Yo aproveché la proximidad de Belén para investigar un viejo
asunto. Mejor dicho, tres… Tenía tiempo de sobra. Y, como digo, me propuse
indagar sobre la mítica estrella que, al parecer, acompañó a los Magos. ¿Qué
había de cierto? ¿Se trataba de una leyenda? Si existieron, ¿quiénes fueron los
Magos? ¿Qué pretendían? Y, por último, ¿fue cierta la matanza de los inocentes?
¿Quién ordenó el infanticidio? ¿Cuántos niños menores de dos años fueron
sacrificados?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 10
Precisamente en Beit Sahur, la aldea en la que acampábamos,
vivía una familia beduina a la que llamaban Zeben. Aquella gente —según mi
informante— tuvo una singular experiencia en el mes de tišri
(septiembre-octubre) del año menos 7. Es decir, a los pocos días del nacimiento
del Maestro. Al parecer, una luz enorme y vivísima se presentó en los campos
que rodean Beit Sahur. Y los Zeben —padre y dos hijos— se encontraron de cara
con unos seres muy extraños. Descendieron de la luz y les hablaron. Para el viejo
de Belén eran los temidos žnun. Tihy y Sahab eran sus hijos. También estuvieron
presentes en el extraordinario encuentro.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 11
Jesús, como tenía por costumbre, se alejó temprano hacia las
colinas. Deseaba conversar con el Padre. Zal se fue con Él. Y yo procedí a la
limpieza habitual del campamento.
Al entrar en la tienda del Maestro reparé en algo que me
tenía intrigado desde hacía tiempo. La «almohada» en la que Jesús reposaba la
cabeza era una piedra cilíndrica de unos cinco kilos de peso y un hermoso color
verde manzana.
Me aproximé, intrigado.
Estaba solo.
Acaricié el cilindro y me pregunté: «¿Qué se siente al
dormir sobre una “almohada” tan extraña?»
Y decidí probar.
Como digo, me hallaba solo. Los discípulos estaban ocupados
en otras tareas.
Me tumbé y reposé la cabeza sobre la bella piedra. La noté
fría; deliciosamente fría.
No sé qué sucedió. No he logrado explicarlo
satisfactoriamente. Quizá fue el cansancio y la tristeza de aquellas jornadas.
No sé…
La cuestión es que, al poco, me invadió un profundo sueño.
Fue como si flotase… Y tuve una rara ensoñación.
Me vi en una playa de arena blanca y harinosa… El cielo era
azul y el mar de un color turquesa bellísimo. Había mucha gente. Al fondo distinguí
la selva y extensos palmerales… Deduje que se trataba de algún lugar del
Caribe… De pronto, la gente empezó a gritar y a correr… Huían… Pero, ¿de qué?…
Y en el cielo aparecieron cientos, miles de bombas de fuego… Eran enormes…
Silbaban y caían con estrépito, provocando enormes cráteres… Muchas personas
fueron alcanzadas por las rocas de fuego y pulverizadas… Era el caos… Yo no
podía moverme… Entonces vi llegar a una mujer… Caminó por la playa hasta mí… Y
se detuvo a escasos metros… Era alta y rubia… Parecía muy enfadada… En la
frente lucía una palabra… Parecía pintada, pero no estoy seguro… Vestía una
larga túnica, hasta los pies… Esa palabra, en la frente, era MAGOG… Yo sabía lo
que significaba… MAGOG equivale a «tierra de Gog» … MAGOG, según el Génesis
(10, 1-2), fue uno de los hijos de Jafet y nieto de Adán… En hebreo, utilizado
como adjetivo o sustantivo, significa «techo alto, gigante o jefe» (entre otras
acepciones) … Para muchos, MAGOG representa el mal (químicamente puro) y
también la oscuridad… Se trata, según los exégetas, de un personaje bárbaro
que, en un futuro, traerá el caos al mundo… Y la mujer —de pronto— desapareció…
La gente continuaba corriendo por la playa… Fue entonces cuando la vi… Quedé
espantado… En el horizonte marino surgió una ola enorme… En realidad, era una
muralla de agua… Se aproximaba, veloz… Era inmensa… Calculé mil metros de
altura… Era negra… Y la ola se precipitó sobre nosotros, arrasando la playa… A
partir de esos momentos, el sueño se convirtió en algo convulso… Vi cadáveres
por todas partes… Después llegaron la oscuridad y los gritos… Gritos de socorro
en muchos idiomas… Me costaba respirar… El aire era cenizo… Todo era miedo… Y
las tinieblas —no sé cómo lo supe— duraron nueve años… Caravanas interminables
de seres humanos se arrastraban de norte a sur… Eran rostros famélicos… Era
puro miedo… El mundo carecía de orden… Y, de pronto, en mitad de las tinieblas,
vi aquellas luces… Miles de luces… Ocupaban todo el firmamento… Escoltaban y
protegían a una enorme nave… Era gigantesca… En la base lucía una especie de
emblema: tres círculos azules y concéntricos… Yo conocía ese emblema… Era la
bandera de Jesús de Nazaret… Mejor dicho, Micael (el verdadero nombre del
Maestro) … La nave se situó sobre mi cabeza y proyectó un cono de luz amarilla
sobre quien esto escribe… Y por el haz de luz vi descender a alguien… ¡Era el
Maestro!… No lucía la habitual barba… Tenía el cabello suelto y largo, hasta
los hombros y vestía la habitual túnica blanca (algo chamuscada) … Y me dije: «Eso
habría que solucionarlo. Tengo que comprarle una túnica nueva» … Micael
sonreía… Se acercó y exclamó:
—Prometí volver… ¿Recuerdas?
Fin del sueño.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 16
No hice caso. «Santa Claus» era —únicamente— un supercientífico.
Y estuve seguro: la piedra verde manzana ejercía algún tipo de control sobre la
mente humana o sobre los sueños. A partir de esos momentos la bauticé como la
«almohada de la esperanza».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 18
Esa noche, tras la cena, el Hijo del Hombre se dirigió a su
gente e intentó explicar que los conjuros solo son una inútil pérdida de
tiempo.
