Jorge Ferrer Vidal

"Al recuperar la consciencia, levantó la cabeza y se vio rodeado de oscuridad. Era ya noche. Las sombras habían caído solapadamente mientras él habitaba las aguas y el estanque estaba vacío. Las barquitas que había distinguido al llegar, los flotadores impulsados por pedales de bicicleta cuya inarmónica conformación le había sorprendido cuando descansaba de su jadeo apoyado contra la balaustrada del lago, estaban amarrados en los embarcaderos, horros ya de gente. A su alrededor, en la noche, tampoco distinguió a nadie. Los niños, los viejos y los sorches con sus novias que horas antes jugaban, paseaban y tomaban el sol, habían sido devorados por las sombras. Filomeno experimentó unos deseos enormes de extraer su violín del estuche, colocárselo entre la barbilla y el hombro, tomar el arco con la mano derecha y hacerlo descansar —sólo descansar— sobre las cuerdas. Estaba seguro de que el maridaje cuerdas-arco iba a producir la apoteosis de la armonía. No obstante, aquella vez la urgencia que Filomeno sentía de que su violín y su arco creasen música nueva, independiente del arte del ser que los sostenía entre sus manos, resultaba de tal intensidad que el hombre se detuvo unos momentos, aprensivo y atemorizado, antes de abrir el estuche y extraer el instrumento. De pronto, se sintió invadido por un impulso irresistible. Con el violín en la mano y aún con su trotecillo cochinero, se aproximó a uno de los embarcaderos, desató uno de los botes a remo allá anclados y saltó a su interior. La barca osciló bajo el peso de Filomeno y se bandeó sobre las aguas. Filomeno rió en voz alta. Era, en efecto, aquello lo que le pedía su violín: tocar sobre las aguas, solas consigo mismo, interpretar su mejor música para deleite propio, alcanzar la culminación de su arte sin testigos humanos, porque en todos los aspectos de la vida del hombre, los grandes sentimientos, las geniales intuiciones, las expresividades más rotundas de los distintos artes y de la realidad, se producían sin testigos, en soledad ante sí mismos, por la razón, posiblemente, de evitar el peligro de que en caso de manifestarse ante el hombre, la bestia humana rompiese en carcajadas con su habitual incomprensión. Filomeno tomó los remos y dirigió el bote al centro del estanque."

Jorge Ferrer Vidal
Notable en armonía



"En líneas generales mi posición en la Universidad era equívoca, porque yo no tenía caletre suficiente para tratar con textos de más de quinientas páginas y atender a las explicaciones de los profesores sobre temas que nada me importaban. Y así iban las cosas, cuando mediaron las recomendaciones de mi tío Ismael, que era el otro tarado de la familia, y como todos los deficientes de alma, hombre divertido.
Un día, al concluir sus explicaciones, el profesor de Historia Moderna, señor Valladares Fonseca, me pidió que la mañana siguiente subiese a su Seminario y lo hice, aunque me equivoqué de ascensor un par de veces. Yo llevaba ya un expediente académico en el que el suspenso rayaba a gran altura y tan sólo había aprobado cuatro asignaturas: una, por asistencia reiterada a clase, Geografía de España; otra, porque el catedrático se nos jubiló y hubo para celebrarlo aprobado general; otra más, porque la profesora era una mujer muy encendida y vestía trapos con escotes vertiginosos y yo me quedaba embobado en la contemplación de su intersticio, y era una tipa con sandunga y en el examen final, que fue un desastre, me dijo "le apruebo porque es usted un alumno muy fino de entendederas y sabe valorar lo verdaderamente estético, factor imprescindible en un historiador del Arte"; y la última asignatura, que aprobé el año pasado, fue un error de administración al pasar las notas a las actas, de modo que el amanuense que debía hallarse en Babia o en estado de memez, puso aprobado donde tenía que constar suspenso, y así me encontré con la "Historia de la Filosofía" en el bote. Para que digan después que los tontos no somos útiles.
Me presenté a la cita de Valladares Fonseca y el hombre me dijo:
-Óigame, Fernández, me ha dicho su tío que usted sabe inglés y voy a proponerle un trabajo que le supondrá nota alta en la asignatura. Haga el favor de leerse el Diario de Pepys y redácteme un trabajo sobre el tema, a ver si me entero de una vez quién era ese caballero y lo que dice en su Diario. Tiene usted para ello todo el curso."

Jorge Ferrer Vidal
El Diario de Pepys


"Madre siempre ha sido -¿cómo podré decirlo para que me crean?- una mujer fuerte y doblada, de escasa estatura, vale, pero recia como un árbol o un muro. Ahora ya no. Ahora, en este momento, yace en su lecho vencida por la etapa terminal de su cancro maligno, azorrada como si estuviese dormida -no lo está-, con la cabeza muy cargada. Como ser de carne y hueso ha perdido toda su belleza y celsitud y ha adquirido la nueva calidad de gran lupia viviente que semeja palpitar al margen del corazón y que malhiere. Desde hace dos semanas, tras las visitas del médico, madre se queda así de azorrada, porque el doctor dice que hasta el fin nadie es dichoso y que quien sabe si madre no es aún capaz de reaccionar, si la ciencia le presta su ayuda.
Yo me opuse a ello, en un principio, con absoluta decisión y excelente coraje e hice constar mi opinión de que a los muertos hay que dejarlos morir cuando llega su hora. Le comuniqué al doctor que yo, a pesar de mis alifafes y mis dolencias, aquí, en mi juventud, me había esforzado hasta el punto de abrir en el jardín un carcavuezo bien profundo en la tierra para garantizar a madre buen descanso y placidez y que vía justo que, al fin, se encontrase cuanto antes despenada de males, pero fue como si no.
Nuestro doctor, con sus gafas de alinde, siempre recién planchado y barbihecho, se empeñaba una y otra vez en molestar a madre y la auscultaba, le alborotaba el camisón, las vendas y los parches, le dejaba al descubierto todos sus lobanillos y tumores, y yo recitaba entonces aquella oración que se decía en mi infancia después de comulgar, porque ganaba indulgencias y que terminaba, refiriéndose a Jesús: han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos.
Así también, pues, madre. Yo estuve siempre convencido de que nuestro doctor era un belitre y que lo que realmente deseaba era alargar al máximo el vivir de sus pacientes por la sencilla razón de que a enfermo muerto, médico sin honorarios "

Jorge Ferrer Vidal
Los semihumanos













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