"Busqué un garrote acomodado, me puse de ronda y fui a las nueve de la noche con Pablillos a dar fin al duelo.
Había mi Sebastián mudado de parecer, y en lugar del beneficio que le quería hacer, me tenía la justicia en su casa para salir al primer golpe y prenderme. Fue así; llegué a levantar el palo y dio conmigo un primo hermano de Téngase-a-la-Justicia con su escribano, diciendo a voces que venía a matar a Sebastianillo a su casa. Me agarró un corchete, y el alguacil dos, y como si fuera el mayor ladrón del mundo, así me llevaban por la calle, quitándome la espada y llevándose el garrote por testigo. Al llegar a la de Toledo, procuré ser Sansón contra aquellos filisteos; di dos golpes al escribano en la boca del estómago y vino a tierra; al alguacil le solté la capa y al corchete la pretina, y con más ligereza que ellos diligencia me puse en mi posada. Salió mi criado a recibirme y, admirado de verme gentilhombre de a pie, me preguntó si me habían capeado algunos ladrones; yo le dije que sí (y era verdad). Me puse nueva librea y me llevé debajo de la capa un garrote de tres palmos y medio, algo más seguro que el primero, con intención de suplicar a mi Sebastianillo que, pues no había querido recibir los palos de burlas, los recibiese de veras. Tomé la espada y daga de mi criado y con más cólera que atrevimiento me fui a su casa.
Hacía la noche calurosa y estaba el pícaro sentado en una silla a la puerta tomando el fresco; pero como le faltaba abanico, llegué con el de encina que traía en la mano y dile una docena de palos, salvo error de cuenta, tales que bastaron a tenderle en el suelo, y sacando la daga le di un chirlo de cosa de diez puntos cirujanos, tan malos que ninguno se los quitara por el tanto. El quedó como merecía y yo me fui como deseaba, quedándome tan liviana la mano que podía volar con ella. Encontré con mi Pablillos, que había puesto pies en polvorosa cuando vio la justicia, y dándole parte de su desagravio y el mío, empezó a saltar de alegría y me canonizó por uno de los más valientes hombres del mundo, y yo me lo creí por la vanidad que traía en los cascos de haber salido tan bien del suceso referido. Fue conmigo hasta dejarme en casa de mi primo y fuese.
Dentro de una hora vino a buscarme el juez con un hermano suyo, algo turbados y aun demudados de color, y dijo el juez que le importaba mi persona aquella noche para un caso de honra, que le hiciese gusto de ir en su compañía. Lo hice así, y me dijo saliendo a la calle cómo por aquella parte solía venir la comadre de la reina, a quien venían a buscar para un lance forzoso."
Antonio Enríquez Gómez también conocido durante un tiempo como Fernando de Zárate y Castronovo
El siglo pitagórico y la vida de don Gregorio Guadaña
Cuando contemplo mi pasada gloria		
y me veo sin mí, duda mi estado		
si ha de morir conmigo mi memoria.		
[...]
   ¡Oh quién supiera, aun por camino injusto,		
donde la yerba de olvidar se cria,		
para morir tal vez con algun gusto!		
[...]
   Dejé mi albergue tierno y regalado		
y dejé con el alma mi alvedrío,		
pues todo en tierra agena me ha faltado.		
    Fuéseme, sin pensar, mi aliento y brio		
y si de alguna gala me adornaba,		
hoy del espejo con razon no fío.		
    Mi sencilla verdad con quien hablaba,		
si la quiero buscar, la hallo vendida:		
dexóme y fuése donde el alma estaba.		
    La imágen en el pecho tengo asida		
de aquel siglo dorado, donde estuve		
gozando el mayo de mi edad florida.		
[...]
   Hablaba el idioma siempre grave,		
adornado de nobles oradores,		
siendo su acento para mí suave.		
    Eran mis penas por mi bien menores		
que la patria ¡divina compañía!...		
siempre vuelve los males en favores.		
   Gané la noche; si perdí mi dia,		
no es mucho que en tinieblas sepultado		
esté quien vive en la Noruega fria.		
    Perdí lo mas preciso de mi estado;		
perdí mi libertad!... con esto digo		
cuanto puede decir un desdichado.		
   No gime entre las selvas y cristales		
la tórtola á su amada compañera,		
como yo mis fortunas y mis males.		
   Ave mi patria fué ¿mas quién dijera		
que el nido de mi alma le faltára		
y que las alas de mi amor perdiera?...		
   Si pérdida tan grande se alcanzára		
con suspiros, con lágrimas y penas,		
con mi sangre otra vez la conquistára.		
[...]