—Sois portadores de la nitzutz (la chispa
divina) —aseguró— y, en consecuencia, nada ni nadie puede entrar en
vuestra mente sin su consentimiento.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 23
—Supongo que es un Dios varón —terció otro de los hesy. La
respuesta del Galileo los dejó con la boca abierta. —El Padre Azul tiene más de
Madre que de Padre. Tomás manifestó su disconformidad. Y el Maestro le salió al
paso: —Tomás, tu escepticismo es saludable…, pero te dará más sed.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 29
En aquel tiempo, Qumrán no era conocida por este nombre.
Qumrán es una derivación muy posterior —en árabe— de la palabra hebrea ’omron
(Gomorra). El lugar recibía otras designaciones. La más popular era «Secacah».
También lo llamaban «la tierra de Assayya» o de los «Curadores», en clara
referencia a los habitantes de la ciudadela. Muchos de ellos se dedicaban a la
medicina. Los propios esenios se autodenominaban «los Guardianes de la Alianza»
(«Nozrei haBrit») o «los Hacedores de la Ley» («Osei ha-Torah»). Esta expresión
(«Osei ha-Torah») pudo ser el origen de la palabra «esenio» (la forma colectiva
de Osei ha-Torah es, precisamente, osim).
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 45
Al curiosear entre las mesas de los copistas pude leer
textos dedicados al estudio del firmamento, a los ángeles, a los merkavah o
«carros de fuego», referencias al diluvio universal, y a un asunto que me dejó
intrigado. El escribano cantaba y escribía sobre una serie de tesoros
escondidos en Jerusalén y en las proximidades del mar de la Sal. En total,
según pude oír y leer, 63 tesoros, con un total de 4630 talentos de oro y
plata. O lo que es lo mismo: 115.750 kilos de oro y plata (en lingotes) (!). Me
hubiera gustado preguntar sobre el particular, pero no me atreví. Dichos
tesoros —que yo sepa— no han sido hallados…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 48
Los esenios formaron parte de una tendencia de tipo
apocalíptico que floreció en el país a finales del siglo III antes de Cristo.
Pero, hacia el año 130 a. de J. C., un personaje al que llamaron Maestro de
Justicia (probablemente un sacerdote) dijo haber recibido una revelación. Y el
Maestro de Justicia arrastró a parte de los esenios al desierto y a otros
lugares.
Cuando Bartolomé preguntó sobre la naturaleza de aquella
revelación, Honi aseguró que un ser de luz se le había presentado a Zadok (este
era el nombre del Maestro de Justicia), anunciándole el final de nuestra era.
«La oscuridad y el hielo caerán sobre el mundo». Eso reveló el ser luminoso. Y
recordé las filípicas de Yehohanan… En otras palabras: los esenios huyeron de
Jerusalén ante el inminente fin del mundo (según ellos).
Pero no fue la única razón para la huida. Los esenios —según
Honi— no aceptaban la corrupción de las castas sacerdotales y tampoco el
calendario lunar, establecido en el Templo desde hacía siglos y que marcaba la
organización del culto.
Los esenios se inclinaron por el calendario solar, reducido
a 364 días y dividido en cuatro trimestres de 91 días. Cada trimestre arrancaba
en miércoles (el día de la creación, según los judíos). Este era el sistema
exigido por el libro de Henoc y por el de los Jubileos. Según los esenios, el
calendario solar tenía enormes ventajas sobre el lunar. Los días de los meses
correspondientes caían siempre en los mismos días de la semana. Esto hacía que
las fiestas y solemnidades aparecieran en fechas concretas; siempre las mismas.
Era otro símbolo —importantísimo— de lo que denominaban «pureza ritual».
Pero había más… Los esenios no soportaban la presencia de
los ciegos, de los sordos o de los tullidos en la Ciudad Santa (Jerusalén). Eso
era «contaminación». Y aborrecían los sacrificios de los gentiles y la impureza
provocada por el comercio de pieles, por las uniones ilícitas, por los
matrimonios entre sacerdotes y laicos, por los leprosos, y por la abundancia de
perros callejeros en la ciudad. Todo era miseria y sacrilegio para la hermandad
de Qumrán. ¿Cómo compartir techo con aquellos que mezclan el lino y la lana en
una sola vestimenta? ¿Cómo aceptar en el Templo el trigo de los gentiles o los
cambistas de monedas? ¿Qué decir de las «burritas» (prostitutas) en el Atrio de
los Gentiles? ¿Cómo convivir con los que no se preocupan del contacto con los
muertos? Para los esenios —en suma— la cohabitación con la impureza era la
catástrofe de las catástrofes… Y decidieron cortar por lo sano, huyendo al
desierto: el lugar santo en el que se prepararían para la batalla final y la
conquista de Jerusalén.
Es importante considerar este capítulo —el de la obediencia
total a la ley de Moisés— para entender el pensamiento esenio. Las Escrituras eran
su único faro. Si permanecían en una ciudad que no respetaba la pureza ritual,
ellos, los esenios, caían en pecado de forma automática. Y eso era lo que
sucedía en Jerusalén. Si el Templo resultaba profanado por los mercaderes, por
las prostitutas, y con toda suerte de negocios paganos, ellos, los esenios,
caían en desgracia a los ojos de Yavé. Si las fiestas no coincidían por lo
establecido por la Ley, ellos, los esenios, estaban de más en aquel lugar
(supuestamente sagrado). Si los propios sacerdotes no eran capaces de imponer
la Ley y, más aún, la violaban de continuo, ellos, los esenios, tenían que
abandonar esa ciudad de pecado y refugiarse lejos… Por eso, insisto, huyeron al
mar de la Sal.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 49
Cada día (incluido el sábado), los esenios se levantaban
poco antes del amanecer. Una campana lejana los despertaba. Y rezaban y
cantaban de cara al sol, animándole «para que se alzara». Se vestían en las
cuevas y acudían a la ciudadela o a sus lugares de trabajo, en los campos y
palmerales. Eran panaderos, herreros, copistas, sopladores de vidrio,
carpinteros, cocineros, campesinos, pescadores, cazadores o pastores. Cuidaban
de las fuentes de Aïn Feshkha y recolectaban dátiles en Aïn Ghazal.
