas o redirigidas con más eficacia, pero sin embargo latentes en nosotros. Estamos limitados por las normas que nos imponemos a través de la sociedad. Pero si mitigamos estas normas, aunque sea hipotéticamente, aparecerá ante nuestros ojos lo que siempre ha estado removiéndose y fermentando en nuestro interior. ¿Hasta qué punto somos diferentes de los chimpancés debajo del barniz elegante de la ley y la civilización, del lenguaje y la sensibilidad, que sin duda son logros? Por ejemplo, consideremos el delito de la violación. Muchos hombres consideran excitantes las descripciones de violaciones, especialmente si muestran a la mujer disfrutando a pesar de su resistencia inicial. La mayoría de estudiantes estadounidenses de enseñanza media y universitaria (de ambos sexos) cree que un hombre está justificado si obliga a una mujer a tener relaciones sexuales, por lo menos si la mujer se comporta provocativamente. Más de un tercio de los hombres en universidades estadounidenses reconocen tener alguna propensión a cometer una violación, si se les asegura la impunidad. El porcentaje aumenta si en lugar de «violación» se utiliza en la pregunta algún eufemismo como «fuerza». El riesgo real de que una mujer estadounidense sea violada en su vida es por lo menos de una probabilidad entre siete; casi dos tercios de las víctimas fueron violadas cuando eran menores. Quizá los hombres de otros países estén menos fascinados con la violación que los de los Estados Unidos; quizá los hombres maduros, con concentraciones menores de testosterona estén menos cómodos con la violación que los adolescentes. Pero sería difícil argumentar la inexistencia de una predisposición biológica de los hombres a la violación. Se ha propuesto toda una gama de causas, pero resulta que la mayoría de violadores no son sicópatas esclavizadores, sino hombres normales que ven la oportunidad y actúan por impulso, a veces de modo repetido y compulsivo. Algunos estudiosos del tema consideran la violación como una estrategia biológica (que se aplica sin una comprensión consciente) para propagar los genes del violador; otros la consideran como un medio para que los hombres (también de modo principalmente inconsciente) mantengan su dominación sobre las mujeres mediante la intimidación y la violencia. No parece que estas dos explicaciones se excluyan mutuamente, y en la sociedad de los chimpancés actúan al parecer conjuntamente. También hay una minoría importante de mujeres que se excitan con fantasías de violación y, según un estudio, las mujeres que fueron violadas por conocidos parece, de modo inquietante, que tengan más probabilidad de continuar citándose con sus asaltantes que las mujeres que sufrieron sólo intentos de violación por conocidos. Esto recuerda como mínimo la pauta de obediencia de los chimpancés. La sociedad humana aplica sobre un conjunto de predisposiciones hereditarias una especie de plantilla que permite expresar algunas plenamente, otras de modo parcial y otras casi nada. En las culturas donde las mujeres tienen un poder político aproximadamente comparable al de los hombres la violación es un fenómeno raro o ausente. Por intensa que sea una propensión genética hacia la violación, la paridad social parece ser un antídoto muy eficaz. Según sea la estructura de la sociedad, pueden obtenerse muchas combinaciones diferentes de las inclinaciones humanas. La sociedad de los chimpancés tiene un conjunto identificable de normas que la mayoría de sus miembros acatan: Se someten a los de categoría superior. Las hembras ceden ante los machos. Aman a sus padres. Cuidan de sus hijos. Tienen una especie de patriotismo y defienden el grupo contra los de fuera. Comparten la comida. Abominan del incesto. Pero, por lo que sabemos, no tienen legisladores. No hay tablas de la ley, no hay libros sagrados que expongan un código de conducta. Sin embargo, está en vigor entre ellos algo parecido a un código de ética y de moral, un código que muchas sociedades humanas considerarían reconocible y hasta cierto punto agradable.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 354-356
 
 
Cuando se mataba a una hembra, los machos continuaban arrastrándola por el lugar uno después de otro, se peleaban por ella y copulaban con el cadáver. Cuando los guardianes del zoológico que contemplaban impresionados aquel espectáculo necrofílico consideraban necesario, por motivos antropocéntricos, entrar en la colina y sacar el cuerpo de la hembra, los machos de común acuerdo protestaban violentamente y se resistían. Solly Zuckerman, que escribía en el decenio de 1920, utilizó y puede haber inventado la frase «objeto sexual» para describir el destino de una hembra de papión.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 367
 
