En Blanca y negro


 
¿Cuándo aprenderé a escuchar a la bella intuición?
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 5
 
 
La veo ligeramente más animada. Hace un esfuerzo por sonreír. Sé que le cuesta. Los dolores se han presentado sin avisar. Y me pregunto, una vez más: «¿Por qué el buen Dios no pensó en dolores que provoquen risas?».
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 5
 
 

Puede que ese cáncer estuviera contemplado en su «contrato» mucho antes de nacer. Ella me ha oído hablar de la llamada «ley del contrato». Sabe a qué me refiero, pero decido guardar silencio y esperar.
 
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En Blanca y negro, página 9
 
 
Una de las veces, al regresar al dormitorio, me armo de valor y le pregunto: —¿Quieres que hablemos de la muerte? Me observa, aterrorizada, y dice que no con la cabeza. —Pero tú sabes que yo sé… Vuelve a negar y derrama un par de lágrimas. Mensaje recibido. Está más asustada de lo que suponía.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 15
 
 
La pregunta clave es: ¿estoy preparado para esta experiencia extrema?
 
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En Blanca y negro, página 17
 
 
 
—Han pasado veintisiete años —comenta—. ¿No te cansas de vivir conmigo?
La respuesta es sincera y ella lo sabe:
—Me estás ayudando a cruzar la calle de la vida. Soy yo el agradecido.
 
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En Blanca y negro, página 22
 
 
No soy musulmán. No soy católico. No pertenezco a ninguna religión (excepto a la del espíritu). Pero, frente al Taj Mahal, quedé maravillado. Probablemente (casi seguro), semejante belleza no la levantó la religión; lo hizo el amor.
 
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En Blanca y negro, página 26
 
 
Sigo escribiendo poesía, aunque ya no me preocupa que se publique. No me agrada desnudarme en público.
 
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En Blanca y negro, página 34
 
 
—Recítame algún poema… Lo necesito.
 
Los busco. Sigo escribiendo poesía, aunque ya no me preocupa que se publique. No me agrada desnudarme en público.
 
Me siento a su lado y la acaricio. La muerte está afilando el rostro de Blanca.
 
«… Sin yo saberlo, por el filo de mi alma se escapa la vida… Escapa en mis palabras sin estela… En mi parpadeo inseguro… En el trotar incoloro de mis ausencias… Sin yo saberlo, mi alma está escapando por el río del tiempo».
 
Blanca entorna los ojos y se deja mecer por las palabras.
 
—Sigue, por favor… Sigue.
 
«… Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche… Como un presagio, el poniente ha salpicado mi corazón… Ha saltado desde las tinieblas, recordándome quién soy… Puedo escribir con él que todo es oscuro, que mi horizonte se ha borrado, que ya solo ondean las banderas del recuerdo… Como el monstruo de la razón, como la sombra prohibida, como los ojos sin fin de la noche, así ha saltado el poniente sobre mi soledad… Y yo —sin timón— me he ido con él».
 
Interrumpo el poema. No me parece oportuno. Busco otros y prosigo. Ella sigue con los ojos entornados, bebiendo cada sentimiento y cada imagen. Así discurre la mañana. La veo aniquilada.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 34
 
 

Me niego a pensar en el futuro. El hoy pesa demasiado.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 35
 

 
¿Por qué la proximidad de la muerte nos avergüenza?
 
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En Blanca y negro, página 39
 
 


—Hemos viajado mucho, ¿no crees?
—Más de lo que imaginábamos… Así debe ser puesto que así figura en nuestros «contratos».
Ya lo hemos comentado mil veces, pero pide que le hable de nuevo de esa extraña «ley del contrato». Lo hago con gusto: nacemos tras elegir la vida que deseamos vivir (hasta el último detalle). Si estás de acuerdo, firmas el «contrato» y naces. Y todo queda borrado de tu mente.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 43
 
 

Somos la noche y el día, blanca y negro, pero nos necesitamos.
 