Confeccionaban papiros y pergaminos y los vendían a buen precio. Disponían de
rebaños de ovejas, cazaban gacelas, y trabajaban en una «piscifactoría», en las
lagunas y canales de Feshkha. Fabricaban utensilios de cocina y una excelente
cerámica. A la hora quinta (once de la mañana), otro largo toque de campana
avisaba. Era la hora de la solemne «comida de paz». La llamaban shelâmîm. «Yavé
—decían— era testigo». Acudían a las piscinas, se sometían al sagrado ritual
del baño, cambiaban los vestidos por otros nuevos (recién planchados) y
entraban en el «refectorio». Para compartir la shelâmîm era necesario que el
aspirante a esenio llevara dos años en la comunidad, como mínimo. Por supuesto,
antes de la inmersión, el esenio tenía la obligación de recitar sus pecados y
arrepentirse de ellos. El maestro instructor se hallaba presente y lo oía todo.
(…)
Sostenían que el hombre estaba formado por nueve partes de
luz y una de oscuridad. Ellos —los Guardianes de la Alianza e Hijos de la Luz—
estaban destinados a cambiar el mundo. Lo único que importaba era la Ley de
Moisés. Y el candidato, al hacerse esenio de pleno derecho, debía formular un
solemne juramento. Debía entregarse, con todo su corazón y toda su alma, al
cumplimiento de la citada Ley. Todo lo demás era secundario.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 51-53
Los esenios estudiaban la naturaleza de los ángeles;
especialmente la de los rebeldes. Veneraban a Pitágoras. Decían conocer el
poder de las piedras. Eran consumados kabalistas y dedicaban muchas horas al estudio
de la influencia de los astros en los seres humanos. Mejor dicho: a la supuesta
influencia… Creían que el hombre nace con el destino trazado y que nada ni
nadie puede modificarlo. Con la mujer no lo tenían tan claro… Despreciaban el
matrimonio y consideraban a la mujer como un ser inferior «del que proceden
todas las calamidades». Aun así, adoptaban a los huérfanos. Si contraían
matrimonio lo hacían fuera de la ciudadela y concedían tres años a la mujer
para que demostrara su fertilidad. Durante el embarazo no mantenían relaciones
sexuales. El aceite, para los esenios, era una maldición. Estaba prohibido
ungirse con cualquier tipo de aceite. La piel seca era una bendición. No debían
escupir a la derecha; solo a la izquierda y sobre un pañuelo. La razón la
buscaban en el Talmud (Salmo 91, 7): «Caerán mil a tu lado y diez mil a tu mano
derecha…». En otras palabras, para los fanáticos religiosos la derecha era
santa…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 53
Sí, los esenios fueron los inventores de la «seguridad
social».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 54
¿Cuáles eran las diferencias más notables entre el
pensamiento y el hacer de los esenios y la filosofía del Hijo del Hombre?
Esto fue lo que deduje:
1. Los esenios, para ingresar en la comunidad, exigían entre
uno y tres años de prueba. Jesús no.
2. Los esenios odiaban a los sacerdotes de Jerusalén. El
Maestro nunca odió a nadie.
3. Los esenios no admitían a las mujeres en sus campamentos.
Las despreciaban. El Galileo no actuaba así. En su vida pública se rodeó de un
grupo de mujeres evangelistas.
4. Los esenios repudiaban a los leprosos, enfermos y
tarados. Jesús los amaba.
5. Los esenios escribían. Jesús nunca escribió.
6. Los esenios no tocaban el aceite. Jesús lo utilizaba con
frecuencia.
7. Veneraban el calendario solar. A Jesús le traían sin
cuidado los calendarios (todos).
8. Evitaban la corrupción de las ciudades; especialmente la
de Jerusalén. El Maestro visitaba la Ciudad Santa con regularidad y se paseaba,
feliz, por sus calles.
9. Los esenios confiscaban los bienes del que entraba en la
secta. Jesús no actuaba así.
10. Los esenios se lavaban antes de las comidas. Al Galileo
no le preocupaba la pureza ritual.
11. En sábado, los esenios no defecaban. En ese sentido, el
rabí actuaba con total naturalidad.
12. La secta de Qumrán contemplaba severos castigos contra
los que infringían la Ley de Moisés o los secretos de la comunidad. Uno de
ellos obligaba a comer hierba al pecador. El Maestro jamás castigó a nadie.
13. Los esenios practicaban la adivinación y la astrología.
Jesús demostró que el futuro no existe.
14. Los esenios no cambiaban de ropa o calzado hasta que se
rompía o desgastaba. El Galileo no actuaba así.
15. Se podía entrar en la secta a partir de los veinte años.
Jesús no estableció ninguna limitación para acceder a su mensaje.
16. Los esenios estimaban que el hombre nace en los dominios
de los Hijos de la Luz o de la Oscuridad. Jesús predicó que todos procedemos
del Padre Azul y a Él regresaremos.
17. Para defecar, los esenios se cubrían —obligatoriamente—
con el manto. Jesús nunca actuó así.
18. Para los esenios, los jóvenes eran inferiores a los
adultos. Jesús no practicaba esa filosofía.
19. Consideraban que cada persona está integrada por nueve
partes de luz y una de oscuridad. El Galileo nunca habló de eso.
20. Los esenios no pronunciaban palabras profanas antes de
la salida del sol. A Jesús le traía sin cuidado.
21. Los esenios creían en dos Mesías. El Hijo del Hombre
nunca se consideró Mesías libertador. Su papel fue mucho más importante.
22. Los esenios disponían de un rígido código penal. Jesús
no.
23. En la secta de Qumrán existía un estricto orden
jerárquico. En el grupo del Galileo solo había un jefe: Andrés. Nadie era más
que nadie.
24. Los esenios creían que Yavé castigaba a los apóstatas.
Jesús admitió en sus filas a todo el mundo.
25. Los esenios elaboraban planes para derrotar militarmente
al resto de las naciones. Jesús jamás entró en política.
26. No podían pronunciar el sagrado nombre de Yavé. Jesús
hablaba a todas horas de su Padre Azul. Así lo llamaba.
27. La palabra ishah (mujer) no aparece en
la Regla de la Comunidad de Qumrán. El Maestro consideró a la mujer exactamente
igual que al hombre.