 
En la naturaleza, tal como reconoció Zuckerman, los papiones hamadríades viven mucho más pacíficamente.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 368
 
 
Los hombres no hemos evolucionado de ninguna de las doscientas especies de primates que viven hoy en día. Pero nosotros y ellos hemos evolucionado conjuntamente de una sucesión de antepasados comunes. A medida que reconstruimos el árbol genealógico de los primates descubrimos quiénes son nuestros parientes más próximos. El comportamiento de los primates varía tanto, incluso entre especies del mismo género, que tiene una importancia real para hacernos una idea de quiénes somos, para saber quiénes son nuestros parientes más próximos. La respuesta, como ya hemos dicho, parece ser que los chimpancés son nuestros parientes más próximos, que comparten con nosotros un 99,6% de nuestros genes activos. Sabemos por las secuencias de ADN, aunque podríamos haberlo supuesto ya, que los bonobos y los chimpancés comunes se parecen mucho más entre sí que ambos a nosotros. Pero un 99,6% es un porcentaje muy alto. Debemos de compartir muchas características de ambas especies. (De hecho, tiene que haber rasgos de comportamiento compartidos por nosotros y por nuestros primos primates más lejanos.) El estudio de datos moleculares y anatómicos y el registro de las rocas permite dibujar todo el árbol genealógico de los primates, por lo menos de modo aproximado, y ponerle fechas. Los datos de los huesos y de las moléculas no concuerdan de modo exacto, si bien empiezan ya a converger. En la presente obra hemos dado más crédito a las secuencias de genes y a los datos de hibridación del ADN. De conformidad con los datos moleculares, los gorilas se separaron de la línea evolutiva que condujo hasta nosotros hace unos 8 millones de años. El antepasado común de los hombres y de los chimpancés, todavía no identificado y actualmente extinguido, se separó de los gorilas quizá un millón de años después. Después de ellos, los linajes de los chimpancés y los hombres comenzaron a evolucionar muy rápidamente hacia sus destinos separados. En un planeta que ha estado habitado durante un tiempo mil veces más largo, esta época es bastante reciente, tan reciente como las dos últimas semanas en la vida de una persona de cincuenta años. Esto no significa que los mismos hombres y chimpancés empezaran a existir hace 6 millones de años. Significa únicamente que nuestra rama común del árbol evolutivo se bifurcó en aquella época.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 385
 
 
En una cronología moderna típica, la línea que lleva hasta nosotros se separó de los monos del Viejo Mundo hace unos 25 millones de años; de los gibones hace 18 millones de años; de los orangutanes hace unos 14 millones de años; de los gorilas hace unos 8 millones de años; y de los chimpancés hace unos 6 millones de años. Los bonobos y los chimpancés comunes se separaron hace sólo unos 3 millones de años. Nuestro género, Homo, tiene una antigüedad de 2 millones de años. Nuestra especie, Homo sapiens tiene quizá de 100.000 a 200.000 años de antigüedad, el equivalente al último día en la vida de nuestro hombre de cincuenta años. Los primates, entregados a una vida social comunitaria, sometidos a una presión intensa por parte de los depredadores, con cerebros que evolucionaban rápidamente y habiendo institucionalizado la educación de los jóvenes, han estado desarrollando nuevas formas de inteligencia. Su curiosidad, sus tendencias experimentales y su rapidez intelectual explican en parte sus éxitos.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 393
 