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En Blanca y negro, página 45
 
 

Salgo a hacer fotocopias y decido comprarle un libro. «Cada día —me digo a mí mismo— le haré un regalo: grande o pequeño. Y lo envolveré en amor».
 
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En Blanca y negro, página 48
 
 

Dios se balancea en el regalo y ella lo capta. Empiezo a darme cuenta: el amor es el mejor medicamento.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 48
 
 

Los recuerdos son salvavidas.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 49
 
 

El sufrimiento es una tonelada sobre mi mente. ¿Resistiré? Estoy entrenado para las circunstancias extremas, pero esta es el extremo del extremo. Está claro: me ha tocado vivir una experiencia tan singular como dura. La afrontaré con amor.
 
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En Blanca y negro, página 55
 


Los sueños son la puerta de atrás de los cielos.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 60
 

 
Hoy está habladora. Solicita que me siente a su lado y pregunta (ante mi sorpresa):
—No me hables de la muerte… Háblame del después de la muerte.
No puedo creerlo. Hace unos días se negó a conversar sobre el asunto. Obedezco y me vacío:
—Despertarás… Eso es todo.
—¿Despertar? ¿Dónde?
—Lo sabes bien. Me has oído contarlo muchas veces.
Insiste. Quiere oírlo otra vez.
—Despertarás en un lugar luminoso. Algo así como un edificio de cristal. Y te sorprenderá: te regalarán un cuerpo más joven. Allí estarán tus padres y tus familiares muertos. Te recibirán y te auxiliarán.
 
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En Blanca y negro, página 65
 
 
—Léeme los discursos —solicita.
Así lo hago. En aquella especialísima oportunidad confesamos nuestro mutuo amor, pero de manera diferente.
 
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En Blanca y negro, página 66
 
 
«28 de diciembre de 2000, 17 h
Hoy, justamente hoy, ante Dios y ante vosotros, convertida —al fin— en tu esposa, quiero renovar aquella vieja promesa de amor.
Te amé desde el principio. Quizá antes de conocerte.
Y lo que amé —quince años después— aparece ahora sublimado, fortalecido, naciendo a cada instante.
Ya no soy yo, amado Juanjo; ahora, tocada por ese amor, soy tú mismo.
Ahora soy tu vida y tus sueños.
Ahora, gracias a ese milagro, eres mi horizonte y mi refugio.
Ahora, más enamorada que antes, me sigues sorprendiendo y arrastrando.
Eres lo imprevisible. Eres la dulzura y el trueno. Eres la inocencia y el hombre-niño que siempre deseé.
Hoy, justamente hoy, ante Dios y ante vosotros, renuevo aquella vieja promesa de amor. Un amor que me levanta cada día y que me hace hierro frente a la oscuridad. Un amor preparado para la salud y para el dolor. Para la prosperidad y para las lágrimas. Un amor para este tiempo y para el más allá, cuando exploremos juntos el infinito.
Ya no soy yo. Ahora, tocada por ese amor, soy tú mismo…»
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 66
 