28. Los esenios creían que Yavé disponía de poderes ocultos
que terminarían con la maldad de los kittim (romanos). Jesús
jamás se pronunció en ese sentido.
29. Los esenios difícilmente hablaban de su filosofía con
los no iniciados. Jesús hablaba con todo el mundo.
30. La secta de Qumrán era fanática de la Ley de Moisés. El
Hijo del Hombre solo era fanático del Padre Azul.
En definitiva, aunque los conoció, Jesús de Nazaret no tuvo
nada que ver con el mundo esenio. Y, por supuesto, no fue un esenio, como
aseguran algunos… Ambos pensamientos y mensajes se hallaban a años luz.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 54
—Mi reino, el que anuncio —habló Jesús—, es invisible y
alado. No necesita espadas ni escudos… No soy el Mesías que esperáis.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 57
Dicen tus discípulos que eres el Mesías libertador… ¿Qué
tienes que decir?
El Maestro dirigió la mirada hacia Tomás y el Oso de Caná.
Estos bajaron los ojos.
—Mi reino, el que anuncio—habló Jesús—, es invisible y
alado. No necesita espadas ni escudos… No soy el Mesías que esperáis.
El Galileo guardó silencio y contempló las caras de los
esenios. Estaban perplejos. Y Jesús redondeó:
—En verdad os digo que ese Mesías militar no llegará nunca
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 57
—Siempre actúo —replicó el Maestro— en nombre del que me ha
enviado. Él es el Padre de la Luz.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 58
—Siempre actúo —replicó el Maestro— en nombre del que me ha
enviado. Él es el Padre de la Luz.
—¿Hablas de Belial (Satán)?
Jesús sonrió, pícaro, y contestó:
—Ese sigue al servicio del que me envía…
—¿Belial es un criado?
—No exactamente —aclaró el rabí—, pero ahora está pendiente
del juicio. Quizá sea exterminado… Todo depende.
—¿Depende de qué?
Honi era insaciable.
El Maestro señaló hacia las brillantes ocho mil estrellas
que contemplábamos. Todos seguimos la dirección de su dedo índice izquierdo.
Algunos luceros replicaron con destellos azules y rojos.
—Depende de la misericordia de los Dioses…
—Pero, dinos, ¿quién te envía? No entiendo…
La confusión de los esenios iba en aumento.
—Os lo he dicho —terció Jesús—. He sido enviado por el Padre
Azul…
—¿Te refieres a Yavé, bendito sea?
—Más arriba…
—¿Más arriba?
Honi estalló:
—¿Te burlas de nosotros? ¿Qué hay más arriba de Dios?
El Galileo fue sincero, muy sincero… Demasiado, según mi
corto entender:
—Yavé no fue Dios…
Las caras eran de espanto.
—Yavé fue otro enviado. Pero eso es historia. Ahora, lo que
cuenta, es la esperanza que os ofrezco.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 58
—¿Y ese Padre Azul —intervino otro de los
esenios— te ha enviado para proclamar que hay vida tras la muerte?
Jesús asintió con el rostro grave.
—Pero eso ya lo sabemos añadió el esenio—. Lo dice la
Ley y nuestros sabios…
—Lo que no dice la Ley—le corrigió el rabí— es que seréis
inmortales hagáis lo que hagáis y penséis lo que penséis.
—Eso es imposible e injusto—declaró Honi, muy enfadado—. Los
romanos y los infieles pagarán…
—Nadie pagará—cortó el Maestro—. Esa es la verdadera Ley.
Nadie será juzgado por lo que eligió.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 59
Después, arrodillándose frente a Zswina, el Hijo del Hombre
acarició los cabellos de la mujer y le regaló su mejor sonrisa. Se aproximó al
bello rostro de la beduina y le cantó en árabe: —Shukran!!… Ituwwel ’emr-k!!
(«Que Él te alargue la vida»). Fue instantáneo. La penumbra del atardecer
retrocedió y todo, en el campamento y alrededores, se volvió azul. No supimos o
no quisimos reaccionar. Ya sabíamos lo que aquello significaba…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 64
Al retornar a la «cuna» intenté hallar alguna explicación
para la misteriosa luminosidad azul que solía preceder a los portentos y
sanaciones del Hijo del Hombre. Tampoco encontré una respuesta medianamente
seria y científica. «Santa Claus» señaló la radiación de Cherenkov como una
hipotética solución. En palabras sencillas: alguien provocaba una radiación
electromagnética de color azul. La radiación podía estar ocasionada por el paso
de partículas cargadas eléctricamente. No me convenció. Además, ¿quién y por
qué necesitaba de esa radiación antes de un prodigio? Lo sé: no sabemos nada… Y
decidí salir de aquel laberinto. Lo importante, una vez más, no era el cómo…
¡Ah!… Por cierto, a partir de esa noche (más exactamente desde el «rayo azul»),
Zal también recuperó la vitalidad. Los vómitos y las diarreas desaparecieron.
Como decía el Maestro, quien tenga oídos que oiga…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 65
Le expliqué lo que deseaba y mostró gran sorpresa. Según
Ezda, «yo era un griego loco y rico, pero eso le encantaba». Y se puso a mi
servicio. Él conocía aquellos parajes, al sur del desierto de Judá, y sabía de
otros nómadas que decían haber visto los merkavah o «carros volantes». Es más:
aseguró que él vio «una Jerusalén volante en mitad de la noche».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 76
Entre los luceros descubrimos una ciudad que volaba…
—Las luces eran cegadoras —prosiguió Tihy—. Se veía el campo
con detalle, como si fuera la hora sexta (mediodía). —¿Qué hicisteis? —Nada.
Temblar… Imaginamos que era la «ciudad» de los žnun, los diablos… ¿Venían a por
nosotros? Y, de pronto, los vimos llegar… —¿A quién? —A los žnun… Eran tres
individuos extraños…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 79
Y en el interior del merkavah dijo haber visto una «pintura
que se movía». Se hallaba en una de las paredes.
No entendí y solicité más información, pero el pobre pastor
no pudo aclarar el enigma.
¿Una pintura que se movía? Y pensé en una pantalla de
televisión… Pero no estoy seguro.