   Si mi sepulcro labro con el llanto,		
ofrézcase en las aras de su pira		
tan contínuo pesar y dolor tanto.		
[...]
   Mas ¡ay de mí! que en la extrangera llama		
aun no soy mariposa, que muriendo		
goza la luz de lo que adora y ama.		
   En diferente clima entré riyendo,		
imaginando, como tierno infante,		
que era mi patria la que estaba viendo.
Antonio Enríquez Gómez
… el mundo todo
es una comedia, donde
el tiempo, poeta heroico,
trágicos fines admite.
Antonio Enríquez Gómez
Fabricio, si la vida		
en la santa quietud está cifrada,		
al pié de esta lucida		
montaña, de altos cedros coronada,		
la gozo mas seguro		
que en el Babel de ese confuso muro.		
   Mi albergue regalado		
es solar de mi cándida cabaña;		
y en este verde prado		
pruebo la antigüedad de la montaña,		
cuya nevada cumbre		
gotea juicio y me reparte lumbre.		
[...]
   Cuando el sol amanece		
me saluda con cítara suave		
el ruiseñor que ofrece		
á su consorte con afecto grave		
no celos, armonía;		
que toda la quietud es compañía.		
[...]
   Cuando su nieve es mucha		
salgo á pescar con una débil caña		
la salmonada trucha,		
y traigo con quietud á mi cabaña		
lo que el señor no gusta:		
que todo su quietud cansa y disgusta		
[...]
   Cuando el enero helado		
me coge en esta sierra, miro luego		
el humo idolatrado		
de mi santa cabaña, cuyo fuego		
aun de léjos mirado		
me sirve de consuelo y de sagrado.		
   En estas soledades		
vivo contento, alegre y descansado,		
no, como en las ciudades,		
al bullicio sugeto del Estado;		
pues no hay mayor desdicha		
que, á costa de la vida, amar la dicha:		
   Sin ambición profana		
el cielo me sustenta en esta choza:		
sale aquí la mañana		
mensagera del sol, y es su carroza		
tan suave al oido		
que de sola la luz siento el sonido.4		
[...]
   ¡Oh albergue soberano,		
emulacion de cuantos chapiteles		
el griego y el romano		
fundaron, duplicando los Babeles,		
vuestra quietud dichosa		
es cifra de la mano poderosa.		
   No hay mácula ninguna		
en vuestra monarquía soberana,		
ni tiene la fortuna		
jurisdiccion en vuestra edad anciana:		
el que una vez os mira		
tierno de amor, por vuestro amor suspira		
[...]
   ¿Tienes muchos criados?...		
pues no te envidio, sin tener ninguno.		
Tienes muchos ducados?		
pues en mi choza no hallarás ni uno.		
¿Tienes quietud?... Ninguna.		
Pues búrlome por Dios de tu fortuna.		
[...]
   Las perlas, los diamantes		
sin esta joya de mayor tesoro		
son riquezas errantes.		
Necio es el hombre que idolatra el oro:		
que el sosiego del alma		
es de esta vida victoriosa palma.		
   Viva en la corte ufano		
el sobervio político, muriendo;		
y en solio soberano		
vivan con él los que le están vendiendo:		
que yo sin esta muerte		
contento vivo con mi humilde suerte.		
   Beba en taza dorada		
el príncipe mayor; tenga su mesa		
de siervos rodeada:		
que yo, à quien de esta vanidad no pesa,		
bebo en taza de hielo		
el líquido cristal de un arroyuelo.		
   En algodón se acueste		
rodeado de ricas colgaduras;		
y su alcázar le presté		
seguridad en dóricas figuras:		
que yo sin tanto muro		
duermo en mi choza mucho mas seguro.		
[...]
   Esta quietud adoro:		
esta vida pacífica poseo.		
No la riqueza lloro;		
la ambición ni la quiero ni deseo:		
que en mí las soledades		
son las siempre dichosas majestades.
Antonio Enríquez Gómez
Si la delicia de la edad temprana		
poseo con amor, me enfada luego;		
y si me falta, halágola tirana.		
   Cánsame el aire, enójome del fuego,		
piso la tierra, el agua me maltrata,		
y un paso no camino con sosiego.		
   No sé quien soy, ignoro quien me mata,		
sé por quien vivo y nunca lo agradezco,		
preciada sí, mi voluntad de ingrata.		
   Aborrezco el castigo y le merezco,		
no siento el fin y siento lo que vivo,		
el bien me enfada y luego lo apetezco.		
   Obro de loco, cuando cuerdo escribo;		
ando con luz y la virtud no veo.
Antonio Enríquez Gómez
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