 
Los hombres somos la especie dominante del planeta, una situación confirmada por varios baremos: nuestra ubicuidad, la sumisión de muchos animales (llamada por cortesía domesticación), la expropiación de gran parte de la productividad fotosintética primaria del plantea, la alteración del medio ambiente de la superficie de la Tierra. ¿Por qué nosotros? De todas las formas de vida prometedoras —matadores implacables, artistas profesionales de la evasión, reproductores prolíficos, seres casi invisibles que ningún depredador macroscópico puede encontrar—, ¿cómo pudo una especie de primates, desnuda, débil y vulnerable subordinar a todas las demás y convertir este mundo, y otros, en su dominio? ¿Por qué somos tan diferentes? ¿O no lo somos? Pueden establecerse definiciones inequívocas del hombre, definiciones que incluyen a casi todos los miembros de nuestra especie y a nadie más, sobre la base de la anatomía o de las secuencias de bases del ADN. Pero no nos sirven. No explican nada de lo que nosotros consideramos fundamental sobre nosotros mismos. Quizá en algún momento del futuro descubriremos la existencia de unas secuencias únicas de A, C, G y T que codifican secuencias especiales de aminoácidos que constituyen proteínas especiales que catalizan reacciones químicas especiales que motivan un comportamiento especial que podríamos aceptar como característico del hombre. Pero hasta el momento no se han descubierto tales secuencias. Si no podemos discernir una distinción clara en nuestra química (o en nuestra anatomía) que explique nuestro papel dominante, la única alternativa disponible es nuestro comportamiento. Parece lógico afirmar que la suma de nuestras actividades diarias sería bastante definidora, pero los simios pueden realizar un número sorprendentemente grande de tales actividades. He aquí, por ejemplo, una descripción de las capacidades de Consul, el primer chimpancé que adquirió en 1893 el zoológico de Manchester, Inglaterra: Podía ponerse su propio gabán y sombrero, sentarse a su propio carruaje para que lo pasearan, sentarse en una mesa con acompañantes, utilizar cuchillo y tenedor con propiedad, pasar el plato para que le pusieran más comida, utilizar su servilleta, lavarse las manos después de comer, poner carbones en el fuego, tocar el timbre para que acudiera la doncella, ir a la cocina para jugar alegremente con las chicas, entrar en su hotel, dar la mano a sus amigos, besar a la camarera, fumar su pipa y combinar sus propias bebidas.[2] Es cierto que el comportamiento de Consul puede descartarse como simple imitación; pero esto podría aplicarse igualmente a quienes nos maravillamos de sus capacidades. ¿Hay algo que nosotros hagamos y que sea exclusivamente humano, que todos o casi todos nosotros, pertenecientes a todas las culturas de la historia, hagamos y que no haga ningún otro animal? Uno puede imaginar que debería ser fácil encontrar algo que cumpla estas condiciones, pero es un tema en el que uno puede engañarse muy fácilmente. Nos jugamos demasiado en la respuesta para poder decidir con imparcialidad.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 409
 
 
Uno de los intentos más antiguos para caracterizar sin ambigüedades a la humanidad fue la frase de Platón: el hombre es un bípedo sin plumas. La historia cuenta que cuando la noticia de este progreso en el arte de la definición llegó al filósofo Diógenes, éste introdujo un pollo desplumado en las graves deliberaciones de la famosa Academia de Platón, y pidió a los estudiosos reunidos que saludaran al «hombre de Platón». Es evidente que aquello no era justo porque los pollos suelen nacer con plumas, del mismo modo que suele nacer con dos pies. Aunque luego los mutilemos esto no cambia su naturaleza fundamental. Pero los académicos se tomaron en serio el desafío de Diógenes y agregaron otra calificación: Definieron de nuevo a los hombres como bípedos sin plumas y con uñas anchas y planas. Está claro que esto no nos va a llevar muy adentro de la esencia de la naturaleza humana. Sin embargo, la definición platónica podría sugerir una condición necesaria, si no suficiente, porque aguantarse sobre dos piernas es esencial para tener las manos libres, y las manos son esenciales para la tecnología, y muchas personas piensan que la tecnología nos define. Sin embargo, los mapaches y las marmotas de las praderas tienen manos, pero carecen de tecnología, y los bonobos caminan de pie durante una buena parte de sus vidas. Nos ocuparemos dentro de poco de la tecnología de los chimpancés.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 413
 