 
«28 de diciembre de 2000, 17 h
Queridos amigos:
Este, sin duda, es un momento único. Pues bien, Blanca y yo queremos haceros partícipes, no solo de nuestra emoción y alegría, sino también de un sentimiento que, justamente, ennoblece aún más esta sencilla ceremonia, concediéndole, además, un carácter sagrado.
Sabemos y sentimos que el buen Dios también está presente, aquí y ahora. Lo está en cada corazón. En cada sonrisa. En cada mirada. En cada silencio. En esa mar vestida de luz que testifica desde la distancia. En mi voz, que quiere ser la suya y, en fin, en cada detalle, en cada rincón de Ab-bā, su casa. Vuestra casa…
Aquí y ahora, Blanca y yo —como un solo espíritu— queremos darle las gracias y reconocer públicamente su permanente y generoso amor.
Gracias, Padre, por habernos llevado de la mano, cumpliendo así tus designios.
Gracias por este amor, cada día más sólido, tierno y transparente.
Gracias, querido Dios, por tu paciencia. Sobre todo con este torpe e impaciente hijo.
Gracias por iluminar nuestra oscuridad.
Gracias por los pequeños y grandes momentos.
Gracias por hacernos imperfectos.
Gracias por instalarte cada día en la sonrisa de Blanca y en su inmensa humanidad.
Gracias por la paz interior, tu mejor regalo.
Gracias por estos amigos, siempre entrañables y dispuestos.
Gracias, Padre, por tanto y tanto…
Gracias, en fin, por SER y ESTAR.
Y ahora, brindemos:
Lehaim…! ¡Por la VIDA!».
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 67
 
 
Una de las imágenes —descendiendo por el interior de la Gran Pirámide— le trae recuerdos. Son recuerdos vivificantes. Se incorpora y resucita (en parte). —Nunca te conté lo que vimos —declara con un hilo de voz—. Al alcanzar el fondo de la pirámide, Manolo Delgado y yo nos encontramos, de frente, con dos seres de gran altura… En efecto, nunca me lo comentó. —Eran enormes, pero sus cabezas se movían dentro de la piedra. No sé cómo explicarte… Vestían túnicas hasta los pies. Los ojos brillaban en la oscuridad. Y prohibieron que siguiéramos adelante. Manolo me hizo una señal y retrocedimos. —¿Por qué no me lo contaste? —Pensé que no me creerías…
 
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En Blanca y negro, página 76
 
 
Una de las imágenes —descendiendo por el interior de la Gran Pirámide— le trae recuerdos. Son recuerdos vivificantes. Se incorpora y resucita (en parte).
—Nunca te conté lo que vimos —declara con un hilo de voz—. Al alcanzar el fondo de la pirámide, Manolo Delgado y yo nos encontramos, de frente, con dos seres de gran altura…
En efecto, nunca me lo comentó.
—Eran enormes, pero sus cabezas se movían dentro de la piedra. No sé cómo explicarte… Vestían túnicas hasta los pies. Los ojos brillaban en la oscuridad. Y prohibieron que siguiéramos adelante. Manolo me hizo una señal y retrocedimos.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Pensé que no me creerías…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 76
 
 
En el camino hacia la Clínica de la Universidad de Navarra (dos horas), Blanca retoma una conversación reciente y pregunta sobre ese Paraíso al que llegaremos en el «no tiempo».
—No es posible describirlo —aclaro—. No hay palabras. Será el único lugar al que entrarás mediante los sueños.
Me mira, incrédula.
—Pero ¿hay casas?
—Ya lo creo, aunque no son como las imaginas.
—¿Y quién vive allí?
—Resumiendo: los Dioses (con mayúscula). Es la «casa» del Padre Azul. Es el único lugar de la creación que no se mueve. Es el centro de todo. Allí conviven lo real y lo irreal. En el Paraíso se da lo imaginado y lo no imaginado; lo que existe y lo que existirá. No puedes hacerte una idea de lo que te espera…
—¿Y yo terminaré allí?
—Tú y todos. Pero antes tendrás que recorrer un largo camino. Es el peregrinaje hacia la santidad, la verdadera.
—¿Y por qué tiene que ser así? ¿Por qué tengo que caminar tanto «no tiempo»?
—Esas fueron las preguntas que planteó Luzbel. Por eso lo marginaron.
—¿No se rebeló contra Dios?
Me echo a reír.
—Ese es otro cuento chino, hábilmente manipulado por la Iglesia católica. Por cierto, de la que no te quieres borrar.
Me pellizca. Buena señal. E insiste:
—En serio: ¿se rebeló o no se rebeló contra el Padre Azul?
—No se rebeló. Solo hizo algunas preguntas incómodas. Y otros mundos se unieron a esas preguntas. No muchos, la verdad. Según mis noticias, unos cuarenta.
 
