Ivan Goncharov

"Nada más. Sin embargo, era suficiente para que Olga resolviera no hablar más con aquel joven.
La aparición de Oblomov en la casa no provocó preguntas ni suscitó cuestiones de ninguna clase por parte de la tía de Olga, el barón de Langwagen ni Stolz. Éste había deseado que su amigo entrara en una casa de cierta importancia, donde no le ofrecerían un sitio para dormir la siesta después de comer y donde se vería obligado a permanecer sentado sin cruzar las piernas.
Por otra parte, a Stolz se le había ocurrido la idea de que para la somnolienta vida de su amigo, una muchacha joven, alegre y adorable como Olga sería como iluminar una habitación oscura con una potente lámpara. Esto fue todo lo que se propuso al presentar Olga a Oblomov. Jamás se le ocurrió pensar que acercaba una mecha encendida a un castillo de fuegos artificiales. Ni tampoco lo pensaron Oblomov ni Olga.
Durante su primera visita, Ilia Illich permaneció sentado sin cruzar las piernas durante varias horas al lado de la tía de Olga, hablando correcta y animadamente de todo, y cuando le presentaron al barón, los tres sostuvieron una animada y agradable charla.
La tía juzgaba los paseos de Olga con Oblomov y sus conversaciones a solas como... mejor dicho, no las juzgaba de ningún modo. Ahora bien, si la muchacha hubiera salido de paseo con un joven dandy, ya hubiese sido otro cantar. Probablemente, con su tacto habitual, hubiese hecho por encontrarse con ellos en el paseo o habría enviado a alguien para que los vigilara. Pero Oblomov era ya un hombre maduro, y la tía estaba segura de que no diría necedades a Olga ni le prestaría libros poco convenientes. Por otro lado, la tía había oído cómo Soltz, antes de partir de viaje, había rogado a Olga que no abandonara a Oblomov por nada del mundo, y el mismo Stolz le había pedido a ella que hiciera el favor de invitar a su amigo a menudo.
Olga no se dejó ver ni un instante durante todo el tiempo que Oblomov permaneció sentado al lado de su tía. Mientras tanto, el tiempo iba pasando lentamente. Oblomov sentía frío y calor, al mismo tiempo. A veces creía adivinar los motivos del comportamiento de Olga y se compadecía a sí mismo. Temía haber dejado entrever su esperanza de que ella le quisiera, y esto representaba a todas luces un insulto mucho mayor que el primero. Al fin apareció Olga en la estancia, y Oblomov la contempló maravillado. Casi no la reconocía. Su rostro era distinto e incluso su voz había cambiado. En sus labios no apareció ni una sola vez la ingenua sonrisa de antes ni tampoco le miró con aquellos ojos tan abiertos que parecían preguntar infinitas cosas. Parecía como si ahora no deseara preguntar nada. Los ojos de la joven no le seguían como en otros días. Al contrario, le miraban como si le conocieran desde hacía ya muchos años. Era indudable que Olga había tomado la resolución de hacer como todo el mundo, y esto le hacía parecer falsa y muy poco natural, a pesar de que hablaba y reía como si todo fuera natural en ella."

Iván Alexándrovich Goncharov
Oblomov



"Puede parecer extraño, incluso imposible, que en el transcurso de un mes se pueda escribir toda la novela ... Pero había ido creciendo en mí durante varios años, así que lo que tenía que hacer entonces era simplemente sentarme y escribir todo abajo."

Ivan Goncharov
 Sobre su novela Oblomov


"Si hubiera sido grosero, rudo, parco en ingenio o corto de luces, es decir, uno de esos maridos que forman legión, a los que resulta tan inocente, necesario y agradable engañar, por su propia felicidad y la de sus consortes, que sólo parecen existir para inducir a sus esposas a buscar a su alrededor hombres diametralmente opuestos, las cosas habrían sido muy distintas. Entonces, quizá, se habría comportado como la mayoría de las mujeres en casos semejantes. Pero Piotr Ivánich demostraba una rara inteligencia y un tacto inusual. Era sutil, penetrante, hábil. Comprendía todas las zozobras del corazón y todas las tempestades del alma, pero de ahí no pasaba. En su caso, los asuntos amorosos tenían su sede en el cerebro, no en el corazón. En todos sus razonamientos sobre el particular se advertía que se refería a cosas oídas y aprendidas, pero no sentidas. Hablaba de las pasiones con muy buen juicio, pero se negaba a reconocer su poder sobre él e incluso se reía de ellas, considerándolas errores o deformaciones de la realidad, una suerte de enfermedad para la cual, con el tiempo, se hallaría algún remedio.
Lizaveta Aleksándrovna sentía la superioridad intelectual de su marido sobre todas las personas que le rodeaban y eso la hacía sufrir. «Si no fuera tan inteligente —pensaba— estaría salvada». Era evidente que reverenciaba las verdades positivas y exigía que su mujer no se dejara llevar por fantasías.
«¡Dios mío! —pensaba Lizaveta Aleksándrovna—. ¿Será posible que sólo se haya casado para tener un ama de casa, para dotar a su apartamento de soltero de la plenitud y dignidad de un hogar, para tener más peso en la sociedad? ¡Un ama de casa, una esposa en el más prosaico sentido de la palabra! ¿Es posible que no comprenda, a pesar de su inteligencia, que entre las verdades positivas de una mujer el amor ocupa siempre un lugar destacado? Las obligaciones familiares no son más que ocupaciones. Pero ¿es posible desempeñarlas sin amor? Hasta las amas y niñeras idolatran al niño que tienen a su cargo. ¡Qué no va a ser en el caso de una esposa y una madre! ¡Ah, estoy dispuesta a comprar el amor a cambio de cualquier tormento, a soportar todos los sufrimientos inherentes a la pasión con tal de vivir una vida plena, sentir con todo mi ser y no sólo vegetar!».
Contemplaba el lujoso mobiliario, los adornos y valiosas figuras de su tocador; y todas esas comodidades, con que en otros hogares la solícita mano del marido rodeaba a su amada esposa, le parecían una fría burla de la verdadera felicidad. Era testigo de dos terribles extremos: su sobrino y su marido. Uno era apasionado hasta la locura; el otro, frío hasta la crueldad."

Ivan Goncharov
Una historia corriente













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