 
Pero el carácter social de los primates es una de sus características principales. Está muy difundida la ayuda mutua en las actividades de ambos lados de la relación depredador/presa y en el conflicto con otros grupos de la misma especie, no sólo entre los primates, sino entre la mayoría de mamíferos y de aves. El egoísmo, la explotación y el trueque son corrientes en la vida de los chimpancés, pero no podemos explotar este hecho y nuestro parentesco con estos simios para justificar la economía del laissez faire. Tampoco podemos utilizarla para desacreditar las economías de mercado libre aduciendo que son simiescas. La cooperación, la amistad y el altruismo son también rasgos de los chimpancés, pero esto no constituye argumento en favor de alguna doctrina económica socialista competidora. Recordemos a los macacos que prefieren pasar hambre antes de administrar una sacudida eléctrica a otros macacos que ni siquiera son parientes suyos próximos, y que llegan incluso a rechazar incentivos materiales sustanciosos. ¿Constituye esto una censura de quienes defienden el capitalismo? El comportamiento de los animales se ha utilizado por lo menos desde la época de Esopo para apuntalar una u otra teoría económica. Incluso en nuestros debates ideológicos dejamos que los demás animales trabajen para nosotros.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 415
 
 
¡De qué manera más decisiva han borrado chimpancés y bonobos la lista de supuestas distinciones humanas: conciencia de sí, lenguaje, ideas y su asociación, razón, comercio, juego, elección, valentía, amor y altruismo, risa, ovulación oculta, besos, relación sexual cara a cara, orgasmo femenino, división del trabajo, canibalismo, arte, música, política y bipedismo sin plumas, además de utilizar herramientas, fabricar herramientas y muchas cosas más! Filósofos y científicos ofrecen ingenuamente rasgos que suponen exclusivos del hombre y que los simios derriban como si nada acabando con la pretensión de que los hombres constituyen una especie de aristocracia biológica entre los seres de la Tierra. Actuamos más bien como nuevos ricos que no acaban de adaptarse a su reciente posición elevada, que se sienten inseguros sobre su identidad y que intentan poner la mayor distancia posible entre ellos y sus humildes orígenes. Es como si nuestros parientes más cercanos refutaran con su misma existencia todas nuestras explicaciones y justificaciones. Es, por lo tanto, muy conveniente que haya todavía simios en la Tierra y que contrarresten nuestra arrogancia y orgullo humanos. Gran parte del comportamiento de los chimpancés y los bonobos se ha descubierto en los últimos tiempos. Sin duda tienen otros talentos que hasta ahora no hemos captado. Los hombres somos observadores parciales, con intereses creados en las respuestas. Esta enfermedad sólo puede curarse con más datos. Pero el estudio del comportamiento de los primates, tanto en el laboratorio como en libertad, suele estar financiado con recursos escasos y asignados de mala gana. Si insistimos en diferencias absolutas y no relativas, no descubrimos ninguna característica distintiva de nuestra especie, por lo menos hasta ahora. ¿No cabría esperar que las diferencias fueran de grado y no de índole, especialmente con nuestros parientes más próximos? ¿No es ésta la lección de la evolución? Si queremos ser los únicos que poseen herramientas, cultura, lenguaje, comercio, arte, danza, música, religión o inteligencia conceptual, no podremos comprender quiénes somos. En cambio, podremos conseguir algunos progresos si estamos dispuestos a admitir que lo que nos distingue de los demás animales es tener más de una propensión y menos de otra. Luego, si así lo deseamos, podremos enorgullecemos de que las aptitudes de los primates hayan florecido de modo más completo en nuestra especie. Cuanto más pesa un animal, más cosas suyas tiene que controlar el cerebro y por lo tanto, dentro de ciertos límites, más grande debe ser el cerebro. Esto se cumple entre especies, pero no entre individuos de una especie dada. Una especie con un cerebro mucho más grande en comparación con el peso de su cuerpo, especialmente el de sus centros cerebrales superiores, tiene una buena probabilidad de ser más listo en algún nivel. De hecho, los hombres tienden a tener cerebros mayores que otros primates de peso corporal comparable, los primates a tenerlos mayores que otros mamíferos, los mamíferos que las aves, las aves que los peces, y los peces que los reptiles. Hay alguna dispersión de los datos, pero la correlación es evidente. Se corresponde bastante bien con la ordenación de la inteligencia animal aceptada normalmente (por los hombres, claro). Los primitivos mamíferos tenían cerebros bastante mayores que los reptiles contemporáneos suyos de peso corporal comparable; y los primeros primates estaban igualmente bien dotados en comparación con los demás mamíferos. Descendemos de antepasados con cerebros grandes.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 454
 