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En Blanca y negro, página 98
 
 
—Háblame de Él… Lo necesito.
Señalo el espléndido y misterioso dibujo y voy a lo que importa:
—Estamos aquí por Él. Jesús de Nazaret es nuestro Dios y Creador. Tú lo sabes. En mi caso, Él me envió para abrir las mentes de millones de personas.
—¿Abrir las mentes?
—Transmitir esperanza. Gritar que no todo está perdido, que nos espera la realidad: el mundo del espíritu.
—¿Tú le conoces?
Le digo que sí, pero duda. No importa. Eso no es lo importante. Y prosigo:
—El Maestro es sabiduría y misericordia. Sabe de todos sus hijos y jamás los abandona. Él, ahora, está contigo. No lo dudes.
—Pero ¿cómo es?
—No hay palabras. Es luz. Es lo que tú serás.
—¿Está casado?
—Sí, pero no como imaginas. Su verdadero nombre —allí donde gobierna— es Micael.
—¿Vive lejos?
—No mucho (según se mire). Es el Creador de nuestra galaxia. Hay miles de Dioses como Él.
—Y yo, si muero, ¿lo veré?
Digo que sí con la cabeza y la acaricio. Pasa el resto de la jornada abrazada al retrato.
 
P. D.: Sé que muy pocos me creerán… Por sus obras los conoceréis.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 1
 
 
Cuando sea mayor quiero ser: mimo a las puertas del Paraíso (para que Dios me arroje unas monedas en su imaginación), contador de cuentos circulares (que siempre terminan donde empezaron), el camino equivocado que no conduce a la muerte, el Séptimo de Caballería que acude en auxilio de las imágenes prisioneras en los cuadros, el hermano portero de la imaginación de Dios, el bloque de mármol que parió La Piedad de Miguel Ángel, director del hotel submarino de los azules que se apellidan turquesa, despertador de reflejos tras la lluvia, crupier con los dados marcados del azar, agitador de masas del yo, paracaidista en vacíos insondables, deshojador de tristezas y malas caras, deshollinador de prejuicios, físico de partículas subatómicas jubiladas, azul lapislázuli (con tal de que llegue de Persia), lacero de imaginaciones vagabundas, notario de lo no dicho, perro guía de oscuridades, observador neutral en la llegada del alba (sin foto finish), padre de grifos con la boca hacia arriba, padrino en la boda gay de las estalactitas y las estalagmitas, intérprete y traductor jurado de tantán, desfibrilador de icebergs, estrella no fugaz en la solitaria y fría noche del desierto, negociador profesional de soledades con rehenes, repartidor de periódicos en la Nada, psicólogo de olas reincidentes, fogonero del irás, pero no volverás, encantador de serpientes bizcas y otros malos recuerdos, soplador de rescoldos amorosos, consolador de cuadros torcidos, resucitador de vías muertas, relojero que da cuerda a los amaneceres, portador de vida en la caravana de Dios a la Tierra, abogado defensor de las puestas de sol, vendimiador de miradas bajas, mago que hace desaparecer el «no», contable de futuros en la mente de Dios, cirujano de heridas no cerradas, buzo que desciende a las sonrisas infantiles, mezclador de pasados y futuros, ascensorista al no va más, director espiritual de las gotas de lluvia perdidas en el cristal de la ventana, traumatólogo de árboles caídos, pastor de rincones montaraces, bruma (es decir, la hermana menor de la niebla), emperador de voluntades, pintor de cielos en la mente de los paralíticos cerebrales, árbol de nueces peladas, libertador de imágenes de los espejos, cazarrecompensas de promesas huidas, afilador de buenas intenciones, dinamitero de frases hechas, perfumista de paciencias, leñador de políticos, programador del nada que hacer, remendador de «lo siento, cariño», explorador de decimales del número pi, fontanero de goteras del Paraíso y podador de pensamientos ingratos.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 134
 