—En ella —prosiguió Ezda— mi amo vio un cielo negro y
estrellado. Y en él, una roca enorme que volaba… Miles de luces la escoltaban.
Los hombres abeja dijeron que se trataba de Gog, un peñasco que terminaría con
los impíos.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 85
—Vosotros no lo veréis… Ese mensajero llegará antes de la
gran luz…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 10
No entendieron. Y continuaron con las preguntas:
—¿Regresarás? ¿Después de muerto?
Algunas risitas escaparon, incontenibles.
—Regresaré —intervino Jesús con una seguridad que los dejó
perplejos.
—¿Y cuándo será eso? —se burlaron los escribas.
—Detrás de la gran luz… Pero antes —y el Maestro citó a
Zacarías— no habrá ya luz, sino frío y hielo…
Yo tampoco comprendí. Las palabras del rabí resultaron
especialmente oscuras para este explorador. Fue mucho después, al retornar a mi
mundo, cuando empecé a intuir…
Y quedé sobrecogido.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 93
El Galileo me sonrió, acarició a la chipriota, y fue a
sentarse frente a este explorador. Lo he dicho alguna vez, y lo mantengo: aquel
Hombre era especialmente atractivo. Nunca me cansé de mirarle. Las pestañas
eran largas y tupidas. Los ojos —color miel líquida— eran irresistibles. Tenían
magia. Si acertabas a mirarlos quedabas prisionero… El bigote, como el oro
viejo, no ocultaba los labios. Estos eran finos y sin pretensiones. La frente,
despejada, denotaba una especial inteligencia. La dentadura era perfecta:
blanca y en orden. La barba, partida en dos, presentaba algunas canas, como los
lacios cabellos, desmayados hasta los hombros. Con los rayos del sol, el pelo
se volvía de color caramelo, según. La piel, bronceada por tantos días de
desierto y montaña, resultaba varonil y cálida.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 111
—Los sueños, querido mal’ak, son una puerta que el Padre
Azul deja abierta…, intencionadamente.
—¿Una puerta abierta? ¿Y adónde lleva esa puerta?
—A otras realidades… Y matizó: —Realidades que no conocéis…,
todavía.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 112
Me pareció oportuno y me animé a relatarle el singular sueño
de la escalera en el yam o mar de Tiberíades. —¿13.013 peldaños? —preguntó,
aparentemente sorprendido. Y añadió, sonriente: —Veo que el Padre te mima… E
intentó explicarse: —Ese doble «13» simboliza mucho. En realidad, todo. El «13»
es la representación del AMOR ETERNO, con mayúsculas. 13.013 es el AMOR que
envuelve lo creado y lo no creado. Y matizó: —«13» antes de la eternidad y «13»
después… Lo había olvidado. Jesús, además, era un consumado kabalista.
—«13.013» —prosiguió— arroja un «8» … Deduje que hablaba de la adición
teosófica: 1 más 3 más 1 más 1 y más 3. —Pues bien —añadió—, el «8» simboliza
la muerte y el infinito… Has subido muy alto en el único camino que merece la
pena: en el AMOR…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 112
Después prosiguió con la lección de kábala. Y me hizo ver
que «13.013» es mucho más de lo que suponía. —Uno más tres —explicó— arroja
cuatro. ¿Y qué simboliza el cuatro? Me encogí de hombros. No tenía ni idea.
—¡Ab-bā!… El «4» simboliza al Padre Azul. En tu sueño aparecen dos perlas. La
primera, y más importante, es la representación de Ab-bā, ¡y por dos veces!: al
principio de la eternidad y cerrando esa eternidad. Te lo dije: el AMOR ETERNO
envolviéndolo todo. Y tú subes por Él. —¿Y la segunda perla? En esos instantes
se presentó Zal. Me regaló un par de lengüetazos y fue a tumbarse junto a su
amo. Jesús no quiso responder a mi última pregunta, pero matizó: —Estás en el
camino. Eso es lo único que debe importarte… A mi regreso a nuestro mundo, en
una de mis conversaciones con Eliseo en la leprosería de Madagascar en la que
me refugié durante un tiempo, surgió el sueño de los 13.013 escalones. Mi
hermano escuchó con atención y, al día siguiente, me mostró algo. 13.013 fueron
los días vividos por Jesús de Nazaret durante su encarnación en la Tierra.
Quedé asombrado. El cómputo abarcaba desde el 21 de agosto del año menos 7
(fecha del nacimiento) hasta el 7 de abril del año 30 de nuestra era (fecha de
la muerte). Y me pregunté: «¿Por qué el 13.013 se presentó en el sueño? ¿Por
qué fueron 13.013 peldaños? ¿Fue esta la segunda «perla» encerrada en la
ensoñación y de la que el rabí no quiso hablar?» Estoy seguro. Fue la segunda
«perla» … Como decía el Maestro, quien tenga oídos, que oiga…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 113
—Me gustaría —expuso el Maestro— que le preguntarais algo al
Padre Azul. Y el rabí matizó: —Se trata de que formuléis una pregunta… Una cada
uno.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 123
Y al asomarse los primeros luceros, Andrés dio la palabra a
Tomás, el incrédulo. —Maestro… Jesús levantó el dedo índice izquierdo y señaló
la sien de ese mismo lado, recordándole al discípulo que la pregunta debía
formulársela al Padre Azul, no a Él. —Dios está en tu mente —aclaró el Maestro.
Tomás comprendió y rectificó: —Amado Padre Azul…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 123
—El Padre Azul dice que eres un príncipe…
Tomás miró a Jesús, desconcertado.
—¿Te burlas? —acertó a balbucear.
Pero el Galileo no se burlaba; difícilmente lo hacía… Y
repitió:
—Eres un príncipe… Eso dice Ab-bā.
Señaló al resto y prosiguió:
—Todos vosotros lo sois… ¿Pensáis que cualquiera podría
acompañarme en esta experiencia en el mundo?
—¿Yo soy príncipe? —preguntó Pedro, incrédulo.
—Eres príncipe en mi reino —le salió al paso el Galileo—.
Aquí eres pescador y cabezota…
Las risas y los aplausos llenaron la noche. Y las estrellas
destellaron, divertidas.
—¿Y por qué no lo recordamos? —se interesó Mateo.