 
Quizá nuestro carácter único no es más que esto, o sólo algo más que esto: un mejoramiento del talento preexistente y ya bien establecido para la invención, la previsión, el lenguaje y la inteligencia general, lo bastante para cruzar un umbral en nuestra capacidad, para comprender y cambiar el mundo.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 459
 
Platón, quien cuenta que, en sueños, «cuando la parte más apacible del alma se duerme y se retira el control de la Razón… el Animal Salvaje que hay dentro de nosotros… se desencadena». Este Animal Salvaje, continúa diciendo Platón, «se despoja en estos momentos de toda vergüenza y prudencia y no se detiene ante nada», incluido el incesto, el asesinato y el «fruto prohibido».
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 460
 
 
Sólo podremos resolver nuestros problemas si sabemos con quién estamos tratando.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 464
 
 
Si imaginamos que somos simplemente o incluso principalmente, seres racionales, no nos conoceremos nunca.
 
Somos demasiado débiles para destruir o poner en peligro seriamente el planeta o para extinguir toda vida en la Tierra. Esta tarea supera en mucho nuestra capacidad. Pero lo que podemos destruir es nuestra civilización mundial y es posible que podamos alterar el medio ambiente de modo que nuestra especie, y un gran número de otras especies, se extinga. Nuestra tecnología nos ha dado poderes asombrosos incluso a niveles muy inferiores a los que pueden causar nuestra extinción y que nuestros antepasados habrían considerado divinos. Se trata de una simple declaración objetiva. No es una reconvención y no pretende definirnos, pero plantea de nuevo saber si tenemos capacidad de elección en la materia, o si hay alguna parte de nuestra naturaleza, profundamente arraigada en nosotros que, a pesar de la inteligencia relativa y de las promesas que ofrece nuestra especie, arreglará las cosas pronto o temprano de la peor manera posible.
 
«Somos conscientes de un animal dentro de nosotros —escribió Henry David Thoreau— que se despierta a medida que nuestra naturaleza superior se duerme.» La idea es en cierto modo obvia y surge después de una introspección incluso superficial. Se remonta por lo menos a Platón, quien cuenta que, en sueños, «cuando la parte más apacible del alma se duerme y se retira el control de la Razón… el Animal Salvaje que hay dentro de nosotros… se desencadena». Este Animal Salvaje, continúa diciendo Platón, «se despoja en estos momentos de toda vergüenza y prudencia y no se detiene ante nada», incluido el incesto, el asesinato y el «fruto prohibido». La idea de la bestia en nuestro interior nos es también familiar por Sigmund Freud, quien la llamó el «id», en latín «esto», y por la neurofisiología, empezando por la obra de J. Hughlings Jackson. Puede encontrarse una reencarnación más reciente de ella en la perspectiva del neurofisiólogo Paul MacLaden, quien identifica muchos de los centros de control del sexo, la agresión, la dominación y la territorialidad en una parte profunda y antigua del cerebro a la que llama el complejo R, donde «R» abrevia reptil, porque la compartimos con los reptiles, quienes carecen de gran parte de la corteza cerebral, la sede de la conciencia.
 
Nos esforzamos mucho en negar nuestra herencia animal, y no sólo en el discurso científico y filosófico. Podemos ver indicios de esta negación en el afeitado de los rostros masculinos, en los vestidos y otros adornos, en las grandes precauciones que se toman para disfrazar el hecho de que matamos, desollamos y comemos animales. La práctica común de los primates de montarse seudosexualmente los machos a los machos a fin de expresar dominación no está muy difundida entre los hombres, y esto consuela a algunos. Pero la forma más potente del insulto en inglés y en muchos otros lenguajes es Fuck you (jódete) que tiene implícito al pronombre de primera persona. El hablante está afirmando gráficamente su pretensión a una posición social superior y su desprecio por los que considera subordinados suyos. Es característico del hombre que haya convertido una imagen de postura en una imagen lingüística sin que apenas haya habido un cambio de matiz. Esta frase se pronuncia millones de veces cada día, en todo el planeta, sin que nadie se pare un momento a pensar qué significa. A menudo se nos escapa involuntariamente de la boca. Nos gusta decirlo. Sirve a nuestros fines. Es una tarjeta de identidad del orden de los primates reveladora de nuestra naturaleza a pesar de todas nuestras negativas y pretensiones.
 