 
 
—¿Por qué llamabas a tu padre Joselito?
—En realidad, todo el mundo, en Barbate, lo llamaba así.
—¿Lo echas de menos?
—Todos los días. Era un hombre sencillo y sabio. Me quería sin palabras, como yo a ti.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 138
 
 
… «pequeñas grandes cosas que me jinotizan». Dice así: el vuelo, a la pata coja, de una mariposa azul de 14 centímetros, Veinte mil leguas de viaje submarino sin una sola salpicadura, el intrigante silencio de los cuadros y de las fotografías, el olor a purpurina (mientras la vieja estufa de carbón me calentaba las orejas y la imaginación), la mar a todas horas (no importa que esté pintada), las damas de noche y sus conciertos en los cines de verano de Barbate, la orfandad de las profundidades marinas, la ventana de mi imaginación (por la que entran los Reyes Magos), el seco crujir de la nieve cuando me ve llegar, mi padre (Joselito) (como Dios, pero más alto), una familia de gotas de lluvia perdida en el cristal de una ventana, el obligado silencio de los peces, haber llegado a los setenta años sin proponérmelo, el pobre Heisenberg (siempre con su incertidumbre), Lorca y Neruda y su peculiar forma de enredar en el interior de Dios, la fidelidad de los espejos, imaginar el espacio sin el bastón del tiempo, la matemática simetría C2 (no humana) de un copo de nieve, la belleza, oportunidad, precisión e invisibilidad del sexto sentido femenino, el misterioso pecado de los osos hormigueros (por el que fueron condenados a no soñar), el incomprensible (para mí) silencio de los muertos (sean personas, animales o cosas), Dios en el big bang (ajustando la densidad de la materia para que hoy sea 0,1), el poder invisible de los polos, la tenacidad (no humana) del oleaje, abrir un melón de madrugada y sorprender al Padre Azul en su interior, el pan frito de Tico Medina y su música (al masticarlos), la gravedad (tan sufrida, tan constante y tan silenciosa), los pilotos de aviones (porque no hay que repetirles las cosas), los pilotos de aviones (que hacen volar lo que, obviamente, no puede volar), los neutrinos (capaces de atravesar billones de kilómetros de plomo sólido sin que nada les llame la atención y se detengan), el más insignificante de mis hallazgos, la simetría de todo lo que contiene amor, la velocidad de la intuición (muy superior a la de la luz), la precisión matemática de una mirada, la impenetrabilidad del pensamiento, oír el comadreo de la lluvia bajo un techo de cristal, dormir bajo un techo de cristal, vaciar el tiempo, sentir cómo llaman a la puerta los peristálticos y cómo se van los fenoles, leer (incluso con los ojos cerrados), Dios a la vuelta de la esquina (en cada esquina de mi vida), no hacer planes más allá de mi sombra, saber que la felicidad no se busca (ella te encuentra si no la buscas), un cuaderno en blanco (al que resucitar con rotuladores de colores), intuir que nadie se equivoca (nunca), burlar la ortodoxia y descubrir que nunca pasa nada, yo mismo (contemplado con una cierta perspectiva), atrapar ideas antes de que escapen, asomarme a las estrellas para recordar quién soy realmente, contar años luz (pero con los dedos), el agua fría (correteando por los pies), apagar la sed (no importa cómo), el misterioso silencio de los ascensores, una vieja fotografía (que regresa sin avisar), rememorar aparcería, los días (tras las rejas negras y rojas de los calendarios), aprender (aunque sea para olvidar), desaprender constantemente, cualquier encuentro con un «I O I», las caras de los demás (casi todas), saber que no soy imprescindible, el tirón de un choco (con Barbate al fondo), el pistoneo de La gitana azul en la memoria, cortar una rosa para ella o para Él, el reencuentro con mis zapatillas, saber que los muertos se van (pero solo temporalmente), contemplar la bellinte de Dios, abrir cada ahora y descubrir qué contiene, saber que siempre regreso (no importa dónde), arrellanarme en mi sillón y reírme del día que se va, cine (más cine, por favor), sentarme en el pensamiento y ver pasar a los demás, ocupar la jornada con un máximo de cero obligaciones, no terminar nada, subir al cielo con el humo del primer cigarrillo del primer café de la mañana (cuando fumaba), salir de excursión a la memoria, los pechos de una mujer (mientras me asomo a ellos con la imaginación), el silencio (no importa dónde ni a qué hora), dos huevos fritos con patatas crujientes (recién bajados del cielo), contemplar el horizonte inalcanzable de la tolerancia (de la cultura) divina, abrir las páginas nocturnas del desierto, el reencuentro con la ducha tras dos semanas de amor con el desierto, imaginar (incluso en sueños), una noche estrellada (aunque sea sin Van Gogh), conjunción de firmamentos en una idea y conjunción de ideas en un firmamento, un par de tragos de soledad, Beethoven (a eso de las siete de la tarde), el sofrito de algunos encuentros y conversaciones, la calderilla de las ideas, imaginar a Dios encendiendo estrellas (una por una), leer los pensamientos de una mujer (mientras finge que no piensa), contemplar la prehistoria de un tomate en una flor, el perfume —de puntillas— de los naranjos, el lenguaje (de seda) de los dedos, levantar la vista y comprobar que Orión sigue ahí, acompañar a los pies desnudos por la arena de una playa, recostarme en una mirada, la indefensión del dedo meñique, subirme al tren bala del número pi, sentarme y aprender (me)…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 141
 