El Maestro colocó su dedo índice izquierdo sobre la barbilla
y recordó la historia narrada por el Oso:
—Un ángel te pidió silencio cuando estabas en el vientre de
tu madre, ¿recuerdas?
Entendí. Antes de nacer, alguien te borra tu verdadera
personalidad. Y vives lo que hayas elegido previamente. Lo habíamos hablado…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 124
El Maestro captó nuestro despiste y agregó lo que había
repetido tantas veces: —Hablamos de dos tipos de amor… El de aquí es bello,
necesario, pero efímero. El verdadero AMOR, con mayúsculas, el que mueve la
creación, el que os saldrá al paso tras la muerte, no tiene palabras. No hay
forma de definirlo…, aquí. Ese AMOR sí es para siempre. Ese AMOR será el que
recuperaréis cuando regreséis a vuestra verdadera casa, cuando volváis a ser
príncipes…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 125
Esta vez le tocó el turno al siempre silencioso Santiago de
Zebedeo:
—¿Por qué vivimos con miedo?
—El miedo —querido Santiago— es otra de las terribles
consecuencias del olvido…
—No entiendo.
Jesús señaló las ocho mil estrellas. Se apretaban. Parecía
que pudiéramos capturarlas con las manos…
Segundos después explicó:
—El miedo aparece cuando olvidáis quiénes sois en realidad…
Señaló al hermano de Juan y David Zebedeo y proclamó con
gran voz:
—¡Sois inmortales!… ¡Sois príncipes!… ¡Estáis aquí de paso y
circunstancialmente!… ¡Tenéis miedo porque habéis olvidado vuestro verdadero
origen y naturaleza!… ¡Sois hijos de un Dios!… ¡Yo soy vuestro padre y creador
y a mí volveréis!
Se puso de pie, alzó los brazos hacia el firmamento, y gritó
con todas sus fuerzas:
—¡¡Sois inmortales!!… ¡¡No temáis a nada ni a nadie!!
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 125
Y el Maestro respondió, por supuesto: —Dios es el único ser
que no tiene futuro… Cuando la creación se haya consumado, Él estará en otro
asunto…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 128
—¿Quién es más poderosa: la mente o el alma?
—Son criaturas diferentes —aclaró Jesús—. No debes
compararlas, de la misma manera que no puedes igualar al león con la mariposa.
La mente es el león: fuerte y ágil… La mariposa es el alma: trasciende y vuela.
Pero solo el alma vivirá eternamente…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 129
—¿Cuándo lo veré? —improvisé.
—¿Tienes prisa?
—No —balbuceé—, pero…
Y el Maestro respondió de una manera misteriosa (al menos
para mí):
—Estás llegando al final de la escalera… Pero, recuerda,
tras la muerte tampoco lo verás. Eso será después, mucho después…
Y añadió, dejando caer una de sus interminables sonrisas:
—De momento, siéntelo… Él te habita. Lo sabes, ¿verdad?
Asentí en silencio.
—No pidas a la humilde y bella luciérnaga que vuele al sol.
Sería la destrucción…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 129
El Maestro soltó a la pequeña, se alzó, y terminó alejándose
del pozo. Zal dejó de ladrar y de dar vueltas y lo siguió dócilmente. En el
aire percibí un intenso olor a nardo. Pero, ¿dónde estaban las flores? Allí no
había un solo nardo. Y recordé: el olor de la misericordia… ¿Qué había sucedido?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 137
Lo que hizo y dijo el Hijo del Hombre fue mucho más de lo
que podamos imaginar y de lo que nos han contado. Muchísimo más.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 138
Los kuteos, asombrados, se decían unos a otros: —¡Qué judío
tan raro!… ¡No habla de un Yavé justiciero y castigador!… ¿Quién será ese nuevo
Dios? Y el Hijo del Hombre derivó sus palabras hacia otro asunto que fascinó a
propios y extraños: la nitzutz o chispa divina que habita en la mente humana
desde los cinco años.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 143
Recuerdo afirmaciones como estas: «El ser humano disfruta de
un Espíritu que no duerme durante el sueño… Es una fracción de la esencia del
Padre Azul que se instala en lo más profundo de vuestras mentes… Él aconseja en
silencio… La nitzutz dirige sin dirigir… La chispa divina está siempre alerta…
Él sabe lo que necesitáis en cada momento… La nitzutz es la belleza máxima… ¡Y
os habita gratuitamente!… Él os acompañará siempre… Él es el responsable de
vuestros momentos felices… Él es joven; jamás envejece… Si sois conscientes de
que un Dios os habita, jamás experimentaréis el miedo… Y afrontaréis las
dificultades de la vida con fuerza y serenidad… Entonces seréis verdaderamente
sabios… Entonces seréis ricos porque estaréis llenos de amor…».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 144
El Maestro, sobre todo, habló de sus dudas y de sus anhelos.
Él sabía —desde que tenía doce o trece años— que había venido a este mundo para
cumplir una misión; un trabajo relacionado con su verdadero padre: Ab-bā. Pero,
durante muchos años —angustiosos—, el Galileo no supo, exactamente, en qué
consistía ese plan. Relató la trágica muerte de su padre terrenal, José, en un
edificio público de Séforis, capital de la baja Galilea, y explicó cómo Herodes
Antipas se negó a entregarle la indemnización económica que le correspondía a
la familia. Desde entonces, Jesús se refirió a Antipas como «ese chacal».
Después habló del monte Hermón y de cómo recuperó su divinidad en el verano del
año 25 de nuestra era. Jesús tenía treinta y un años. Fue entonces cuando supo
quién era realmente: Micael, Creador de un universo. Un Dios enviado a la
Tierra para revelar el rostro del verdadero Dios: el Padre Azul. Tras el
bautismo en el río Artal, Jesús se retiró a las colinas de Beit Ids y allí
meditó durante 39 días. Vivió en una cueva y yo tuve el privilegio de
acompañarle. Tomó una serie de importantes decisiones —entre otras no hacer
milagros— y, al regresar, aceptó a los primeros seis discípulos: Andrés, su
hermano Pedro, los Zebedeo, Felipe y Bartolomé. Habló igualmente de su célebre
entrevista con los ángeles rebeldes en la cima del Hermón, en agosto del año
25. Pero no dio detalles. Lamentablemente, a la hora de contarlo, los
evangelistas lo confundieron todo: palabras, lugares e intenciones.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 151
Gelbus, como apunté, era una comuna de gzry, que podría
traducirse como «astrólogo», aunque otros preferían el término «exorcista».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 152
—¿La esencia de Dios? ¿Qué es eso?