El peligro parece demasiado obvio. Es evidente que dentro de nosotros hay algo profundamente asentado, autónomo, y que en ocasiones puede escapar de nuestro control consciente, algo que puede hacer daño a pesar de las mejores intenciones que podamos tener y comprender: «El bien que quisiera hacer y el mal no quisiera, pero que hago.».
 
A veces utilizamos nuestra «naturaleza superior», nuestra Razón, para despertar a la Bestia Salvaje. Es este animal que se remueve y que nos aterroriza. Algunos temen que si reconocemos su presencia nos dejaremos llevar por un peligroso fatalismo: «Así soy yo», podría alegar el criminal, «intenté comportarme bien, cumplir la ley, ser un buen ciudadano, pero tampoco se me puede exigir tanto. Tengo un animal dentro. Al fin y al cabo, es la naturaleza humana. No soy responsable de mis actos. La testosterona me obligó a hacerlo». Se teme que si estas ideas estuvieran muy difundidas podrían destruir el tejido social; por lo tanto, es mejor reprimir el conocimiento de nuestras naturalezas «animales» y pretender que quienes perciben y debaten estas naturalezas están minando la confianza del hombre en sí y están jugando con fuego.
 
Quizá lo que tememos encontrar si miramos con demasiado detenimiento es alguna malevolencia decidida que está al acecho en el corazón humano, algún egoísmo y sed de sangre insaciables; que en lo hondo de todo seamos sin excepción máquinas de matar insensibles, como cocodrilos. Es una imagen de nosotros poco lisonjera y si estuviera muy difundida ayudaría a socavar la confianza del hombre en sí mismo. En una era en que tenemos la capacidad de arruinar el medio ambiente mundial, ésta no es una idea muy optimista sobre nuestras perspectivas futuras.
 
Lo extraño sobre este punto de vista —aparte de la idea de que criminales y sociópatas están entusiasmados con el descubrimiento científico de que el hombre evolucionó de otros animales—, es la selectividad con que toca los datos sobre los animales y, en especial, sobre nuestros parientes más próximos, los primates. En ellos podemos encontrar también amistad, altruismo, amor, fidelidad, valentía, inteligencia, invención, curiosidad, previsión y una multitud de características más que podrían satisfacer a los hombres si los tuvieran en mayor medida. Quienes niegan o rebajan nuestras naturalezas «animales» subvaloran lo que estas naturalezas son. ¿No hay mucho de que sentirse orgulloso, además de avergonzado, en las vidas de monos y simios antropomorfos? ¿No deberíamos estar contentos de reconocer una relación con Imo, Lucy, Sultán, Leakey y Kanzi? Recordemos aquellos macacos que preferían pasar hambre a aprovecharse del mal de sus congéneres. ¿No podríamos tener una visión más optimista del futuro humano si estuviéramos seguros de que nuestra ética está a la altura de sus normas?
 
Y si nuestra inteligencia es nuestra distinción, y si por lo menos la naturaleza humana tiene dos lados, ¿no deberíamos estar seguros de utilizar nuestra inteligencia para alentar uno de los lados y reprimir el otro? Cuando reconfiguramos nuestras estructuras sociales, y en los últimos siglos nos hemos dedicado a jugar con ellas como locos, no es mejor y más seguro tener en mente de modo firme la mejor comprensión posible de la naturaleza humana?
 