 
—¿Cuántos besos me has dado en cuarenta años?
Hago cuentas (aproximadas). A mil por año (puede que más) resultan 40.000 besos. Sonríe, satisfecha. No está mal.
—¿Y cuál ha sido el mejor?
—Todos.
—Dime uno…
—En Berlín, en plena calle. Me dejaste sin respiración.
Lo recuerda y ríe.
—¿Y el peor?
—El beso no dado.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 166
 
 
Los ángeles guardianes no pueden alterar el «contrato».
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 169
 
 
Quiere que siga hablándole de los ángeles. Lo hago encantado. Son criaturas creadas en la perfección. Eso no podemos entenderlo (ahora). Mañana, cuando pasemos al «otro lado», nos pareceremos a ellos. No tienen cuerpo físico. Son luz, bondad y comprensión infinita. Pero Blanca quiere que le ponga ejemplos. He investigado muchos casos de presencias de ángeles. Y me decido por uno especialmente singular. Me lo contó la protagonista —Diana Restrepo— en la ciudad de Bogotá (Colombia). Ella solicitó una señal a su ángel guardián. Pues bien, al poco, por los grifos de la casa, en la zona de Tuna Alta, empezó a brotar agua… ¡Agua azul! Diana se asustó. Llamó a varios fontaneros. Nadie supo explicar el hecho. La «anomalía» se prolongó durante 24 horas. En las casas de los vecinos, el agua que salía por los grifos era normal. La mujer me proporcionó una muestra del agua azul y mandé analizarla. El resultado me dejó perplejo…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 169
 
 
—Según mi corto conocimiento, casi todos los seres humanos llegan al mundo con un «contrato». Esto es: antes de nacer eligen la vida que quieren experimentar. Y eligen con detalle: época y lugar geográfico en los que desean vivir, familia, amigos, enemigos, enfermedades, trabajo, amores e, incluso, la forma y el momento de la muerte. Si estás de acuerdo, firmas y naces. Pero, al nacer, todo eso se borra. Blanca, inteligente, pregunta de nuevo: —¿Casi todos los humanos? ¿Qué quieres decir? Sonrío. No tiene la cabeza tan perdida… —Algunos nacen con otras misiones —me aventuro—. Son minoría. —Y tú, ¿eres uno de esos? —Podría ser… —Entonces no estarías sujeto a lo que llamas «ley del contrato». —Podría ser…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 174
 