Movió la cabeza, negativamente.
Lo supe. No hay términos para describir algo así. Y
puntualizó:
—Admite mi palabra. Lo sabes: nunca miento…
Asentí en silencio. Él jamás mintió.
—Antes de encarnarte —prosiguió— ya eras. Eras en
la imaginación del Padre Azul. Entonces te ofrecieron vivir la aventura de la
vida en los universos del tiempo y del espacio…
—¿Quién me ofreció una cosa así? —le interrumpí.
—Eso no importa —sonrió—. Alguien te dio a elegir y tú
seleccionaste la vida que ahora llevas. Y lo hiciste con todo lujo de detalles…
Permitió que sus palabras descendieran en mi mente y me
empaparan. Y remató con una frase que me impactó:
—Seleccionaste, incluso, el momento y la forma de morir…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 172
Las leyes que rigen al «otro lado» no son las que conoces.
Cada movimiento —aquí— tiene unas consecuencias que no puedes imaginar…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 172
Pero Jesús leyó mis pensamientos y supo de mis dudas:
—Querido mal’ak: no juzgues… Te falta información.
Las leyes que rigen al «otro lado» no son las que conoces. Cada movimiento —aquí— tiene
unas consecuencias que no puedes imaginar…
Elevó de nuevo la mirada hacia el firmamento y solicitó:
—Transmite fielmente mis palabras, aunque no comprendas.
—Siempre lo hice y lo haré…
—Lo sé, y te lo agradezco… Tus diarios serán de especial
importancia para muchos, aunque otros no los aceptarán.
—También lo sé —repliqué.
Y el rabí continuó hablando sobre aquel asunto —tan
delicado— que, sintetizando, bauticé como la «ley del contrato».
Si no entendí mal, antes de nacer, cuando el ser humano
existe —únicamente— en la «mente» y en la «voluntad» de Dios, alguien le
permite escoger qué clase de vida quiere vivir en la imperfección. Una vez
seleccionada, la criatura nace y un ángel le borra lo que sabe. Por eso nadie
entiende por qué ha nacido y qué sentido tiene su vida.
Otros rechazan la oportunidad de vivir la aventura de la
materia y se desarrollan «por otros caminos». En realidad, según entendí, hay
infinitos caminos…
La materia (la imperfección) es el escalón más primitivo de
la creación. Vivir en ella es un gesto heroico (siempre). Crecer a partir de la
materia es lo más indicado para alcanzar un nivel supremo de comprensión. Es lo
establecido por los Dioses.
—Por eso no debes juzgar —insistió el Galileo—. Cada cual
elige su vida y tiene razones sobradas para hacerlo… Pero esas «razones» solo
son conocidas por él y por el Padre Azul.
—¿Y qué ventajas tiene ser un tirano o un asesino o un loco?
El Maestro parecía esperar mi pregunta:
—Todo es un juego…
Repliqué, desconcertado:
—¿Matar niños es un juego?
Se puso serio. Y exclamó:
—Confía. Todo está diseñado para el bien. Conocer de cerca
la oscuridad es impagable…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 172
Melquisedec, o el príncipe de la Paz, fue un extraño
personaje que apareció en las tierras del Israel hacia el año 1980 antes de J.
C. Nadie supo dónde había nacido. Nadie conocía a su familia. Era alto, con el
cabello hasta la cintura, y tres círculos concéntricos (bordados en azul) en el
pecho. Empezó a predicar y habló —por primera vez— de un Dios Altísimo, todo amor,
que imaginaba al ser humano, se instalaba en su mente, y le regalaba el alma
inmortal. Sus enseñanzas se extendieron en todas direcciones y llegaron a los
territorios más remotos. En China hicieron prosperar el taoísmo. Shen era la
chispa divina (una fracción del mismísimo Padre Azul) que entra en la mente
humana y que lo acompaña para siempre. Pero el concepto inicial se vio alterado
y se convirtió en un elemento material. Y lo mismo sucedió en Egipto. El akh
—la chispa del Padre— terminó demolido y desfigurado. Abraham y Moisés
heredaron estas enseñanzas, pero, lentamente, la mezquindad de los hombres
borró la luz de Melquisedec. Y todo fue olvidado.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 179
Naturalmente, Saúl nos ilustró sobre el príncipe de la Paz,
el misterioso Melquisedec (en realidad Malki Sedeq). Y habló de los tres
círculos concéntricos que lucía en el pecho. Dijo que era la representación de
«Elyon», el Altísimo. Cada círculo simbolizaba un atributo: —El central
—explicó— es el presente para siempre. Abá Saúl lo llamó AMOR, con mayúsculas.
El Maestro escuchaba con el rostro radiante. —… De ese círculo central
—prosiguió el anciano— nace todo lo demás… Y el Maestro redondeó: —De ese AMOR
nace lo visible y lo invisible… Según Abá Saúl, los tres círculos concéntricos
son el emblema del Padre Azul. El Galileo y yo nos miramos. Saúl estaba en un
error. Esa bandera, en realidad, era la del Maestro… El verdadero nombre de
Jesús, como ya he mencionado en otras ocasiones, es Micael. Él gobierna un
universo. Él es un Dios Creador. Él tiene esa bandera…
J. J. Benítez
Caballo de Troyas 12. Belén, página 180
Jesús negó con la cabeza y proclamó: —Debería ser al revés…
Al final de la vida todo se enciende, todo se comprende, todo se perdona, todo
se espera… El final de la vida es luz. Una luz nueva y prometedora. Estamos más
cerca del «regreso» a nuestra verdadera casa. ¡Alegraos!… Al final de la vida,
el alma se ha llenado… ¡No temáis!… Es el momento de recoger.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 187
—Pero la vejez —insistió Saúl— borra la memoria…
El Maestro hizo otra revelación:
—No importa que la borre… La nitzutz (la chispa
divina que nos habita) vigila para que la memoria no desaparezca. Ella, la
chispa, copia tus recuerdos…
Esta vez fui yo quien preguntó:
—¿La nitzutz hace copia de la memoria?