Platón tenía miedo de que cuando están dormidos los controles sociales sobrepuestos la bestia salvaje de dentro nos incline a cometer incesto «con una madre o con cualquiera, sea hombre, dios, o bestia» y otros crímenes. Pero los monos y los simios antropomorfos y otras «bestias salvajes» muy raramente cometen incesto entre padres e hijos o entre hermanos. Las inhibiciones están integradas y en marcha en los demás primates, y por motivos evolutivos justificados. Rebajamos a los demás animales cuando les atribuimos las predisposiciones al incesto que podamos encontrar en nosotros. Platón temió que el animal de dentro nos inclinara a cometer «actos de sangre». Pero los monos, simios antropomorfos y otras «bestias salvajes» tienen poderosas inhibiciones contra el derramamiento de sangre, por lo menos dentro del grupo. El léxico establecido de dominación y sumisión, amistades, alianzas y relaciones sexuales mantiene los crímenes auténticos de violencia a un nivel poco ruidoso. Los asesinatos en masa son desconocidos. Las guerras auténticas y desencadenadas no se han observado. También subvaloramos a nuestros antepasados no humanos cuando les culpamos de nuestras propensiones violentas. Es muy probable que tuvieran inhibiciones ya instaladas que nosotros burlamos.
 
Matar a un enemigo con dientes y manos desnudas es emocionalmente mucho más exigente que apretar un gatillo o un botón. Al inventar herramientas y armas, al crear la civilización hemos desinhibido los controles, a veces de modo inconsciente e irreflexivo, pero otras veces con fría premeditación. Si los animales que son nuestros parientes más próximos se hubieran dedicado desenfrenadamente al incesto y a los asesinatos en masa se habrían extinguido a sí mismos. Si lo hubieran hecho nuestros antepasados no humanos, no estaríamos nosotros aquí. Sólo podemos culparnos a nosotros mismos y a nuestro arte de gobernar de las deficiencias de la condición humana, no a las «bestias salvajes» ni a nuestros antepasados lejanos que no pueden defenderse contra nuestras acusaciones interesadas.
 
No hay motivos para sentir en todo esto desesperación o timidez. Lo que debería avergonzarnos son los consejos para que evitemos toda duda sobre nosotros, incluso a costa de ocultarnos nuestra propia naturaleza. Sólo podremos resolver nuestros problemas si sabemos con quién estamos tratando. Hay un conocimiento que puede equilibrar todas las tendencias peligrosas que percibimos en nosotros mismos: que en nuestros antepasados y parientes próximos la violencia está inhibida, controlada y, por lo menos en los encuentros dentro de la especie, encaminada principalmente a fines simbólicos; que estamos bien dotados para establecer alianzas y hacer amistades, que la política es lo nuestro, que podemos conocernos a nosotros mismos y crear nuevas formas de organización social; y que podemos, mejor que cualquier especie que haya vivido nunca en la Tierra, resolver problemas y construir cosas que no existieron nunca. Incluso en los restos fósiles de las formas de vida más primitivas, hay datos inequívocos sobre disposiciones de vida en común y cooperación mutua. Los hombres hemos podido diseñar culturas eficaces que durante centenares de miles de años han promovido un conjunto de características innatas y desalentado otras. La anatomía del cerebro, el comportamiento humano, la introspección personal, los anales de la historia escrita, el registro fósil, la secuencia de ADN y el comportamiento de nuestros parientes más próximos nos ofrece una enseñanza clara: hay más de un aspecto en la naturaleza humana. Si nuestra mayor inteligencia es la nota distintiva de nuestra especie, deberíamos utilizarla como utilizan todos los demás seres sus ventajas distintivas: para ayudar a prosperar su progenie y transmitir su herencia. Debemos procurar entender que algunas predilecciones nuestras, que son restos de nuestra historia evolutiva, combinadas con nuestra inteligencia, especialmente con la inteligencia en una función subordinada, pueden amenazar nuestro futuro. Nuestra inteligencia es imperfecta, desde luego, y de reciente creación; es inquietante la facilidad con que las demás propensiones innatas, a veces disfrazadas como la luz fría de la razón, pueden convencerla, abrumarla o subvertirla. Pero si la inteligencia es nuestra única ventaja debemos aprender a utilizarla mejor, a aguzarla, a comprender sus limitaciones y deficiencias, a utilizarla como los gatos utilizan el sigilo, como los caballos de palo utilizan su camuflaje, para convertirla en un instrumento de nuestra supervivencia.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 460
 