 
Recibo carta de un famoso vidente. Blanca la lee. En la misiva dice que debo tener cuidado. «El próximo año (2021) —asegura— tendré los astros en contra».
—¿Qué opinas?
Respondo con una media verdad:
—No creo mucho… Sabes que hay videntes y perrancos.
—¿Perrancos?
—Gandules…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 182
 
 
 
¿Qué es más importante: estar enamorado o querer a una persona?
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 193
 
 
Para los chinos, el jade negro representa el cielo y, sobre todo, un beso especialísimo. Regalar un jade de este color significa «te besaré siempre».
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 196
 
 
—Me pillas haciendo inventario…
—¿Sobre qué?
—Sobre las ventajas de ser espíritu.
Me mira, asombrada. Y leo algunas de esas ventajas:
—No hay que madrugar. No hay teléfonos ni Internet. No hay políticos. Todo es gratis. No hay niños. No hay publicidad ni Sálvame Deluxe. No hay papel higiénico ni compresas. No hay sexo (no sé si eso es un inconveniente). No hay miedo. No existe el pasado y mucho menos el futuro. No hay desempleo. No hay dogmas ni religiones. Todos (o casi todos) marchan en la misma dirección. No hay ruido. Hay una sola lengua. No hay democracia. Trabajarás en lo que verdaderamente te gusta. Allí no te llamarás Blanca. Las lágrimas, las enfermedades y la muerte serán un recuerdo, cada vez más difuso. Allí, en el mundo espiritual, no hay frío ni calor (todo lo contrario). Allí nadie fuma. Allí, los viajes son otra cosa. Jesús de Nazaret solo será una etapa. Allí no hay libros sagrados. Allí hay más jefes que indios. Tendrás visión de 360 grados y setenta sentidos. No tendrás ombligo. Allí, todo es TODO.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 199
 
 
 
 
Y no le he contado lo mejor: ser espíritu es volver a casa.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 199
 
 
A las 20, agotado, me llevo el trabajo al dormitorio y preparo la documentación del siguiente libro. Blanca está derrotada y pálida. Al final lo dejo todo y me siento a su lado, animándola con palabras tan falsas como huecas. Pero no encuentro otras…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 203
 
 
—¿La muerte duele?
Me quedo petrificado. ¿A qué viene esa cuestión?
—Que yo sepa, no… La muerte —te lo he dicho alguna vez— es un interruptor. Alguien lo acciona y te quedas a oscuras, pero por poco tiempo. Segundos o menos. Después, ya sabes, ingresas en los mundos MAT.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 211
 
 
En el viaje surge una conversación sobre Fabio Zerpa, el gran investigador argentino. Su viuda —creo— ha llamado a Blanca. Y recordamos una interesante charla con Fabio en Capilla del Monte. Por primera vez, Zerpa habló del avistamiento ovni de Gabriel García Márquez. Ocurrió en 1946, en la playa de Cartagena de Indias, en Colombia. Un objeto se colocó sobre el desconcertado Gabo, lanzó un cono de luz hacia el testigo y Gabriel terminó por caer en la arena. Allí permaneció un tiempo (sin sentido). A partir de esa noche, Gabo empezó una fulgurante carrera como escritor.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 213
 
 
Yo contemplo el mundo como si fuera un extraterrestre (puede que lo sea). Todos hacen planes y proyectos. Yo solo miro hacia mi interior y veo soledad y negrura.
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 213
 
 
—Sé que Blanca está viva.
P. D.: Viva no: lo siguiente…
 
En Blanca y negro
En Blanca y negro, página 257
 
 
 
 

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