Jesús sonrió, divertido. Y asintió con la cabeza, en
silencio.
¡Vaya!… Eso era nuevo para mí. Pase lo que pase, las
memorias permanecen intactas. Me pareció una medida muy prudente por parte del
Padre Azul. Después, ya en los mundos MAT, las memorias se incorporan al nuevo
cuerpo.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 187
—La vejez aísla… —insistió la anciana.
El rabí no le permitió continuar:
—La vejez aísla, sí, pero a tu favor… Y la vejez te aísla
para que pienses —necesariamente— en la muerte.
—No quiero pensar en eso —protestó Jaiá—. No quiero…
—Pues debes hacerlo —recomendó Jesús—. Debéis hacerlo… Eso
es la vejez: intuir que la muerte está muy cerca…, y que no es nada.
—Pensar en la muerte… —musitó Abá Saúl—. ¿Y qué gano con
eso?
—La muerte —replicó el Galileo— es el negocio de tu vida…
¿Merece la pena que te entrenes para ese negocio decisivo? ¿Merece la pena que
pienses en ella, al menos una o dos veces al día?
Jaiá intervino, curiosa:
—¿Y qué se supone que debo pensar?
Jesús fue directo:
—Piensa, por ejemplo, que la muerte es un simple y benéfico
sueño… Nada más. Piensa que morir significa iniciar… Emprender una vida nueva
que no termina… Piensa que seguirás viva… Piensa que entrarás en el reino del
AMOR, por fin… Piensa que, al «otro lado», te espera una felicidad que no
puedes imaginar… Piensa que, al morir, te reunirás —temporalmente— con tus
seres queridos, ya fallecidos… Piensa que la muerte es el inicio de otra aventura,
la definitiva… Piensa en la muerte como algo necesario y bello.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 187
Pero el anciano no pudo resistir la tentación y planteó la
pregunta capital:
—¿Quién eres en verdad?
El Maestro fue rápido y sincero:
—Soy un enviado, como lo fue tu admirado Melquisedec… Estoy
aquí para sembrar la esperanza. El mundo no está perdido. Alguien os ama.
Llegará el día en el que encontraréis de nuevo el camino de la vida y de la
luz.
Y terminó con otra de sus palabras favoritas:
—¡¡Confiad!!
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 188
El Padre Azul no hace distinciones entre los humanos. Y los
habita, uno por uno…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 190
Jaiá seguía fascinada con la seguridad de aquel Hombre.
—¿Una genialidad? —preguntó—. Pero, ¿qué es realmente la
muerte?
—Os lo he dicho —replicó Jesús—. La muerte es un dulce
sueño…
—Sí —le interrumpió la anciana—, pero, ¿qué más?
El Galileo observó a sus amigos y rogó a Jaiá que lo
acompañase.
Saúl y yo nos miramos, intrigados.
¿Qué se proponía?
La anciana obedeció y se fue tras el Hijo del Hombre.
Jesús se detuvo al final del pasillo, frente a la puerta de
entrada a la vivienda. E invitó a la mujer a que abriera dicha puerta.
Jaiá, desconcertada, volvió la cabeza hacia su marido e
interrogó a Saúl con la mirada.
¿Qué hacía? Las langostas seguían en el exterior…
Abá Saúl no lo dudó y la animó a que obedeciera al Maestro.
Jaiá, entonces, decidida, echó mano del pasador y tiró de la
madera.
Y la puerta se abrió…
Escuchamos el zumbido de las «gregarias».
Jesús se apresuró a cerrar la hoja y declaró:
—Esto es la muerte… Abrir una puerta.
Jaiá, deslumbrada, obsequió al Galileo con la mejor de sus
sonrisas.
Y Jesús preguntó a la anciana:
—¿Te ha dado miedo?… ¿Te ha dado miedo abrir la puerta?
La mujer negó con la cabeza.
Nunca olvidaré aquella conversación sobre las esteras en las
que una mano misteriosa trenzó los tres círculos concéntricos: la bandera de
Micael, Dios de nuestro pequeño gran universo. Micael: Jesús de Nazaret…
«La muerte solo es abrir una puerta…».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 190
—Nunca me excuso porque no lo necesito… Conozco la verdad.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 195
Mi duda es la siguiente: si Adán y Eva fueron nuestros
primeros padres, ¿quién fue Nod? El conseguidor, aunque árabe, conocía la
Biblia. En el Génesis (4, 16) se dice que, tras matar a su hermano, «Caín salió
de la presencia de Yavé, y se estableció en el reino de Nod, al oriente del
Edén». Raisos llevaba razón. Si Adán y Eva fueron los primeros, ¿quién era el
tal Nod? Jesús observó al lesahîg con curiosidad. Raisos no tenía pelos en la
lengua. Y el Galileo respondió con la misma franqueza: —Adán y Eva no fueron los
primeros…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 201
—Eres hermoso —contestó Raisos— porque tienes buenos
modales.
Y prosiguió el duelo de refranes:
—Son los buenos pensamientos —advirtió el
Maestro— los que te harán hermoso.
—Eres como la fuente que fluye a borbotones —añadió el
conseguidor—. Nunca te pudrirás…
—Nadie se pudre —sentenció Jesús— si bebe del
Padre Azul.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 203
—¡¡Ese Padre Azul —gritaba el Galileo— habita en vuestra
mente!!… ¡¡No necesita templos, ni libros sagrados, ni sacerdotes!!… ¡¡No
temáis!!… ¡¡Él os acompaña siempre y, tras la muerte, tras el dulce sueño de la
muerte, volveréis a Él!!
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 214
¡Oh, Dios!… Yo sabía lo que aquello significaba. El corazón
enternecido del Maestro estaba haciendo el prodigio; un nuevo prodigio. ¡Azul,
en bereber, significa «salud»! Y la luminosidad celeste se prolongó durante
cinco segundos; no más. Después, todo regresó a la normalidad.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 219
Confía mal’ak… Confía siempre.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 12. Belén, página 221
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