 
La vida llena todas las rendijas de la superficie de nuestro planeta.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 466
 
 
La ciencia nos presta el mayor servicio posible al abrirnos los ojos a nuestra situación real.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 469
 
 
Nuestro árbol genealógico echó raíces cuando la Tierra acababa de emerger de impactos masivos y destructivos, con paisajes fundidos y al rojo vivo y con cielos negros como la pez, cuando los océanos y la materia de la vida estaban cayendo todavía del espacio, cuando nuestra relación con el Universo que nos rodea era manifiesta. La ficha del huérfano empezó a redactarse en un estilo épico. Hemos señalado que el árbol genealógico de unos cuantos individuos raros de nuestra especie pueden seguirse quizá hasta dos o tres docenas de generaciones. En cambio, la mayoría de nosotros sólo podemos penetrar tres o cuatro generaciones en el pasado antes de que el rastro desaparezca y se pierda. Con raras y ocasionales excepciones, todos los antepasados más antiguos son simples fantasmas. Pero centenares de generaciones nos vinculan con la época en que se inventó nuestra civilización, miles de generaciones llevan hasta el origen de nuestra especie y entre nosotros y el primer miembro del género Homo hay centenares de miles de generaciones. Es insondable, pero podría acercarse a 100.000 millones, el número de generaciones que nos vinculan a través de nuestros antepasados primates no humanos, mamíferos, reptiles, anfibios, peces y otros todavía anteriores con los microbios del mar primigenio, el número de generaciones que hubo antes de las primeras moléculas orgánicas que empezaron a fabricar copias bastas de sí mismas. El árbol genealógico de cada uno de nosotros está adornado con todos estos grandes inventores: los seres que primero intentaron copiarse a sí mismos, la fabricación de máquinas-herramienta proteínicas, la célula, la cooperación, la depredación, la simbiosis, la fotosíntesis, la respiración con oxígeno, el sexo, las hormonas, los cerebros y todo el resto, invenciones que utilizamos, algunas de ellas, cada minuto sin siquiera preguntamos quién las ideó y lo mucho que debemos a estos benefactores desconocidos, una cadena con 100.000 millones de eslabones. Muchos han considerado nuestro claro parentesco con los demás animales como una afrenta a la dignidad humana. Pero cualquiera de nosotros está mucho más estrechamente relacionado con Einstein y Stalin, con Gandhi y Hitler que con cualquier otro miembro de otra especie. ¿Hemos de tener una opinión mejor o peor de nosotros a consecuencia de ello? El descubrimiento de una relación profunda entre la naturaleza humana, entre toda la naturaleza humana y los demás seres vivos de la Tierra no ha llegado demasiado pronto, ni mucho menos. Nos sirve de ayuda para conocernos. Al reconocer nuestras relaciones de parentesco nos vemos obligados a reconsiderar la moralidad (y la prudencia) de nuestra conducta: eliminar una especie a intervalos de unos pocos minutos, de día y de noche en todo el planeta. En los últimos decenios hemos provocado la extinción de aproximadamente un millón de especies, algunas de las cuales podían ofrecemos nuevos alimentos, o medicinas que necesitamos desesperadamente, todos ellos con secuencias únicas de ADN, que evolucionaron tortuosamente durante más de 4.000 millones de años de evolución de la vida y que ahora se han perdido para siempre. Hemos sido herederos infieles, hemos derrochado la herencia familiar sin pensar en las generaciones venideras. Debemos dejar de aparentar que somos lo que no somos. Entre la antropomorfización romántica y poco crítica de los animales y una negativa angustiada y tenaz a reconocer nuestro parentesco con ellos —negativa que se expresa de modo revelador y claro en el concepto tan difundido todavía de creación «especial»—, entre estos dos extremos debe de haber un lugar intermedio que podamos ocupar los hombres.
 
Carl Sagan, Ann Druyan
Sombras de antepasados olvidados, página 471
 
 
 

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